Desde el año 1990, en La Península Ibérica ha dejado de llover con regularidad a lo largo del año. Si bien es cierto que ha habido sequías cíclicas y años aislados muy secos, no hay precedentes ni datos consecuentes, que superen la catástrofe ambiental que ha comenzado.
Pasado el verano, hacemos una pequeña reflexión de como está el clima. De las consecuencias que está originando en los espacios forestales ibéricos.
En esta panorámica, de agosto de 2013, los chopos, los sauces del arroyo, el robledal de melojo y el pinar de silvestres, lucen los verdes variados del verano. Pero, el Arroyo de Santa Ana ya baja seco de las montañas.
En los años 80, en la cabecera de este arroyo y sus afluentes, las truchas comunes subían a desovar. No faltaban los mirlos acuáticos ni las lavanderas cascadeñas y blancas, y había más vida...
En la panorámica de agosto de 2014, vemos el robledal de melojo, localizado en el valle alto del Río Lozoya, en pleno Sistema Central, con una altitud media de 1350 sobre el nivel del mar. En esta época del año, lo normal es que los robles y los fresnos tengan las hojas verdes, no amarillas ni ocres, abrasadas por el aire, el sol y la falta de agua. Presenta un aspecto decaído, en regresión.
Del 2000 a esta parte, en las montañas del Sistema Central han muerto centenares de robles melojos y albares, incluso matas enteras, como consecuencia de las altas temperaturas y las sequías. Los endrinos, comunes y abundantes en muchas zonas, están desapareciendo.
El papamoscas cerrojillo, y todos los pájaros insectívoros que habitan en nuestros bosques, ya no crían con regularidad. Ya no hacen las dos, tres o cuatro nidadas de 4, 6 o 14 huevos. No les da tiempo ni a hacer las nidadas, ni a criar todos los pollos, pues las primaveras son muy cortas porque apenas llueve. Las lluvias regulares sientan el clima, la humedad ambiental, las temperaturas y favorecen la vida de los insectos, y en consecuencia, la vida de toda la comunidad.
2017 ha sido un año muy malo para la mayoría de los pájaros insectívoros del bosque, pues el invierno y la primavera han sido extremadamente secos y cálidos. Los mirlos comunes y los zorzales charlos han criado muy mal, pues apenas han sacado un nido de cuatro pollos, de los tres nidos que suelen sacar regularmente. Este otoño apenas se han visto papamoscas grises y cerrojillos, colirrojos reales... Apenas han sacado un nido de los tres que suelen sacar.
Los pinares piñoneros del centro de la península, localizados entre Ávila, Madrid y Toledo, también están sufriendo las consecuencias de las sequías y las altas temperaturas. En la panorámica, localizada en Las Cabreras de San Martín de Valdeiglesias en 2015, podemos ver y contar hasta setenta y nueve pinos centenarios muertos, en pie y abatidos. Estas sierras graníticas tienen una densidad de suelos muy irregulares, en cuanto a su profundidad. Aquí no existen acuíferos, el único agua con el que vive el monte, es el que cae del cielo y se mantiene en la tierra hasta las próximas lluvias, salvo en ciertas zonas, donde hay grandes grietas en las rocas, en las que se ha depositado el suelo. Aquí el agua se acumula y dura más tiempo, donde los grandes árboles y arbustos se van manteniendo.
En estos montes se localizan los últimos madroños del centro de la península. Si se pierden los microclimas al desaparecer la densidad del pinar, los madroños se extinguirán.
En estos montes se localizan los últimos madroños del centro de la península. Si se pierden los microclimas al desaparecer la densidad del pinar, los madroños se extinguirán.
Como consecuencia de este clima tan irregular, las aves insectívoras sufren numerosas bajas en las nidadas. Especies como el herrerillo común, que puede hacer hasta cuatro nidadas de 9 pollos de media, desde el mes de abril hasta finales de julio, este clima extremo y severo le ha limitado. Ahora, en el mejor de los casos, sólo saca dos crías y un número menor de pollos.
En la imagen vemos a una hembra de mirlo común, que protege a los dos pollos que quedan en el nido. Uno de los pollos ha muerto de hambre y la hembra le ha sacado del nido. Esta imagen está ocurriendo con mucha regularidad en los últimos diez años. Junio de 2010.
