lunes, 16 de marzo de 2015

LA DEHESA DE LA VILLA.


La Dehesa de La Villa forma parte de una serie de espacios naturales históricos de la ciudad de Madrid. Está asentada sobre arenas, a unos 700 sobre el nivel del mar. Es un espacio natural que ha soportado los cambios históricos de Madrid, perdiendo el 80% de su superficie, en favor del crecimiento de la ciudad.
Vamos a dar un paseo por ella, y vamos a ver como es y en que estado se encuentra...




Saliendo por una de las calles de la ciudad, nos encontramos con este interesante pulmón verde...




La Dehesa de La Villa, conocida históricamente en los tratados de montería como la Dehesa de Amaniel, formaba parte de una mancha mediterránea extensa, localizada entre la Casa de Campo y el Monte de El Pardo. Estaba cubierta por encinas, alcornoques y quejigos.




En las zonas ajardinadas, donde se riega regularmente para que el verde permanezca todo el año, el mirlo común encuentra su hábitat ideal. Aquí no le faltan lombrices y gusanos durante todo el año. Las temperaturas no son tan frías como en el monte, y no le faltan árboles y arbustos donde hacer su nido.




En los últimos veinte años, los vecinos de la zona vienen realizando siembras con bellotas y plantones de encinas, alcornoques y otras especies mediterráneas. Con el paso del tiempo, estas especies van recolonizando la zona y se van haciendo notorias.




Entre 1614 y 1616, se construyeron en la dehesa algunas de las minas o viajes de agua, que llevaban el agua potable hasta el palacio real. Dejaron de abastecer cuando entró en funcionamiento El Canal de Isabel II. En la fotografía vemos un mojón, que localiza uno de los viajes de agua.




Las palomas torcaces no faltan en la dehesa durante todo el año. En primavera y en verano crían bastantes parejas en los árboles. En otoño y en invierno pasan grandes bandos, procedentes del norte y del Monte de El Pardo.




A finales del siglo XIX, las hectáreas que quedan de la antigua dehesa, se encuentran prácticamente deforestadas. Han soportado el sobrepastoreo, guerras, el hambre y el frío de los habitantes de Madrid. Por esas fechas, se inicia un plan forestal para recuperar el espacio verde, sembrando toda la zona con pinos piñoneros y carrascos.
En la actualidad, la mayor parte del espacio está cubierto por grandes ejemplares de respetables portes. En la imagen vemos en primer plano, un interesante ejemplar de pino carrasco.




Una de las labores interesantes que se ha puesto en marcha, es la reintroducción de la ardilla roja. En ciertos pinos se han colocado cajas de madera y comederos. En la fotografía vemos un cartel explicativo, cerca del área de reintroducción.




Aunque no es nada fácil verlas, debido a la gran afluencia de personas que pasan por el área con perros, a ciertas horas del día es posible ver alguna ardilla buscando piñones en el suelo.




Aquí se compagina el esparcimiento y el ocio, con la educación ambiental, el mantenimiento y la recuperación forestal.




El compromiso que han tenido y tienen los ciudadanos que viven cerca de la dehesa, ha sido público y notorio. Muchos de los plantones de encina y otras especies que se ven por la zona, los han sembrado ellos.




Una pareja de pitos reales busca hormigas en una pradera...




El pito real es un buen bioindicador de la situación forestal de una zona. Para que este pájaro carpintero la habite, tiene que haber árboles maduros de diferentes especies, y abundantes hormigueros para alimentarse.




A lo largo del día, durante todos los días del año, pasan por la dehesa cientos de ciudadanos. Unos recreándose y respetando, otros, molestando o dejando los excrementos del perro. De todo hay...




Encontrarse cada mañana con un espacio forestal de estas características, en una ciudad con cerca de cuatro millones de habitantes, es un privilegio... Que hay que mantener y mejorar.
"Yo viví con mi familia en la calle Campo Real, de 1960 a 1970. Recuerdo ver las ovejas pastando en La Dehesa y en los alrededores... Con mi padre, iba algunos domingos a comprar verduras y hortalizas a las granjas y huertas que había junto a La Dehesa."
                                                                                         Pepe Monedero.
                                                                                     Naturalista, ornitólogo y vecino de La Dehesa.



