La canícula del atardecer enciende el cielo de naranja. Ahora se empieza a mover un poco la brisa. Por el cielo vuelan muchos vencejos comunes...
Antes de que el sol desparezca por el horizonte, muchos seres vivos ya han salido de sus refugios, que les han protegido durante el día de las altas temperaturas. Se disponen a buscar alimento, a vivir...
Entre las hojarascas de una encina y el pasto seco, veo a un buen escorpión. Al notar mi presencia se queda quieto, y se pone en aptitud defensiva. Dispuesto a utilizar su aguijón si es necesario. Durante unos instantes le observo y le fotografío.
El sol ya ha desaparecido. En el fondo del valle la temperatura es más fresca. En lo alto de una peña se ve la silueta del búho real... Un corzo rompe a ladrar al sentir mi presencia.... A cierta distancia se cruza un zorro...
Son los instantes mágicos del monte mediterráneo... Lo malo es que duran poco.
Las primeras luces del día entran tímidamente en la charca. En la orilla, un caballo pasta la verde hierba. Le acompaña una garcilla bueyera, que va capturando todos los pequeños seres vivos que se levantan a su paso.
Las verdes encinas contrastan con los pastos secos. Es una imagen muy interesante, pues estamos viendo un mundo artificial, muerto y acabado, representado por los pastos. Y un mundo natural con mucha vida, que está generando los nuevos frutos para perpetuarse. Que curioso, la encina genera el fruto cuando las situaciones ambientales le son más adversas.
Un conejo de monte deja de pastar al sentir mi presencia... Es el ser vivo mejor adaptado y más importante de la pirámide ecológica del monte mediterráneo.
En las zonas donde el pasto verde no desaparece durante el verano, el conejo sigue criando. Aquí podemos encontrar gazapos durante todo el año.
Esta mancha esta compuesta por encinas y enebros, dos de las especies mejores adaptadas a los climas austeros. La encina está adaptada para evolucionar mejor en un clima algo más húmedo y templado, y el enebro está adaptado para evolucionar en un clima algo más seco y frío. Por otra parte, existe una simbiosis muy estrecha entre ambos, pues se ayudan para vivir y colonizar las zonas.
Medio oculta por las ramas verdes de un enebro de la miera, el águila culebrera observa el panorama desde su nido, en compañía de su pollo.
Esta gran águila, es una de las especies mejor adaptada al seco y cálido verano mediterráneo. Se reproduce cuando sus presas están más activas y es más fácil verlas para ella. Se alimenta principalmente de culebras y lagartos.
Esta gran águila, es una de las especies mejor adaptada al seco y cálido verano mediterráneo. Se reproduce cuando sus presas están más activas y es más fácil verlas para ella. Se alimenta principalmente de culebras y lagartos.
Es la una de la tarde. El sol cae a plomo en la ladera del monte y la luz es cegadora y molesta. La temperatura al sol es de 41ºC y la humedad ambiental no existe. El pasto y el suelo del monte casi queman.
Durante casi tres meses, el monte mediterráneo de Madrid soporta esta climatología tan adversa, sólo contrarrestada si se producen tormentas. Si a esto le unimos la contaminación atmosférica que produce Madrid y su área metropolitana, y las sequías que venimos padeciendo en los últimos veinte años... Es sorprendente que este ecosistema tan importante siga latiendo.
Las fuentes y manantiales que sobreviven a la sequía del verano, son los puntos de vida más importantes para que la fauna siga habitando estos bosques. Ciertas especies puedan criar, emigrar por aquí y no pierdan sus últimos refugios, donde han conseguido sobrevivir a la extinción.
En la fotografía vemos a una tórtola común en un manantial. Esta especie se alimenta principalmente de granos secos, por lo que tiene que beber abundante agua varias veces al día. Por otra parte, cuando está criando a los pollos los alimenta con una especie de "leche", que produce en su buche con agua y cereales.
