En la evolución y el mantenimiento natural del monte, influyen la situación geográfica, el clima, el tipo de vegetación y la comunidad de fauna que le habita.
Dentro de toda esa comunidad, hay elementos naturales que facilitan la dispersión de semillas por el espacio geográfico, como son el aire y los cursos de agua, o la fauna variada que los cosecha y se alimenta de ellos.
Dentro de la fauna que cosecha frutos y los entierra durante el otoño, para consumirlos en invierno, cuando la comida escasea, encontramos a los ratones de campo, las ardillas, los lirones caretos, las grajillas y los arrendajos. Muchos de estos frutos, por circunstancias, terminan convirtiéndose en pequeños árboles en primavera.
Hay otro grupo mucho más amplio, que está sembrando los montes durante todo el año, según se van produciendo los frutos. Entre los mamíferos encontramos a los zorros, los tejones, las garduñas, las jinetas, los erizos y los corzos. Entre las aves, vamos a citar a los más especializados, los mirlos comunes, los estorninos pintos, los zorzales y algunas currucas. Toda esta comunidad viva, cuando consume los frutos silvestres en una zona, y defeca sus semillas en otra, amplía y mantiene vivas las especies vegetales de un espacio forestal. Se mantiene viva su diversidad genética y recolonizan zonas en el monte, donde desaparecieron por circunstancias no naturales.
En la imagen vemos a un mirlo común alimentándose con los frutos de un majuelo. Donde deposite las semillas que han pasado por su intestino, la próxima primavera nacerán pequeños majuelos.
Al observar la bellota de la fotografía, me viene a la mente la siguiente reflexión... El mundo que nos ha tocado vivir, lleno de gente manipulada y enajenada por una élite sin escrúpulos, han convertido lo razonable, lo normal, lo que forma parte de la tradición cultural de un país, en irrazonable, anormal y carente de cultura. O sea, el mundo al revés. Este mundo al revés no sería posible, si las personas tuvieran personalidad y criterio.
La cultura y las tradiciones culturales que tiene España, arrancan en el neolítico, hace unos cinco mil años. A lo largo de los últimos dos mil años, esa cultura adquirida y aprendida en el medio natural, se ha convertido en tradición cultural: en la forma de construir un pueblo o una ciudad, con los materiales naturales de la zona. En la forma de producir cereales según la geografía del terreno y el clima. En la forma de gestionar el ganado, según el clima y los montes. En la forma de gestionar los montes, para que den los necesario y no se sobreexploten y desaparezcan. En la forma de gestionar los recursos naturales, para que creen riqueza sin ser exterminados con el tiempo. En la forma de vivir, comunicarse, relacionarse, recrearse, manteniendo las relaciones de cordialidad con los pueblos, ciudades, provincias y regiones cercanas, sin confrontaciones.
En un país tan rico y variado en recursos y espacios naturales, es muy difícil que la cultura de medio no se trasmita a sus habitantes.
Hoy, se habla mucho de la alimentación de calidad, sin que el ciudadano enajenado se pare a pensar un instante, que es realmente lo que come o bebe. La mayoría de los productos que consumimos (el 90-99%) están refinados, o les han metido ciertos gases para su maduración o elaboración, o les han quitado ciertos componentes beneficiosos para la salud.
Hoy, en ciertas zonas de planeta, se siembran millones de hectáreas de especies vegetales como la soja transgénica; en zonas donde donde hace tan sólo treinta años había selvas o bosques. Productos vegetales que se comercializan como carne, por su supuesto valor proteínico y energético. Una serie de productos que están arruinando el planeta donde se producen, y están convenciendo al enajenado que esa es o va a ser la alimentación de un futuro cercano, en el que no faltarán los insectos como complemento de esa alimentación. En el año 2022, cuando se supone que todos somos muy listos.
En los últimos cuarenta años, la despoblación del mundo rural y la ingeniería climática, han hecho estragos en los montes. La mayoría de las grandes encinas que producen bellotas, están muy afectadas por la ingeniería climática. Por ese cambio climático artificial que el gobierno quiere imponer, se están muriendo.
Hace unos cuatro mil años, que se sepa, aquellos habitantes de La Península Ibérica ya conocían las propiedades culturales y nutritivas de las bellotas de encina. Conocían las manchas y las encinas que daban las bellotas dulces de calidad. Sabían como resalvear (podar) esas encinas, para que dieran los frutos más grandes y más sabrosos. Pero lo más importante que aprendieron, es que debido a su valor nutritivo y sus propiedades, si recolectaban las suficientes durante el otoño, podían pasar el duro y frío invierno bien alimentados, pues con ellas aprendieron a hacer pan y guisos variados.
