lunes, 15 de diciembre de 2014

INSTANTES DE UN DÍA CON EL TORO BRAVO.


Mediado el mes de diciembre, me acerco hasta las ganaderías bravas del Cerro de San Pedro. Una zona histórica donde se cría el toro bravo desde el siglo XVII.




La niebla transforma el paisaje del monte, cubierto por encinas, enebros y quejigos principalmente. Juega con la distancia y oculta los relieves...




Andando entre los árboles y los arbustos apenas se ve nada... De pronto oigo muy cerca los mugidos de un toro. Me acerco con cuidado y le veo bajo una encina...




En otra zona del monte, rodeada por una tapia de piedra de grandes dimensiones, sale a mi encuentro un toro de cuatro años de pelo berrendo... Los dos nos quedamos mirando un rato, para ver las intenciones... Luego, cada uno se va por un camino distinto.




En un reguero, cerca de los comederos de los toros, observo a varios rabilargos posados en los sauces. Están esperando a que vengan los vaqueros a echar de comer a los toros.




La niebla ya casi se ha levantado. Nos ha dejado el día cubierto de nubes. En una ladera, metido entre grandes rocas, observo a un toro de pelo castaño con los cuatro años recién cumplidos. Cuando esté bien rematado, será un ejemplar importante en la cabecera de la camada.




A lo largo de los siglos XVIII y XX, se construyeron varios cientos de kilómetros de tapias en toda la geografía del Cerro de San Pedro y sus aledaños, para mantener controlados a las vacas y toros bravos que se crían en sus montes.




Las nubes de vez en cuando dejan pasar los rayos del sol... En un prado descansa un toro junto a sus hermanos de camada. Una urraca se posa en su lomo y captura los parásitos que se crían en su pelo.




Un gazapo pasta la verde hierba que crece en un pequeño arroyo. Al verme, se detiene unos instante y me observa. Después se mete entre unas zarzas.




A la hora del pienso me acerco hasta donde se cría un grupo de novillos de tres años. Uno de ellos, de imponentes pitones, deja de comer el pienso y la paja. Se queda observándome un instante... Después sigue a lo suyo.




Llego ahora a un prado donde pace un grupo de toros de cuatro años, de casta vistahermosa, estirpe murube-contreras. Andan un poco nerviosos... De vez en cuando se pegan algunos ejemplares. Este de la fotografía es uno de los más conflictivos.




Una cogujada montesina, típica de estas zonas, canta desde la copa de un enebro.




Durante toda la mañana han estado mugiendo y provocándose. De pronto, uno de ellos se acerca al otro dando grandes mugidos y comienza la pelea...





El sol cálido de la tarde saca los colores de los árboles y arbustos, que cubren la ladera de la montaña. En estas manchas han pastado los toros bravos desde tiempo inmemorial. Gracias a ellos, se están recuperando de los incendios que las arrasaron en el pasado.




En una cerca, donde pastan nueve toros, observo a un imponente ejemplar de pelo  carisfosco, con el cuello astracanado.




En una zona apartada de la cerca, veo posado en el suelo a un buitre negro. No hay ningún animal muerto por los alrededores, por lo que creo que estará descansando. De vez en cuando, sobretodo en verano, algunos pasan las noches con los toros.




El sol está a punto de ponerse. Barre con sus rayos el monte. En su recorrido descubre la silueta de este elegante toro de cuatro años, de casta vistahermosa, estirpe parladé-gamero-cívico.




El día está a punto de acabarse... En pocos instantes, cuando la noche haya ganado al día, una historia nueva se volverá a escribir en estos parajes...


lunes, 8 de diciembre de 2014

POR LA RIBERA DEL RÍO.


Los árboles y arbustos que cubren las riberas bajas de los ríos, están vestidos ahora con variados tonos verdes, amarillos, ocres, naranjas y rojos. Cuando tiren las hojas en la primera quincena de diciembre, el invierno ya se habrá metido...




El día llega con niebla. Pone otro punto más de contraste y añade otra forma de ver el paisaje...




Sobre la rama alta de un sauce se levanta una garza real y se va río abajo...




