google-site-verification=W4JiPUkp_G2kZZVS-o62liN40WEVgPWgCCloRv-xIdc la luz del monte: mayo 2024

jueves, 16 de mayo de 2024

10 DE MAYO. DEHESAS DEL CERRO DE SAN PEDRO

 

La mañana es fresca, muy agradable. Se siente la humedad ambiental y los variados aromas que desprenden las diferentes especies forestales.

El canto de los pájaros es variado, a pesar de los pocos que se ven. Las currucas, los cuco, los pinzones comunes, el canto de fondo de un mirlo común o de un zorzal charlo, una perdiz...

En la copa de un enebro de la miera monta la guardia el alcaudón común. Cerca, en un rosal silvestre se encuentra la hembra en el nido.

Está inmóvil, atento a todo. A los posibles enemigos o a las variadas presas que le pueden interesar. Desde un escarabajo, un saltamontes, un ratón o una lagartija.




El Cerro de San Pedro es una montaña de 1425 metros de altitud, formada principalmente por gneis. En la que no faltan el granito, el pórfido, el cuarzo, las calizas cretácicas y otros tipos de minerales.

Hoy, después de quinientos años de gestión, más acertada o más abusiva, según las circunstancias vividas en cada época, en toda su geografía, según su orientación, la vegetación es rica y variada en especies mediterráneas, donde no faltan algunas atlánticas.




Un corzo de buena cornamenta pasta en una zona aclarada, entre encinas, enebros, cornicabras y fresnos. Se mueve como un pequeño duende, sin hacer nada de ruido. De vez en cuando deja de pastar, levanta la cabeza y coge vientos.




El fondo de los valles por los que discurren los numerosos arroyos que nacen en la montaña, están poblados por fresnos, sauces, quejigos, zarzas y espinos blancos. Aquí el ambiente es más fresco y agradable durante la primavera, y los pastos dura más.




La abubilla, esa ave de llamativo plumaje, marca su territorio de cría con su monótono y conocido canto. En en la encina o en una de al lado, se encuentra la hembra encubando la puesta.




Dice el refrán, que mayo entrado, un jardín en cada prado.

A pesar de las nulas precipitaciones que hemos tenido durante el mes de abril y lo que va de este, el monte todavía se mantiene verde, aunque ya hay algunas zonas que se están empezando a secar.

Los arroyos, según los tramos, todavía mantienen un mínimo caudal, en el que la vegetación lacustre de ranúnculos en flor y otros vegetales sobreviven.




En las pequeñas pozas que se mantienen todavía, a pesar de la sequía, siguen su ciclo los renacuajos de las variadas especies de sapos y de ranas que habitan en los cursos fluviales.

Si las pozas se mantienen con agua hasta el final de su ciclo de madurez, todos estos renacuajos se convertirán en sapos o ranas. Si las lluvias no caen como deben y siguen alterando el clima para que castigue la sequía, la generación de este año se perderá.




Inmóviles, ocultas entre los ranúnculos, las ranas verdes toman el sol y cazan los pequeños insectos voladores que se acercan al arroyo. Sólo se las ve cuando se mueven.




Dentro de las variadas especies forestales que pueblan las laderas y los valles del Cerro de San Pedro, podemos encontrar zonas donde las sabinas albares fueron más abundantes en el pasado. Manchas donde predominan los quejigos, los arces de montpellier, las cornicabras y los fresnos. Los puntos donde habitan los dos últimos madroños de esta zona. Robles melojos, sanguinos, perales silvestres, serbales de cazadores... El único árbol que no vamos a encontrar es el alcornoque.




En la horquilla alta de la encina tiene el nido la familia de ratoneros. Uno de los padres ha entrado al nido con un topillo para alimentar a los pollos.

Durante la media hora que estuve observado el nido, entraron la madre y el padre cinco veces. Con tres topillos, un lagarto ocelado y una culebra de escalera pequeña.




En las zonas que se dan unas precipitaciones más altas e incide menos el sol, los suelos son más profundos o se localizan acuíferos de fisuras en las rocas subterráneas, podemos encontrar grandes ejemplares de robles melojos.




