domingo, 30 de junio de 2024

EL MONASTERIO DE EL PAULAR. JUNIO DE 2024


En este ambiente natural del valle alto del Río Lozoya, en la frontera donde se funden dos ecosistemas, de robles y pinos albares, cerca del río se localiza El Monasterio de Santa María de El Paular.




Cerca de la orilla de un arroyo escucho los reclamos de una pareja de trepadores azules. Inmóvil, con un poco de paciencia, observo que hacen por la zona.




En la carretera que pasa por el monasterio hacia El Puerto de Los Cotos, se localizan enormes ejemplares de chopos negros cabeceros. Árboles muy longevos, que se podan sabiamente cada ciertos años.




Un pico picapinos va trepando por el tronco del álamo negro, con el pico lleno de insectos y de pelusa de chopo. Al llegar a la entrada del nido, le está esperando uno de los pollos. Saca la cabeza y recoge todo el alimento que le da el padre.




Las aguas cristalinas del río reflejan el agradable ambiente de las orillas. Ahora, los arroyos que bajan por las laderas de las montaña hasta las márgenes del río, se van a convertir el lugares muy frecuentados por la fauna.




Hace tres décadas, los barbos eran mucho más abundantes que ahora. Enormes ejemplares de cerca de un metro, subían por el río por cientos en esta época del año para desovar.




Los saúcos florecen sus blancos y elegantes ramos. Unas flores de agradable sabor, que tienen usos medicinales. En dos meses se transformarán en numerosos frutos negros.




Por la orilla llegamos hasta El Puente del Perdón, localizado en las inmediaciones del monasterio. Por el pasa el camino histórico que viene de Segovia, por el Puerto del Reventón, en dirección al Puerto de La Morcuera, Colmenar Viejo y Madrid.




En sus orillas no faltan las lavanderas cascadeñas, que andan constantemente capturando insectos para alimentar a sus pollos. Estos pájaros de los ríos y los arroyos de montaña, son importantes bioindicadores con el mirlo acuático y la trucha ibérica, de la calidad del agua que bebe Madrid.




El Puente del Perdón está aquí desde el siglo XVII. Es una importante obra civil de la época, que construyó el monasterio para tener comunicadas social y económicamente Segovia y Madrid.

Tiene historia y leyenda. Parece ser, que cuando conducían a los condenados hacia la casa de la horca, localizada unos dos kilómetros hacia el Puerto de Los Cotos, en el mismo puente los monjes intercedían y apelaban por los condenados. Si a alguno se le concedía el perdón, quedaba libre. Si no había una mínima probabilidad, que justificara los actos que le habían condenado, seguían hasta la horca.




En la entrada principal del puente, se localiza uno de los centros de interpretación de la naturaleza del Parque Nacional de La Sierra de Guadarrama.

Aquí es donde nos pueden informar y asesorar a lo largo del todo el año, sobre las zonas que podemos visitar, sobre los usos y la formas que debemos de tener en el medio natural del parque, para disfrutar sin molestar a la fauna y a las demás personas que vienen hasta aquí para evadirse de los ruidos, las molestias y el estrés acumulado durante la semana.




En estos ambientes un poco humanizados, habitan y crían algunas especies de pájaros, que se han acostumbrado a vivir con las personas que los respetan. Trepadores azules, agateadores comunes, carboneros comunes y garrapinos, herrerillos comunes y capuchinos, papamoscas cerrojillos y grises, colirrojos tizones...

En la imagen vemos a un papamoscas cerrojillo macho con insectos en el pico. Observa un instante el panorama... y se lanza tranquilo y confiado hacia el nido, localizado en el viejo nido de un pito real, donde le esperan cuatro o cinco pollos.




A mediados del siglo XIV, el Rey Enrique II de Castilla dicta una real cédula para la construcción de un monasterio cerca de la ermita de Santa María del Poblar, en el municipio de Rascafría. Una zona que el monarca frecuentaba, debido a su afición a la caza, donde la familia real tenia un pabellón de caza desde tiempos de Alfonso X.

El 29 de agosto de 1390, Juan I de Castilla, por disposición testamentaria de su padre Enrique II, dona a la orden cartujana, en la persona de su procurador Lope Martínez, monje de Scala Dei y natural de Segovia, el pabellón de caza y las casas del Poblar.

