Entrado octubre, los bosques atlánticos que cubren las faldas de las montañas se van encendiendo de luces y colores, según las especies forestales que habitan en ellos. Todo un espectáculo que hay que ver, vivir y no perderse.
Posado en una rama seca y despejada, observamos al joven gavilán. Ha entrado como una pequeña sombra. Durante un rato observa el paso de los pájaros del bosque...
Después de dos días de intensas lluvias, el cielo amanece limpio y claro. La mañana es fresca, pero promete ser muy agradable... Los intensos tonos verdes, amarillos, naranjas y rojos de las hayas, contrastan con los variados tonos verdes y ocres de los robles y los sauces.
Sobre las piedras de las chorreras del río va el mirlo acuático. En los tramos donde él intuye que hay insectos bajo las aguas, entre las piedras, se sumerge para capturarlos.
A la vera de los acebos y de los abedules observamos grandes amanitas. Setas muy características de los bosques caducifolios, que llaman la atención por sus formas y colores, con las que hay que tener cuidado.
La mitología, la superstición y la medicina natural, siempre han estado presente en la naturaleza de estos bosques, a través de la figura de las brujas, las curanderas y las naturópatas actuales.
En el claroscuro del bosque las luces y las sombras todo lo distorsionan y camuflan. Hay que estar muy atento para descubrir a los pájaros que habitan sobre los troncos y las grandes ramas de los árboles. La luz que se cuela entre el dosel de las hojas, alumbra las andanzas de una hembra de pico picapinos.
El maduro fruto del rosal silvestre contrasta con las doradas hojas. Durante el mes de octubre maduran muchos frutos en los robledales: manzanas, moras, escaramujos, frambuesas, endrinas...
Los años regulares en precipitaciones y en temperaturas, producen esa explosión escalonada de colores en las manchas de hayas.
Entre los robles y las hayas pasa un bando de pájaros del bosque. Carboneros comunes y garrapinos, herrerillos comunes, como el de la fotografía, capuchinos, trepadores azules, mitos, reyezuelos... Todos van registrando su parte del monte, su nicho ecológico: las ramas, las cortezas, las hojas, los mugos, el suelo, para encontrar insectos y frutillos con los que alimentarse.
Ahora pasamos por una reguera histórica. Un canal muy antiguo que se construyó hace siglos, para llevar el agua a una parte del pueblo.
Una familia de mitos utiliza la rama caída de un árbol para acercarse al agua. Unos beben, otros se bañan para arreglar sus plumas y mantenerlas en buen estado.
En la orilla del arroyo se ven hojas de diferentes especies de árboles. La que más llama la atención es la de un roble común.
Rodeado por hayas de diversas edades, el roble albar sigue siendo el rey de la zona. Un ejemplar con más de quinientos años de vida.
Por sus ramas y su tronco pasa una familia de trepadores azules. Buscan insectos y larvas que les van a dar energía para afrontar el día.
Al pasar cerca de un rosal silvestre llama la atención esta extraña forma vegetal. Un elemento enigmático más del bosque, que se origina cuando un pequeño insecto pone sus huevos en una yema que comienza a desarrollarse.
Los rojos frutos del serbal de cazadores ya están maduros. Cuando caigan sus hojas, serán todo el color que mantenga el árbol.
Cerca del pueblo, en las inmediaciones del arroyo observamos las andanzas de un petirrojo. Va recorriendo el suelo del bosque... buscando insectos entre las hojas.
Los chopos negros y los álamos temblones, contrastan con sus vistosos colores amarillos entre los robles albares y melojos.
Desde una calle de Montejo de la Sierra se divisa una interesante panorámica... De una turista fotografiando el ambiente natural.
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