Entrado el mes de octubre, al amanecer y a la caída de la tarde, los berridos de los ciervos se escuchan en los montes donde habitan. Durante el celo, los podemos ver en los claros, en las zonas abiertas. Donde guardan un harén de hembras y pelean con los grandes machos por protegerlas y procrear con ellas.
Cada grupo de hembras, sólo está con un ciervo el tiempo que este mantiene el vigor de procrear, después de haber estado copulando con ellas durante días, sin comer. Cuando el vigor y la fuerza para defenderlas se va, las ciervas se van con otro ciervo más poderoso, con el que siguen copulando, hasta que le las va el celo al quedar preñadas. Un cierva puede copular con varios ciervos en pocos días. Con este rito natural, se consigue que todas las ciervas tengan crías la próxima primavera.
En los montes mediterráneos sobre arenas del centro de España, la berrea suele comenzar, llueva o no, en la primera semana de octubre, y suele durar has las últimas semanas de noviembre.
Pasado este periodo del otoño, los ciervos con más de cinco años desaparecen. Durante el día se encaman en el interior del monte y no hay forma de verlos. Sólo al amanecer o a la puesta del sol, es posible verlos en algún claro pastando.
Las especies forestales que forman el monte mediterráneo, han evolucionado en un clima de contrastes, con cuatro estaciones diferenciadas, en cuanto a temperaturas y precipitaciones. La situación geográfica, los suelos y su profundidad, también ha influido en su evolución.
Todos los árboles que dan bellotas en Europa, tienen su origen en la cuenca del mediterráneo. Luego, después de las glaciaciones, en el cuaternario, fueron colonizando el continente según sus necesidades hídricas y geográficas.
Las encinas, los alcornoques, los quejigos y las coscojas se han quedado en aquellas zonas geográficas y climáticas que les favorecen. Junto con enebros de la miera, sabinas albares, perales silvestres y acebuches. Con especies que poblaron aquellas selvas tropicales hace unos sesenta millones de años, que se quedaron y evolucionaron en el interior del monte, como los madroños, las cornicabras, los torviscos y los sanguinos. O con especies más atlánticas, que habitan en las zonas más frescas de los valles, como los robles melojos, los endrinos, los fresnos y los arces.
Todo este conglomerado forestal, que tiene su origen en La Península Ibérica, fue evolucionando durante los últimos sesenta millones años. Con épocas frías, templadas y cálida, en las diferentes zonas geográficas de La Península. Están adaptadas para soportar sin ningún problema, las cuatro estaciones del año. Como dato, todos los quercus mediterráneos fructifican durante el verano y maduran sus frutos en otoño, como consecuencia de las tormentas que caen y las temperaturas regulares.
Con este pequeño apunte, quiero dar a entender, que el verano mediterráneo natural, no es ni tan cálido ni tan seco, como nos cuentan y nos quieren hacer creer en los diferentes medios de comunicación. Los veranos que estamos viviendo en España en los últimos treinta y dos años, con olas de calor que empiezan en marzo y terminan en noviembre, con temperaturas por encima de los 45ºC, son las consecuencias de la manipulación del clima con ingeniería climática.
Entrado el mes de septiembre, los gamos ya han tirado el correaje que cubría las cuernas y las han limpiado con las matas.
Los días se notan, son más cortos. Con las primeras tormentas, los ambientes del monte se van renovando. Bajan las temperaturas, refresca al amanecer y al caer el día, y la luz del sol no molesta. En las zonas más frescas ya ha brotado la hierba.
Durante este mes, todavía se juntan los machos y las hembras con las crías. Van por el monte pastando o se reúnen bajo los grandes árboles para descansar. Según llegue el otoño, de lluvias y de pastos, se adelantara o se atrasará el celo de los gamos. Mientras, es un espectáculo verlos por el monte...
Pasado el veinte de agosto, con las primeras tormentas que refrescan el ambiente, se empiezan a ver por los montes unos pájaros que llaman la atención por su forma de comportarse. En muchas zonas de España se les conoce como los pájaros de verano, pues es ahora cuando se les ve, de forma abundante. Con ellos viene el otoño.
Son los papamoscas cerrojillos, los papamoscas grises y los colirrojos reales. Pequeños pájaros insectívoros, que han criado en los montes caducifolios y en los pinares de todos los sistemas montañosos de La Península Ibérica y de Europa.
El papel ecológico que cumplen, cuando pasan en su viaje migratorio hacia África o Europa, por los montes y los campos ibéricos, es muy importante, pues durante la migración, cada pájaro consume tal cantidad de insectos, que doblan su peso. Si multiplicamos los 13-16 gramos que pesan estas especies, por los dos o tres millones de individuos que pasan por España en primavera y en otoño, nos podemos hacer una idea de la cantidad de insectos que eliminan. Son el mayor insecticida natural y el más eficaz que existe. No cuesta nada y regulan las poblaciones de insectos.
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