Los pequeños pájaros del bosque, de vivos colores, como los herrerillos comunes, carboneros comunes, garrapinos, mitos, jilgueros, picogordos, pinzones, verderones... Son comunes durante todo el año. En la fotografía vemos a un carbonero común, registrando la rama de un árbol en busca de insectos.




La dehesa fue cedida a Madrid en 1152 por el Rey Alfonso VII, con una superficie de unas 1000 hectáreas, cubierta de monte mediterráneo... En la actualidad sólo quedan 70 hectáreas, muy transformadas, pero con una cobertura vegetal muy importante y variada, que puede ser la base para la recuperación de las especies originales... Con esta imagen, en la que vemos un considerable ejemplar de alcornoque, dejo la dehesa, pensando como sería este pulmón verde, cubierto de encinas, alcornoques, quejigos y grandes pinos...


lunes, 9 de marzo de 2015

UNA VISITA AL SABINAR DEL VALLE DEL LOZOYA...


En el valle del Río Lozoya, se localiza una mancha considerable de sabinas albares, acompañadas por enebros de la miera, encinas y robles melojos... El monte está localizado en la ladera de una montaña, donde el sol calienta desde que sale hasta que se pone.
Hoy vamos a dar un paseo por esta zona, y vamos a ver como son las sabinas y el porte que tienen.




La mañana viene fría. Muchas zonas del valle están cubiertas por la nieve. Junto a un enebro de la miera (Junniperus oxicedrus) me integro en el monte.




En una zona llana, donde el agradable sol de la mañana calienta, observo a un grupo de vacas alimentándose con la hierba que les proporciona el ganadero.




En el cielo, veo a tres buitres negros. Vuelan por la zona en busca de una res muerta. Son los guardianes sanitarios del monte.




En esta panorámica vemos una zona densa, donde las sabinas conviven con las encinas y los enebros.




Un habitante típico de estos montes, es el escribano montesino. Un pájaro del tamaño de un gorrión, de elegantes colores y sonoro canto.




Las sabinas y los enebros, habitan generalmente donde se da un clima continental extremo y austero. De inviernos muy fríos y secos, y veranos calurosos sin apenas precipitaciones. Son los bosques más antiguos de La Península Ibérica.




Debajo de una encina grande, entre unas matas, encuentro el cráneo de un jabalí. Por su estado y lo limpio que le han dejado los buitres, parece que lleva aquí desde el invierno pasado.




En todo el monte se localizan importantes ejemplares de sabina albar, con troncos respetables de unos cuatro metros de perímetro en su base.




A media ladera, la nieve se va haciendo más habitual y espesa. Ahora podemos ver las huellas de los corzos, jabalíes, la garduña, el zorro, algunas aves...




En las zonas donde da menos el sol, las rocas están cubiertas por grandes costras de hielo de diferentes formas.




Esta dehesa ha tenido una gestión publica racional a lo largo de la historia. De aquí han salido muchos troncos para la fabricación de vigas de calidad, y en ella ha pastado el ganado desde tiempo inmemorial.




En varias zonas se localizan fuentes y manantiales, que los ganaderos se encargan de mantener a lo largo del año. Esta que vemos, tiene una pila de granito.




En los últimos treinta años, el rabilargo ha terminado de expandirse por las zonas más cálidas del valle. En el sabinar se localiza una colonia. En la imagen vemos a un individuo adulto en un arroyo.




Las sabinas albares son árboles de crecimiento muy lento, que llegan a cumplir edades superiores a los mil años. Son junto con los tejos y los olivos, los árboles más viejos del continente Europeo.




Sobre la nieve, en una vereda veo las huellas de varios mamíferos que habitan en el monte. Entre ellas, observo las huellas que ha dejado un zorro.




