La mañana es fresca, muy agradable. Se siente la humedad ambiental y los variados aromas que desprenden las diferentes especies forestales.
El canto de los pájaros es variado, a pesar de los pocos que se ven. Las currucas, los cuco, los pinzones comunes, el canto de fondo de un mirlo común o de un zorzal charlo, una perdiz...
En la copa de un enebro de la miera monta la guardia el alcaudón común. Cerca, en un rosal silvestre se encuentra la hembra en el nido.
Está inmóvil, atento a todo. A los posibles enemigos o a las variadas presas que le pueden interesar. Desde un escarabajo, un saltamontes, un ratón o una lagartija.
El Cerro de San Pedro es una montaña de 1425 metros de altitud, formada principalmente por gneis. En la que no faltan el granito, el pórfido, el cuarzo, las calizas cretácicas y otros tipos de minerales.
Hoy, después de quinientos años de gestión, más acertada o más abusiva, según las circunstancias vividas en cada época, en toda su geografía, según su orientación, la vegetación es rica y variada en especies mediterráneas, donde no faltan algunas atlánticas.
Un corzo de buena cornamenta pasta en una zona aclarada, entre encinas, enebros, cornicabras y fresnos. Se mueve como un pequeño duende, sin hacer nada de ruido. De vez en cuando deja de pastar, levanta la cabeza y coge vientos.
El fondo de los valles por los que discurren los numerosos arroyos que nacen en la montaña, están poblados por fresnos, sauces, quejigos, zarzas y espinos blancos. Aquí el ambiente es más fresco y agradable durante la primavera, y los pastos dura más.
La abubilla, esa ave de llamativo plumaje, marca su territorio de cría con su monótono y conocido canto. En en la encina o en una de al lado, se encuentra la hembra encubando la puesta.
Dice el refrán, que mayo entrado, un jardín en cada prado.
A pesar de las nulas precipitaciones que hemos tenido durante el mes de abril y lo que va de este, el monte todavía se mantiene verde, aunque ya hay algunas zonas que se están empezando a secar.
Los arroyos, según los tramos, todavía mantienen un mínimo caudal, en el que la vegetación lacustre de ranúnculos en flor y otros vegetales sobreviven.
En las pequeñas pozas que se mantienen todavía, a pesar de la sequía, siguen su ciclo los renacuajos de las variadas especies de sapos y de ranas que habitan en los cursos fluviales.
Si las pozas se mantienen con agua hasta el final de su ciclo de madurez, todos estos renacuajos se convertirán en sapos o ranas. Si las lluvias no caen como deben y siguen alterando el clima para que castigue la sequía, la generación de este año se perderá.
Inmóviles, ocultas entre los ranúnculos, las ranas verdes toman el sol y cazan los pequeños insectos voladores que se acercan al arroyo. Sólo se las ve cuando se mueven.
Dentro de las variadas especies forestales que pueblan las laderas y los valles del Cerro de San Pedro, podemos encontrar zonas donde las sabinas albares fueron más abundantes en el pasado. Manchas donde predominan los quejigos, los arces de montpellier, las cornicabras y los fresnos. Los puntos donde habitan los dos últimos madroños de esta zona. Robles melojos, sanguinos, perales silvestres, serbales de cazadores... El único árbol que no vamos a encontrar es el alcornoque.
En la horquilla alta de la encina tiene el nido la familia de ratoneros. Uno de los padres ha entrado al nido con un topillo para alimentar a los pollos.
Durante la media hora que estuve observado el nido, entraron la madre y el padre cinco veces. Con tres topillos, un lagarto ocelado y una culebra de escalera pequeña.
En las zonas que se dan unas precipitaciones más altas e incide menos el sol, los suelos son más profundos o se localizan acuíferos de fisuras en las rocas subterráneas, podemos encontrar grandes ejemplares de robles melojos.
