martes, 23 de diciembre de 2014

EL BOSQUE BOREAL DE LAS ALTAS MONTAÑAS.


Hoy vamos a caminar por un bosque que llegó a las montañas del Sistema Central con las últimas glaciaciones. Poblado principalmente de abedules, acompañado por acebos, avellanos, robles albares... El mismo bosque por el que pasean los ciudadanos de Suecia, Noruega, Finlandia y Madrid.




Está amaneciendo... El día llega nublado a las altas montaña. Una ligera niebla envuelve los grandes abedules de la mancha.




Después de las continuas nevadas caídas en las últimas semanas, los arroyos vuelven a correr libremente por todo el bosque. Ahora el canto del agua se escucha por todas partes.




Un grupo de pequeños pájaros, compuesto por carboneros garrapinos, comunes, herrerillos, trepadores azules y mitos, pasa por el arroyo. Van registrando las ramas y los troncos de los árboles, en busca de insectos y semillas. En el tronco de un sauce de montaña veo a un agateador común, que va registrando su corteza en busca de pequeños insectos.




La helada todavía se siente en las zonas bajas del monte. Estos bosques, cuando llega el invierno y se desprenden de sus hojas, mantienen su elegancia y sus características más representativas.




En el tronco de un joven abedul crece un curioso ejemplar de yesquero del abedul. Una seta parásita no comestible, que se terminará transformando en madera.




A media ladera se aprecia los restos de la última nevada... El sol ha conseguido abrirse entre las nubes y acaricia la copa de los arboles.




En la zona observo a una familia de trepadores azules. Unos pájaros típicos de estos bosques, que mantienen su territorio todo el año. Uno de ellos baja desde las altas ramas de los árboles, para registrar los restos de un viejo abedul que murió hace muchos años.




En esta zona de la ladera el suelo está cubierto totalmente de nieve. Me detengo un instante, pues me llama la atención el porte de este buen ejemplar de acebo... Durante muchos años se cortaron sus ramas en invierno, para dar de comer a las vacas.




Las hojas y los frutos del acebo, es lo más colorido que vamos a ver durante todo el invierno en este monte. En los pueblos del norte de Europa, es tradición poner en las puertas de las casas por Navidad, las hojas con los frutos.




Los agradables rayos del sol del medio día, se cuelan entre los acebos y los abedules, creando un ambiente agradable. Aunque los pies no terminan de entrar en calor.




En un pequeño manantial de una turbera, observo a unos mirlos y zorzales. Buscan insectos y gusanos para alimentarse.




Aunque el día es frío, algunos pájaros del bosque, como el herrerillo capuchino, se acercan hasta la orilla del arroyo para beber, darse un ligero baño y arreglar sus plumas. Estas tienen que estar en perfecto estado, pues gracias a ellas van a conseguir pasar el duro invierno.




En esta zona observo grandes abedules, con troncos de varios metros de perímetro en sus bases. Algunos sufren el paso de los años y de las grandes nevadas... También veo jóvenes ejemplares que van ocupando su sitio, para cuando los grandes y viejos árboles reposen sobre el suelo del bosque.




En esta época del año las tardes apenas duran, y menos si las nubes cubren el cielo. Son las 16,30 y el silencio y el frío se están haciendo los amos del bosque. Pronto vendrá la oscuridad de la noche para aliarse con ellos.




Entre dos luces cruzo sobre las aguas cristalinas de un arroyo... Me detengo unos instantes para escuchar al cárabo, otro habitante del monte. Para él es época de amores, y quiere dejar claro donde vive y con quién.




En la otra ladera de la montaña me detengo unos instantes... Ahora sólo se escucha el agua del arroyo. La niebla húmeda y fría, desciende desde las altas cumbres. Una vez más, me quedo mirando el bosque hasta que la luz desaparece y todo lo oculta... FELIZ NAVIDAD.


lunes, 15 de diciembre de 2014

INSTANTES DE UN DÍA CON EL TORO BRAVO.


