Con las primeras luces que dan claridad al fondo del valle, poblado por centenarios fresnos, descubrimos las andanzas de un ciervo.
La luz limpia del sol pega de lleno en la mancha mixta de robles albares. Los cerezos silvestres brillan con un naranja casi rojo, al atravesar la luz sus hojas. El sotobosque está compuesto por grandes y densos acebos, muchos de ellos cargados de frutos.
La mancha de robles, de segunda o tercera regeneración, evoluciona con el tiempo hacia la regeneración de lo que fue en su origen. Un monte de centenarios robles melojos y albares de grandes portes, con troncos de diez metros de perímetro, donde habitaban variados árboles y arbustos atlánticos.
Por el momento, hasta que no pasen varios siglos, nos tenemos que conformar con este panorama ambiental.
En la orilla del arroyo, posados en la rama caída de un roble, un mito adulto y uno joven, dejan de beber al oír el sonido de la cámara. Después... se van por el robledal a buscarse la vida.
Los primeros rayos del sol llegan al fondo del valle. Alumbran y encienden los vivos colores de los álamos temblones.
En un remanso del río, una lavandera cascadeña recorre la rama caída de un sauce, en busca de insectos acuáticos.
Al final de un canchal se localiza este enorme ejemplar de roble albar, con más de seis metros de perímetro en la base de su tronco. Un día contaré su historia y lo que costó llegar hasta él...
En el manantial que brota en la ladera, observamos a una curruca capirotada bañándose. Los pequeños pájaros tienen que tener limpias y perfectas las plumas, pues gracias a ellas mantienen la temperatura corporal; vuelan por el monte y se libran de los ataques de los depredadores.
Las endrinas ya están maduras. Ponen esa nota de contraste en los espinos que habitan en las orillas del río y los arroyos.
Los bancos de nubes pasan por la zona alta del valle. En la ladera observamos una mancha de castaños, acompañada por grandes pinos resineros y robles melojos.
Las manchas de castaños que hoy tenemos la posibilidad de contemplar y de disfrutar, pobladas por grandes ejemplares centenarios, son el resultado de la intervención que la mano del hombre ha ejercido en ellas durante siglos, para la producción de castañas de calidad. Uno de los principales alimentos nutritivos de calidad, que alimentaba a Europa antes de que viniera la patata de América.
Llegando a un arroyo, observamos a una pareja de corzos...
Dentro de la mancha de castaños el ambiente es sombrío. El suelo está cubierto por una espesa alfombra de hojas, en la que se ven abundantes erizos, donde se esconden las dulces castañas.
Ahora los escribanos montesinos van por los claros del monte en pequeños bandos. Son aves muy discretas, nada fáciles de observar.
Sobre las hojas, un erizo enseña las castañas que custodia. Todo un mundo natural, rural y económico que empezó en el neolítico.
Cuando las primeras poblaciones comenzaron a asentarse en las proximidades de estos montes, aprendieron a resalvear los castaños, para que den castañas más grandes y más dulces.
En una ladera orientada al norte, localizada en la cuenca alta del Río Jarama, observamos una mancha importante de jóvenes y grandes hayas. En primer plano observamos un grupo de robles melojos y albares.
El trepador azul es un habitante típico de los montes atlánticos. Habita en ellos durante todo el año, incluso durante los inviernos más fríos y nevados.
En esta época va toda la familia por el monte, buscando los variados y abundantes recursos que da la estación.
Las grandes ramas y las hojas de los abedules, "intentan" ocultar la enorme haya que habita junto al Río Jarama.
La Península Ibérica, debido a su latitud, a su geografía y a su clima, con unas precipitaciones medias anuales por encima de los 550 mm, posee en todas sus regiones históricas y provincias actuales, importantes montes o manchas atlánticas.
Igual que encontramos castañares en Asturias, los encontramos en las sierras de Málaga. Robledales en Galicia y en Valencia. Abedules en los Pirineos y en Los Montes de Toledo. Hayedos en los valles altos de Navarra y en El Sistema Central.
Las últimas manchas atlánticas que hoy podemos contemplar, han soportado una gestión racional durante siglos, o se mantuvieron cerriles hasta las desamortizaciones del siglo XIX.
Mantienen un nivel ecológico y biológico muy considerable. Fundamentales para entender y comprender, como eran realmente aquellas selvas atlánticas que cubrían las montañas, las laderas de las sierras bajas orientadas al norte y los fondos de los valles de las zonas llanas, pobladas por la selva mediterránea.
El carbonero común registra la rama seca de un sauce, en busca de larvas e insectos camuflados. En esta época consume semillas, frutos e insectos. Todo le viene bien para alimentarse.
Debajo de los sauces encontramos grandes ejemplares de falsa oronja (Amanita muscaria). Una seta muy característica de estos bosques, que aparece cuando el otoño realmente se inicia.
Después de varios días de lluvias y temperaturas suaves sale el sol. El ambiente que ofrece el monte robles, abedules y pinos silvestres, es espectacular en todos los sentidos.
La luz da vida a los ojos; el sonido del arroyo y el canto de los pájaros relaja los oídos y la mente; el aire limpio, oxigenado por la vegetación y humedecido las lluvias, cura y fortalece los pulmones.
Los variados pájaros que han evolucionado en estos montes atlánticos, de frontera o boreales, como el pequeño herrerillo capuchino, los vemos con su familia en compañía de otros pájaros, buscando los variados recursos que ofrece ahora el monte en forma de insectos, de semillas y de frutos.
Estamos en una estación de abundantes lluvias, en la que el clima cambia con regularidad durante el día. Las nubes van llegando y van cubriendo el cielo. La luz es suave. El canto de algunos pájaros, como los carboneros y los trepadores, se funden entre las ramas y las hojas de los grandes robles y abedules.
El otoño marca el inicio de una nueva época para la mayoría de los habitantes del monte.
Los alegres pico picapinos vuelven a marcar sus territorios con los continuos tamborileos, que hacen sobre las zonas altas y secas de los árboles. Comunican a sus congéneres y a las nuevas generaciones que nacieron en primavera, que esa parcela del monte está ocupada.
Ahora maduran las manzanas silvestres. Tienen un aspecto muy atractivo y apetecible.
Siempre habrá una primera vez para el incauto que pruebe su ácido y amargo sabor, "que deja la boca acorchada".
El agateador común registra el musgo de la roca, buscando pequeños insectos para alimentarse. Después se posa en el tronco de un abedul, por el que sube hasta las altas ramas y se pierde...
Las últimas luces del día barren la mancha mixta de abedules que pueblan la ladera alta de la montaña. Vemos abedules, sauces, robles melojos y albares, avellanos, mostajos, serbales...
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