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domingo, 12 de febrero de 2023

LOS MONTES MEDITERRÁNEOS DEL CENTRO DE ESPAÑA. INVIERNO SEGUNDA PARTE IV

 


Esta imagen, tan natural en España, de un ciudadano bajo una enorme encina centenaria de unos trescientos o cuatrocientos años de vida, si la observamos, nos puede contar muchas cosas.

El ambiente que había aquella mañana en el monte, cuando estaba amaneciendo, era de niebla, húmedo, templado. El canto de las totovías, de algún pinzón común o mirlo, se escuchaba oculto entre la niebla. El rastro del jabalí y algunos conejos que pastaban por las inmediaciones, aparentemente, era toda la vida que había por la zona.

Si observamos el majestuoso porte que tiene la encina, de unos doce metros de altura, veremos por su estructura, por la forma que tienen sus grandes ramas que salen del tronco, que es un árbol que ha sido guiado desde su juventud, para producir bellotas grandes de calidad, que alimentan a la ganadería o la caza mayor y menor. Sus ramas se han ido guiando cada veinte o treinta años, para que crezcan de forma horizontal y no vertical, como lo haría de forma natural.

Este tipo de silvicultura ancestral, que se lleva practicando en La Península Ibérica desde que llegaron los romanos, hace unos 2100 años, es una de las formas culturales donde se funden los hábitos de vida de una sociedad como es la ibérica, con el medio forestal donde ha evolucionado como sociedad, culturalmente y económicamente, sin destruir y sin influir de forma negativa en el medio ambiente.

La silvicultura mediterránea ha perdurado durante tanto tiempo en nuestro país, porque las personas que se encargaban de gestionar los montes, evolucionaron con ellos, aprendieron con ellos, generación tras generación. Haciendo las labores sin prisa, sólo con un objetivo, el de sacar la mayor producción a los árboles, sin causarles ningún daño durante su larga vida. Cuantos más siglos tiene un árbol del género Quercus, más grande es y más kilos de frutos produce.

Pero, en los últimos cuarenta años, la gestión forestal ya no se hace igual de bien que debía de realizarse. Las podas de las grandes encinas, alcornoques, quejigos y melojos ya no se hacen para guiarlos y que estos produzcan mas frutos. Se hacen sin ningún criterio técnico, muy mal y para sacarle una mayor producción leñera al árbol, que en la mayoría de los casos le cuesta la vida.

En la mayoría de los espacios forestales, que están dentro de los límites de los parques nacionales, naturales o de especial protección por algún motivo, que tienen como fin la protección y la regeneración de su flora en su estado natural, sus árboles se siguen podando cada cierto tiempo, de forma abusiva, sin ningún criterio técnico, incumpliendo las leyes y los planes rectores de uso y gestión de esos espacios naturales protegidos. No tiene ningún sentido técnico y económico, que se destinen fondos económicos públicos, para alterar el estado físico los árboles, si estos ya no producen para la ganadería. Se está tirando el dinero público y se está causando un daño irreparable a los árboles y a los espacios naturales protegidos.