google-site-verification=W4JiPUkp_G2kZZVS-o62liN40WEVgPWgCCloRv-xIdc la luz del monte: diciembre 2017

sábado, 16 de diciembre de 2017

EL TEJO MILENARIO DEL VALLE DE LA ANGOSTURA


En el valle alto del Río Lozoya, en La Sierra de Guadarrama, se localizan importantes masas forestales de robles y de pinos silvestres. En ellas habitan algunos de los tejos con más vida de todo en continente europeo. Hoy vamos a ver uno legendario...




La mañana llega entre claros y nubes. Con una ligera brisa muy fría, que baja desde las altas montañas. Desde un punto destacado de la ladera del valle, nos metemos en el bosque de pinos silvestres.




Subiendo por la orilla del Río Lozoya, nos encontramos con un puente muy antiguo... Le construyeron los romanos hace más de dos mil años.




En las chorreras, entre las piedras del río, vemos a un mirlo acuático buscando invertebrados. De vez en cuando se sumerge, y sale con un insecto lacustre en el pico.




Algunos arroyos sobreviven a la dura sequía que está castigando al centro de la península. Por ellos fluye un agua cristalina muy fina y muy fría.



En ciertos tramos, se desarrollan pequeños bosquetes de sauces de montaña. Unos árboles que dan una corteza que quita el dolor de cabeza.




Entre los sauces pasa una familia de mitos. Formada por los padres y nueve pollos, nacidos la primavera pasada. Van registrando las ramas al milímetro, buscando pequeños insectos, larvas y huevos de mariposa.




En las vallejadas de las laderas, entre los grandes pinos silvestres, van apareciendo considerables ejemplares de respetables troncos y alturas...




En la orilla de un arroyo aparece el primer tejo. Es un ejemplar joven, de unos doscientos años de vida.




Cerca, pasa un bando de pájaros del bosque. Formado por herrerillos capuchinos, carboneros garrapinos y comunes, y trepadores azules. Un herrerillo capuchino recorre la rama seca de un pino y se acerca hasta el agua. Bebe y se marcha con sus compañeros...




En los últimos cien años, estos pinares han tenido una gestión económica moderada y bastante racional. Compaginando la producción de maderas, con el desarrollo ecológico del pinar.




Hoy, la mayoría de los tejos que vemos dispersos por estos pinares, nos cuentan con su presencia... Que este árbol debió de ser abundante en un pasado reciente.




El pico picapinos, nacido la primavera pasada, descansa y toma el sol que entra entre las ramas de los pinos. De vez en cuando, picotea la corteza del sauce.




...Una mirada sube desde el suelo por los grandes pinos...




Los rayos también dejan sus huellas en el bosque... El tiempo, los insectos y los pájaros carpinteros... terminarán borrándolas.





En el cielo, a considerable altura, se recorta la silueta de un buitre negro joven, nacido la primavera pasada en el pinar.



En nuestros días, los tejos no son tan abundantes como lo fueron hace un siglo, o dos. Las causas hay que buscarlas en la gestión forestal, en los gestores. Una gestión que sólo veía beneficio en los pinos. Permitiendo la tala de los viejos árboles no maderables, para leñas. Los pastores y vaqueros del valle, para calentarse en el monte en los días fríos del año, tenían permiso para quemar los viejos tejos centenarios. Este tipo de actos, ha estado permitido y consentido hasta los años sesenta del pasado siglo.




En nuestros días, afortunadamente, la forma de gestionar los pinares naturales está cambiando para mejor. Se está realizando una producción más natural y menos costosa. Ya no se talan los árboles viejos; se respetan las especies forestales no maderables; se mantienen en el bosque los árboles que abatió el rayo o el ciclo de la vida... Se fomenta el bosque natural productor, y el retorno de la fauna que extinguió la gestión errónea.




Cada pájaro del bosque tiene un nicho ecológico. Unos encuentran los insectos entre las hojas, otros en las ramas, otros en los huecos... El agateador común, encuentra su alimento entre las cortezas de los troncos y las grandes ramas.




Las últimas hojas del otoño brillan en las aguas cristalinas del arroyo. Pronto, el manto blanco del invierno las cubrirá.




Sobre el lecho de un arroyo, duerme la amarga noche un tejo milenario. Este monumental ser vivo, con cultura y leyenda, se taló hace muchos años... Porque no era maderable, porque no tenía rendimiento económico... Porque para el gestor no servía para nada. Hasta ahí llegaba su cultura, su mentalidad y sus años de estudios.




Cerca... Metido entre las varas de un sauce, la vida sigue latiendo en el pecho del alegre petirrojo.




Los árboles juegan con la luz del sol... Forman claroscuros de luces y colores... De imágenes y sombras...




Ahora, por esta zona, pasa un numeroso y variado bando de carboneros comunes y garrapinos, herrerillos capuchinos y comunes, agateadores comunes, reyezuelos, trepadores azules, mitos, algún pico picapinos y arrendajo. Lo van registrando todo... Cualquier alimento les viene bien para afrontar el día.




El carbonero común se deja caer de un pino y registra una roca cubierta de hojas y musgos... Después se mete en un montón de ramas muertas...




Los grandes pinos, de varios siglos de edad, muestran en sus formas las grandes nevadas que han soportado, durante los crudos inviernos que castigaban al Sistema Central. Estos importantes y considerables ejemplares, con estas formas, no son comerciales para el aserradero, por ello, van a seguir en el monte varios siglos más...




Las manchas de tejos, puras o mezcladas con otras especies, como acebos, debieron de ser muy comunes en los pinares del Sistema Central.




Por los árboles del arroyo va una familia de trepadores azules... Unos registran las cortezas de las ramas grandes de los árboles, y otros, los troncos. Empezando siempre de arriba hacia abajo.




En las cotas altas, por encima de los 1600 metros de altitud, los viejos tejos que habitan en las morrenas glaciares, tienen unas formas muy características... Debido a las grandes nevadas que han soportado en los últimos quinientos inviernos.
Cerca de éste, hay ejemplares más longevos, con edades que superan los 2000 años, pero ya no están de pie. Las grandes nevadas los abatieron hace muchas décadas... Pero siguen vivos.




En estas grandes pedreras intransitables, que formaron los glaciares hace miles de años, se localizan entre los grandes pinos silvestres, pequeñas manchas de tejos con enormes y longevos ejemplares...




En este ambiente, el gavilán tiene su territorio durante todo el año. Sólo baja al valle cuando la ventisca aulla.




Agarrado a las grandes piedras que dejó el glaciar, habita uno de los tejos con más vida de todo el continente europeo. Un árbol al que se le estima una edad superior a los 2000 años, con un perímetro en la base de su tronco de 14 metros.
Un ser vivo que nos mira... Que sintetiza toda la gestión forestal, acertada y errónea, que se ha hecho en el valle en los últimos mil años.

Observando a este considerable e irrepetible ser vivo, me despido por este año. Que 2018 traiga  la sensatez y la luz a quien la necesita. Y a los que seguimos viviendo, que no nos falten las ganas ni nos fallen las fuerzas... Hasta el año que viene.