lunes, 30 de noviembre de 2015

LOS COLORES DEL OTOÑO EN EL MONTE MEDITERRÁNEO


La selvas mediterráneas originales no eran sólo de encinas, alcornoques o quejigos, tenían una variedad forestal muy diversa. Estaban condicionadas a las situaciones geográficas y climáticas de La Península. Hoy vamos "a ver" a través de ciertos pajares, como era aquella extensa selva en otoño...




El cielo está completamente cubierto. Las lluvias del mes de octubre y de primeros de noviembre, han vuelto a dar vida al monte. El ambiente es templado y húmedo. Muy agradable. Por uno de los pequeños arroyos, todavía seco, me voy hacia uno de los valles que guarda esta sierra baja.




Sobre una roca cubierta de musgos, líquenes y pequeñas herbáceas, veo la hoja de un arce de montpellier (Acer mompessulanus). Es un arce que habita en zonas atlánticas y en zonas mediterráneas, dependiendo de la influencia del clima.




Este año la mayoría de las encinas están cargadas de bellotas. En estas fechas, la mayoría de las encinas ya las han tirado.




En una zona alta de la ladera, me detengo unos instantes junto a una cornicabra con un porte excepcional. Observo el interesante panorama que me ofrece el valle...




Veo una mancha poblada de enebros, sanguinos, arces menores, cornicabras, quejigos, encinas, fresnos y alisos. La variedad de los tonos tienen mucho contraste, a pesar de la poca luz que dejan pasar las nubes.




En la pequeña charca del río veo a un petirrojo bañándose... Para él, lo importante es tener limpias y en buen estado las plumas. Su seguro de vida.




Entre los retoños de unas encinas jóvenes veo setas borrachas (Lepista nuda). Una seta muy llamativa en el monte, por sus colores y su agradable forma, pero con un sabor cargante en la cocina.




Ahora está cayendo un ligero chirimiri agradable... En la umbría del arroyo, donde la humedad se hace más fuerte, las rocas y los troncos de los fresnos y los arces menores, están cubiertos de musgos y líquenes.




En una pequeña poza del arroyo, recargada por las lluvias, observo a una lavandera cascadeña... Va recorriendo la orilla, en busca de insectos y larvas que viven en este medio.




En las grietas de las rocas, entre musgos y líquenes, se asoman los ombligos de venus (Umbilicus rupetris). Una especie que sólo prospera en este medio.




En la ladera de otro valle, localizo otra pequeña mancha mixta, compuesta por encinas, arces menores, cornicabras, enebros de la miera, madroños, quejigos, sanguinos, fresnos, majuelos y alisos. Es una mancha joven, que se ha regenerado de forma natural en los últimos cien años.


Mediado el otoño,  en lo más umbrío y húmedo del monte maduran los frutos del rusco. Una especie tropical, que se quedó en el monte mediterráneo cuando el clima cambió en el cuaternario.




El río, cubierto por grades alisos y fresnos, baja muy tranquilo en estas fechas. En sus orillas se escucha el canto del ruiseñor bastardo y del petirrojo.




Verdes y grandes algas prosperan en las chorreras... Sobre ellas descansan multitud de hojas de aliso.




Una libélula recorre la orilla... Va poniendo sus huevos entre el húmedo musgo.




La panorámica de esta mancha nos muestra las especies forestales que la pueblan. Quejigos, arces menores, cornicabras, enebros de la miera, fresnos, encinas, sanguinos, majuelos... son los principales protagonistas.




Entre las ramas de un rosal silvestre se asoma el pequeño herrerillo común. Para él, el otoño es una época agradable de bonanza, pues en el monte no hace frío y encuentra alimento con facilidad.




En los lugares más recónditos del valle, donde menos llega la luz del sol, entre las rocas prosperan ahora, con las generosas lluvias y la humedad ambiental, los helechos culantrillos menores (Asplenium trichomanes). Un pequeño helecho mediterráneo.




La luz nublada de la tarde envuelve la mancha mixta del monte. Se ha comprobado que en los montes bien conservados, con una variedad forestal originaria, también es más variada la fauna que los habita.




Cuando cae el sol, el erizo inicia su actividad. Ahora recorre su territorio en busca de invertebrados y pequeños vertebrados con los que alimentarse. Hay que coger grasas para invernar y pasar el duro invierno que está por venir.




La luna ya está alta. Su reflejo se ve entre las nubes de la noche.




