Desde el año 1990, en La Península Ibérica ha dejado de llover con regularidad a lo largo del año. Si bien es cierto que ha habido sequías cíclicas y años aislados muy secos, no hay precedentes ni datos consecuentes, que superen la catástrofe ambiental que ha comenzado.
Pasado el verano, hacemos una pequeña reflexión de como está el clima. De las consecuencias que está originando en los espacios forestales ibéricos.
En los años 80, en la cabecera de este arroyo y sus afluentes, las truchas comunes subían a desovar. No faltaban los mirlos acuáticos ni las lavanderas cascadeñas y blancas, y había más vida...
Del 2000 a esta parte, en las montañas del Sistema Central han muerto centenares de robles melojos y albares, incluso matas enteras, como consecuencia de las altas temperaturas y las sequías. Los endrinos, comunes y abundantes en muchas zonas, están desapareciendo.
2017 ha sido un año muy malo para la mayoría de los pájaros insectívoros del bosque, pues el invierno y la primavera han sido extremadamente secos y cálidos. Los mirlos comunes y los zorzales charlos han criado muy mal, pues apenas han sacado un nido de cuatro pollos, de los tres nidos que suelen sacar regularmente. Este otoño apenas se han visto papamoscas grises y cerrojillos, colirrojos reales... Apenas han sacado un nido de los tres que suelen sacar.
Estas sierras graníticas tienen una densidad de suelos muy irregulares, en cuanto a su profundidad. Aquí no existen acuíferos, el único agua con el que vive el monte, es el que cae del cielo y se mantiene en la tierra hasta las próximas lluvias, salvo en ciertas zonas, donde hay grandes grietas en las rocas, en las que se ha depositado el suelo. Aquí el agua se acumula y dura más tiempo, donde los grandes árboles y arbustos se van manteniendo.
En estos montes se localizan los últimos madroños del centro de la península. Si se pierden los microclimas al desaparecer la densidad del pinar, los madroños se extinguirán.En la imagen vemos a una hembra de mirlo común, que protege a los dos pollos que quedan en el nido. Uno de los pollos ha muerto de hambre y la hembra le ha sacado del nido. Esta imagen está ocurriendo con mucha regularidad en los últimos diez años. Junio de 2010.
He cogido como referencia el año 1987. Un año muy normal en esta comarca en precipitaciones y temperaturas, desde los años cuarenta del pasado siglo. Vamos a interpretar este año con los últimos cuatro.
- Una de las características importantes que tiene el clima mediterráneo, son las grandes precipitaciones en forma de tormentas, que se producen durante los meses de julio, agosto y principios de septiembre. Estas tormentas son fundamentales para el mantenimiento del ecosistema, de sus árboles y arbustos variados, en una época en la que el termómetro no baja de los 30ºC.Si las tormentas no se producen durante el verano, en un año que ya viene seco, con déficit desde el otoño pasado, la vegetación se va a ver muy perjudicada, pues no está preparada para sufrir esta carencia de agua. Las consecuencias las estamos viendo: estrés hídrico, debilitamiento, enfermedades de hongos, parásitos, ataque de insectos, deterioro físico y muerte.
- Vemos un déficit anual en las precipitaciones y un desajuste en los meses de lluvia.
- Vemos que en los meses de julio y agosto de estos últimos cuatro años, apenas llueve o no cae nada, con la excepción de este año. Gracias a esas tormentas, no ha sido mayor la catástrofe ecológica este verano.- Vemos que en el mes de septiembre del año 85, las precipitaciones fueron generosas. El ecosistema recupera el agua que ha perdido durante la estación seca. En los últimos cuatro años, después de sufrir las inclemencias del tórrido verano, estamos teniendo unas precipitaciones muy escasas o nulas.
En consecuencia, para no extendernos más, desde 1990 hasta la fecha, exceptuando algún año aislado, que ha tenido unas precipitaciones y temperaturas regulares, estamos viviendo bajo las influencias de un clima que está desajustado. Ya no llueve de forma regular a lo largo del año. Tenemos pequeños periodos de regulares lluvias, que no llegan a cubrir las necesidades de los ecosistemas y a recargar los acuíferos; sucedidos de largos periodos muy secos con altas temperaturas. Y lo más grave de todo, está ocurriendo en un periodo muy corto de tiempo.En verano el aire lleva más vapor de agua. El suelo, los cursos fluviales, los embalses y los espacios forestales, transpiran humedad, pero no llueve, porque el aire está tan caliente que se necesita más humedad en el ambiente que el que hay en la atmósfera. Los bosques son los que proporcionan esa humedad en el ambiente, para que se produzca la lluvia en las zonas geográficas.