El pito real es el único componente de toda la familia de los pájaros carpinteros ibéricos, que está cubierto por un plumaje de tonos verdes muy variados. El que vemos en la imagen es macho, tiene la bigotera roja.




Multitud de especies florecen ahora en los calveros, los prados y el monte bajo. Las matas de altramuces silvestres están en plena floración.



Varias especies de orquídeas, como la flor de araña (Ophrysgr. Sphegodes) están terminando de florecer.



Las jaras pringosas, comunes y estepas, llenan el monte bajo de grandes flores blancas que atraen a multitud de insectos.



Las dedaleras comunes ponen su nota alegre y elegante en todas las áreas del monte donde hay rocas.




Las zonas altas, donde descargan el agua los acuíferos someros, tienen un contraste variado de especies forestales. Aquí el verano llega más tarde y pega menos.




Las grandes rocas que sobresalen en la ladera, forman parte de los posaderos naturales de los buitres negros y leonados que habitan en la zona. Aquí descansan, toman el sol en invierno, duermen en verano y controlan lo que ocurre cerca.




Mayo es el mes de la vida. La mayoría de las especies forestales están en flor. La fauna, si no está en plena reproducción, está empezando. El clima, el ambiente, los recursos naturales, hacen posible que la vida se propague.




Las tórtolas comunes llegaron de África a mediados de marzo. Este año se ven o se escuchan muy pocas por el monte.

Sus continuos arrullos, en las zonas donde abundan los rosales silvestres y las zarzas, delatan la presencia de las parejas.




Algunas laderas de la sierra mantienen la mayoría de las especies forestales originarias. Faltan los madroños, los labiérnagos y alguna más, que han desaparecido en los últimos doscientos años, como consecuencia de las gestiones forestales a las que han sido sometidas

Hace siete siglos, en estos montes cazaron osos y grandes jabalíes los Reyes Alfonso X y Alfonso XI con sus monteros.




A cierta distancia, en la copa de un enebro observamos a un águila imperial ibérica que ha llegado con un conejo.




Hoy, unos doscientos años después de que dejaran de subir aquellos rebaños de miles de ovejas a los pastos comunales, todavía podemos encontrar por los montes las antiguas casetas de piedra, donde dormían los pastores en los meses de junio a septiembre.




Posada en una roca rodeada de herbáceas y de matas, observamos a una totovía. Una alondra que vive en los montes, de hábitos muy discretos.




La geografía, las condiciones ambientales, la forma natural o intervenida que tienen los árboles, su situación en el espacio del monte, los arbustos que existen o predominan. Nos cuentan sin hablar, como ha sido o es la gestión de monte. Si ha sido abusiva, moderada o acertada.




Por la mayoría de los arroyos por los que paso, observo una o varias parejas de abejarucos, que se han asentado en esas zonas para criar. Otra especie de llamativas formas y colores, que vuelve a los montes donde nació.

Están de bodas. Entre cortejos y regalos a la pareja, se van sucediendo las cópulas y se va realizando la construcción del túnel del nido.




Los grandes fresnos centenarios nos indican que estamos en el fondo de un valle por el que discurre un arroyo. Donde los acuíferos someros de las dos laderas descargan y mantienen húmedo el suelo hasta bien entrado el verano. En estas zonas habita y cría una variedad de pájaros insectívoros muy considerable.




Echada en el nido, la hembra de azor de cuatro años, con los ojos rojos como rubíes, no deja de observarme.

Si el destino la respeta, al año siguiente cuando la volvamos a ver sobre el nido, tendrá los ojos tan rojos como la sangre. Se habrá convertido en la rapaz forestal más perfecta de la zona, capaz de batirse con los búhos reales, de matar una liebre, un milano real o un azor más joven.




En la zona media de la ladera del valle, donde rompe un acuífero somero, medra un rodal de grandes fresnos, quejigos y un roble melojo de considerable porte, de unos doscientos años de vida.