La Cartuja de Santa María está construida sobre un majadal que no pierde la humedad durante todo el año. Para su construcción se drenaron todos los alrededores de los recintos construidos.

Cuando llegan los primeros monjes desde la Cartuja de Scala Dei, localizada en el El Priorato, en la provincia de Tarragona, observan la zona donde se está construyendo el monasterio. Le dan el nombre final, Santa María de El Paular.

La palabra paular viene del catalán. Un paular es un majadal que se inunda con el deshielo de las nieves o las abundantes lluvias caídas durante el otoño, el invierno y la primavera.




En el monasterio de Santa María de El Paular ocurren varios acontecimientos importantes. De él salen las primeras resmas de papel para la publicación de El Quijote. De el sale el dinero para la construcción de La Cartuja de Granada... Esta Cartuja y la de Talamanca del Jarama, estaban gestionados por los mismos monjes.




El claustro, de estilo Gótico, localizado en la entrada de la capilla de la iglesia, se mantuvo durante unas décadas de forma austera, no por ello sin perder su estilo y su encanto.




En la actualidad, ya saneado, con ventanas y puertas de cristal, su interior se ha convertido en una sala muy agradable, donde se exponen los trabajos de rehabilitación que se han realizado en el monasterio.






En el suelo, entre el claustro y el patio de la entrada de la iglesia, se localizan una serie de mosaicos que han sobrevivido al paso de los siglos. Si nos fijamos bien, están realizados con huesos.




Por estos patios y pasillos ha corrido una parte de la historia de España. Aquí se han rodado secuencias de numerosas películas y series. En el recuerdo, la película Alatristre o la serie Isabel I de Castilla.




Las golondrinas comunes forman parte de la vida del monasterio. Ponen ese punto natural en las construcciones culturales históricas.




En la entrada principal de la iglesia podemos ver una parte del estilo y los tipos de piedra con los que se construyó el monasterio. Granito y caliza.




Imagen de San Bruno y sus discípulos, localizada en el recibidor principal de la entrada de la iglesia y de otras dependencias del monasterio.




Panorámica principal de la iglesia. En el centro del retablo vemos la imagen de La Virgen de El Paular. En lo más alto, la imagen de Cristo Rey crucificado.

El retablo es del siglo XV. De Estilo Castellano, realizado en alabastro.

La sillería del coro es de nogal, de estilo gótico, del siglo XV.




En la zona principal del refectorio, se localiza el cuadro de La Última Cena y un relieve policromado de La Crucifixión.

En estas dependencias comen y cenan los monjes que viven en el monasterio.




Estamos en La Sala Capitular... Para visitar la mayor parte de las dependencias históricas y maravillosas que tiene el monasterio, hay que apuntarse a las visitas guiadas que hacen los monjes. Los que guardan y gestiona el monasterio. Los que saben realmente que hay en él.




En el año 2011 vuelve al monasterio casi toda la colección de cuadros que pintó Vicente Carducho, entre 1626 y 1632, por encargo del prior del monasterio.

La colección la podemos ver en claustro principal, de estilo gótico flamígero.




En el centro del jardín del claustro principal, se localiza un pequeño templo octagonal, con una fuente en su interior y dos relojes de sol en una de su fachada.




Hoy, las antiguas celdas o aposentos donde descansaban los monjes, se han convertido en una sala de exposiciones de diferentes disciplinas creativas artísticas.

En la imagen vemos la exposición pictórica, Montañas Pintadas, que recrea lugares de La Sierra de Guadarrama.




Alrededor del monasterio se localizan prados de siega, que están constantemente regados por las aguas que drenan las altas montañas. Aquí el pasto está verde durante todo el año.




En las zonas calcáreas del valle, desde el monasterio hasta el término de Lozoya, se localiza el geranio de El Paular (Erodium paularense). Una especie única en el mundo que sólo habita aquí.




En las iglesias, las altas construcciones civiles, los postes, los álamos y los fresnos del valle, construyen sus grandes nidos las cigüeñas comunes. Debido a clima de la zona, su población se mantiene, no aumenta.




La Montaña de Peñalara, de 2428 metros de altitud, es el techo de La Sierra de Guadarrama. Está poblada desde su base por un extenso monte de pinos silvestres, donde abundan los grandes y viejos tejos, los abedules, los robles albares, los servales de cazadores, los acebos...




