lunes, 17 de noviembre de 2014

EL VALLE DEL LOZOYA. OTOÑO.




En esta época del año, sobre las peñas de Cabezas de Hierro se dejan ver las cabras monteses.




El Carro del Diablo y la leyenda de la hija del sacristán de Segovia vendió su alma al diablo...





En un paso estrecho del Río de La Angostura, se localiza el puente romano más austero y auténtico de Madrid.




El sol limpio y cálido de la tarde, alumbra el valle cubierto por el bosque atlántico de robles, abedules, avellanos, acebos, álamos temblones, cerezos silvestres...




Las dehesas en su origen fueron montes vírgenes, que se protegieron y defendieron de las talas, cortas. la ganadería y la agricultura. En la imagen, La Dehesa de Brahojos.




El elegante y monumental fresno, es el resultado de la regeneración natural que ha tenido desde su última corta, hace unos 20 años, cuando le dejaron mocho.




Posado en una rama seca, junto al arroyo que pasa por la raya del bosque, el alcaudón común defiende su pequeño territorio.




Mediado el otoño, los variados árboles de la ribera baja se encienden de colores. Es una época en la que toda la flora contrasta con sus variados tonos y luces.

NOTA. VER TAMBIÉN EL ARTÍCULO DEL DÍA 18 DE NOVIEMBRE DE 2013. TRÁILER. CUADERNO FOTOGRÁFICO DEL VALLE DEL LOZOYA.


jueves, 13 de noviembre de 2014

LAS LUCES DEL OTOÑO EN EL MONTE MEDITERRÁNEO.

El otoño, se manifiesta en el monte mediterráneo a través de los árboles y arbustos caducifolios que le habitan. Dependiendo de la situación geográfica, y de la gestión forestal que haya tenido a lo largo de la historia, será el número de especies de árboles y arbustos que pueblen las manchas.

A través de la ventana de la casa en ruinas, donde vivió en guarda forestal con su familia, vamos a ver como transcurre el otoño...




Ya sólo quedan las cuatro paredes. El techo y todo lo demás ya no existe. La antigua ventana, por la que se asomaba el guarda forestal para ver el monte, sigue teniendo las mismas vistas. Un monte mixto de quejigos, encinas, enebros, arces mediterráneos, fresnos, cornicabras...




Por las fechas, grandes bandos de grullas pasan por el monte, camino de los encinares de Extremadura y Sierra Morena.




Los días nublados las lluvias hacen su presencia. Despiertan los variados tonos naturales... El monte huele distinto, se ve y se percibe de otras formas.




El jabalí encuentra ahora más variedad de recursos para alimentarse. Todo le gusta. Las suculentas bellotas, las bayas del enebro y del majuelo, los abundantes insectos que encuentra en la tierra húmeda, las setas, las trufas...




En los valles profundos y cerrados, donde el sol calienta menos y la humedad aguanta más en el suelo, las especies de hoja caduca son más variadas y numerosas. Fresnos, arces, higueras, quejigos, cornicabras, parras silvestres, ruscos, zarzas y rosales silvestres, entre otros, suelen ser los más comunes.




Millones de zorzales charlos, alirrojos, reales y comunes, procedentes de Europa y de Rusia, invernan en las manchas mediterráneas de La Península Ibérica. En ellas encuentran los numerosos recursos para alimentarse durante el otoño y el invierno.




Entre las grietas de las rocas, donde la humedad medra durante casi todo el año, crecen los helechos culantrillo menor (Asplenium trichomanes) Una variedad que habita en la mayor parte de los montes mediterráneos ibéricos.




Los arces mediterráneos van cambiando el tono de sus hojas, según avanzan las lluvias y disminuyen las temperaturas.




Muy típica del sotobosque, observamos a una curruca carrasqueña como recorre en entramado de una zarza, capturando pequeños insectos.




El sol consigue meterse entre las nubes... Juega con las luces y las sombras de la vera del arroyo.




Entre finales de octubre y mediados de diciembre, caen las abundantes bellotas de las encinas. Van a ser durante el resto del otoño y todo el invierno, el alimento más importante que va a consumir la fauna y la ganadería que habita en el monte.




Un ciervo recorre la vega del arroyo. De vez en cuando se para y observa... Después lanza un berrido a los cuatro vientos.




Entre la hierba, a la sombra de un fresno, habita la elegante matacandelas (Lepiota procera). Una seta típica del otoño mediterráneo.




Las abundantes precipitaciones hacen posible que salgan distintas variedades de setas por todo el monte. Entre la hojarasca de las encinas crecen las setas borrachas (Lepista nuda). Unas setas comestibles de fuerte sabor.




El día llega con niebla al encinar sobre arenas del centro. A lo largo de la mañana se va retirando con el empuje de los rayos del sol.




La urraca va registrando las hojas caídas de los chopos. Aquí encuentra numerosos y variados insectos.




En la ladera de la sierra baja, orientada al Norte, se desarrolla una mancha importante de alcornoques, acompañada por quejigos, encinas, enebros, arces menores, cornicabras, romeros...




Las hojas de los quejigos se muestran como pequeñas vidrieras en el claroscuro del monte, cuando la luz del sol las atraviesa.




El conejo de monte se acerca al arroyo para beber. Después se queda pastando los tallos verdes de la grama.




La mañana llega fría y sin nubes al fondo de la sierra. Un valle cubierto por un espeso monte de encinas y de enebros principalmente, por el que pasa un río de aguas cristalinas. En sus orilla habita un bosque importante de alisos.




Bajo los grandes alisos y chopos que acompañan al río, encontramos a la hembra del mirlo buscando lombrices entre las hojas.




En el sotobosque habita el rusco. Una especie tropical, que se quedó en la selva mediterránea cuando la tropical retrocedió, con los cambios climáticos.




