La luz mágica del amanecer muestra el interior del extenso pinar silvestre que cubre las altas montañas del Sistema Central. Por aquí, donde son comunes los abedules y los robles albares, la civilización romana trazó una calzada hace más de dos mil años.
Las hojas nuevas de los árboles atlánticos, la luz del sol, la hierba, el intenso olor a pino. El murmullo del río, el canto de los pájaros... Ahora, los ríos de montaña se convierten en un espectáculo vivo.
Por las chorreras vemos al mirlo acuático, capturando insectos que viven bajo las piedras que hay en el interior del río. Este pequeño pájaro nos indica con su presencia, las calidad que tienen las aguas que bebe la ciudad de Madrid.
El valle alto del arroyo nos muestra la variada vegetación que le puebla. Tejos, abedules, robles albares, acebos, servales de cazadores, mostajos, pinos silvestres, avellanos... Aquí las precipitaciones anuales están por encima de los 1200 mm.
Las variadas especies que florecen ahora, atraen a multitud de insectos y mariposas. La esfinge colibrí es una especie escasa, que suele acudir a su llamada.
En los barrancos olvidados en la memoria de los que ya no están, poco accesibles para el ganadero y el leñador, viven los seres más legendarios del Sistema Central. Los viejos tejos de gruesos troncos, con una edad que superan los mil años.
En estas zonas históricas, donde el microclima se mantiene y la humedad de los suelos es constante todo el año, crían dos especies de zorzales. El común y el charlo que vemos en la fotografía.
Con unas precipitaciones por encima de los 1400 mm anuales y temperaturas más templadas, el monte atlántico que cubre la cabecera del arroyo es el rey. Aquí, en estas zonas, se dan las mayores variedades de árboles, arbustos y herbáceas atlánticas del Sistema Central. Cada tono de color corresponde a una especie forestal.
Cuando los avellanos y los abedules se cubran totalmente de hojas, de verdes más oscuros, el interior del monte será sombrío y oculto. Una mancha forestal con misterio y encanto.
En la entrada del nido localizamos al papamoscas cerrojillo, con el pico lleno de pequeños insectos. En estos bosques atlánticos de montaña habitan y crían pequeños pájaros insectívoros. Unas aves que pasan el otoño y el invierno en las selvas de África.
Los últimos enclaves del Sistema Central donde habitan las hayas, se convierten en lugares mágicos a ciertas horas del día. Los instantes que se suceden en la vida de un monte son infinitos, irrepetibles de volver a captar en la misma situación.
Observando la imagen, podemos imaginar como eran los grandes árboles que cubrían la infinita selva mediterránea, atlántica y boreal, que cubría España hace dos mil años.
Donde aquella ardilla famosa podía ir de una punta a otra de la Península Ibérica sin tocar el suelo.
Las luces que produce el sol cuando llegan al interior del monte de robles son muy agradable. Descubren las formas de sus hojas, los variados tonos. El manto de los grandes helechos comunes. Una comunidad forestal con un clima y un microclima interior, que hace posible toda esa vida.
Las lluvias que vienen con las nubes y caen sobre los bosques, corren por multitud de arroyos...
Los grandes cortados y farallones de las montañas, son el hábitat donde crían las reinas del lugar, las grandes águila reales. Ahora, para ellas es tiempo de estar con la familia. De sacar adelante con su compañero a la futura generación, compuesta por dos pollos.
El ambiente que se vive en la mancha de castaños es intenso, luminoso, sonoro. El porte de los castaños, las formas de sus hojas y sus tonos, crean otro ambiente en los montes atlánticos.
Las peonías florecen a lo largo del mes de mayo, en los ambientes frescos y sombríos, donde la humedad del suelo se mantiene durante todo el año.
Mimetizado en el ambiente de las grandes rocas que acompañan al arroyo, descubrimos al gran búho real. Un habitante de la noche que pone ese punto de misterio en el monte.
El fondo del valle por el que discurre el río de montaña, está poblado por un extenso bosque de galería de alisos. Son los árboles que protegen y fijan el suelo de las orillas, para que los álamos, los sauces y las zarzas prosperen.
En la repisa de la roca que protegen las aguas del río, tiene el nido la lavandera cascadeña. Los cuatro pollos ya están casi emplumados, les faltan pocos días para irse del nido.
Las sierras bajas con un clima templado y lluvioso durante todo el año, son el hábitat de especies como el alcornoque. Aquí son comunes los quejigos y los arce, las encinas y los enebros de la miera. También fueron comunes los madroños y los labiérnagos.
En la horquilla baja de una encina con más de doscientos años de vida, tiene el nido la pareja de ratoneros comunes. Una rapaz que imprime con su silueta y sus maullidos, los cielos de los montes ibéricos.
La situación geográfica de las laderas de las sierras, el clima y la incidencia del sol, son los factores principales que determinan el tipo de monte. Los árboles y arbustos que le pueblan. La fauna que le habita.
En estos montes variados, de transición, no faltan los azores. Esas rapaces poderosas que pueden abatir a sus presas en la penumbra del monte, en ese periodo corto de transición, cuando el sol va a salir o se acaba de ocultar. Por eso tienen los ojos rojos.
Hemos hecho un pequeño recorrido por algunos de los variados montes que pueblan las montañas del Sistema Central. Comentando ciertos aspectos geográficos, de la flora y de la fauna. Nos vamos con una pequeña reseña muy significativa de la literatura del siglo XIX.