Mediado el mes de diciembre, me acerco hasta las ganaderías bravas del Cerro de San Pedro. Una zona histórica donde se cría el toro bravo desde el siglo XVII.




La niebla transforma el paisaje del monte, cubierto por encinas, enebros y quejigos principalmente. Juega con la distancia y oculta los relieves...




Andando entre los árboles y los arbustos apenas se ve nada... De pronto oigo muy cerca los mugidos de un toro. Me acerco con cuidado y le veo bajo una encina...




En otra zona del monte, rodeada por una tapia de piedra de grandes dimensiones, sale a mi encuentro un toro de cuatro años de pelo berrendo... Los dos nos quedamos mirando un rato, para ver las intenciones... Luego, cada uno se va por un camino distinto.




En un reguero, cerca de los comederos de los toros, observo a varios rabilargos posados en los sauces. Están esperando a que vengan los vaqueros a echar de comer a los toros.




La niebla ya casi se ha levantado. Nos ha dejado el día cubierto de nubes. En una ladera, metido entre grandes rocas, observo a un toro de pelo castaño con los cuatro años recién cumplidos. Cuando esté bien rematado, será un ejemplar importante en la cabecera de la camada.




A lo largo de los siglos XVIII y XX, se construyeron varios cientos de kilómetros de tapias en toda la geografía del Cerro de San Pedro y sus aledaños, para mantener controlados a las vacas y toros bravos que se crían en sus montes.




Las nubes de vez en cuando dejan pasar los rayos del sol... En un prado descansa un toro junto a sus hermanos de camada. Una urraca se posa en su lomo y captura los parásitos que se crían en su pelo.




Un gazapo pasta la verde hierba que crece en un pequeño arroyo. Al verme, se detiene unos instante y me observa. Después se mete entre unas zarzas.




A la hora del pienso me acerco hasta donde se cría un grupo de novillos de tres años. Uno de ellos, de imponentes pitones, deja de comer el pienso y la paja. Se queda observándome un instante... Después sigue a lo suyo.




Llego ahora a un prado donde pace un grupo de toros de cuatro años, de casta vistahermosa, estirpe murube-contreras. Andan un poco nerviosos... De vez en cuando se pegan algunos ejemplares. Este de la fotografía es uno de los más conflictivos.




Una cogujada montesina, típica de estas zonas, canta desde la copa de un enebro.




Durante toda la mañana han estado mugiendo y provocándose. De pronto, uno de ellos se acerca al otro dando grandes mugidos y comienza la pelea...





El sol cálido de la tarde saca los colores de los árboles y arbustos, que cubren la ladera de la montaña. En estas manchas han pastado los toros bravos desde tiempo inmemorial. Gracias a ellos, se están recuperando de los incendios que las arrasaron en el pasado.




En una cerca, donde pastan nueve toros, observo a un imponente ejemplar de pelo  carisfosco, con el cuello astracanado.




En una zona apartada de la cerca, veo posado en el suelo a un buitre negro. No hay ningún animal muerto por los alrededores, por lo que creo que estará descansando. De vez en cuando, sobretodo en verano, algunos pasan las noches con los toros.




El sol está a punto de ponerse. Barre con sus rayos el monte. En su recorrido descubre la silueta de este elegante toro de cuatro años, de casta vistahermosa, estirpe parladé-gamero-cívico.




El día está a punto de acabarse... En pocos instantes, cuando la noche haya ganado al día, una historia nueva se volverá a escribir en estos parajes...


lunes, 8 de diciembre de 2014

POR LA RIBERA DEL RÍO.



Las primeras luces de la mañana nos muestran imágenes que se graban en el recuerdo. Sobre la rama alta de un sauce se levanta una garza real y se va río abajo...




El día llega con una ligera niebla. Pone otro punto más de contraste. Añade otra forma de ver el paisaje.




