lunes, 8 de diciembre de 2014

POR LA RIBERA DEL RÍO.



Las primeras luces de la mañana nos muestran imágenes que se graban en el recuerdo. Sobre la rama alta de un sauce se levanta una garza real y se va río abajo...




El día llega con una ligera niebla. Pone otro punto más de contraste. Añade otra forma de ver el paisaje.




En este tramo la variedad de árboles es notoria. Los grandes álamos negros están cubiertos de amarillos y ocres. Las hojas de los alisos van perdiendo el verde oscuro, pasando por variados tonos verdes, amarillos y ocres; los sauces van pasando del verde al amarillo limón; los tarays van cambiando el color de sus finas y pequeñas hojas, pasando de los variados verdes a los variados ocres. Cada árbol tiene sus formas, sus colores y su sitio en la ribera del río. Todos juntos hacen grande a este ecosistema.




Los variados pájaros que habitan aquí, se dedican ahora a buscar alimento en los diferentes nichos ecológicos que les corresponden. El mirlo común se alimenta con la abundantes bayas del majuelo.




En el suelo vemos hojas de distintos tamaños, formas y colores. Llaman la atención dos. La amarilla es de un álamo blanco, la roja de una parra silvestre.




La luz rasante del sol se va metiendo por todos los rincones de la ribera... Crea claroscuros muy especiales entre la vegetación y el río.




En la orilla observamos a un andarríos. Va registrando toda la orilla, dentro y fuera del agua, capturando pequeños invertebrados que viven en este nicho ecológico de aguas someras y fangos.




El otoño mediterráneo es lluvioso y templado. Esta meteorología se refleja en la variedad de los tonos que tienen los chopos. Vemos tonos que van del verde al amarillo, y de éste a la variada gama de ocres.




En la rama gruesa de un chopo negro se desarrolla un enorme yesquero. Una gruesa seta de madera, que pone otra forma en el otoño de estas masas forestales.




El pico picapinos va registrando la rama caída de un chopo. Busca los insectos que habitan y se esconden en la madera. Un nicho ecológico al que sólo pueden acceder para alimentarse los pájaros carpinteros.




El panorama que se vive dentro del dosel forestal que acompaña al río es muy variado. Vemos grandes árboles y arbustos de distintas especies. Escuchamos la fauna que merodea por la zona. Los ladridos de un corzo macho que se ha asustado y se aleja. El intenso aroma del río, de los árboles y arbustos.




Llegamos ahora a una zona donde el río corre sobre margas arcillosas y calizas. Aquí se forma una chorrera, en la que se pueden ver lavanderas cascadeñas y mirlos acuáticos.




Por las orillas se ven algunas gallinetas buscando alimento. Vegetación y pequeños insectos les vale para alimentarse.




La luz tenue del sol filtrada por las nubes, con los variados tonos de los árboles, crea un ambiente muy agradable.




Ahora, los majuelos o espinos blancos están cargados de numerosos frutos maduros, con agradable sabor a manzana. Son el alimento de mirlos, zorzales,  petirrojos, ratones de campo...




El chochín va registrando la rama caída de un aliso en busca de pequeños insectos. De vez en cuando salta y captura pequeños mosquitos.




Los árboles y arbustos que cubren las riberas bajas de los ríos, están vestidos ahora con variados tonos verdes, amarillos, ocres, naranjas y rojos. Cuando tiren las hojas en la primera quincena de diciembre, el invierno ya se habrá metido.




Las continuas lluvias y la humedad ambiental, antes de que lleguen las heladas, favorece el desarrollo abundante de las setas de pie azul.




A estas horas de la mañana, cuando el sol se hace un hueco entre las nubes y los rayos calientan el ambiente húmedo de la ribera, observamos en su paisaje grandioso a una corza pastando.




La mañana está siendo muy agradable. La temperatura es templada y la luz del sol no molesta. En cuanto a la fauna, se han visto corzos, un zorro, al azor, una pareja de ratoneros, dos milanos reales, multitud de pajarillos de diferentes especies...




Posado en la orilla de un arroyo que desemboca en el río, observamos a un joven pito real. Parece que busca insectos en la arena. Después se acerca hasta el agua para beber.




El sol al final ha ganado a las nubes. Ahora alumbra cualquier rincón de la ribera. Después de vivir pequeños instantes a lo largo de la mañana, nos vamos por el antiguo cauce por el que pasaba el río hace muchos años.

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lunes, 1 de diciembre de 2014

EL OTOÑO DE LAS CABRAS MONTESES.



Entrado noviembre, los machos monteses vuelven a las zonas donde habitan las hembras con las crías del año. Son tiempos de peleas y de bodas, que van a permitir un año más la perpetuación de la especie en las altas montañas ibéricas.




La mañana llega muy nubosa y con niebla a las altas cubres, de más de 2.000 metros de altura. La media ladera está poblada por un denso robledal de melojo, acompañado por robles albares, arces menores, serbales, cerezos silvestres... Por encima predomina el pinar silvestre, hasta los 1.700 metros. Cuando se acaban los pinos, aparece el denso matorral de piornos serranos. En la cota más alta se localizan las grandes rocas de granito.