Los abundantes helechos comunes, con un tamaño en torno al metro cuarenta, tapizan los suelos del monte. Crean otro microclima más fresco y mas húmedo por debajo de su nivel, en el interior del monte. Donde los insectos pueden realizar su ciclo biológico, las aves pueden seguir criando, los mamíferos encuentran lugares más frescos donde sestear durante el cálido día, y el monte apenas pierde esa humedad que le mantiene vivo y fuerte.




Sobre el sustrato vegetal del suelo descubrimos una parte del ala de la ninfa de estos montes, la mariposa isabelina (Graellsia isabellae). Una mariposa nocturna muy difícil de ver, debido a sus hábitos y la época del año que vuela, entre mayo y junio.




El extenso pinar de pinos silvestres, en el que no faltan los esbeltos abedules de blancos troncos, las manchas de acebos, los viejos tejos, los hermosos robles albares, los rodales de álamos blancos y otros, cubre la cabecera del valle y las zonas altas de las montañas, comunicándose con los extensos pinares de Navafría, Valsaín, El Espinar y San Rafael, por el puerto de Los Cotos.




Sobre los altos pinos, con alturas que superan los treinta metros, construyen los nidos los buitres negros o buitres monjes, como se les sigue llamando por la zona.

Una colonia extensa habita y cría en las dos vertientes de La Sierra de Guadarrama. Ha evolucionado y se ha adaptado a un clima y a un ecosistema muy duro en el último millón de años.

El buitre negro ha sabido adaptarse a esta zona montañosa boreal, aprovechando el clima benigno del final de la primavera, el verano y el comienzo del otoño. Complementándola con las zonas atlánticas y mediterráneas del valle y la meseta castellana, donde habita una parte del año y no le faltan animales muertos.

La fauna evoluciona y se adapta a los ecosistemas que le proporcionan recursos ambientales y alimenticios durante todo el año o una parte de él.


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domingo, 23 de junio de 2024

EL COMIENZO DEL VERANO EN LOS MONTES ATLÁNTICOS


Desde la horquilla alta de un roble albar, el águila calzada controla una zona del territorio. Cerca se encuentra el nido, donde está su pareja al cuidado de los pollos, que han nacido hace unos días.

El águila calzada es forestal, construye sus nidos en los árboles. Depende del monte para vivir y para cazar.

Cuando los montes atlánticos se han cubierto de hojas, el verano ya ha llegado a las montañas ibéricas. La floración de los lirios, la maduración de las cerezas y las fresas silvestres, son bioindicadores que no fallan.




El panorama que muestra la mancha de robles albares y melojos es significativo, con árboles de todas las edades y arbustos variados.

Nos da una idea del aspecto que puede llegar a tener dentro de cinco siglos, cuando vuelva a ser aquella mancha forestal de grandes robles de cuarenta metros de altura, con troncos de cinco metros de perímetro.

Lo más parecido a un monte atlántico original, en el que la fauna va a tener más recursos para alimentarse y más agujeros naturales en los que ocultarse, protegerse o criar.




En estas manchas de robles regularmente gestionadas, habita uno de esos pequeños duendes, que sale a volar por el monte en esta época del año, cuando el sol se está poniendo.

Después de unos cinco años de metamorfosis en el interior de un tronco o las raíces de un roble carcomido, salen al mundo los ciervos volantes.




Ahora, las hojas de los grandes robles y otros árboles, van a crear un microclima en el interior del monte que va a regular la temperatura y la humedad. Van hacer posible que la vida siga. Que los insectos y las aves insectívoras completen sus ciclos reproductivos.




En las manchas donde la gestión forestal ha sido irracional y perjudicial. Donde se ha dejado de cortar el monte a matarrasa cada veinte o treinta años, los chaparros que hay ahora, no tienen agujeros naturales donde pueda criar la fauna.

En estas manchas se colocan casetas anidaderas de madera, para que las aves insectívoras se queden en la zona y críen. Asentando y manteniendo las poblaciones de estos pájaros tan beneficiosos para el medio natural.

En la imagen vemos a una pareja de papamoscas cerrojillos, que están criando en la caseta. El macho es el que está posado. La que va a entrar al nido es la hembra.




Los grandes farallones que sobresalen en el monte, son los lugares donde habitan y crían muchas especies de nuestra fauna. Aquí encuentran refugio y defensa ante el tiempo meteorológico y los enemigos naturales.




