lunes, 30 de junio de 2014

EL VERANO EN EL MONTE MEDITERRÁNEO.




La canícula del atardecer enciende el cielo de naranja. Ahora se empieza a mover un poco la brisa. Por el cielo vuelan muchos vencejos comunes...




Antes de que el sol desparezca por el horizonte, muchos seres vivos ya han salido de sus refugios, que les han protegido durante el día de las altas temperaturas. Se disponen a buscar alimento, a vivir...
Entre las hojarascas de una encina y el pasto seco, veo a un buen escorpión. Al notar mi presencia se queda quieto, y se pone en aptitud defensiva. Dispuesto a utilizar su aguijón si es necesario. Durante unos instantes le observo y le fotografío.




El sol ya ha desaparecido. En el fondo del valle la temperatura es más fresca. En lo alto de una peña se ve la silueta del búho real... Un corzo rompe a ladrar al sentir mi presencia.... A cierta distancia se cruza un zorro...
Son los instantes mágicos del monte mediterráneo... Lo malo es que duran poco.




Las primeras luces del día entran tímidamente en la charca. En la orilla, un caballo pasta la verde hierba. Le acompaña una garcilla bueyera, que va capturando todos los pequeños seres vivos que se levantan a su paso.




Las verdes encinas contrastan con los pastos secos. Es una imagen muy interesante, pues estamos viendo un mundo artificial, muerto y acabado, representado por los pastos. Y un mundo natural con mucha vida, que está generando los nuevos frutos para perpetuarse. Que curioso, la encina genera el fruto cuando las situaciones ambientales le son más adversas.




Un conejo de monte deja de pastar al sentir mi presencia... Es el ser vivo mejor adaptado y más importante de la pirámide ecológica del monte mediterráneo.
En las zonas donde el pasto verde no desaparece durante el verano, el conejo sigue criando. Aquí podemos encontrar gazapos durante todo el año.




Esta mancha esta compuesta por encinas y enebros, dos de las especies mejores adaptadas a los climas austeros. La encina está adaptada para evolucionar mejor en un clima algo más húmedo y templado, y el enebro está adaptado para evolucionar en un clima algo más seco y frío. Por otra parte, existe una simbiosis muy estrecha entre ambos, pues se ayudan para vivir y colonizar las zonas.




Medio oculta por las ramas verdes de un enebro de la miera, el águila culebrera observa el panorama desde su nido, en compañía de su pollo.
Esta gran águila, es una de las especies mejor adaptada al seco y cálido verano mediterráneo. Se reproduce cuando sus presas están más activas y es más fácil verlas para ella. Se alimenta principalmente de culebras y lagartos.




Es la una de la tarde. El sol cae a plomo en la ladera del monte y la luz es cegadora y molesta. La temperatura al sol es de 41ºC y la humedad ambiental no existe. El pasto y el suelo del monte casi queman.
Durante casi tres meses, el monte mediterráneo de Madrid soporta esta climatología tan adversa, sólo contrarrestada si se producen tormentas. Si a esto le unimos la contaminación atmosférica que produce Madrid y su área metropolitana, y las sequías que venimos padeciendo en los últimos veinte años... Es sorprendente que este ecosistema tan importante siga latiendo.




Las fuentes y manantiales que sobreviven a la sequía del verano, son los puntos de vida más importantes para que la fauna siga habitando estos bosques. Ciertas especies puedan criar, emigrar por aquí y no pierdan sus últimos refugios, donde han conseguido sobrevivir a la extinción.
En la fotografía vemos a una tórtola común en un manantial. Esta especie se alimenta principalmente de granos secos, por lo que tiene que beber abundante agua varias veces al día. Por otra parte, cuando está criando a los pollos los alimenta con una especie de "leche", que produce en su buche con agua y cereales.
Si las fuentes y manantiales se secan, la tórtola y ciertas especies terminan desapareciendo de la mancha.




Los árboles que componen el monte mediterráneo, se han adaptado a estas condiciones extremas. Los fresnos se deshacen de la mayoría de sus hojas. Los alcornoques pierden muchas hojas y tienen una corteza que les aísla del calor y la deshidratación. Las encinas y quejigos segregan una especie de resina en sus hojas, que les va a proteger de la deshidratación. Las coscojas y enebros tienen hojas pequeñas que también protegen. Las jaras pringosas se deshacen del 90% de sus hojas y producen láudano, una especie de resina muy olorosa que las protege.
Son especies que han evolucionado durante miles de años, adaptándose a los cambios climáticos naturales.



