Cómo es, o mejor dicho, como eran los bosques atlánticos vírgenes que poblaban la península Ibérica? Hoy día es imposible contestar a esa pregunta, pues en toda nuestra geografía no quedan ni quinientas hectáreas de estos bosques sin alterar.
Hoy vamos a ver una de las últimas manchas atlánticas que quedan en el Sistema Central, con una diversidad forestal natural muy considerable, a pesar de los usos tradicionales, forestales y ganaderos, que ha soportado en los últimos seiscientos años. Uno de los últimos rincones forestales, que más se parece a lo que fueron las selvas atlánticas que cubrieron la España húmeda.
Hoy vamos a ver una de las últimas manchas atlánticas que quedan en el Sistema Central, con una diversidad forestal natural muy considerable, a pesar de los usos tradicionales, forestales y ganaderos, que ha soportado en los últimos seiscientos años. Uno de los últimos rincones forestales, que más se parece a lo que fueron las selvas atlánticas que cubrieron la España húmeda.
La mañana de finales de octubre viene con el cielo cubierto de nubes y con una lluvia menuda... La temperatura es templada y muy agradable. El aroma húmedo del bosque llena el ambiente, se respira. Las vista y los tonos cautivan, atraen.
Es un bosque de grandes árboles, poblado por diferentes especies, con la apariencia de una selva que lo oculta todo.
Posada sobre el viejo tronco de un roble caído, la hoja del roble albar nos anuncia que el otoño está bien entrado.
Por esta zona transcurre uno de los numerosos arroyos. En sus orillas habitan abedules y avellanos.
El pequeño chochín recorre las ramas caídas y la orilla del arroyo. Busca pequeños insectos con los que alimentarse.
Pasamos ahora por una zona donde son más numerosos los robles albares y los cerezo silvestres. Los tonos de sus hojas nos lo cuentan...
En el suelo, cerca de unos acebos, han hecho su aparición setas de tonos y formas muy llamativas. Su nombre es paxilo enrollado.
Los grandes robles albares centenarios, con edades entre los doscientos y cuatrocientos, años son comunes. Bajo sus extensas copas habitan avellanos, espinos albares, acebos...
Entre las ramas de un sauce, la hembra del pito real observa mi paso por el bosque... Luego se deja caer en el suelo, y busca hormigas o insectos para alimentarse.
A través de los grandes avellanos pasa el histórico camino... En la orilla del arroyo me detengo unos instantes, para observar el panorama y ver que dirección cojo.
El otoño todo lo llena de hojas... De hojas variadas, de diferentes formas y tonos. En lugares y situaciones diferentes.
De vez en cuando, los rayos cálidos del sol se cuelan entre las nubes. Entran por las copas de los árboles, creando un claroscuro de luces y de colores muy llamativo y agradable.
Sobre una roca cubierta de hojas, musgos y líquenes, observo a un mirlo común que remueve las hojas con sus patas, para capturar a los insectos que habitan entre ellas.
Siguiendo la vera del arroyo, entro en una zona donde predominan los abedules, sauces de montaña, avellanos, acebos, cerezos silvestres, algunos álamos temblones y robles albares dispersos.
En las orillas del arroyo observo herbáceas con hojas muy curiosas y llamativas, como esta, de un acónito común.
Los rayos del sol acarician y encienden la copa de los blancos abedules. Bajo ellos habita otra comunidad forestal más variada y numerosa...
Por los árboles y arbustos pasa un bando de pájaros del bosque, compuesto por carboneros comunes y garrapinos, trepadores azules, herrerillos capuchinos y comunes, mitos y agateadores comunes. Cada especie registra su parcela, su nicho ecológico, en busca de insectos, sus huevos y larvas, o frutos del bosque. Un bonito y elegante carbonero común, se detiene un instante en la orilla del arroyo para beber.
A pesar de los usos forestales y ganaderos que ha tenido el monte en los últimos seiscientos años, se está recuperando muy bien. La mayoría de sus árboles y arbustos han aumentado su población, y están ocupando las zonas donde fueron eliminados. Esto ha sido posible porque la mayoría son de crecimiento relativamente rápido, y las condiciones ambientales se siguen manteniendo. A este bosque sólo le queda crecer y expandirse...
Con la humedad ambiental y las temperaturas templadas, los grandes helechos machos (Dryopteris filix-mas) adquieren unos tonos amarillentos muy agradables, que contrastan en el claroscuro del bosque cubierto de hojas.
En ciertas zonas, aparecen medianos ejemplares de tejo, como testigos mudos de otras épocas en las que fueron más abundantes. Para este árbol, de crecimiento muy lento y de larga vida, el paso corto del tiempo no ha jugado en su favor.
Un agateador común va recorriendo la rama de un árbol, buscando pequeños insectos y larvas entre su corteza. Estos pequeños pájaros limpian de insectos parásitos las cortezas de los árboles.