Si las fuentes y manantiales se secan, la tórtola y ciertas especies terminan desapareciendo de la mancha.
Los árboles que componen el monte mediterráneo, se han adaptado a estas condiciones extremas. Los fresnos se deshacen de la mayoría de sus hojas. Los alcornoques pierden muchas hojas y tienen una corteza que les aísla del calor y la deshidratación. Las encinas y quejigos segregan una especie de resina en sus hojas, que les va a proteger de la deshidratación. Las coscojas y enebros tienen hojas pequeñas que también protegen. Las jaras pringosas se deshacen del 90% de sus hojas y producen láudano, una especie de resina muy olorosa que las protege.
Son especies que han evolucionado durante miles de años, adaptándose a los cambios climáticos naturales.
La encina es el árbol mejor adaptado a este clima y que mejor protege a los seres vivos que viven con ella. Cuando el sol calienta a más de cuarenta grados, la situación es insoportable, pero si te metes debajo de una encina centenaria la vida es más agradable.
En la fotografía vemos a la hembra del águila calzada junto a su pollo. Esta pareja cría en una mancha de una sierra baja de Madrid orientada al saliente. Para evitar las altas temperaturas y tener más frescos a los pollos, hace los nidos en las horquillas bajas de las grandes encinas. Ha buscado el microclima viable, donde puede vivir y sacar adelante a su descendencia.
Hace un mes el arroyo estaba verde. Cantaba y regalaba la vida por donde pasaba... Ahora todo está en silencio, lo que antes fue un cauce fluvial con agua, ahora es un microdesierto pedregoso y arenoso. los pájaros han criado y se han ido a otras zonas más benignas. Los anfibios y culebras de collar están estivando. Están pasando el letargo del verano bajo tierra húmeda o entre alguna grieta con humedad. La fauna, igual inverna para no morir de hambre durante el crudo invierno, estiva para no morir de sed durante el tórrido verano.
Por ahora, en la mayoría de los arroyos medran algunos manantiales, que mantienen verdes pequeñas zonas alrededor de ellos. Estos manantiales son auténticos oasis, dentro del desierto verde en el que se convierte el monte durante tres meses.
En la fotografía vemos a un verderón macho junto a su pariente, el pequeño verdecillo. Los dos son abundantes en los montes mediterráneos de Madrid.
Los frutos de ciertos arbustos y pequeños árboles, maduran a lo largo del verano. Ofreciendo un alimento muy importante a la fauna.
En la fotografía vemos los frutos rojos y carnosos de la madreselva mediterránea. Estos frutos son venenosos para unas especies, y beneficiosos para otras.
El verano tiene activos a los reptiles durante todas las horas del día. Para ellos es la mejor época del año. Cuando más calienta el sol dejan sus guaridas y salen por el monte, registrando todos los agujeros que conocen o se encuentran.
En la fotografía vemos a una culebra bastarda de más de dos metros de longitud, saliendo de un nido de abejaruco. Los abejarucos al verla salir se fueron detrás de ella...
La situación ambiental y climática del monte mediterráneo original, nunca la podremos conocer realmente, pues los montes que hoy vemos son islas de ciertas dimensiones, en las que el ser humano ha interactuado. En consecuencia, están muy influidos climáticamente por un ecosistema artificial que los rodea.
En la fotografía vemos a un importante enebro de la miera, en una mancha sobre arenas del centro de Madrid.
En el mes de julio los gamos ya han terminado de desarrollar la cornamenta. Ahora tiene vida y está recubierta de terciopelo verdoso. Cuando acabe el verano, será completamente de hueso y estará preparada para pelear por las hembras. Toda esa tranquilidad que tiene el gamo en verano; que no se deja ver y que parece que se le ha tragado el monte, se va a transformar con la llegada del otoño...
En la fotografía vemos a un gamo de unos cuatro años, con la cornamenta ya desarrollada.