La encina es el árbol mejor adaptado a este clima y que mejor protege a los seres vivos que viven con ella. Cuando el sol calienta a más de cuarenta grados, la situación es insoportable, pero si te metes debajo de una encina centenaria la vida es más agradable.
En la fotografía vemos a la hembra del águila calzada junto a su pollo. Esta pareja cría en una mancha de una sierra baja de Madrid orientada al saliente. Para evitar las altas temperaturas y tener más frescos a los pollos, hace los nidos en las horquillas bajas de las grandes encinas. Ha buscado el microclima viable, donde puede vivir y sacar adelante a su descendencia.




Hace un mes el arroyo estaba verde. Cantaba y regalaba la vida por donde pasaba... Ahora todo está en silencio, lo que antes fue un cauce fluvial con agua, ahora es un microdesierto pedregoso y arenoso. los pájaros han criado y se han ido a otras zonas más benignas. Los anfibios y culebras de collar están estivando. Están pasando el letargo del verano bajo tierra húmeda o entre alguna grieta con humedad. La fauna, igual inverna para no morir de hambre durante el crudo invierno, estiva para no morir de sed durante el tórrido verano.




Por ahora, en la mayoría de los arroyos medran algunos manantiales, que mantienen verdes pequeñas zonas alrededor de ellos. Estos manantiales son auténticos oasis, dentro del desierto verde en el que se convierte el monte durante tres meses.
En la fotografía vemos a un verderón macho junto a su pariente, el pequeño verdecillo. Los dos son abundantes en los montes mediterráneos de Madrid.




Los frutos de ciertos arbustos y pequeños árboles, maduran a lo largo del verano. Ofreciendo un alimento muy importante a la fauna.
En la fotografía vemos los frutos rojos y carnosos de la madreselva mediterránea. Estos frutos son venenosos para unas especies, y beneficiosos para otras.




El verano tiene activos a los reptiles durante todas las horas del día. Para ellos es la mejor época del año. Cuando más calienta el sol dejan sus guaridas y salen por el monte, registrando todos los agujeros que conocen o se encuentran.
En la fotografía vemos a una culebra bastarda de más de dos metros de longitud, saliendo de un nido de abejaruco. Los abejarucos al verla salir se fueron detrás de ella...




La situación ambiental y climática del monte mediterráneo original, nunca la podremos conocer realmente, pues los montes que hoy vemos son islas de ciertas dimensiones, en las que el ser humano ha interactuado. En consecuencia, están muy influidos climáticamente por un ecosistema artificial que los rodea.
En la fotografía vemos a un importante enebro de la miera, en una mancha  sobre arenas del centro de Madrid.




En el mes de julio los gamos ya han terminado de desarrollar la cornamenta. Ahora tiene vida y está recubierta de terciopelo verdoso. Cuando acabe el verano, será completamente de hueso y estará preparada para pelear por las hembras. Toda esa tranquilidad que tiene el gamo en verano; que no  se deja ver y que parece que se le ha tragado el monte, se va a transformar con la llegada del otoño...
En la fotografía vemos a un gamo de unos cuatro años, con la cornamenta ya desarrollada.


jueves, 26 de junio de 2014

POR LA RIBERA DEL RÍO.


En esta época del año, cuando las temperaturas alcanzan los treinta grados y el sol ciega la vista, apetece visitar lugares frescos con luz suave, donde el verde predomina y la fauna es variada.



El día viene sin nubes. El sol entra rasante, alumbrando la copa de los altos chopos de la ribera del río. El ambiente es fresco y el rocío de la hierba moja las botas. El murmullo del río de vez en cuando se rompe por el canto de un ruiseñor...




Un erizo anda buscando invertebrados entre la hojarasca. Cuando el sol esté arriba, iluminándolo todo, se habrá escondido en un rincón del sotobosque.




En una zona donde las máquinas no entraron para sacar la arena y la graba, crecen grandes álamos blancos de unos veinte metros de altura. Bajo sus copas se desarrolla un sotobosque muy variado...




En la rama muerta de un álamo descubro al más pequeño de los pájaros carpinteros ibéricos, el pico menor, del tamaño de un gorrión. Al primero que veo es al elegante macho. Se posa en la rama y va dando saltos hasta que llega a la entrada del nido, donde le espera uno de los pollos para recibir los insectos que lleva en el pico... A los nueve minutos llega la hembra, algo más desconfiada. Mira, remira, remira... y se va hasta la entrada del nido, donde le espera otro pollo...




Llego a una zona donde en los años ochenta y noventa se sacó la arena y la graba, para la construcción de viviendas en Madrid y su área metropolitana. Aquí dejaron al descubierto grandes lagunas artificiales, que en los últimos catorce años se han ido poblando de vegetación autóctona. En estas lagunas crían, invernan y descansan  numerosas especies de aves.