Después de la noche, el día llega al monte mediterráneo de llanura sobre arenas. La niebla va levantando, empujada por el sol. En el río, las hojas de los sauces, álamos blancos y negros, se encienden cuando la luz del sol las atraviesa.




Sobre el pasto yace la pluma de un azor. Una de las rapaces forestales que habita en el monte.




En la ribera del río observo a un bando de grajillas comunes. Van rebuscando entre las hojas y levantando las pequeñas piedras, capturando los pequeños animalillos que salen.




Aquí la variedad forestal casi es única. Los colores son monótonos. Se ve que la intervención humana en el monte ha sido regular y duradera en el tiempo, hasta conseguir de forma intencionada o por casualidad, que la especie más abundante sea la encina.




La luz limpia y clara del día, nos descubre dos árboles que son poco comunes ahora en el monte. En primer plano vemos a un pequeño fresno. Detrás, vemos a un alcornoque centenario.




Estamos en época de bellotas martinencas para el alcornoque... Un quercus mediterráneo que da fruto en tres periodos, a lo largo del otoño y el invierno.




Los elegantes gamos también ponen su chispa y su punto de color en el otoño del monte mediterráneo. Cuando éste termine, su bonito pelo se habrá vuelto de un tono entre el pardo y el gris oscuro.




La luz cálida del día saca a relucir los variados tonos de los árboles que pueblan la mancha. Encinas, quejigos y enebros. Muy escasos, también se localizan algunos ejemplares de alcornoque, fresno y madroño. En otros tiempos también la poblaron los arces menores, las cornicabras, los labiérnagos... y fueron comunes los robles melojos.




Un pito real macho recorre el tronco de una encina centenaria. Al llegar a una zona muerta, se detiene y picotea con su duro pico la corteza y la madera, buscando insectos.




Los rojos frutos maduros del madroño, contrastan con las flores y las hojas. Es una especie que florece y fructifica a la vez.  Otro árbol de origen tropical que se quedó en el monte mediterráneo.




El otoño mediterráneo es una segunda primavera cargada de recursos para la fauna, llena de luces y de colores, donde las temperaturas templadas se alternan con los días nublados y soleados. Es una época de amores y de camadas para muchos mamíferos. De viajes migratorios para muchas aves. Una estación muy agradable que hay que vivir.




En el cielo vuela el elegante milano real, con una envergadura de casi dos metros. Seguramente ha venido desde el centro o norte de Europa, para pasar el otoño y el invierno en el monte.




En las zonas soleadas salen ahora  los grandes parasoles. Una seta de agradable sabor, que necesita suelos húmedos y sol para desarrollarse.




El otoño se deja sentir más tarde en el monte mediterráneo. Las hojas de los grandes quejigos van madurando entrado el mes de octubre. Van pasando por toda la gama de verdes, amarillos, ocres y naranjas, hasta quedar del color del cuero, casi a finales de diciembre. Después, ya secas, muchas van a permanecer en el árbol hasta la próxima primavera.




Un bando numeroso de rabilargos pasa por la zona... Unos buscan insectos y frutos por los árboles y arbustos, otros por el suelo. Es un córvido con una distribución mundial muy interesante, pues sólo habita en China, Corea, Japón, Portugal y España.




Los rayos del sol de la tarde encienden las hojas de la cornicabra. Parece una antorcha en el claroscuro del monte. Uno de los últimos fogonazos de luz y color del otoño en los montes ibéricos. El frío y el monótono invierno está en camino...


domingo, 22 de noviembre de 2015

EL OTOÑO DEL MACHO MONTÉS





Entrado noviembre, los machos monteses vuelven a las zonas donde habitan las hembras con sus crías. Son tiempo de luchas y de bodas en las altas montañas. De ambientes y espectáculos naturales que merece la pena conocer...


lunes, 16 de noviembre de 2015

LOS CASTAÑARES DEL SUROESTE DE MADRID. OTOÑO



La distribución geográfica que ocupan los montes de castaños autóctonos en el territorio de Madrid, se circunscribe a las laderas de las montañas del Sur-Oeste. Gestionadas por el hombre desde hace más de dos mil años, forman manchas en compañía de otras especies o casi puras.

Vamos hacer un recorrido por estos montes a lo largo del otoño.




La mañana de noviembre llega templada, con una niebla muy húmeda... El canto del mirlo común  y del petirrojo, ponen la banda sonora a estas horas. Las doradas hojas de los chopos negros, contrastan con la masa de castaños.