El pito real es el único componente de toda la familia de los pájaros carpinteros ibéricos, que está cubierto por un plumaje de tonos verdes muy variados. El que vemos en la imagen es macho, tiene la bigotera roja.
Multitud de especies florecen ahora en los calveros, los prados y el monte bajo. Las matas de altramuces silvestres están en plena floración.
Varias especies de orquídeas, como la flor de araña (Ophrysgr. Sphegodes) están terminando de florecer.
Las jaras pringosas, comunes y estepas, llenan el monte bajo de grandes flores blancas que atraen a multitud de insectos.
Las dedaleras comunes ponen su nota alegre y elegante en todas las áreas del monte donde hay rocas.
Las zonas altas, donde descargan el agua los acuíferos someros, tienen un contraste variado de especies forestales. Aquí el verano llega más tarde y pega menos.
Las grandes rocas que sobresalen en la ladera, forman parte de los posaderos naturales de los buitres negros y leonados que habitan en la zona. Aquí descansan, toman el sol en invierno, duermen en verano y controlan lo que ocurre cerca.
Mayo es el mes de la vida. La mayoría de las especies forestales están en flor. La fauna, si no está en plena reproducción, está empezando. El clima, el ambiente, los recursos naturales, hacen posible que la vida se propague.
Las tórtolas comunes llegaron de África a mediados de marzo. Este año se ven o se escuchan muy pocas por el monte.
Sus continuos arrullos, en las zonas donde abundan los rosales silvestres y las zarzas, delatan la presencia de las parejas.
Algunas laderas de la sierra mantienen la mayoría de las especies forestales originarias. Faltan los madroños, los labiérnagos y alguna más, que han desaparecido en los últimos doscientos años, como consecuencia de las gestiones forestales a las que han sido sometidas
Hace siete siglos, en estos montes cazaron osos y grandes jabalíes los Reyes Alfonso X y Alfonso XI con sus monteros.
A cierta distancia, en la copa de un enebro observamos a un águila imperial ibérica que ha llegado con un conejo.
Hoy, unos doscientos años después de que dejaran de subir aquellos rebaños de miles de ovejas a los pastos comunales, todavía podemos encontrar por los montes las antiguas casetas de piedra, donde dormían los pastores en los meses de junio a septiembre.
Posada en una roca rodeada de herbáceas y de matas, observamos a una totovía. Una alondra que vive en los montes, de hábitos muy discretos.
La geografía, las condiciones ambientales, la forma natural o intervenida que tienen los árboles, su situación en el espacio del monte, los arbustos que existen o predominan. Nos cuentan sin hablar, como ha sido o es la gestión de monte. Si ha sido abusiva, moderada o acertada.
Por la mayoría de los arroyos por los que paso, observo una o varias parejas de abejarucos, que se han asentado en esas zonas para criar. Otra especie de llamativas formas y colores, que vuelve a los montes donde nació.
Están de bodas. Entre cortejos y regalos a la pareja, se van sucediendo las cópulas y se va realizando la construcción del túnel del nido.
Los grandes fresnos centenarios nos indican que estamos en el fondo de un valle por el que discurre un arroyo. Donde los acuíferos someros de las dos laderas descargan y mantienen húmedo el suelo hasta bien entrado el verano. En estas zonas habita y cría una variedad de pájaros insectívoros muy considerable.
Echada en el nido, la hembra de azor de cuatro años, con los ojos rojos como rubíes, no deja de observarme.
Si el destino la respeta, al año siguiente cuando la volvamos a ver sobre el nido, tendrá los ojos tan rojos como la sangre. Se habrá convertido en la rapaz forestal más perfecta de la zona, capaz de batirse con los búhos reales, de matar una liebre, un milano real o un azor más joven.
En la zona media de la ladera del valle, donde rompe un acuífero somero, medra un rodal de grandes fresnos, quejigos y un roble melojo de considerable porte, de unos doscientos años de vida.
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