En el nido de la pareja de águilas reales, en esta ocasión vemos al padre, que ha entrado con un conejo. Si nos fijamos un poco, veremos que los dos pollos son dos hermosas hembras, si las comparamos con el tamaño del padre.

En un mes, mas o menos, saltarán del nido para vivir su vida. El destino sabe que episodios van a vivir en los próximos cincuenta años.




Los pequeños robles nacen de aquellas bellotas que no se comieron los jabalíes, ni el corzo, ni los ratones, ni el arrendajo, ni la ganadería.

Son el futuro del monte. La renovación natural que necesitan todos los espacios forestales, para que el flujo de su vida sea constante y diverso.




Las grandes rocas inaccesibles para los lobos y los zorros, son fundamentales para que las cabras monteses se establezcan en las laderas pobladas de monte.

En esta ocasión, sobre una enorme roca, vemos a dos cabras monteses con sus pequeños chivos.




En ciertos valles del Sistema Central, donde la gestión forestal no fue destructiva hasta el final, podemos disfrutar de la presencia de grandes hayas. Donde no faltan los tejos, los acebos, los robles albares, los sauces de montaña, los endrinos... Una parte de la comunidad forestal que conforma el monte atlántico.




En la entrada del viejo nido construido por un pito real hace años, está criando este año una pareja de trepadores azules. Han estrechado la entrada con barro, para que ningún depredador pueda depredar el nido.




Como dos hojas volantes, vemos a la mariposa limonera libando la flor de un trébol en el claro del monte.




En el arroyo, el pequeño zarcero común se está dando un acrobático baño desde el sarmiento de la zarza. Sin soltar el sarmiento, se zambulle ligeramente en el agua y agita las plumas.




Las grandes manchas de hayas que poblaron los valles más húmedos y templados del Sistema Central, desde La Sierra de La Peña de Francia hasta la Sierra de Ayllón, apenas son un recuerdo de lo que fueron. Sin contar con las que han desaparecido totalmente en el último siglo.

La panorámica que vemos, corresponde a una de las pequeñas manchas que sobrevive en la cabecera del Río Jarama, donde hace tan sólo siglo y medio, se localizaba unos de los hayedos más grandes de La Península Ibérica.




Numerosos zorzales charlos y otros pájaros, entran continuamente a los cerezos para consumir sus deliciosos frutos, con los que alimentan a sus pollos.




Por estas fechas, los cerezos silvestres ofrecen a la fauna y a todo el que lo desee, sus abundantes frutos maduros. Dulces y jugosos.




El lagarto verdinegro es un endemismo ibérico, que habita ciertas zonas montañosas de La Península Ibérica del oeste, centro y norte, donde se asienta el monte atlántico.

En la imagen vemos a una hembra, que ya va perdiendo los colores del celo.




Un piso más arriba que el hayedo, donde las lluvias son más abundantes y las temperaturas más frescas, van apareciendo las manchas de abedules. Donde abundan los acebos, los avellanos, los robles albares, los mostajos...




En estos montes templados fragosos, donde las sombras y los claroscuros lo ocultan o disimulan casi todo, habita el pequeño agateador común. Un pájaro que hace su nido debajo de la corteza de los viejos árboles.




La luz de la mañana se refleja sobre el helecho común. Donde ha dejado una elegante y misteriosa pista de su existencia en el monte, el arrendajo común.




Ahora la vida no se detiene un instante para el carbonero garrapinos. No puede. Tiene que alimentar a siete o diez pequeños carboneros, que le esperan con mucha hambre en el interior del nido, localizado en una tapia.




Las lluvias y los hielos que se van fundiendo en las altas montañas, mantienen con regularidad hasta entrado el mes de agosto, los caudales de los arroyos que corren por el monte.




En las chorreras y en las pozas no faltan los mirlos acuáticos durante todo el año, incluso durante el crudo invierno, mientras no se hielen.




La floración de los lirios comunes marcan el final de la primavera y el comienzo del verano en los montes atlánticos.




En el pequeño claro del arroyo, observamos a la hembra de petirrojo con insectos en el pico. Está inmóvil. Sólo mueve un poco la cabeza y los ojos. Cuando entiende que no hay peligro, se lanza hacia una zona rocosa, donde tiene el nido en una pequeña oquedad, ocupada por cuatro pollos a medio emplumar.


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