jueves, 30 de octubre de 2014

EL OTOÑO DE LOS BOSQUES ATLÁNTICOS

A lo largo del mes de octubre, los montes atlánticos que se desarrollan en las faldas de las montañas, van a tener una serie de cambios cromáticos hasta que se desprendan de sus hojas, a finales de noviembre.

Dependiendo de las especies que habiten las manchas, la gama de colores va ser variada y muy llamativa. Es una época en la que podemos descubrir la variedad de árboles que habitan el monte, por su color.




Con las primeras luces que dan claridad al fondo del valle, poblado por centenarios fresnos, descubrimos las andanzas de un ciervo.




La luz limpia del sol pega de lleno en la mancha mixta de robles albares. Los cerezos silvestres brillan con un naranja casi rojo, al atravesar la luz sus hojas. El sotobosque está compuesto por grandes y densos acebos, muchos de ellos cargados de frutos.




La mancha de robles, de segunda o tercera regeneración, evoluciona con el tiempo hacia la regeneración de lo que fue en su origen. Un monte de centenarios robles melojos y albares de grandes portes, con troncos de diez metros de perímetro, donde habitaban variados árboles y arbustos atlánticos.

Por el momento, hasta que no pasen varios siglos, nos tenemos que conformar con este panorama ambiental.




En la orilla del arroyo, posados en la rama caída de un roble, un mito adulto y uno joven, dejan de beber al oír el sonido de la cámara. Después... se van por el robledal a buscarse la vida.




Los primeros rayos del sol llegan al fondo del valle. Alumbran y encienden los vivos colores de los álamos temblones.




En un remanso del río, una lavandera cascadeña recorre la rama caída de un sauce, en busca de insectos acuáticos.




Al final de un canchal se localiza este enorme ejemplar de roble albar, con más de seis metros de perímetro en la base de su tronco. Un día contaré su historia y lo que costó llegar hasta él...




En el manantial que brota en la ladera, observamos a una curruca capirotada bañándose. Los pequeños pájaros tienen que tener limpias y perfectas las plumas, pues gracias a ellas mantienen la temperatura corporal; vuelan por el monte y se libran de los ataques de los depredadores.




Las endrinas ya están maduras. Ponen esa nota de contraste en los espinos que habitan en las orillas del río y los arroyos.




Los bancos de nubes pasan por la zona alta del valle. En la ladera observamos una mancha de castaños, acompañada por grandes pinos resineros y robles melojos.




Las manchas de castaños que hoy tenemos la posibilidad de contemplar y de disfrutar, pobladas por grandes ejemplares centenarios, son el resultado de la intervención que la mano del hombre ha ejercido en ellas durante siglos, para la producción de castañas de calidad. Uno de los principales alimentos nutritivos de calidad, que alimentaba a Europa antes de que viniera  la patata de América.




Llegando a un arroyo, observamos a una pareja de corzos...




Dentro de la mancha de castaños el ambiente es sombrío. El suelo está cubierto por una espesa alfombra de hojas, en la que se ven abundantes erizos, donde se esconden las dulces castañas.




Ahora los escribanos montesinos van por los claros del monte en pequeños bandos. Son aves muy discretas, nada fáciles de observar.




Sobre las hojas, un erizo enseña las castañas que custodia. Todo un mundo natural, rural y económico que empezó en el neolítico.

Cuando las primeras poblaciones comenzaron a asentarse en las proximidades de estos montes, aprendieron a resalvear los castaños,  para que den castañas más grandes y más dulces.




En una ladera orientada al norte, localizada en la cuenca alta del Río Jarama, observamos una mancha importante de jóvenes y grandes hayas. En primer plano observamos un grupo de robles melojos y albares.




El trepador azul es un habitante típico de los montes atlánticos. Habita en ellos durante todo el año, incluso durante los inviernos más fríos y nevados.

En esta época va toda la familia por el monte, buscando los variados y abundantes recursos que da la estación.




Las grandes ramas y las hojas de los abedules, "intentan" ocultar la enorme haya que habita junto al Río Jarama.




La Península Ibérica, debido a su latitud, a su geografía y a su clima, con unas precipitaciones medias anuales por encima de los 550 mm, posee en todas sus regiones históricas y provincias actuales, importantes montes o manchas atlánticas.

Igual que encontramos castañares en Asturias, los encontramos en las sierras de Málaga. Robledales en Galicia y en Valencia. Abedules en los Pirineos y en Los Montes de Toledo. Hayedos en los valles altos de Navarra y en El Sistema Central.




Las últimas manchas atlánticas que hoy podemos contemplar, han soportado una gestión racional durante siglos, o  se mantuvieron cerriles hasta las desamortizaciones del siglo XIX.

Mantienen un nivel ecológico y biológico muy considerable. Fundamentales para entender y comprender, como eran realmente aquellas selvas atlánticas que cubrían las montañas, las laderas de las sierras bajas orientadas al norte y los fondos de los valles de las zonas llanas, pobladas por la selva mediterránea.