En este tramo la variedad de árboles es notoria. Los grandes álamos negros están cubiertos de amarillos y ocres. Las hojas de los alisos van perdiendo el verde oscuro, pasando por variados tonos verdes, amarillos y ocres; los sauces van pasando del verde al amarillo limón; los tarays van cambiando el color de sus finas y pequeñas hojas, pasando de los variados verdes a los variados ocres. Cada árbol tiene sus formas, sus colores y su sitio en la ribera del río. Todos juntos hacen grande a este ecosistema.




Los variados pájaros que habitan aquí, se dedican ahora a buscar alimento en los diferentes nichos ecológicos que les corresponden. El mirlo común se alimenta con la abundantes bayas del majuelo.




En el suelo vemos hojas de distintos tamaños, formas y colores. Llaman la atención dos. La amarilla es de un álamo blanco, la roja de una parra silvestre.




La luz rasante del sol se va metiendo por todos los rincones de la ribera... Crea claroscuros muy especiales entre la vegetación y el río.




En la orilla observamos a un andarríos. Va registrando toda la orilla, dentro y fuera del agua, capturando pequeños invertebrados que viven en este nicho ecológico de aguas someras y fangos.




El otoño mediterráneo es lluvioso y templado. Esta meteorología se refleja en la variedad de los tonos que tienen los chopos. Vemos tonos que van del verde al amarillo, y de éste a la variada gama de ocres.




En la rama gruesa de un chopo negro se desarrolla un enorme yesquero. Una gruesa seta de madera, que pone otra forma en el otoño de estas masas forestales.




El pico picapinos va registrando la rama caída de un chopo. Busca los insectos que habitan y se esconden en la madera. Un nicho ecológico al que sólo pueden acceder para alimentarse los pájaros carpinteros.




El panorama que se vive dentro del dosel forestal que acompaña al río es muy variado. Vemos grandes árboles y arbustos de distintas especies. Escuchamos la fauna que merodea por la zona. Los ladridos de un corzo macho que se ha asustado y se aleja. El intenso aroma del río, de los árboles y arbustos.




Llegamos ahora a una zona donde el río corre sobre margas arcillosas y calizas. Aquí se forma una chorrera, en la que se pueden ver lavanderas cascadeñas y mirlos acuáticos.




Por las orillas se ven algunas gallinetas buscando alimento. Vegetación y pequeños insectos les vale para alimentarse.




La luz tenue del sol filtrada por las nubes, con los variados tonos de los árboles, crea un ambiente muy agradable.




Ahora, los majuelos o espinos blancos están cargados de numerosos frutos maduros, con agradable sabor a manzana. Son el alimento de mirlos, zorzales,  petirrojos, ratones de campo...




El chochín va registrando la rama caída de un aliso en busca de pequeños insectos. De vez en cuando salta y captura pequeños mosquitos.




Los árboles y arbustos que cubren las riberas bajas de los ríos, están vestidos ahora con variados tonos verdes, amarillos, ocres, naranjas y rojos. Cuando tiren las hojas en la primera quincena de diciembre, el invierno ya se habrá metido.




Las continuas lluvias y la humedad ambiental, antes de que lleguen las heladas, favorece el desarrollo abundante de las setas de pie azul.




A estas horas de la mañana, cuando el sol se hace un hueco entre las nubes y los rayos calientan el ambiente húmedo de la ribera, observamos en su paisaje grandioso a una corza pastando.




La mañana está siendo muy agradable. La temperatura es templada y la luz del sol no molesta. En cuanto a la fauna, se han visto corzos, un zorro, al azor, una pareja de ratoneros, dos milanos reales, multitud de pajarillos de diferentes especies...




Posado en la orilla de un arroyo que desemboca en el río, observamos a un joven pito real. Parece que busca insectos en la arena. Después se acerca hasta el agua para beber.




El sol al final ha ganado a las nubes. Ahora alumbra cualquier rincón de la ribera. Después de vivir pequeños instantes a lo largo de la mañana, nos vamos por el antiguo cauce por el que pasaba el río hace muchos años.

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