El monte mediterráneo original, formado por encinas, quejigos, alcornoques, arces, coscojas, fresnos, madroños, cornicabras, sanguinos, pinos piñoneros, perales silvestres, pinos resineros, robles melojos, enebros, espinos blancos, sabinas, parras silvestres... También cambia su aspecto y sus tonos cuando llega el otoño.
Hoy, sólo podemos contemplar estos espectáculos naturales de luces y colores, en las últimas manchas mediterráneas que mantienen altas densidades de especies forestales. Donde la gestión forestal ha sido racional y acertada.
El clima y la geografía son los principales gestores naturales, que hacen posible que en una zona geográfica prosperen varias especies forestales, de árboles y arbustos, dependiendo de los suelos y sus niveles acuíferos.
Según el clima que impere en una zona, van a competir unas especies con otras y van a predominar en la zona. Los quejigos, por ley natural, exterminan a las encinas con su sombra en sus zonas de influencia.
Otras, dependiendo de las situaciones climáticas variables a lo largo del año, se van a ayudar en su regeneración natural, en su protección frente al clima y a las especies herbívoras. La encina y el enebro de la miera, se ayudan mutuamente a lo largo de su vida, dependiendo de quien este primero. Uno al otro le proporciona sombra en verano y cobijo en los inviernos fríos.
Todos, dependiendo de su situación en el espacio, se benefician del clima y los microclimas que proporciona el monte durante todo el año.