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domingo, 12 de mayo de 2024

LAS TAPIAS DE LOS MONTES DE EL PARDO Y VIÑUELAS



Hubo una época, en la que los bosques eran más extensos y la fauna más abundante... En la que los seres humanos no eran tan numerosos y podían andar por donde querían... Una época en la que se tubo que construir una tapia, para que los grandes herbívoros y los conejos no se comieran los cultivos, y las manadas de lobos no diezmaran los ganados.


jueves, 9 de mayo de 2024

3 DE MAYO DE 2024. EMBALSE DE PINILLA DEL VALLE

 

Son las 8:30 de la mañana. El día llega frío, con aire, con nubes en el cielo. Estamos en la orilla del embalse de Pinilla del Valle, en el término municipal de Lozoya.

Este embalse es el primero que recoge y regula las aguas del Río Lozoya, que dan de beber a la ciudad de Madrid y a su área metropolitana.




Por el cielo no dejan de pasar rapaces. Milanos reales, negros, buitres leonados, un águila real, una calzada, un azor y algunos buitres negros, han pasado hasta ahora por esta zona del embalse.

Estamos en la Zona de Especial Protección para las Aves del Alto Lozoya. Una zona natural de alto valor ecológico, en la que habitan especies únicas en el mundo, que ya han desaparecido de muchas partes de Europa.




Este pequeño mar interior de agua dulce, rodeado de montañas, de montes de robles y otras especies forestales, se construyó entre 1964 y 1967. Ocupa unas 480 hectáreas y regula 38 hectómetros cúbicos de agua potable. Tiene una central hidroeléctrica de dos turbinas, con una potencia de 3,32 MW.




Durante todo el año no faltan en sus orillas las garzas reales. Algunas parejas se quedan por la zona para criar. Durante el verano, el otoño y el invierno, entran ejemplares jóvenes nacidos en diferentes puntos de la península o procedentes del norte.




Los montes atlánticos que cubren las laderas de las montañas, habitados principalmente por robles melojos, albares, arces de montpellier, fresnos, serbales de cazadores, álamos negros y temblones, endrinos, espinos blancos... comienzan a cubrirse de hojas. Ponen ese punto de contraste nuevo, renovado.




En la zona alta de un álamo negro descubrimos las andanzas de una pareja de picos menores. Unos pájaros carpinteros del tamaño de un gorrión.

El macho está terminando la construcción del nido. En la imagen vemos a la hembra, que le hace compañía en la tarea.




Las pequeñas manchas de fresnos y los setos que bordean los prados de siega, delimitados por grandes ejemplares centenarios, se están terminando de cubrir de hojas.




Al pie de los grandes árboles, de los arbustos, en los pequeños claros o prados, florecen multitud de especies diferentes, que ponen sus puntos de contraste a la nueva primavera. En la imagen vemos un pequeño geranio silvestre.



La centaurea.



Las primaveras.



El botón de oro.



La orquídea satirión.




Posada sobre una flor, contemplamos a una de las reinas de las flores de este valle, la mariposa limonera. Una especie que podemos ver desde marzo a octubre.




El ambiente del embalse, de las montañas, de los montes que las cubren, de los pueblos, nos dejan las puertas abiertas de un futuro-presente efímero. De nosotros depende que lo vivamos esta primavera. Cuando el calendario marque el 21 de junio, esta será historia.




Cerca de la orilla y de unos sauces pequeños que han cubierto las aguas, nada una pareja de somormujos lavancos. Están señalando una posible zona donde van a construir su nido flotante.




Los rodales de la fresneda donde la mano del hombre se siente menos y el ganado no castiga tanto, se van poblando por diferentes especies forestales. En el centro vemos a un considerable espino cubierto de flores blancas, que envuelve el ambiente con su aroma.




Por las ramas medias de un roble joven que está sacando sus hojas nuevas, canta un pequeño mosquitero común. Está señalando su territorio, su coto de caza, poblado por diminutos insectos con los que se alimenta el y su pareja.




Las numerosas flores de los espinos blancos atraen a multitud de insectos. Abejas, abejorros, mariposas, moscas de variadas especies, acuden a ellas para alimentarse con su polen.




Desde esta panorámica amplia, vemos la recula del embalse junto al pueblo de Pinilla del Valle. Las laderas de El Espartal, Las Cabezas de Hierro, El Alto de Las Guarramillas. En la margen derecha del valle, Peñalara, El Reventón y El Malagosto, cubiertos con algo de nieve y de nubes.




