google-site-verification=W4JiPUkp_G2kZZVS-o62liN40WEVgPWgCCloRv-xIdc la luz del monte: 3 DE MAYO DE 2024. EMBALSE DE PINILLA DEL VALLE

jueves, 9 de mayo de 2024

3 DE MAYO DE 2024. EMBALSE DE PINILLA DEL VALLE

 

Son las 8:30 de la mañana. El día llega frío, con aire, con nubes en el cielo. Estamos en la orilla del embalse de Pinilla del Valle, en el término municipal de Lozoya.

Este embalse es el primero que recoge y regula las aguas del Río Lozoya, que dan de beber a la ciudad de Madrid y a su área metropolitana.




Por el cielo no dejan de pasar rapaces. Milanos reales, negros, buitres leonados, un águila real, una calzada, un azor y algunos buitres negros, han pasado hasta ahora por esta zona del embalse.

Estamos en la Zona de Especial Protección para las Aves del Alto Lozoya. Una zona natural de alto valor ecológico, en la que habitan especies únicas en el mundo, que ya han desaparecido de muchas partes de Europa.




Este pequeño mar interior de agua dulce, rodeado de montañas, de montes de robles y otras especies forestales, se construyó entre 1964 y 1967. Ocupa unas 480 hectáreas y regula 38 hectómetros cúbicos de agua potable. Tiene una central hidroeléctrica de dos turbinas, con una potencia de 3,32 MW.




Durante todo el año no faltan en sus orillas las garzas reales. Algunas parejas se quedan por la zona para criar. Durante el verano, el otoño y el invierno, entran ejemplares jóvenes nacidos en diferentes puntos de la península o procedentes del norte.




Los montes atlánticos que cubren las laderas de las montañas, habitados principalmente por robles melojos, albares, arces de montpellier, fresnos, serbales de cazadores, álamos negros y temblones, endrinos, espinos blancos... comienzan a cubrirse de hojas. Ponen ese punto de contraste nuevo, renovado.




En la zona alta de un álamo negro descubrimos las andanzas de una pareja de picos menores. Unos pájaros carpinteros del tamaño de un gorrión.

El macho está terminando la construcción del nido. En la imagen vemos a la hembra, que le hace compañía en la tarea.




Las pequeñas manchas de fresnos y los setos que bordean los prados de siega, delimitados por grandes ejemplares centenarios, se están terminando de cubrir de hojas.




Al pie de los grandes árboles, de los arbustos, en los pequeños claros o prados, florecen multitud de especies diferentes, que ponen sus puntos de contraste a la nueva primavera. En la imagen vemos un pequeño geranio silvestre.



La centaurea.



Las primaveras.



El botón de oro.



La orquídea satirión.




Posada sobre una flor, contemplamos a una de las reinas de las flores de este valle, la mariposa limonera. Una especie que podemos ver desde marzo a octubre.




El ambiente del embalse, de las montañas, de los montes que las cubren, de los pueblos, nos dejan las puertas abiertas de un futuro-presente efímero. De nosotros depende que lo vivamos esta primavera. Cuando el calendario marque el 21 de junio, esta será historia.




Cerca de la orilla y de unos sauces pequeños que han cubierto las aguas, nada una pareja de somormujos lavancos. Están señalando una posible zona donde van a construir su nido flotante.




Los rodales de la fresneda donde la mano del hombre se siente menos y el ganado no castiga tanto, se van poblando por diferentes especies forestales. En el centro vemos a un considerable espino cubierto de flores blancas, que envuelve el ambiente con su aroma.




Por las ramas medias de un roble joven que está sacando sus hojas nuevas, canta un pequeño mosquitero común. Está señalando su territorio, su coto de caza, poblado por diminutos insectos con los que se alimenta el y su pareja.




Las numerosas flores de los espinos blancos atraen a multitud de insectos. Abejas, abejorros, mariposas, moscas de variadas especies, acuden a ellas para alimentarse con su polen.




Desde esta panorámica amplia, vemos la recula del embalse junto al pueblo de Pinilla del Valle. Las laderas de El Espartal, Las Cabezas de Hierro, El Alto de Las Guarramillas. En la margen derecha del valle, Peñalara, El Reventón y El Malagosto, cubiertos con algo de nieve y de nubes.