A la vera de un arroyo de aguas cristalinas nos adentramos en el robledal. En sus orillas habitan sauces de montaña, endrinos, zarzas y rosales silvestres.




En las zonas de los arroyos donde el mirlo acuático no encuentra su nicho ecológico para vivir, encontramos a las lavanderas cascadeñas.




Las lluvias caídas regularmente durante las últimas semanas, han templado las temperaturas y han dado vida al robledal. Han sacado los colores y los aromas del otoño... La humedad en el ambiente es total. Los arroyos vuelven a correr con alegría.




Variadas especies de setas, de diferentes formas y colores, se desarrollan entre las hojas de los robles.




Los caminos que transcurren por las montañas, que comunican los pueblos, nos muestran a su paso los variados ambientes naturales.




Un herrerillo joven y otro adulto, se posan en una rama caída en el arroyo para beber.




Cuando el robledal se acaba, no adentramos en el pinar de pinos silvestres. Es un pinar repoblado en su mayoría, en el que podemos ver acebos, algunos robles, serbales...




En esta zona están entresacando los pinos. Los ejemplares muertos, los peor formados y los que se han quedado reviejos, se quitan para que los sanos y mejor formados se desarrollen bien.




En las zonas donde la cobertura vegetal es más densa y rompe un manantial, no faltan los mirlos comunes, los zorzales y otros pájaros del bosque.




Por encima de los 1600 metros de altitud ya se ven muestras de las cabras monteses.




El aumento de la población y la expansión de las cabras monteses en El Sistema Central, están siendo crucial para la recuperación de los escasos lobos, que han sobrevivido durante las últimas décadas a la caza y a las carreteras.

En la imagen vemos los restos de una hembra de cabra montes capturada por los lobos.




Llegando a la cota alta del pinar se ven las altas cumbres, de unos 2.000 metros de altura. Están cubiertas por las ventiscas de nieve que han caído durante la noche y el amanecer.




Una familia de herrerillos capuchinos, formada por los padres y cinco jóvenes del año, va recorriendo los sauces, los servales y los robles que acompañan al arroyo. Este pequeño pájaro tiene sus poblaciones más altas en los pinares de montaña, y en las taigas del norte de Europa y de Rusia.




La dura montaña empieza a hacer acto de presencia. Para llegar a una de las zonas donde posiblemente se encuentre uno de los rebaños de cabras monteses, tenemos que subir por un enorme canchal, donde crecen algunos robles albares y serbales de cazadores.




Por el camino... De pronto aparece un macho montés... Sólo da tiempo a hacerle una fotografía; después desparece entre los piornos y los pinos como un ánima.




Con la altura, los pinos silvestres se van haciendo más escasos. Se van difuminando entre las densas manchas de piornos serranos.

Cerca del nacimiento del arroyo crecen grandes serbales de cazadores. Ya han tirado sus hojas, debido a las bajas temperaturas que se dan a esta altitud. Conservan todavía sus abundantes frutos rojos.




En una zona de solana, donde crece una densa formación de piornos y brezos, observamos a un macho montés alimentándose con las hojas de estos arbustos. Le observamos un rato... pues está muy tranquilo y no teme nuestra presencia.




Cerca, más arriba de la ladera, vemos entre los piornos los enormes cuernos de un buen ejemplar.




En un cortado pequeño, por el que pasa el arroyo, sale al encuentro otro macho montés. En las alturas está seguro, no teme a nadie.




En una amplia repisa de roquedo, donde da el agradable sol del otoño, vemos a una hembra de cabra montés con un recental del año pasado.




La cabra montés desapareció de las montañas de Madrid a finales del siglo XIX. Los primeros ejemplares se sueltan en la Pedriza en 1989. En 1990 se reintroducen en una zona del Hueco de San Blas, en Manzanares El Real. Se liberan 67 ejemplares procedentes de La Reserva Nacional de Gredos y la Reserva Nacional de Caza de las Batuecas.

Desde entonces ese rebaño no ha dejado de crecer. Se ha expandido y ha colonizado casi toda La Sierra de Guadarrama.




A lo largo del arroyo vemos muchos excrementos de cabra montés. Parece que esta zona tiene querencia para la especie.




En lo más alto del roquedo se para uno de los machos más hermosos del grupo. Uno de los que va a transmitir su herencia a las nuevas generaciones.

Las águilas reales, los lobos, algún zorro, los cazadores furtivos de los pueblos cercanos, la caza controlada y los descastes selectivos, controlan bastante bien la salud de las cabras que habitan estas montañas. Por el momento no se ha dado ningún caso de sarna u otra enfermedad.




En otra zona de grandes rocas, donde los grandes piornos son difíciles de atravesar y casi todo lo ocultan, observamos a dos machos combatiendo por liderar a un grupo de hembras.




En ciertas zonas, por encima de los 1800 metros de altitud, la querencia y la abundancia de las cabras está ejerciendo una carga muy agresiva sobre los piornales y los pastos, con la consiguiente erosión del suelo.




Dueño del rebaño de hembras, las va cortejando con variadas posturas y muecas, hasta que estas se muestran receptivas y acceden a la cópula.




En el rebaño de hembras, jóvenes y machos de diferentes edades, aparece un macho de buen porte. Otro que se une al juego de la vida en las altas cumbres del Sistema Central.

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