Ver http://laluzdelmonte.blospot.com/2014/06/el-clima-y-el-mirlo-comun.html
En la tabla vemos las precipitaciones que ha habido en años y meses, recogidas en la estación meteorológica de Colmenar Viejo. Madrid. Tiene un clima supramediterráneo, con unas precipitaciones medias anuales de 700-800 mm, y unas temperaturas medias de 12-13 ºC.
He cogido como referencia el año 1987. Un año muy normal en esta comarca en precipitaciones y temperaturas, desde los años cuarenta del pasado siglo. Vamos a interpretar este año con los últimos cuatro.
- Una de las características importantes que tiene el clima mediterráneo, son las grandes precipitaciones en forma de tormentas, que se producen durante los meses de julio, agosto y principios de septiembre. Estas tormentas son fundamentales para el mantenimiento del ecosistema, de sus árboles y arbustos variados, en una época en la que el termómetro no baja de los 30ºC. Si estas tormentas no se producen durante el verano, en un año que ya viene seco, con déficit desde el otoño pasado, la vegetación se va a ver muy perjudicada, pues no está preparada para sufrir esta carencia de agua. Las consecuencias las estamos viendo: estrés hídrico, debilitamiento, enfermedades de hongos, parásitos, ataque de insectos, deterioro físico y muerte.
- Vemos un déficit anual en las precipitaciones y un desajuste en los meses de lluvia.
- Vemos que en los meses de julio y agosto de estos últimos cuatro años, apenas llueve o no cae nada, con la excepción de este año. Gracias a esas tormentas, no ha sido mayor la catástrofe ecológica este verano.
- Vemos que en el mes de septiembre del año 85, las precipitaciones fueron generosas. El ecosistema recupera el agua que ha perdido durante la estación seca. En los últimos cuatro años, después de sufrir las inclemencias del tórrido verano, estamos teniendo unas precipitaciones muy escasas o nulas.
En consecuencia, para no extendernos más, desde 1990 hasta la fecha, exceptuando algún año aislado, que ha tenido unas precipitaciones y temperaturas regulares, estamos viviendo bajo las influencias de un clima que está desajustado. Ya no llueve de forma regular a lo largo del año. Tenemos pequeños periodos de regulares lluvias, que no llegan a cubrir las necesidades de los ecosistemas y a recargar los acuíferos; sucedidos de largos periodos muy secos con altas temperaturas. Y lo más grave de todo, está ocurriendo en un periodo muy corto de tiempo.
He cogido como referencia el año 1987. Un año muy normal en esta comarca en precipitaciones y temperaturas, desde los años cuarenta del pasado siglo. Vamos a interpretar este año con los últimos cuatro.
- Una de las características importantes que tiene el clima mediterráneo, son las grandes precipitaciones en forma de tormentas, que se producen durante los meses de julio, agosto y principios de septiembre. Estas tormentas son fundamentales para el mantenimiento del ecosistema, de sus árboles y arbustos variados, en una época en la que el termómetro no baja de los 30ºC. Si estas tormentas no se producen durante el verano, en un año que ya viene seco, con déficit desde el otoño pasado, la vegetación se va a ver muy perjudicada, pues no está preparada para sufrir esta carencia de agua. Las consecuencias las estamos viendo: estrés hídrico, debilitamiento, enfermedades de hongos, parásitos, ataque de insectos, deterioro físico y muerte.
- Vemos un déficit anual en las precipitaciones y un desajuste en los meses de lluvia.
- Vemos que en los meses de julio y agosto de estos últimos cuatro años, apenas llueve o no cae nada, con la excepción de este año. Gracias a esas tormentas, no ha sido mayor la catástrofe ecológica este verano.
- Vemos que en el mes de septiembre del año 85, las precipitaciones fueron generosas. El ecosistema recupera el agua que ha perdido durante la estación seca. En los últimos cuatro años, después de sufrir las inclemencias del tórrido verano, estamos teniendo unas precipitaciones muy escasas o nulas.
En consecuencia, para no extendernos más, desde 1990 hasta la fecha, exceptuando algún año aislado, que ha tenido unas precipitaciones y temperaturas regulares, estamos viviendo bajo las influencias de un clima que está desajustado. Ya no llueve de forma regular a lo largo del año. Tenemos pequeños periodos de regulares lluvias, que no llegan a cubrir las necesidades de los ecosistemas y a recargar los acuíferos; sucedidos de largos periodos muy secos con altas temperaturas. Y lo más grave de todo, está ocurriendo en un periodo muy corto de tiempo.