Desde el tronco de uno de ellos se escuchan pequeños ruidos de un pájaro carpintero. Está picoteando y taladrando la corteza, para encontrar los insectos que habitan en ella.

Después de un buen rato, observando... conseguimos ver al autor. Es el pequeño pico menor. Un habitante de estos bosques, muy escaso en toda La Península Ibérica.




El abandono industrial de estos bosques, está favoreciendo su repoblación natural. Nuevas generaciones de castaños, nacidos de fruto, están ocupando su sitio en el monte. Otras especies forestales, que fueron eliminadas hace siglos por tener menos valor comercial que el castaño, están volviendo.




En el interior del monte la tranquilidad es absoluta. Todo es armonía. El canto de algunos pájaros, el sonido de los arroyos, los grandes troncos de los castaños, sus hojas... La luz.




En el silencio se escuchan movimientos entre las hojas secas del suelo... Es un erizo común, que está buscando insectos para alimentarse. Al acercarnos, se queda inmóvil. Pasados unos minutos, al ver que no hay peligro sigue con su tarea...




En algunas zonas todavía se pueden ver los restos de las antiguas obras públicas, que otras civilizaciones construyeron por el bosque en épocas pasadas.




Numerosas especies de setas se desarrollan ahora con las abundantes lluvias y las temperaturas templadas. Son el principal bioindicador de salud ambiental y climática que tienen los montes ibéricos.




Un verderón común busca semillas entre las raíces de un fresno. Este pájaro cantor es común en estos montes.




Debajo de un enorme castaño, de unos cuatrocientos años de vida, vemos a una persona del pueblo cogiendo castañas.

Hace pocos años, todas las castañas que tiraban los árboles, se recogían y se seleccionaban para su comercialización.




Por el suelo se ven infinidad de erizos, con las castañas en su interior. Ahora estos montes son una inmensa despensa, que van a dar de comer a la fauna durante el otoño, el invierno y el comienzo de la primavera. Las castañas que no sean consumidas, se convertirán en pequeños árboles en primavera.




En la actualidad, Madrid ha puesto en marcha una gestión que favorece a las manchas autóctonas maduras, que fueron degradas en las últimas décadas del pasado siglo. Los incendios intencionados, las talas legales e ilegales y el sobrepastoreo, estuvieron a punto de acabar con esta especie en el centro de España.




En un manantial, donde beben las vacas, observamos a varios pájaros bebiendo y bañándose... Entran carboneros y herrerillos comunes, jilgueros, pinzones, mirlos... Algunos picogordos, como los de la fotografía.




La zona donde se asienta este castañar, es una de las más lluviosas de La Península Ibérica, con medias anuales por encima de los 900 mm. Gracias a estas precipitaciones, los montes de castaños han evolucionado aquí durante el cuaternario.




En otoño proporcionan una cosecha de castañas considerable, y leñas caídas o muertas para calentar las casas durante el invierno.




Los pájaros del bosque, sus pequeños prisioneros, explotan todos los recursos naturales de cada rincón.

El agateador común va registrando al milímetro las cortezas y las pequeños grietas de los troncos de los árboles, buscando crisálidas, insectos y sus puestas.




La ladera en la que se localiza la mancha es muy rocosa, sin apenas suelo donde crezca el pasto para la ganadería. Esta geografía rocosa, fue la que salvó en su día la existencia de este bosque de grandes castaños.




Los majuelos, con las hojas ya doradas, ofrecen sus rojos frutos a toda la comunidad del bosque. Una de las últimas frutas jugosas, con sabor a manzana.




Dos mil años de gestión en un monte natural, dan para mucho. Terminan dejando una influencia humana muy integrada en el paisaje forestal.




Los pájaros carpinteros, habitantes típicos de las masas forestales, también tienen aquí sus hábitats y sus nichos ecológicos. El pico picapinos, el pito real, el pico menor y el torcecuello, explotan distintos nichos ecológicos, se alimentan de formas muy diferentes.




Por esta zona, la mayoría de los castaños son enormes. Tienen troncos que pasan de los cinco metros de perímetro en su base. Junto a uno de ellos, de 7,95 metros de perímetro en la base de su tronco, nos paramos unos instantes para observar el panorama... 




Si la gestión acertada sigue su curso, estas manchas se habrán repoblado de forma natural en los próximos cincuenta años, pues el castaño tiene un poder regenerativo muy considerable, debido a la cantidad de frutos que produce y al clima donde se asienta.