En la panorámica vemos una zona del monte afectada, cubierta por encinas, enebros de la miera, cornicabras, un fresno sin apenas hojas, y arces de montpellier muy afectados, con las hojas casi secas. Septiembre de 2017.
En la imagen vemos a una mantis (Empusa pennata) una especie común en los montes mediterráneos ibéricos en los años 80.
En la imagen vemos tres ejemplares centenarios muy afectados. Verano de 2017.
Si los bosques desaparecen, el flujo de las lluvias también desaparece. Se ha comprobado que los desiertos históricos, originados por la gestión irracional del hombre: Tabernas en Almería, Mahoya en Murcia, Monegros en Zaragoza y Huesca, Bardenas Reales en Navarra, no son capaces de reforestarse de forma natural, mantienen la aridez y extienden la sequía a las zonas próximas.
En la imagen vemos el lecho de un arroyo seco, a finales de septiembre de 2016. En las orillas ya ha brotado la hierba. El panorama forestal muestra las consecuencias del clima que todavía castiga la zona: Fresnos que han perdido las hojas y arces de montpellier con las hojas resecas.
Los lagartos y las culebras, se mantienen con el agua que les proporcionan sus presas, y la humedad ambiental recogida en el rocío de la mañana. ¡Cómo tiene que estar la situación en el monte, para que un lagarto ocelado tenga que buscar un manantial para beber!
Si observamos el panorama del arroyo, a finales de septiembre de 2017, vemos un ambiente de fresnos y arces de montpellier abrasados por el verano.
Como podemos ver, el panorama ha cambiado mucho en los últimos 30 años. Los grandes sauces han muerto, como consecuencia de las sequías. De los rosales silvestres, endrinos y zarzas, no quedan ni los tallos. Los fresnos y los arces aguantan como pueden. Verano de 2017.
En el panorama del arroyo, localizado en el fondo de un estrecho valle, vemos el cuenco de un manantial seco. Julio de 2017.
La fauna tiende a reproducirse en los periodos de bonanza, que están asociados a las temperaturas templadas y a las lluvias. Buen tiempo, energía y alimento para todos.
En la primavera de 2016, vemos las puestas de varios sapos comunes en la orilla de una charca. Los renacuajos que nacieron, no tuvieron la oportunidad de hacerse sapos, pues murieron al secarse la charca a mediados de mayo. En 2017 la charca no cogió agua, y consecuentemente, los sapos no se reprodujeron.
Han pasado dos años en los que la especie no se ha reproducido. No ha cubierto las bajas que ha sufrido. Si la población de una especie que habita una zona geográfica no crece y no se renueva, está condenada a la extinción en esa zona.
Este grave proceso está sucediendo ya en los últimos veranos en gran parte de la Península Ibérica. Cuando veamos los indicios que muestran las hojas de los árboles caducifolios que habitan en nuestras calles o parques, es porque se está dando la situación.
Vemos jaras pringosas y encinas que han perdido los verdes característicos del verano, muy afectadas por la sequía y las altas temperaturas del verano. A lo largo de ese año, murieron miles de encinas centenarias en los montes del centro de la península.
En el panorama que muestra la imagen, realizada en el verano de 2017, vemos tres encinas centenarias muy afectadas, con las hojas ocres y muertas.
En la zona alta del monte, donde abunda la fauna, tiene el nido la pareja de azores, de 3-4 años. A finales de abril nacieron tres pollos, dos hembras y un macho. La primavera llegó cálida al monte de encinas, sin apenas lluvias. Durante el mes de mayo hubo una semana en la que bajaron las temperaturas y llovió algo. En esa semana se perdieron muchos nidos de mirlos, zorzales y palomas torcaces, y apenas se veían por el monte pájaros y conejos.
Observamos a una cornicabra grande, en buen estado, junto a una encina centenaria, de unos 200-300 años, debilitada por las continuas sequías y el sol extremo y directo de la primavera y el verano, afectada por hongos, parásitos, insectos... Terminando de ver su último verano, 2017.
En el panorama del monte todavía podemos ver los retorcidos esqueletos de las grades jaras.
La otra mitad, o se ha perdido, porque apenas tiene agua el acuífero, o dan poca, porque su acuífero apenas se recarga, debido al déficit hídrico que estamos padeciendo desde 1990.
Por las fechas que estamos, las tormentas y los primeros temporales de lluvias ya tenían que haber puesto los montes verdes con algunos colores. Los pastos crecidos y todos los arroyos con agua. Las encinas, quejigos, alcornoques y los robles, cargados de grandes bellotas. Todo preparado para que se inicie un ciclo natural anual más.
Mientras tanto... Seguimos mirando al cielo.