El toro bravo, es junto con el bisonte europeo, el último gran bóvido salvaje que habita en Europa. Ha pervivido como consecuencia de ser el principal protagonista de un espectáculo cultural, desde hace más de dos mil años.
Las dos especies corren su suerte en paralelo, de la mano del hombre.
El bisonte europeo vive en espacios naturales controlados por la administración, donde se mantiene una población estable y sana. Todos los años se hacen descastes para eliminar a los ejemplares enfermos y defectuosos, para ajustar las poblaciones a los espacios naturales donde viven.
El toro bravo vive en espacios naturales gestionados por ganaderos, que controlan todas las etapas de su vida. Manteniendo sus rasgos morfológicos, sus hábitos naturales y su temperamento o bravura.
Los datos culturales objetivos, están ahí desde hace unos veinte mil años, impresos en las paredes y en los techos de muchas cuevas. Donde los habitantes de esas zonas geográficas, pintaron la fauna que más les atraía.
En toda Europa se persiguió y se cazó al uro hasta su extinción. En España, desde el neolítico, se creo un vínculo cultural entre el toro bravo y el hombre. Este vínculo ancestral se ha mantenido y se ha acrecentado en todas las regiones, donde habitan las diferentes castas naturales en La Península Ibérica. Las tradiciones culturales van desde el manejo del toro y la vaca brava en su medio; las dehesas y su vida; la arquitectura tradicional en la ganadería; los libros sobre la ganadería y la vida del toro; las fiestas populares en las calles y en las plazas...
Para el bisonte europeo, las tradiciones culturales acabaron en las paredes y en los techos de las cuevas, hace unos diez mil años. Después vino su extinción en todo el territorio de Europa, excepto en los zoológicos, de donde salió una pequeña población en los años 50, para repoblar la ultima zona que habitó en libertad en 1919, en Polonia.