En las montañas bajas del suroeste de Madrid se localiza una mancha considerable de alcornoque, mezclada con pinos resineros y piñoneros, en la que también se dan encinas, enebros, quejigos y cornicabras. Una mancha que ha aguantado los usos tradicionales y el paso del fuego. El último monte de alcornoques que queda en la zona.
El día llega sin apenas nubes y con un sol limpio que viene apretando. Son las siete y cuarto, y la temperatura ronda ya los 25ºC. La panorámica del monte es espectacular, a pesar de la sequía que llevamos soportando desde el mes de mayo.
Por el cielo pasan varios buitres leonados y dos negros. Van mirando las zonas en las que pasta el ganado, en busca de una res muerta.
El sol cálido y penetrante se va metiendo por todos los rincones del monte. Desde las altas copas de los árboles hasta los menudos arbustos...
En las ramas altas de un alcornoque descubro a un cárabo. Sus plumas son pardas, miméticas, se confunden con las pequeñas ramas y las hojas. Me deja que le haga unas cuantas fotografías... Y allí le dejo tranquilo, esperando a que llegue la noche.
Estamos en una zona que tiene unas precipitaciones medias anuales de unos 800-900 mm. Aquí llueve el doble que en el centro de Madrid.
En un pequeño claro, rodeado de grandes zarzas y rosales silvestres, observo a varios conejos de monte pastando y descansando. Hasta mediados de los años 80 fue muy abundante, en la actualidad apenas se ven.
Cuarteando por la ladera de la montaña, me detengo unos instantes a la vera y a la sombra de tres buenos ejemplares. Descanso y veo el panorama... La pequeña brisa que se mueve a estas horas de la mañana, pasa fresca por el interior del monte.
Sobre una roca cubierta de musgo veo la pluma de una rapaz pequeña. Al observar su forma y color, me doy cuenta que es la pluma de un ala de una hembra de gavilán. Una rapaz forestal que vuelve a verse con relativa frecuencia por estos montes.
Mas adelante veo a una jabalina hozando entre la hierba seca. Tiene las mamas muy desarrolladas... Por las inmediaciones, cubiertos por hierbas y hojas, tendrá escondidos de dos a diez rayones.
En esta zona observo que a varios alcornoques de pequeña y mediana talla se les ha sacado el corcho. Sus recios troncos de tonos naranjas nos cuentan lo sucedido. En los próximos cuatro años volverán a formar la corteza extraída, una corteza que le va a proteger en el futuro de la deshidratación y de los incendios forestales, pues todos sabemos que el corcho no arde.
Cerca del cauce de un arroyo seco, posada a la sombra, veo a una paloma torcaz adulta. A estas alturas del verano, si todo va bien para ella, terminará de sacar la nidada que tiene, y otra.
El alcornoque es junto con el quejigo, el árbol mediterráneo que requiere unas precipitaciones medias anuales superiores a las de la encina. Las bajas precipitaciones anuales que lleva padeciendo el territorio de Madrid en los últimos veinticinco años, arrastran un déficit hídrico que está poniendo en serio peligro a la mayoría de las manchas de alcornoque que quedan en la comunidad.
Al trasponer una pequeña loma de la ladera, veo a un ciervo comiendo las hojas de un chaparro. Al sentir el ruido de la cámara deja de pastar y mira... En esta época los ciervos están terminando de echar sus grandes cuernas. Los más retrasados terminarán a finales de agosto.
Uno de los aspectos que más me llama la atención, es la buena salud que tienen los grandes alcornoques de esta zona. Son los alcornoques más sanos y con menos estrés hídrico de toda la comunidad. Otro punto muy importante que también me llama la atención, es que en todo el monte hay ejemplares jóvenes de diversas edades y brinzales. Estos son los dos aspectos fundamentales, que más preocupan en la actualidad en la mayoría de los montes Ibéricos.
Al pasar por un arroyo estacional, en el que crecen sauces, fresnos y majuelos, arropados por abundantes zarzas y rosales silvestres, observo a un joven pico picapinos nacido esta primavera. Va registrando la rama de un sauce, buscando insectos para alimentarse.