Por las ramas de una cornicabra va un herrerillo común buscando pequeños insectos y sus puestas.




En los lugares inaccesibles, donde el hacha hizo menos daño, habitan algunos madroños. Son los últimos exponentes, bioindicadores, que atestiguan con su presencia, que estas manchas estuvieron pobladas por la especie.




A media mañana escuchamos en el cielo un "choc-choc-choc-choc"..."choc-choc-choc-choc"..."choc-choc-choc-choc"... Al mirar al cielo la vemos. Es el macho de águila imperial ibérica, que está marcando su territorio.




La luz cálida del medio día, enciende las hojas del elegante chopo negro que habita en la vera del arroyo.




Por la tarde, en la vega del arroyo observamos a un gamo con varias hembras. Vienen muy tranquilos, pastando los finos pastos del otoño mediterráneo

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lunes, 10 de noviembre de 2014

EL OTOÑO EN LOS PINARES SILVESTRES DEL ALTO LOZOYA.

Estamos a primeros de noviembre. El otoño no ha traído las lluvias regulares esperadas y ya ha helado algo. Todas estas circunstancias se manifiestan en los árboles caducifolios que habitan entre los grandes pinos silvestres.

Hoy vamos a dar un paseo por una zona. Veremos como va el otoño en este bosque boreal del Sistema Central.




El día llega nuboso, con una niebla que se difumina entre los grandes pinos, los robles y los abedules.




Un grupo variado de pequeños pájaros del bosque pasa cerca. Van registrando todo, desde el suelo hasta las ramas altas de los árboles. Ni pequeños frutos, semillas o insectos, se les escapan. El herrerillo capuchino se detiene unos instantes en el arroyo para beber.




En esta zona del valle el río viene muy encajado. Su aguas cristalinas se abre paso entre grandes rocas, donde los grandes árboles boreales y caducifolios forman el hábitat.




La lavandera cascadeña es un bioindicador de los cursos fluviales de aguas limpias poco alterados. Donde habitan estos pájaros de ríos y arroyos, las aguas son potables.




La magia de los helechos que cubren el suelo de muchas zonas del monte, se representa en sus formas y tonos.




En la orilla observamos a un petirrojo. Se dedica a buscar pequeños insectos entre la hojarasca y las rocas... Después desaparece entre las ramas bajas de un acebo.




Nos internamos en el pinar... La tranquilidad y el silencio sólo lo rompen el canto de algunos pájaros y el sonido de las aguas del río.




Musgos y líquenes de diferentes especies cubren y camuflan el tocón de un roble. Las hojas de abedules, pinos y robles, colaboran en ello.




El trepador azul se mueve en los mismos ambientes forestales que el pequeño agateador común, pero los dos explotan un nicho ecológico diferente. No compiten en la alimentación.





La variedad de suelos, tocones, árboles muertos o caídos, proporcionan a las variadas especies de setas el sustrato que necesitan para desarrollarse.  




Pasamos ahora junto a un abedul de considerable porte. Uno de los pocos que hay en la zona. En el pasado, los grandes abedules se cortaban para la producción de papel del Monasterio de El Paular.




El agateador común es ese pajarillo que va recorriendo los troncos de los árboles del monte, registrando sus cortezas para localizar y capturar con largo y fino pico, a los pequeños insectos y sus larvas.




Los contrastes de luces y colores que ponen los árboles caducifolios en el pinar, son muy significativos e interesantes. Es un espectáculo natural, mágico, que sólo dura unos diez días si el año viene regular.




Es una época de paso para muchas especies de aves que vienen desde el Norte de Europa a La Península Ibérica a invernar. La paloma torcaz hace un alto en su viaje para beber. Después seguirá su vuelo hasta los encinares del centro o del sur.




Los abundantes musgos y líquenes de diversas especies, pueblan los troncos y las ramas de los variados árboles. Nos dicen que estamos en una zona umbría y húmeda, donde las precipitaciones son copiosas.




El pinzón común es uno de los pájaros cantores que pasa aquí la mayor parte del año. Sólo se va cuando las grandes nevadas lo ocultan todo durante días.




Bajo los grandes pinos silvestres, abedules y robles albares, se desarrolla un sotobosque muy considerable de acebos.




Las espesas copas de los pinos apenas dejan pasar los rayos del sol. Un carbonero común, uno de los pájaros más comunes durante todo el año, se acerca a un arroyo para beber y capturar insectos.




En las zonas donde el hombre no ha gestionado en exceso, el equilibrio natural se mantiene. Es posible ver los variados árboles naturales de cada zona, de cada rincón, y la influencia que manifiestan.




En otra época, cuando estas masas forestales mantenían su estado natural, con todas las manchas variadas en especies forestales y todos sus sustratos ecológicos, donde eran comunes los grandes árboles centenarios, con varios metros de perímetro en sus troncos con abundantes agujeros naturales; donde eran comunes los grandes árboles muertos por la edad o por el rayo, habitaban aquí los grandes pitos negros, los picos dorsiblancos y medianos.

En nuestros días podemos encontrar, sin ser abundantes, al pito real, al pico menor, al torcecuello y al pico picapinos. Los otros ya han desaparecido, como consecuencia de la alteración del hábitat y del clima con ingeniería climática.




A última hora de la tarde el cielo se termina de cerrar. Empiezan a caer pequeñas gotas... Aprovecho para hacer la última panorámica del otoño en la zona, donde todavía es posible ver los restos de la calzada romana que unía Buitrago del Lozoya y Segovia, por el Puerto de los Cotos

Por ella nos vamos, pensando que muy pronto el frío y las nieves del invierno se instalarán aquí, y todo lo que hemos visto será un recuerdo.

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