Bajo los grandes robles y abedules, habita una comunidad de arbustos nobles y árboles frutales de diferentes especies, como los avellanos, endrinos, majuelos, saúcos, manzanos silvestres, serbales de cazadores, cerezos silvestres... Aquí los brezos apenas existen.
Los rojos frutos del majuelo ya están maduros. Unos frutos con agradable sabor a manzana, que van a ser consumidos por todos los habitantes del bosque, desde las aves pequeñas y medianas, roedores, corzos, hasta los zorros, los tejones y las garduñas.
La inmensa vidriera natural que crean las variadas hojas de los diferentes árboles, crean un ambiente cálido y agradable. Da la sensación de que estamos en una catedral muy grande...
Entre los robles observo a un herrerillo capuchino... Va registrando las ramas, las hojas y el suelo. Busca insectos y frutos silvestres.
Desde el pie de la falsa oronja (Amanita muscaria) tenemos una amplia panorámica del bosque.
Fuera del bosque, la luz del sol es muy agradable. Vemos una panorámica con mucha luz y color, dependiendo de las especies forestales. Cada especie tiene un color y una forma de reflejar y filtrar la luz.
Vuelvo a entrar en el bosque, a caminar entre los grandes robles y abedules, mostajos, serbales, acebos... Un mundo complejo muy variado, que vive y cambia con el paso de las estaciones, del tiempo...
En las ramas altas escucho el canto de varios trepadores azules. No se están quietos ni un segundo. Con sus movimientos rápidos y nerviosos, registran todas las partes de los árboles, buscando insectos, larvas y frutos. Este pájaro atlántico, habita en el bosque durante todo el año.
Para muchas personas, aficionadas a la naturaleza o no, la llegada del otoño a los bosques caducifolios les encanta, les atrae, les gusta más que otras estaciones del año. Por su clima, temperatura, variedad, colores... Ahora el bosque nos cuenta muchas cosas a través de su aspecto, sus formas, sus nuevos habitantes, sus luces, sus colores...
Han estado "ocultas" durante un año, esperando la época ideal para hacer su aparición, para cumplir su papel ecológico, muy importante y fundamental para ciertas especies forestales y para el suelo del bosque. Entre las hojas de abedul y acebo, vemos al apreciado boleto comestible (Boletus edulis).
Subimos ahora hasta la cabecera de uno de los arroyos que pasa por el bosque. Aquí el microclima es más fresco y húmedo. El suelo es profundo y abundan las pequeñas turberas. Las especies forestales que predominan, son los abedules y los avellanos, pero si nos fijamos, tampoco faltan los robles y los acebos.
Un pico picapinos macho recorre la rama caída de un árbol, hasta que llega al suelo, donde se encuentra el tocón de un roble. Desconfiado, sin dejar de mirar, empieza a taladrarle con su pico, en busca de insectos que viven en su interior.
Ahora los acebos hembras están cargados de abundantes y vistosos frutos rojos. Son la despensa y uno de los recursos principales que va a tener la mayoría de la fauna, durante el otoño y el invierno.
Los grandes y curiosos mostajos (Sorbus aria) son comunes. Habitan en las zonas donde los grandes árboles no les dan sombra y no inciden sobre ellos.
Muchos mostajos ofrecen sus dulces frutos, de agradable sabor. Cuando terminen de madurar caerán al suelo, y serán otro recurso más para los habitantes del monte.
Durante esta época, en la que caen las bellotas de los robles, son comunes las palomas torcaces. Algunas habitan aquí durante todo el año.
La luz de la tarde entra rasante. Nos muestra otra forma, otro aspecto del bosque. Con un suelo cubierto de abundantes hojas que reflejan la luz.
Sobre la rama gruesa de un abedul caído, se desarrolla el curioso y elegante yesquero del abedul. Una seta de madera que va a poner su punto de contraste en la comunidad del bosque, y va a ayudar a reciclar con el paso del tiempo, el árbol que ha dejado de vivir.
La tarde no se detiene... La luz del sol empieza a subir por las ramas de los árboles... El arroyo corre entre avellanos y abedules, medio cubierto por un manto de hojas.
Una lavandera cascadeña va por la orilla, buscando insectos fluviales con los que alimentarse. Cuando ve uno que le interesa, corre hacia él...
Cada minuto que pasa, las luces y las sombras hacen más grandes los contrastes del bosque. Los pájaros vuelven a moverse y a cantar con más intensidad. Saben que la noche está próxima...
Desde la otra ladera del bosque, la panorámica que se nos ofrece es espectacular. Los últimos rayos del sol, a punto de ponerse, encienden los colores de los árboles y arbustos. Un proceso natural que se repite todos los años, donde todavía existe el bosque atlántico.