Sobre la copa de una sabina, veo a un buitre leonado descansando y tomando el agradable sol de la mañana.




El día parece que se ha estabilizado, pues ya no hace aire. En el sabinar, la fauna no suele ser abundante en número y en especies, pues estos árboles de recias y duras maderas, apenas tiene huecos. Por otra parte, los pájaros carpinteros no suelen utilizarlos para construir sus nidos. 




Durante el otoño y el invierno, se produce la fructificación de los enebros y las sabinas. En estas épocas del año pasan e invernan en el monte muchos zorzales y mirlos comunes. En la imagen vemos a un mirlo del año, merodeando por un manantial.




Según la orientación de la ladera y la gestión que ha tenido el monte a lo largo de los últimos ocho siglos, el sabinar es más puro o es más variado en especies.
Después de un largo día, metido en un bosque antiguo que llegó a cubrir grandes áreas del centro de La Península, me marcho entre sus árboles...


martes, 3 de marzo de 2015

EL CHOPO VIEJO DE LA ISLA.


La historia de este álamo negro (Populus nigra), es la historia de los innumerables árboles viejos y monumentales de ribera, que se han talado en los últimos cincuenta años, sin ningún motivo justificado y sensato, como consecuencia de la ignorancia que aún perdura en los que hacen este tipo de gestión.




El día abre sin nubes... Una fina capa de escarcha cubre el pasto de la ribera.




Con las primeras luces del día; junto al antiguo cauce del río, observo la tala de un enorme chopo negro...




En las pequeñas praderas, rodeadas de tarays, observo a los conejos... Unos pastan, otros toman el agradable sol.




Junto al antiguo cauce crecen pequeñas manchas de álamos blancos (Populus alba). Se diferencian muy bien de los negros, por sus blancos troncos y ramas.




Junto al río, paso por otra pequeña mancha de álamos blancos. Aquí podemos ver ejemplares de considerable tamaño, de unos treinta años de vida.




Un bando numeroso de grajillas anda buscando insectos y semillas entre las hojas del suelo. Otras descansan en las ramas de los árboles.




Dentro de la antigua isla, se extiende una mancha muy considerable e importante de taray. En algunas zonas se encuentran ejemplares de grandes dimensiones.




En las ramas altas de unos álamos blancos, un grupo de cormoranes grandes toma el sol. Recargan las calorías perdidas durante la noche.




El día se presenta agradable... Los cálidos tonos de la ribera, reflejan muy bien la estación del año en la que estamos.




En una pequeña charca que hay junto al río, tres cigüeñuelas comunes buscan insectos entre la tierra húmeda. Hace unos cuantos años, esta especie era muy común en el río durante la época de cría.




El cálido sol, ya alto, se mete por todos los rincones de la ribera...




En el tronco de un sauce bardaguera, crecen enormes e interesantes setas, de nombre Laetiporus sulphureus.




En esta zona, el bosque de ribera se abre, se hace más extenso. Aquí cría el ratonero, el azor y son comunes los pájaros carpinteros e insectívoros.




Un grupo de carboneros, herrerillos, pinzones y mitos, pasa registrando la zona en busca de alimento. Un carbonero común, nacido la primavera pasada, se detiene un instante al verme...




Vuelvo al antiguo cauce, por donde partía el Río Jarama en los años cuarenta del pasado siglo. Observo que hay varios álamos grandes cortados... Y veo que al más grande, también le han abatido. Hago una serie de fotografías, y no logro entender el sentido, la gestión, el porqué de lo sucedido...




Es todo lo que queda del viejo chopo. Un árbol que llegó a cumplir casi los dos cientos años... Que habitaba en una zona del río por la que no pasa nadie.





Este era el aspecto que tenía el viejo álamo negro. Era el decano del tramo medio del Río Jarama, el último bioindicador que nos contaba con su porte, como debían de ser los árboles maduros que cubren las riberas de los ríos. Afortunadamente, vivirá para siempre en esta fotografía...