Después de observar el panorama de la zona, me interno en el bosque de galería que acompaña al río...




En el suelo veo hojas de distintos tamaños, formas y colores. Me llaman la atención estas dos. La amarilla es de un álamo blanco y la roja de una parra silvestre.




La luz rasante del sol intenta meterse por todos los rincones de la ribera... Crea un claroscuro muy especial entre la vegetación y el río.




En la orilla observo a un andarríos. Va registrando toda la orilla, dentro y fuera del agua, capturando pequeños invertebrados que viven en este nicho ecológico.




La luz tenue del sol, filtrada por las nubes, crea un ambiente muy agradable con los variados tonos de los árboles.




En la rama gruesa de un chopo negro se desarrolla un enorme yesquero. Una gruesa seta de madera, que pone otra forma en el otoño de estas masas forestales.




Afortunadamente el otoño está resultando lluvioso y templado. Esta meteorología se refleja en la variedad de tonos que tienen los chopos. Vemos tonos que van del verde al amarillo y de éste a la variada gama de ocres.




Un pico picapinos va registrando la rama caída de un chopo. Busca los insectos que habitan y se esconden en la madera.




En este tramo de la ribera la variedad de árboles es notoria. Los grandes álamos negros están cubiertos de amarillos y ocres. Las hojas de los alisos van perdiendo el verde oscuro, pasando por variados tonos verdes, amarillos y ocres. Los sauces van pasando del verde al amarillo limón, y los tarays van cambiando el color de sus finas y pequeñas hojas. Cada árbol tiene sus formas, sus colores y su sitio en la ribera del río. Todos juntos hacen grande a este ecosistema.




Ahora, los majuelos o espinos blancos están cargados de numerosos frutos maduros, con agradable sabor a manzana. Son el alimento de mirlos, zorzales,  petirrojos, ratones de campo...




El panorama que se vive dentro del dosel forestal que acompaña al río es muy variado. Veo grandes árboles y arbustos de distintas especies. Escucho la fauna que merodea por la zona. Los ladridos de un corzo macho que se ha asustado al verme y se aleja. El intenso aroma del río y de los álamos...




Un chochín va registrando la rama caída de un aliso, en busca de pequeños insectos. De vez en cuando salta y captura pequeños mosquitos.




La mañana está siendo muy agradable... La temperatura es templada y la luz del sol no molesta.  En cuanto a la fauna, se han visto corzos, al azor, una pareja de ratoneros, dos milanos reales, multitud de pajarillos...




Llego ahora a una zona donde el río corre sobre margas arcillosas y calizas. Aquí se forma una chorrera, en la que se pueden ver lavanderas cascadeñas y mirlos acuáticos.




Más arriba, posado en la orilla del río observo a un joven pito real. Parece que busca insectos en la arena. Después se acerca hasta el agua para beber.




El sol al final ha ganado a las nubes. Ahora alumbra cualquier rincón de la ribera. Yo, después de ver y captar pequeños instantes vividos a lo largo de la mañana, me marcho por el antiguo cauce por el que pasaba el río hace muchos años...


lunes, 1 de diciembre de 2014

EL OTOÑO DE LAS CABRAS MONTESES.


Entrado noviembre, los machos monteses vuelven a las zonas donde habitan las hembras con las crías del año. Son tiempos de luchas y de bodas, que van a permitir un año más la perpetuación de las especie en las altas montañas.




La mañana llega muy nubosa y con niebla en las altas cubres, de más de 2.000 metros de altura. La media ladera está poblada por un denso robledal de melojo, acompañado por robles albares, arces menores, serbales, cerezos silvestres... Por encima predomina el pinar silvestre, hasta los 1.700 metros. Cuando se acaban los pinos, aparece el denso matorral de piornos serranos. En la cota más alta se localizan las densas rocas de granito.




A la vera de un arroyo de aguas cristalinas, me interno en el robledal. En sus orillas crecen sauces de montaña, endrinos, zarzas y rosales silvestres.




Las lluvias caídas regularmente durante las últimas semanas, han templado las temperaturas y han dado vida al robledal. Han sacado los colores y los aromas del otoño... La humedad en el ambiente es total, y los arroyos vuelven a correr con alegría.