En la orilla de una laguna pequeña próxima al río, observo a una garceta blanca como captura pequeños peces e invertebrados...




Sobre las diez de la mañana, llega el pastor con un rebaño de unas trescientas ovejas y dos grandes mastines. Son ovejas autóctonas de Madrid, de la raza rubia de El Molar.
Durante el rato que están en la zona hablo con el pastor... Luego se van todos juntos río abajo. Por un instante, me quedo observado lo limpia que tienen de pasto y matorrales esta zona de la ribera. Aquí es difícil que agarre un fuego.




En un pequeño cortado de arenas y grabas que cae al río, dos abejarucos descansan cerca de sus nidos, donde están ahora las hembras incubando los huevos.




En esta zona, donde las máquinas no han entrado nunca, la variedad de especies forestales es alta y los árboles tienen grandes tamaños. El canto de ruiseñores, currucas, petirrojos, oropéndolas, jilgueros... no se acaba mientras dura el día.




En un rincón del río, donde flota la rama grande de un sauce, veo a un martinete. Está al acecho de los peces y algún anfibio o invertebrado desprevenido...




El sol va levantando y se va metiendo en el río... En unas piedras grades de la orilla he visto los excrementos de la nutria. Pero en esta zona del río se me está resistiendo. Aquí todavía no las he visto, pero visones americanos y sus muestras... para aburrir.




Después de un buen rato escuchando sus reclamos lastimeros, descubro en una rama pequeña de un sauce el curioso nido del pájaro moscón. Construido con lana de oveja y la inflorescencia o pelusa de los chopos.
La luz no es la adecuada (quien ha dicho que hacer fotografías en la naturaleza es fácil) pero hago una serie de fotografías... En una de ellas vemos al macho en la entrada del nido.




Llego a una zona poblada de grandes alisos, donde apenas hay chopos y sauces.




En la otra orilla, donde da el sol, veo galápagos leprosos de varios tamaños, que se tiran al río al sentir mi presencia... Metido entre unas zarzas y el tronco de un aliso, aguardo unos quince minutos a ver si salen del agua y toman el sol en la orilla... Después de media hora sólo consigo fotografiar a éste, que no sale muy convencido.




Estas importantes manchas forestales lineales, son los únicos bosques naturales que existen en la mayor parte de la campiña de Madrid. Aquí habitan durante todo el año o un parte de él, numerosas especies de la fauna. Sólo tienen un problema, que este ecosistema tan importante con abundantes recursos es muy pequeño y estrecho, y hay una competencia muy grande entre sus habitantes... Este año, la pareja de milanos reales que ha criado en el nido de ratoneros, a cien metros del nido del azor, ha perdido a sus dos pollos.




Los pequeños dragones del río o caballitos del diablo, se posan en las hojas de las zarzas próximas al río.




En todo el trayecto estoy viendo numerosos nidos, donde los pájaros ya han sacado sus primeros pollos. De mirlo, zorzal charlo, mito, jilguero, verdecillo, paloma torcaz, polla de agua... Este que vemos tan bien elaborado es de chochín.




Llego a una zona donde los grandes chopos y sauces abundan con un entramado sotobosque. Aquí el monótono canto del trocecuello no cesa. Los pitos reales, pico picapinos y oropéndolas son notorios también. Unidos a una banda sonora continua que pone el río y multitud de pajarillos. Como un fantasma, cerca de la copa de los árboles pasa el azor río abajo...




Fuera de la orilla del río, donde la ribera arbolada se expande entre pequeñas praderas y bosquetes de álamos, sauces y fresnos, a lo lejos oigo los ladridos de un corzo macho...
En un chopo negro la pareja de milanos negros tiene el nido. Está criando dos pollos. Cerca, posado en un chopo medio seco, un individuo de la pareja está al cuidado de los pollos.
La mañana ha pasado. Es la una de la tarde y el sol pega con ganas. Va siendo hora de retirarse por hoy.


lunes, 23 de junio de 2014

EL RABILARGO.




El rabilargo (Cyanopica cyanus) es un córvido envuelto en el misterio. Sólo habita en la Península Ibérica, en Extremo Oriente y Japón. Parece ser que durante las glaciaciones su población se fragmentó y quedó separada para siempre. En la Península Ibérica se distribuye sólo en el cuadrante centro-sur-oeste de forma irregular.
En Madrid siempre ha estado presente en los encinares bien conservados del centro y sur-oeste. A partir de los años sesenta comienza a expandirse hacia las montañas, encontrándose en la actualidad en casi todo el valle del Lozoya. Su frontera natural la marca el Río Jarama.
En la fotografía vemos a un  individuo adulto posado en la rama de un sauce.