Un grupo de pájaros del bosque pasa buscando alimento, en forma de insectos, semillas, bayas, castañas y bellotas. El carbonero común registra las ramas del sauce, capturando pequeños insectos y larvas.




El panorama de esta zona del valle nos muestra un otoño avanzado. Lúgubre, desafiante, para el que no está acostumbrado a caminar por los montes en esta época del año. La temperatura es templada. La humedad en el ambiente es total.




En la parte alta de la ladera encontramos otro castaño grande, con 7,85 metros de perímetro en la base de su tronco. Su estado es excelente y se le ve muy sano. Junto a él nos paramos unos instantes para ver el panorama del valle... Y ver el camino que vamos a seguir.




El trepador azul ha evolucionado con los montes atlánticos que cubren las montañas de La Península Ibérica desde el cuaternario. Habita en ellos todo el año, incluso los inviernos más crudos. Es un bioindicador de la calidad de las masas forestales atlánticas y de la calidad ambiental de su clima.

En las últimas décadas, como consecuencia de la alteración del clima con ingeniería climática, que produce sequías anuales en los montes y el aumento de las temperaturas por encima de los cuarenta grados, durante la primavera, el verano y el otoño, los montes ya no producen la cantidad de frutos que producían antes de estas alteraciones del clima, y en ellos ya no habitan la variedad y la cantidad de insectos, pues los productos con los que fumigan los cielos para destruir las borrascas atlánticas los exterminan.




En los años sesenta del pasado siglo, el hacha y la motosierra talaron importantes y considerables castaños. Por el monte se ven los grandes tocones de aquellos monumentales árboles, que cubrían las laderas de estas montañas. Este que vemos, tiene 5,60 metros de perímetro.




El otoño hace mágicos a los castaños, los pone en otra dimensión... Sus hojas alargadas aserradas, de tonos verdes, amarillos, ocres, naranjas, rojos, junto con las formas y los tonos  de los troncos, los hacen diferentes.




En nuestros días estos montes están muy considerados por la sociedad. Por sus recursos naturales y por los ambientes culturales-turísticos que ofrecen.




En el arroyo vemos a una paloma torcaz bebiendo. Una de las pocas que se quedan en la zona para invernar, o de las miles que pasan por los puertos en dirección a los montes mediterráneos, donde van a invernar.




La bibliografía histórica y la moderna tecnología, han confirmado que estas manchas de castaños son autóctonas, como los robledales y las fresnedas que los acompañan.




La luz rasante de la tarde se cuela en su interior... Crea otro ambiente, otras formas... Otros colores. Otra forma de ver el bosque.




Las ardillas están muy activas en esta época del año. Se dedican a recoger todos los frutos del bosque que encuentran.




Hay zonas donde la regeneración del monte está muy avanzada. Aquí abundan los castaños jóvenes nacidos de fruto, entre los grandes ejemplares con más de trescientos años de vida.




Estos montes umbríos de densas hojas, no dejan pasar la luz al suelo. En consecuencia,  en ellos no existe el matorral de jaras y brezos, siendo prácticamente imposible los incendios forestales naturales.




Por la orilla del arroyo observamos a la lavandera cascadeña. Sin dejar de mover su larga cola, camina cerca del agua, capturando insectos con movimientos muy rápidos.




Durante varios siglos han producido toneladas de castañas y miles de metros cúbicos de madera para la construcción. Ahora, la gestión debe de ser sostenible, potenciando la ecología del monte, para que vuelvan las especies forestales y faunísticas que desaparecieron.

Su gestión debe de ir encaminada entre la regeneración natural, con todas las especies forestales que evolucionaron con él, el turismo rural-ambiental y la producción de la castaña.




Las antiguas tapias que delimitaban cada parcela del monte se han caído, ya a penas se notan. El paso del tiempo va a poner al monte en su estado original. Por el momento, nos tenemos que conformar con imágenes como esta.




Metido en un rosal silvestre, observamos a un herrerillo capuchino... Va registrando y observando todo con detalle. No se le escapa nada. De vez en cuando se para y captura a un pequeño insecto o a una pequeña larva, que encuentra aferrada a las ramas del rosal.




El día al final se ha definido. En el cielo se han abierto grandes claros, que dejan pasar los agradables rayos del sol.

Con esta panorámica del interior del monte nos vamos. Recordando lo importantes que fueron los castañares en el pasado, por el valor de sus frutos y su madera. Lo importantes que son ahora, por sus valores ambientales, culturales, turístico y económicos.


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