En la atmósfera hay siempre vapor de agua, pero el vapor no se convierte en nubes de lluvia hasta que el aire se satura, dependiendo de la temperatura ambiental.
En verano el aire lleva más vapor de agua. El suelo, los cursos fluviales, los embalses y los espacios forestales, transpiran humedad, pero no llueve, porque el aire está tan caliente que se necesita más humedad en el ambiente que el que hay en la atmósfera. Los bosques son los que proporcionan esa humedad en el ambiente, para que se produzca la lluvia en las zonas geográficas.
Las primeras consecuencias que están trayendo las altas temperaturas y las sequías encadenadas al monte mediterráneo, se ven en los árboles y arbustos caducifolios que habitan en él. Árboles como el arce de montpellier, el quejigo, el roble melojo, el endrino... que se adaptaron a vivir en el mircroclima del monte, localizado en las laderas orientadas al norte y el fondo de los valles, están en regresión o desapareciendo.
En la panorámica vemos una zona del monte afectada, cubierta por encinas, enebros de la miera, cornicabras, un fresno sin apenas hojas, y arces de montpellier muy afectados, con las hojas casi secas. Septiembre de 2017.
Más cerca, en otra zona, se aprecian mejor las consecuencias... Los arces muestran un aspecto reviejo, muy afectados por el estrés hídrico que están sufriendo. Con las puntas de las ramas altas muertas y las hojas secas. Septiembre de 20017.
Los arbustos mediterráneos también son sensibles a los cambios climáticos bruscos y cortos en el tiempo. Esta cornicabra lleva varios años revieja, en regresión, como consecuencia de la falta de lluvias regulares durante el año. Septiembre de 2017.
Los montes están sufriendo una disminución muy notable del número de individuos de ciertas especies de insectos, y la desaparición de especies en muchas zonas. Las mantis religiosas, escorpiones, chicharras, ciervos volantes, saltamontes, grillos, grillos topos, mariposas, abejas, avispas, arañas, hormigas, libélulas... ya apenas se ven por el monte.
En la imagen vemos a una mantis (Empusa pennata) una especie común en los montes mediterráneos ibéricos en los años 80.
Los quejigos, robles caducifolios mediterráneos, con unas necesidades hídricas un poco más altas que tienen las encinas, están sufriendo la regresión y la extinción en las últimas zonas de nuestra geografía, donde la gestión del hombre los arrinconó.
En la imagen vemos tres ejemplares centenarios muy afectados. Verano de 2017.
Este es el último eslabón de una combinación entre una gestión forestal de desastre, realizada en la Península Ibérica en los últimos cinco siglos, y un cambio brusco en el clima, surgido en los últimos treinta años. El lamentable estado que tiene el quejigo, de unos doscientos años de edad, nos muestra el final. Verano de 2017.
Si los bosques desaparecen, el flujo de las lluvias también desaparece. Se ha comprobado que los desiertos históricos, originados por la gestión irracional del hombre: Tabernas en Almería, Mahoya en Murcia, Monegros en Zaragoza y Huesca, Bardenas Reales en Navarra, no son capaces de reforestarse de forma natural, mantienen la aridez y extienden la sequía a las zonas próximas.
Los arroyos estacionales que discurren por las sierras bajas, generalmente llevan agua hasta los ríos, desde octubre hasta entrado julio. En los últimos años ya no llevan agua a los ríos, pues los pocos meses que corren, lo hacen en los tramos altos. Ahora sólo corren de enero a mayo, y no en todos sus tramos.
En la imagen vemos el lecho de un arroyo seco, a finales de septiembre de 2016. En las orillas ya ha brotado la hierba. El panorama forestal muestra las consecuencias del clima que todavía castiga la zona: Fresnos que han perdido las hojas y arces de montpellier con las hojas resecas.
La sequía es tan extrema, que el pequeño lagarto ocelado se acerca al último manantial que resiste en el arroyo. Verano de 2011.
Los lagartos y las culebras, se mantienen con el agua que les proporcionan sus presas, y la humedad ambiental recogida en el rocío de la mañana. ¡Cómo tiene que estar la situación en el monte, para que un lagarto ocelado tenga que buscar un manantial para beber!
