Cuando
el verano llama a la puerta de la Península Ibérica a primeros de
junio, el calor y la luz cegadora del sol comienzan a ser
insoportables. Los bosques atlánticos ya se han cubierto
completamente de hojas, de un escudo protector natural, que va a
mantener en su interior el clima, los microclimas, que van a hacer
posible que la vida siga latiendo en todas sus dimensiones.
En
las zonas frescas y a la vera de los arroyos, florecen multitud de
especies características. Madreselvas, saúcos, peonías, lirios
comunes, martagones y acónitos, entre otros, ponen las notas de
color. Los helechos comunes ya se han expandido por extensas zonas del bosque, y la mayoría de los árboles y arbustos caducifolios,
dejan ver los frutos que van a madurar en otoño.
Si
el verano viene regular en lluvias, va a ser la continuación de la
primavera. La mayoría de la fauna está criando, sacando adelante
una o varias nidadas, o camadas, otras, están terminando. Ahora
podemos ver a la corza en compañía de una o de dos crías; a los
pollos del azor y del águila calzada asomarse al borde del
nido; a los papamoscas cerrojillo entrando continuamente en el
interior del hueco de un árbol con insectos en el pico, para
alimentar a los pollos; a familias enteras de carboneros y
herrerillos comunes por los árboles; a las truchas saltando en el
río, capturando efímeras...
A
lo largo de la estación maduran algunos frutos muy sabrosos y
dulces, como las fresas, las frambuesas y las cerezas silvestres.
Para
el aficionado al mundo natural, es una estación que le va a mostrar
mucha vida... Si pone un poco de interés.