Sólo habita en los montes con un nivel ambiental notable, donde no es excesiva la presencia humana. Se alimenta principalmente de insectos y frutos naturales. No desprecia el alimento que se le aporta al ganado, ni los frutos cultivados por el hombre. Es muy raro verle en los basureros.
En la fotografía vemos a un individuo adulto bebiendo en un arroyo de aguas cristalinas.




Es un córvido muy sociable durante todo el año. En primavera escogen una zona tranquila del monte y forman pequeñas colonias de cría. Si la zona no es transitada por el hombre, hace el nido en la horquilla baja de un árbol pequeño. Si es transitada, lo hace en árboles grandes, pero en las ramas medias y en sus extremos. Pone de cuatro a siete huevos y generalmente nacen y vuelan todos los pollos.
En la fotografía vemos a un adulto que mira a los pollos, antes de irse por el monte a buscar insectos...




A los quince días de nacer salen todos del nido, y se van detrás de los padres por las ramas de los árboles. Por donde pasan se dejan notar, pues la algarabía que montan los pollos pidiendo comida a los padres, es un poco escandalosa... Al mes se las saben casi todas, aunque van a seguir con los padres y otros grupos familiares hasta la próxima primavera.
En la fotografía vemos a un joven rabilargo, con la cabeza blanquecina, pidiendo comida a su mosqueado padre...




En verano se mueven por el monte a primera hora de la mañana y a la caída de la tarde, acercándose a las fuentes en la hora de la siesta generalmente. Es un pájaro muy limpio, que se baña todos los días. En los montes donde las fuentes se secan, desaparece durante el verano.
En la fotografía vemos a un joven rabilargo, dándose un baño en las primeras horas de la mañana.




El rabilargo y el arrendajo son los únicos córvidos que habitan en los montes donde crían los azores y gavilanes...
Este pájaro, aunque sufre muchas bajas a lo largo del año, gracias a su alto nivel reproductivo y a la capacidad que tiene para adaptarse al cambio climático y a las situaciones naturales adversas, década tras década sigue colonizando o recolonizando las manchas forestales, donde hubo un tiempo que estuvieron pobladas por rabilargos...


jueves, 19 de junio de 2014

LA PRIMAVERA SE ACABA.




Amanece en el monte mediterráneo del centro de Madrid. Las grandes jaras apenas dejan ver nada. Cerca, escucho el monótono canto de una abubilla. Entre las varas de las jaras la observo. Está posada sobre la rama de una encina muerta. 




Al rato, cuando se va, me acerco a la encina para ver si en sus ramas se posa alguna rapaz... En el suelo veo una pluma de búho real. También veo excrementos blancos del búho y de una rapaz diurna mediana.




El sol va levantando y va llegando con su luz a más zonas del monte. En un pequeño claro veo a una encina muerta por un rayo. En la encina grande que hay a su lado, observo que tiene un nido grande y que alguien se mueve...




Con mucho cuidado y con la ayuda del teleobjetivo de la cámara, veo a la hembra de águila calzada posada en el nido, protegiendo a los dos pequeños aguiluchos que habrán nacido hace unos días. No se mueve, pero sus ojos observan todo lo que se ocurre a su alrededor. Durante unos minutos la observo a través del visor de la cámara. De vez en cuando se levanta una pequeña cabecita blanca...
Con mucho cuidado, al resguardo de las encinas y las jaras dejo la zona.




Desde que he entrado en el monte, hecho de menos al ser vivo más importante (sin quitar importancia a nadie) y más numeroso que existía aquí. Por cientos se veían en este tiempo y todavía no he visto uno... Me refiero al conejo.
En los pequeños claros donde apenas hay jaras, las grandes cañahejas crecen y desarrollan sus elegantes flores amarillas. Nos cuentan que el verano está próximo.




A estas flores se acercan multitud de insectos, como chinches, escarabajos, avispillas y mariposas. Son las últimas flores que se van abrir en primavera en el monte. Cerca de los ríos y arroyos, las flores aguantan un poco más.
Posada en la vara seca de una jara pringosa, descansa una mariposa grande de elegantes colores, conocida con el nombre de mariposa del madroño (Charaxes jasius).
Metido con la cámara fotográfica en el mundo de los insectos, no me doy cuenta del calor que hace, y como pega el sol.