Cuando la situación perdura en el tiempo, las consecuencias terminan dando resultados en el tiempo. La falta de agua y las altas temperaturas que ha soportado esta parte del arroyo en los últimos 20 años, han acabado con la vida del fresno. Esta es la situación está ocurriendo en todas las sierras bajas mediterráneas ibéricas.
Si observamos el panorama del arroyo, a finales de septiembre de 2017, vemos un ambiente de fresnos y arces de montpellier abrasados por el verano.
Estamos ahora en una zona del arroyo, donde en la década de los 80 eran comunes los sauces bardaguera (Salix salviifolia) los rosales silvestres, los endrinos y las zarzas; acompañados por fresnos, arces de montpellier y enebros.
Como podemos ver, el panorama ha cambiado mucho en los últimos 30 años. Los grandes sauces han muerto, como consecuencia de las sequías. De los rosales silvestres, endrinos y zarzas, no quedan ni los tallos. Los fresnos y los arces aguantan como pueden. Verano de 2017.
Como podemos ver, el panorama ha cambiado mucho en los últimos 30 años. Los grandes sauces han muerto, como consecuencia de las sequías. De los rosales silvestres, endrinos y zarzas, no quedan ni los tallos. Los fresnos y los arces aguantan como pueden. Verano de 2017.
Si esta situación no cambia en los próximos años, estos arroyos serranos van a perder especies forestales, el 90% de sus árboles y especies de la fauna.
En 2016 y 2017, los manantiales y fuentes que nunca se habían secado, se secaron en los meses de julio, agosto y septiembre. Qué nos indica esto? Que en el suelo y el subsuelo de todo el monte, no queda una gota de agua desde hace meses.
En el panorama del arroyo, localizado en el fondo de un estrecho valle, vemos el cuenco de un manantial seco. Julio de 2017
El desajuste climático extremo que estamos padeciendo, desajusta también las pautas de conducta de la flora, la fauna y los seres humanos.
La fauna tiende a reproducirse en los periodos de bonanza, que están asociados a las temperaturas templadas y a las lluvias. Buen tiempo, energía y alimento para todos.
Las circunstancias climáticas que estamos viviendo en la actualidad, no son nada favorables para la fauna. Los más perjudicados están siendo los anfibios, pues ciertas especies corren serio peligro de extinguirse. La mayoría ya han desaparecido de muchas zonas ibéricas.
En la primavera de 2016, vemos las puestas de varios sapos comunes en la orilla de una charca. Los renacuajos que nacieron, no tuvieron la oportunidad de hacerse sapos, pues murieron al secarse la charca a mediados de mayo. En 2017 la charca no cogió agua, y consecuentemente, los sapos no se reprodujeron. Dos años en los que la especie no ha crecido, no ha cubierto las bajas que ha sufrido. Si la población de una especie que habita una zona geográfica no crece y no se renueva, está abocada a la extinción en esa zona.
En condiciones normales, los árboles y arbustos absorben CO2 anhídrido carbónico, y liberan O2 oxígeno. En condiciones extremas de calor y sequía, los árboles y arbustos ralentizan en extremo o detienen la actividad de la fotosíntesis, absorbiendo oxígeno y liberando anhídrido carbónico. Este proceso de inversión, ayuda todavía más al calentamiento global y a la duración de la sequía.
Este grave proceso está sucediendo ya en los últimos veranos en gran parte de la Península Ibérica. Cuando veamos los indicios que muestran las hojas de los árboles caducifolios que habitan en nuestras calles o parques, es porque se está dando la situación.
En la imagen vemos las hojas verdes de un tilo con los bordes secos. Una muestra fiable de que se ha producido la inversión de gases en los árboles. Verano de 2017.
En la imagen vemos las hojas verdes de un tilo con los bordes secos. Una muestra fiable de que se ha producido la inversión de gases en los árboles. Verano de 2017.
El panorama que muestra la imagen, nos da una idea de como fue la primavera y el verano de 2012, en los montes mediterráneos sobre arenas que rodean la ciudad de Madrid. Vemos jaras pringosas y encinas que han perdido los verdes característicos del verano, muy afectadas por la sequía y las altas temperaturas del verano. A lo largo de ese año, murieron miles de encinas centenarias en los montes del centro de la península.
Estas sequías encadenadas están debilitando a los árboles y arbustos, con la consiguiente infección de enfermedades a través de hongos e insectos parásitos, secundada por la muerte y la desaparición del ecosistema.