En la zona alta de la ladera, donde las grandes rocas forman laberintos y las abundantes zarzas, espinos y rosales silvestres la hacen casi intransitable, habitan enormes alcornoques que nunca han sido descorchados. Junto a uno de ellos me paro unos instantes para hacer una fotografía.
Cerca, entre unas grandes rocas rompe un manantial. A el acuden los jabalíes para revolcarse, y muchos habitantes de la zona para beber. Durante la media hora que aguardo a la sobra de un alcornoque, metido entre unas escobas negras, observo a varios pájaros de la zona: pinzones comunes, un verderón, currucas, carboneros comunes, herrerillos comunes y capuchinos, dos jilgueros, una paloma torcaz, una ardilla... Una familia de trepadores azules.
El alcornoque ha sido en estas montañas un árbol común, llegando a formar machas con otras especies. Con el paso del tiempo fue desplazado por la mano del hombre. La utilización indebida, las cortas excesivas, los incendios y la sustitución por otras especies que han interesado más económicamente, han puesto a este interesante árbol en una situación precaria.
A pesar del calor que está haciendo, los pequeños pájaros del bosque no detienen su actividad. Siguen buscándose la vida entre los árboles y los arbustos del monte. El pequeño herrerillo común registra las ramas y las cortezas muertas de un fresno caído.
Son las doce de la mañana, el sol ya está en todo lo alto. Alumbra la ladera de la montaña como un foco. El monte está verde y sano. Por el momento, las sequías prolongadas que ya están haciendo mucho daño en otros montes, aquí no se están dejando notar.
Por el fondo del valle pasa un arroyo en el que apenas medra agua. En sus orillas habita un dosel forestal muy rico y variado. Grandes fresnos y sauces, alcornoques, quejigos, majuelos, hiedras, zarzas, escaramujos, cornicabras... Aquí vive un pequeño imperio de pájaros insectívoros, que pone con sus cantos la banda sonora del monte a lo largo del día. Posada en la rama de un fresno, vemos a una joven oropéndola nacida esta primavera.
Caminando por el laberinto del arroyo, encuentro una pequeña poza de agua limpia, donde no vienen los jabalíes o los ciervos a revolcarse. Aquí me detengo unos instantes para refrescarme y llenar la cantimplora. Durante el rato que estoy, se acercan bastantes pájaros para beber, pero al verme se alejan. Metido entre una zarza y arropado por la red, hago un pequeño aguardo... A los pocos minutos llegan unos herrerillos comunes, una curruca carrasqueña, una familia de mitos, un ruiseñor común, una curruca mirlona, que recorre la rama caída de un sauce hasta llegar al agua...
Son las dos de la tarde. A pesar de la luz cegadora y el intenso calor que hace fuera del monte, debajo de la copa de los grades alcornoques no se está nada mal. El monte crea un microclima que termorregula su interior y hace posible que la vida siga existiendo en su mayor variedad. Yo aprovecho un antiguo camino histórico, que seguramente unía dos pueblos. Por él me marcho, pensando en volver en otra época del año, en la que haga menos calor y todo esté algo más verde.
Por el camino, a la sombra de dos grandes alcornoques, veo al pequeño corzo con su madre...
Recién te descubro, que dirían los argentinos. Me quedo por aquí, bonita entrada, desconozco por dónde estará este alcornocal, pero me ha resultado de lo más interesante. Un placer leerte.
ResponderEliminarSaludos
Hola Javier, esta mancha mediterránea compuesta principalmente por alcornoques, se localiza en el suroeste de La Comunidad de Madrid. Es uno de los últimos testimonios forestales de este tipo de árbol que queda en la zona, de ahí su valor. Gracias por el comentario y tu interés. Un cordial saludo.
EliminarMagnificas todas y excelente trabajo
ResponderEliminarHola Miguel, me alegro que te haya gustado y te haya sido interesante el reportaje. Gracias por el comentario. Un cordial saludo.
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