Hoy vamos a caminar por un bosque que llegó a las montañas del Sistema Central con las últimas glaciaciones. Poblado principalmente de abedules, acompañado por acebos, avellanos, robles albares... El mismo bosque por el que pasean los ciudadanos de Suecia, Noruega, Finlandia y Madrid.
Está amaneciendo... El día llega nublado a las altas montaña. Una ligera niebla envuelve los grandes abedules de la mancha.
Después de las continuas nevadas caídas en las últimas semanas, los arroyos vuelven a correr libremente por todo el bosque. Ahora el canto del agua se escucha por todas partes.
Un grupo de pequeños pájaros, compuesto por carboneros garrapinos, comunes, herrerillos, trepadores azules y mitos, pasa por el arroyo. Van registrando las ramas y los troncos de los árboles, en busca de insectos y semillas. En el tronco de un sauce de montaña veo a un agateador común, que va registrando su corteza en busca de pequeños insectos.
La helada todavía se siente en las zonas bajas del monte. Estos bosques, cuando llega el invierno y se desprenden de sus hojas, mantienen su elegancia y sus características más representativas.
En el tronco de un joven abedul crece un curioso ejemplar de yesquero del abedul. Una seta parásita no comestible, que se terminará transformando en madera.
A media ladera se aprecia los restos de la última nevada... El sol ha conseguido abrirse entre las nubes y acaricia la copa de los arboles.
En la zona observo a una familia de trepadores azules. Unos pájaros típicos de estos bosques, que mantienen su territorio todo el año. Uno de ellos baja desde las altas ramas de los árboles, para registrar los restos de un viejo abedul que murió hace muchos años.
En esta zona de la ladera el suelo está cubierto totalmente de nieve. Me detengo un instante, pues me llama la atención el porte de este buen ejemplar de acebo... Durante muchos años se cortaron sus ramas en invierno, para dar de comer a las vacas.
Las hojas y los frutos del acebo, es lo más colorido que vamos a ver durante todo el invierno en este monte. En los pueblos del norte de Europa, es tradición poner en las puertas de las casas por Navidad, las hojas con los frutos.
Los agradables rayos del sol del medio día, se cuelan entre los acebos y los abedules, creando un ambiente agradable. Aunque los pies no terminan de entrar en calor.
En un pequeño manantial de una turbera, observo a unos mirlos y zorzales. Buscan insectos y gusanos para alimentarse.
Aunque el día es frío, algunos pájaros del bosque, como el herrerillo capuchino, se acercan hasta la orilla del arroyo para beber, darse un ligero baño y arreglar sus plumas. Estas tienen que estar en perfecto estado, pues gracias a ellas van a conseguir pasar el duro invierno.
En esta zona observo grandes abedules, con troncos de varios metros de perímetro en sus bases. Algunos sufren el paso de los años y de las grandes nevadas... También veo jóvenes ejemplares que van ocupando su sitio, para cuando los grandes y viejos árboles reposen sobre el suelo del bosque.
En esta época del año las tardes apenas duran, y menos si las nubes cubren el cielo. Son las 16,30 y el silencio y el frío se están haciendo los amos del bosque. Pronto vendrá la oscuridad de la noche para aliarse con ellos.
Entre dos luces cruzo sobre las aguas cristalinas de un arroyo... Me detengo unos instantes para escuchar al cárabo, otro habitante del monte. Para él es época de amores, y quiere dejar claro donde vive y con quién.
En la otra ladera de la montaña me detengo unos instantes... Ahora sólo se escucha el agua del arroyo. La niebla húmeda y fría, desciende desde las altas cumbres. Una vez más, me quedo mirando el bosque hasta que la luz desaparece y todo lo oculta... FELIZ NAVIDAD.