En el panorama que muestra la imagen, realizada en el verano de 2017, vemos tres encinas centenarias muy afectadas, con las hojas ocres y muertas.
En la primavera de 2015 ocurrió un hecho que nunca había observado en los nidos de azor. He visto numerosos nidos con cuatro pollos, y todos han volado del nido, aun habiendo importantes diferencias entre los más grandes y el pequeño, aunque este fuera un macho y los grandes hembras.
En la zona alta del monte, donde abunda la fauna, tiene el nido la pareja de azores, de 3-4 años. A finales de abril nacieron tres pollos, dos hembras y un macho. La primavera llegó cálida al monte de encinas, sin apenas lluvias. Durante el mes de mayo hubo una semana en la que bajaron las temperaturas y llovió algo. En esa semana se perdieron muchos nidos de mirlos, zorzales y palomas torcaces, y apenas se veían por el monte pájaros y conejos.
La semana que cambió el clima, la fauna se enrareció en el monte. Los padres apenas llevaron alguna presa al nido. Esta falta de alimento desató peleas entre los pollos, y como consecuencia de ellas, el pollo más grande, que nació primero, mató a sus dos hermanos. Los dos se encontraban muertos al pie de la encina, debajo del nido. En la imagen vemos al más pequeño.
La semana que cambió el clima, la fauna se enrareció en el monte. Los padres apenas llevaron alguna presa al nido. Esta falta de alimento desató peleas entre los pollos, y como consecuencia de ellas, el pollo más grande, que nació primero, mató a sus dos hermanos. Los dos se encontraban muertos al pie de la encina, debajo del nido. En la imagen vemos al más pequeño.
El panorama que vemos en el monte nos puede llevar a engaño. Vemos un monte abrasado por el sol y la sequía, donde la mayoría de sus árboles y arbustos mantienen las hojas verdes. Vemos a una cornicabra grande, en buen estado, junto a una encina centenaria, de unos 200-300 años, debilitada por las continuas sequías y el sol extremo y directo de la primavera y el verano, afectada por hongos, parásitos, insectos... Terminando de ver su último verano, 2017.
A esta encina sólo la queda resistir en un estado lamentable, por si las circunstancias ambientales cambian y puede volver a "vivir", aunque sus condiciones saludables y vigorosas se hayan perdido. Verano de 2017.
Como consecuencia de las sequías que se dieron en los primeros años de la década de los 90, extensas manchas de jaras pringosas murieron en los montes mediterráneos del centro de La Península. Jarales extensos, con ejemplares de tres metros de altura, que acompañaban a las grandes encinas, quejigos y alcornoques, desaparecieron en la década.
En el panorama del monte todavía podemos ver los retorcidos esqueletos de las grades jaras.
En todos los montes mediterráneos ibéricos hay fuentes históricas. Algunas ya se utilizaban en el neolítico. En 2017, la mitad de estas fuentes tienen sus acuíferos secos. La otra mitad, o se ha perdido, porque apenas tiene agua el acuífero, o dan poca, porque su acuífero apenas se recarga, debido al déficit hídrico que estamos padeciendo desde 1990.
Si ya no queda agua en los acuíferos colgantes y en los superficiales; el clima no favorece la lluvia y el sol castiga; a los montes y a sus habitantes poca vida les queda.
Mediado octubre de 2017, el monte presenta un estado lamentable, después de la primavera y el verano que ha soportado. Los ciervos y los gamos están delgados, tienen la boca abrasada por el pasto seco. Debido a lo escasa y corta que ha sido la primavera, no han podido consumir la cantidad y la calidad que dan los pastos, para que se desarrollen bien las cuernas.
Por las fechas que estamos, las tormentas y los primeros temporales de lluvias ya tenían que haber puesto los montes verdes con algunos colores. Los pastos crecidos y todos los arroyos con agua. Las encinas, quejigos, alcornoques y los robles, cargados de grandes bellotas. Todo preparado para que se inicie un ciclo natural anual más.
Mientras tanto... Seguimos mirando al cielo.
Por las fechas que estamos, las tormentas y los primeros temporales de lluvias ya tenían que haber puesto los montes verdes con algunos colores. Los pastos crecidos y todos los arroyos con agua. Las encinas, quejigos, alcornoques y los robles, cargados de grandes bellotas. Todo preparado para que se inicie un ciclo natural anual más.
Mientras tanto... Seguimos mirando al cielo.