A la sombra de una encina me paro y observo el panorama... Veo un valle muy abierto cubierto de grandes encinas y jaras pringosas, por el que discurre un arroyo. Al fondo se ve el encinar más aclarado, donde la intervención humana se ha dejado notar más.
El cielo está cubierto por un ligero manto de nubes. Me voy valle abajo buscando una zona más cerrada... A ver si tengo más suerte con los ciervos.




Una hembra de azor sale del monte y vuela en círculos cerca de la encina donde tiene el nido. Coge una corriente térmica y se eleva como una cometa, hasta hacerse un punto en el cielo...
Entre las jaras se arranca asustada una hembra de gamo. Me acerco, pero no veo a la cría. Más adelante salen más gamos.
Llegando a un enorme enebro de la miera, se levanta un elegante ciervo con la cornamenta bastante avanzada. Por las jaras... no le puedo fotografiar.




Al pasar cerca del enebro, algo de color verdoso se mete en un agujero que hay en la base del tronco. intuyo que es un lagarto. Me coloco a una distancia prudente y espero. Al rato asoma la cabeza y se muestra muy prudente... Es un lagarto ocelado hembra. Después de media hora larga se muestra completamente. Podemos ver las elegantes manchas azules de los costados.
Despacio, cojo la mochila y me marcho pensando... Lo abundantes y grandes que eran los lagartos ocelados en estos montes...




Desde una loma diviso la amplia panorámica del monte. Por el fondo del valle pasa un arroyo de agua limpia, en el que no faltan los manantiales en verano. Estas zonas son muy visitadas por los gamos y los ciervos en la primavera alta y el verano, pues aquí el pasto aguanta más y el agua y la sombra no faltan.




Cerca del arroyo, entre las grandes jaras y las encinas, casi sin hacer ruido, me van saliendo al paso grandes ciervos con la cornamenta a medio formarse. Parece que les da vergüenza mostrarse sin su corona.




El arroyo lleva poca agua. A la sombra de unos fresnos me refresco y bebo un poco. Luego busco una fuente, donde van a beber muchos pájaros de la zona... Medio tapado por el grueso tronco de un fresno y unas zarzas, aguardo una hora a ver quien se acerca para beber y refrescarse... Unos herrerillos y carboneros comunes entran casi seguidos. Al rato entra una paloma torcaz y un pequeño grupo de gorriones morunos. Sin hacerse notar, entra un alcaudón común un poco desconfiado, bebe y se marcha...
No aguanto más en esta situación tan incómoda, y me voy a descansar un rato debajo de una vieja encina, donde la sombra se agradece mucho y corre el aire.




Por la tarde paso por una zona del valle, donde tiene el nido la pareja de águilas imperiales ibéricas. Esta pareja lleva criando en este nido desde 1979...
Hago unas fotografías panorámicas con el teleobjetivo... Se ve perfectamente la silueta del árbol con el enorme nido, y la hembra posada en una rama cuidando a los pollos.




En otro valle, debajo de una encina, encuentro los restos de un gamo joven. Si nos fijamos en las palas, veremos que están "roídas". Las hembras de los gamos y los ciervos, las consumen para obtener calcio y sales. Hago una serie de fotografías y sigo por el valle...
A media ladera, veo dos grandes bañas de jabalí. Este animal está proliferando a costa de extinguir a los demás.




La tarde es algo más fresca que la mañana, pues se mueve un poco el aire y las nubes de vez en cuando tapan el sol. Mirando al norte, observo un panorama que se va a generalizar en los próximos tres meses, y que va a poner a prueba a todos los organismos vivos del monte...
Desde el arroyo se oyen los últimos cantos del cuco. Cuando entre julio, este canto ya no se volverá a oír hasta la próxima primavera.




El sol ya va bajo. Cerca de un arroyo seco, veo al único conejo del día. Me deja acercarme a cierta distancia y le hago varias fotografías. Los ruidos de la cámara parece que no le gustan, y muy tranquilo desaparece entre las jaras.




Por el arroyo principal todavía corre agua. En las charcas se ven ranas y crías de sapo corredor. También he visto grupos de garcillas bueyeras y algunas garcetas blancas, que vienen al amanecer y se van al atardecer. Los grandes fresnos centenarios, tienen todavía el verde de la primavera. En sus agujeros crían grajillas, cárabos, mochuelos, lechuzas, carboneros, murciélagos, jinetas, garduñas, gatos monteses...
El sol se ha puesto. En las ramas secas de un fresno veo a un mochuelo adulto. Me ha visto él primero... Me deja que me acerque un poco, y le "robo" unas fotografías...
Por la cuerda alta del valle salgo del monte... Pronto la noche todo lo cubrirá, y muchos habitantes del encinar iniciarán su vida...