Un herrerillo joven y otro adulto, se posan en una rama caída en el arroyo para beber.




Cuando el robledal se acaba, me adentro en el pinar de pinos silvestres. Es un pinar repoblado en su mayoría, en el que podemos ver acebos, algunos robles, serbales...




Llegando a la cota alta del pinar se ven las altas cumbres, de unos 2.000 metros de altura. Están cubiertas por las ventiscas de nieve que han caído durante la noche y al amanecer.




La dura montaña empieza a hacer acto de presencia. Para llegar a una de las zonas, donde posiblemente se encuentre uno de los grupos de cabras monteses, tengo que subir por un enorme canchal, donde crecen algunos robles albares y serbales de cazadores.




Por el camino... De pronto aparece un macho de cabra montés... Sólo me da tiempo a hacerle una fotografía; después desparece entre los piornos y los pinos.




Con la altura, los pinos silvestres se va haciendo más escasos. Cerca del nacimiento del arroyo crecen grandes serbales de cazadores. Ya han tirado sus hojas, debido a las bajas temperaturas que se dan a esta altitud. Conservan todavía sus abundantes frutos rojos.




En una zona de solana, donde crece una densa formación de piornos y brezos, veo a un macho montés alimentándose con las hojas de estos arbustos. Me quedo observándole un rato, pues está muy tranquilo y no teme por mi presencia.




Cerca, más arriba de la ladera, veo entre los piornos los enormes cuernos de un buen macho.




A lo largo del arroyo veo muchos excrementos de cabra montés. Parece que esta zona tiene querencia para la especie.




En un cortado pequeño, por el que pasa el arroyo, sale para observarme otro macho montés. En las alturas está seguro y no teme a nadie.




En una amplia repisa de roquedo, donde da el agradable sol del otoño, veo a una hembra de cabra montés con un recental del año pasado.




En lo más alto del roquedo se para uno de los machos más hermosos del grupo. Uno de los que va a transmitir su herencia a las nuevas generaciones...




En otra zona de grandes rocas, donde los grandes piornos son difíciles de atravesar y casi todo lo ocultan, observo a dos buenos machos combatiendo por liderar a un grupo de hembras...




Dueño del harén de hembras, el macho las va cortejando con variadas posturas y muecas, hasta que estas se muestran receptivas y acceden a la cópula.




Entre los piornos aparece un ejemplar de grandes cornamentas. Otro macho montés que se une al juego de la vida en las altas cumbres del Sistema Central...


miércoles, 26 de noviembre de 2014

EL VALLE DEL LOZOYA. VERANO.




Amanece en el abedular... El ambiente es fresco y tranquilo. Los cantos de los pájaros ponen la música ambiente en este privilegiado bosque.




El lirio martagón (Lulium martagon) es muy escaso en los bosques atlánticos de Madrid. Abre sus elegantes flores  al comienzo del verano.




Dentro de la dehesa podemos encontrar sabinas albares de considerable porte, con más de doscientos años de vida. Son ejemplares jóvenes, si consideramos que este árbol vive más de mil años.




A la caída de la tarde el escorpión anda a la caza de insectos... Este interesante y pequeño matador, es un gran consumidor de insectos.




En la zona llana del valle, en medio de un bosque de robles, vemos el pueblo de San Mamés. Fundado posiblemente en el siglo XI por pastores, ha basado su economía en los montes y la ganadería.




Un avión común se posa en la entrada de su elaborado nido de barro.




En esta zona, cubierta por un importante bosque de galería de alisos principalmente, el antiguo puente romano construido sobre el Río Lozoya, hace de frontera entre Guadalajara y Madrid.




Un petirrojo sale de entre Las zarzas y se posa sobre la rama caída de un sauce. Me observa un instante y desaparece por el sotobosque de la ribera.

NOTA: VER TAMBIÉN EL ARTÍCULO DEL DÍA 18 DE NOVIEMBRE DE 2013. TRÁILER. CUADERNO FOTOGRÁFICO DEL VALLE DEL LOZOYA.