Cerca de la orilla descubrimos las huellas del último proscrito de estas montañas. El Lobo. Una especie muy escasa que ha sabido combatir la extinción, a pesar de los ejemplares que suelen caer todos los años durante la temporada de caza; las abundantes carreteras y autopistas trazadas por la zona; de la poca caza que siempre han tenido estos montes.




En este ecosistema de grandes fresnos centenarios, en los que abundan los agujeros naturales de todos los tamaños; de árboles y arbustos variados, donde abundan y son variados los pastos; con un clima y un microclima muy agradable durante la primavera y el verano, habita una fauna muy variada. Aquí podemos encontrar al lagarto verdinegro, un lagarto ibérico único en el mundo. A la gineta y al cárabo, donde pueden criar y pasar el día durmiendo. A toda la comunidad de pequeños pájaros que crían en los agujeros de los árboles.




En cualquier calvero o prado donde abunden los insectos, los ratones, topillos y pequeños reptiles; o medre el agua y habiten anfibios, vamos a ver a las cigüeñas blancas capturando todo ser vivo que se cruce en su camino.




Los fresnos trasmochados o las grandes ramas de estos, son algunos de los lugares naturales preferidos para construir sus grandes nidos.

En todo el valle se las respeta, nadie las molesta. En estas fechas del años las podemos ver terminando la incubación o alimentando a los pollos de diversas edades.




Las grandes puertas que abren y cierran los pajares históricos de los pueblos, se construyeron hace muchas décadas con madera de los pinos silvestres o de los robles de las montañas. Hace sólo treinta años, la mayoría de estos pajares cumplían con su función anual. Guardar la paja, la hierba segada y el grano cosechado.




Posada en la barandilla de un pequeño balcón observamos a una golondrina común. Hoy, las golondrinas comunes siguen criando en los pajares históricos, aunque ya no entren en ellos las ovejas o las vacas para pasar el invierno.




En esta panorámica vemos al Río Lozoya algo crecido, “entrando” en el embalse. Antes de que termine el mes, comenzaran a subir los grandes barbos por el río hasta sus zonas de freza, donde nacieron un día.




La temperatura ambiental, el deshielo de las nieves, la cantidad de agua y su temperatura, influyen en la reproducción de las especies de los peces que habitan embalse y en el rio.

Esta pareja de barbos que nada en la cabecera del embalse, pronto subirá por el río para reproducirse y dejar allí los huevos fecundados entre las piedras.




En este ambiente natural, un poco menos humanizado, habitó el hombre de neandertal hace unos ciento cincuenta mil años, con una fauna y una flora muy variada. Hoy, algunas de esas especies, como los leones, las hienas, los rinocerontes, los uros, ya no existen.




Las pequeñas laderas de calizas cretácicas que configuran una parte del baso del embalse, son el escenario donde se localizan los yacimientos arqueológicos de Pinilla del Valle.

Durante los meses de agosto y septiembre, suelen venir a excavar los equipos formados y dirigidos por los directores del proyecto. Para más información, www.elvalledelosneandertales.com




A la vera de un espino blanco y de un rosal silvestre, mimetizada en el ambiente, observamos a una liebre que está al cuidado de sus dos lebratos. Sólo ella y alguien más, saben donde están.




Los grandes troncos de los árboles que el río va recogiendo en su recorrido hasta el embalse, terminan en sus playas cuando bajan sus aguas. Sentado en uno de ellos...




Observo el panorama de la zona. La fauna que transita por el agua y por el aire. La inmensidad de un lago de agua dulce, que la mano del hombre ha creado con ingeniería civil, para proporcionar agua a una ciudad que está a setenta kilómetros.




Desde uno de los abrigos rocosos donde habitaban las familias de neandertales hace ochenta mil años, observo el ambiente del embalse. Sus aguas limpias, azules por el reflejo del sol, las montañas, pobladas por extensos montes de robles y pinos silvestres.




En la entrada, en una repisa cubierta, tiene el nido la pareja de lavanderas cascadeñas. Cada cinco o diez minutos viene el padre o la madre, con el pico repleto de insectos para alimentar a sus cuatro pollos.


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