El carbonero común registra la rama seca de un sauce, en busca de larvas e insectos camuflados. En esta época consume semillas, frutos e insectos. Todo le viene bien para alimentarse.




Debajo de los sauces encontramos grandes ejemplares de falsa oronja (Amanita muscaria). Una seta muy característica de estos bosques, que aparece cuando el otoño realmente se inicia.




Después de varios días de lluvias y temperaturas suaves sale el sol. El ambiente que ofrece el monte robles, abedules y pinos silvestres, es espectacular en todos los sentidos.

La luz da vida a los ojos; el sonido del arroyo y el canto de los pájaros relaja los oídos y la mente; el aire limpio, oxigenado por la vegetación y humedecido las lluvias, cura y fortalece los pulmones.




Los variados pájaros que han evolucionado en estos montes atlánticos, de frontera o boreales, como el pequeño herrerillo capuchino, los vemos con su familia en compañía de otros pájaros, buscando los variados recursos que ofrece ahora el monte en forma de insectos, de semillas y de frutos.




Estamos en una estación de abundantes lluvias, en la que el clima cambia con regularidad durante el día. Las nubes van llegando y van cubriendo el cielo. La luz es suave. El canto de algunos pájaros, como los carboneros y los trepadores, se funden entre las ramas y las hojas de los grandes robles y abedules.




El otoño marca el inicio de una nueva época para la mayoría de los habitantes del monte.

Los alegres pico picapinos vuelven a marcar sus territorios con los continuos tamborileos, que hacen sobre las zonas altas y secas de los árboles. Comunican a sus congéneres y a las nuevas generaciones que nacieron en primavera, que esa parcela del monte está ocupada.




Ahora maduran las manzanas silvestres. Tienen un aspecto muy atractivo y apetecible.

Siempre habrá una primera vez para el incauto que pruebe su ácido y amargo sabor, "que deja la boca acorchada".




El agateador común registra el musgo de la roca, buscando pequeños insectos para alimentarse. Después se posa en el tronco de un abedul, por el que sube hasta las altas ramas y se pierde...




Las últimas luces del día barren la mancha mixta de abedules que pueblan la ladera alta de la montaña. Vemos abedules, sauces, robles melojos y albares, avellanos, mostajos, serbales...

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lunes, 27 de octubre de 2014

UN PASEO POR EL BOSQUE DE LA HERRERÍA.


El Bosque de La Herrería, localizado en el término municipal de El Escorial, es uno de esos lugares con encanto. Donde la naturaleza, el esparcimiento y el ocio, se mezclan los fines de semana...




En la ladera sur de Las Machotas, se desarrolla un bosque atlántico variado. Poblado principalmente por robles melojos, fresnos, castaños, arces menores, tilos...




Dentro del bosque podemos ver pequeños monumentos arquitectónicos de la época de Felipe II. En la imagen La Fuente de La Ermita.




Un agateador común va registrando la corteza de la rama de un fresno, en busca de insectos y larvas para alimentarse. Numerosas especies de pájaros del bosque, conviven a lo largo del año entre sus árboles.




En la zona baja del valle, cerca de La Ermita de La Virgen de Gracia, hay mesas con asientos para que las personas puedan comer en este maravilloso lugar.




Hace muchos años pasaba por aquí la carretera que sube al puerto de La Cruz Verde. Ahora el antiguo trazado forma parte de uno de los interesantes recorridos que podemos hacer.




Las palomas torcaces no faltan durante todo el año. En otoño entran muchos ejemplares procedentes del norte de Europa.




Cerca del recorrido se encuentra la famosa Cueva del Oso, donde invernaba algún ejemplar en tiempos de Felipe II.




En las zonas donde los suelos son profundos y la humedad es más duradera, podemos ver grandes castaños de troncos respetables.




El pico picapinos es el pájaro carpintero más abundante del bosque. En esta época del año anda marcando el territorio y picoteando las abundantes bellotas de los robles.




Desde una zona más elevada, podemos ver la enorme roca llena de gente, donde están esculpidos los asientos en los que se sentaba Felipe II y su arquitecto, Juan de Herrera, para ver las obras del Monasterio de San Lorenzo.




La mañana viene con nubes y el día está siendo muy templado. La luz dentro del bosque es la ideal en esta época...




En muchas zonas se escucha el canto del trepador azul. Va buscando por las ramas de los robles y fresnos, pequeños insectos y sus larvas. Cerca de una fuente, entre castaños y sauces, consigo fotografiar a uno.




El Bosque de La Herrería pertenece al Patrimonio Nacional. Este organismo público es su administrador y el encargado de gestionar este importante espacio natural.




Si habéis visto la película El Bosque Animado, de Jose Luis Cuerda, protagonizada por Alfredo Landa, Tito Valverde, Alejandra Grepi y Miguel Rellán, que sepáis que todas las escenas que se rodaron de noche, se hicieron en este bosque.




Posado en una rama seca cerca del camino, el pequeño petirrojo marca su territorio con su canto y su babero naranja.