Cerca de la orilla descubrimos las huellas del último proscrito de estas montañas. El Lobo. Una especie muy escasa que ha sabido combatir la extinción, a pesar de los ejemplares que suelen caer todos los años durante la temporada de caza; las abundantes carreteras y autopistas trazadas por la zona; de la poca caza que siempre han tenido estos montes.




En este ecosistema de grandes fresnos centenarios, en los que abundan los agujeros naturales de todos los tamaños; de árboles y arbustos variados, donde abundan y son variados los pastos; con un clima y un microclima muy agradable durante la primavera y el verano, habita una fauna muy variada. Aquí podemos encontrar al lagarto verdinegro, un lagarto ibérico único en el mundo. A la gineta y al cárabo, donde pueden criar y pasar el día durmiendo. A toda la comunidad de pequeños pájaros que crían en los agujeros de los árboles.




En cualquier calvero o prado donde abunden los insectos, los ratones, topillos y pequeños reptiles; o medre el agua y habiten anfibios, vamos a ver a las cigüeñas blancas capturando todo ser vivo que se cruce en su camino.




Los fresnos trasmochados o las grandes ramas de estos, son algunos de los lugares naturales preferidos para construir sus grandes nidos.

En todo el valle se las respeta, nadie las molesta. En estas fechas del años las podemos ver terminando la incubación o alimentando a los pollos de diversas edades.




Las grandes puertas que abren y cierran los pajares históricos de los pueblos, se construyeron hace muchas décadas con madera de los pinos silvestres o de los robles de las montañas. Hace sólo treinta años, la mayoría de estos pajares cumplían con su función anual. Guardar la paja, la hierba segada y el grano cosechado.




Posada en la barandilla de un pequeño balcón observamos a una golondrina común. Hoy, las golondrinas comunes siguen criando en los pajares históricos, aunque ya no entren en ellos las ovejas o las vacas para pasar el invierno.




En esta panorámica vemos al Río Lozoya algo crecido, “entrando” en el embalse. Antes de que termine el mes, comenzaran a subir los grandes barbos por el río hasta sus zonas de freza, donde nacieron un día.




La temperatura ambiental, el deshielo de las nieves, la cantidad de agua y su temperatura, influyen en la reproducción de las especies de los peces que habitan embalse y en el rio.

Esta pareja de barbos que nada en la cabecera del embalse, pronto subirá por el río para reproducirse y dejar allí los huevos fecundados entre las piedras.




En este ambiente natural, un poco menos humanizado, habitó el hombre de neandertal hace unos ciento cincuenta mil años, con una fauna y una flora muy variada. Hoy, algunas de esas especies, como los leones, las hienas, los rinocerontes, los uros, ya no existen.




Las pequeñas laderas de calizas cretácicas que configuran una parte del baso del embalse, son el escenario donde se localizan los yacimientos arqueológicos de Pinilla del Valle.

Durante los meses de agosto y septiembre, suelen venir a excavar los equipos formados y dirigidos por los directores del proyecto. Para más información, www.elvalledelosneandertales.com




A la vera de un espino blanco y de un rosal silvestre, mimetizada en el ambiente, observamos a una liebre que está al cuidado de sus dos lebratos. Sólo ella y alguien más, saben donde están.




Los grandes troncos de los árboles que el río va recogiendo en su recorrido hasta el embalse, terminan en sus playas cuando bajan sus aguas. Sentado en uno de ellos...




Observo el panorama de la zona. La fauna que transita por el agua y por el aire. La inmensidad de un lago de agua dulce, que la mano del hombre ha creado con ingeniería civil, para proporcionar agua a una ciudad que está a setenta kilómetros.




Desde uno de los abrigos rocosos donde habitaban las familias de neandertales hace ochenta mil años, observo el ambiente del embalse. Sus aguas limpias, azules por el reflejo del sol, las montañas, pobladas por extensos montes de robles y pinos silvestres.




En la entrada, en una repisa cubierta, tiene el nido la pareja de lavanderas cascadeñas. Cada cinco o diez minutos viene el padre o la madre, con el pico repleto de insectos para alimentar a sus cuatro pollos.


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