En un rincón del valle, el otoño se muestra en todo su esplendor... A través de los colores de las hojas de los tilos, castaños y robles.


jueves, 23 de octubre de 2014

EL VIEJO TEJO DEL BARRANCO.

En ciertos lugares de las montañas del Sistema Central podemos encontrar enormes tejos milenarios, con varios metros de perímetro en sus troncos. La mayoría de estos ejemplares se han salvado del hacha y del fuego, debido a la situación geográfica inaccesible donde se encuentran. Hoy vamos a hacer un recorrido para ver a uno de ellos.




Los mirlos comunes y otros pájaros ponen las notas musicales cuando el día comienza. Son la chispa que da vida al monte.




El día viene nublado. La temperatura en la zona baja del valle es templada. La humedad es total. Hace apenas dos horas que ha dejado de llover.




Comenzamos el recorrido junto a un arroyo de aguas cristalinas. En sus orillas crecen abundantes avellanos, endrinos, fresnos y robles melojos.




Los rayos de sol se cuelan entre las nubes y las ramas de los árboles... Descubren al pinzón común bebiendo las limpias aguas del arroyo.




Ahora pasamos por una mancha fresnos. A estos ejemplares se les desmocha cada diez años para obtener leñas.




En el suelo crecen varias especies de setas. Estas llaman la atención por su color.




Cerca, bajo unos robles melojos, encontramos una seta conocida como amanita pantera (Amanita pantherina) que llega a ser mortal si se consumen varias piezas. Una seta con la que hay que tener mucho cuidado si la manipulamos.




A lo largo del arroyo van saliendo varios ejemplares de zorzal charlo, alirrojo y común, como el que vemos. La mayoría han venido del centro y norte de Europa para pasar el otoño y el invierno.




Donde el suelo es profundo y fértil, crecen abundantes avellanos, algunos con grandes varas. Sus hojas forman un mosaico de luces y colores muy agradable.




Las orillas del arroyo son visitadas continuamente por las lavanderas cascadeñas. En ellas encuentran multitud de insectos.




Es época de moras, de majoleras, de endrinas, de escaramujos. Millones de frutos sabrosos que dan ahora las zarzas, los espinos y los rosales para la fauna y la ganadería que habita en el monte.




Pasamos ahora por una zona de grandes sauces, donde crecen algunos álamos y abundantes espinos blancos.




Por las inmediaciones salen dos jabalíes cubiertos de barro. Han estado guarreando en esta zona, donde se aprecia perfectamente las dos bañas.




Las manchas de robles se empiezan a cubrir de tonos amarillos y ocres. Las luces, el ambiente y los aromas que se respiran por las continuas lluvias, ponen todos esos matices que dan la vida al otoño del monte.




En el cielo aparece un ratonero. Da grandes círculos mientras se eleva... Está marcando su territorio.




Según vamos ganado altura, el monte de robles se va haciendo más espeso y variado en especies forestales. Van apareciendo robles albares, mostajos, serbales de cazadores, acebos, abundantes avellanos y los primeros tejos.




Entrando por el fondo del barranco que excavaron los glaciares en sus épocas, y el arroyo en el tiempo, observamos grandes avellanos, sauces de montaña, acebos y robles albares.




Entre las ramas del sotobosque descubrimos la mirada de un corzo de dos años. Un habitante típico de estos ambientes forestales atlánticos que se dan en El Sistema Central.




Los grandes helechos comunes también ponen sus notas de luz y color bajos las ramas de los robles.




Entre los robles y los sauces van apareciendo pequeños tejos... Ejemplares que bajo su apariencia menuda, pueden tener unos cien años.




Los pequeños pájaros del bosque se desplazan por los árboles y arbustos en busca de alimento. Carboneros comunes y garrapinos, herrerillos comunes, mitos, reyezuelos, agateadores, trepadores azules y curiosos herrerillos capuchinos, como el de la imagen.




En esta zona el fondo del barranco se estrecha mucho, haciéndose difícil su tránsito, debido a las enormes rocas y las paredes que hay.




Una familia de trepadores azules, compuesta por los padres y cuatro pollos, va registrando cortezas, árboles caídos y muertos, musgos y el suelo, en busca de insectos y semillas.




En esta zona del barranco, donde apenas da el sol en esta época del año, la humedad se siente más. Queda reflejada en los variados musgos que cubren las rocas, donde día tras día se van posando las hojas.




El escribano soteño es un habitante típico de estos lugares. Un pájaro de vistosos colores, que es más fácil escucharle que verle.




Metido en una zona de gran pendiente, casi inaccesible, rodeado de robles, avellanos y acebos, donde apenas da el sol unas horas al día, se localiza unos de los tejos más grandes y longevos de la Península Ibérica y de Europa, con más de seis metros de perímetro en la base de su tronco.

Un ejemplar muy viejo, con el tronco retorcido por la edad y las condiciones ambientales de la montaña, con intensas nevadas durante el invierno.

Después de varios años de haberle encontrado... Desde la orilla del arroyo, consigo fotografiarle con la ayuda de un gran angular.

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