Mediado el mes de diciembre, me acerco hasta las ganaderías bravas del Cerro de San Pedro. Una zona histórica donde se cría el toro bravo desde el siglo XVII.
La niebla transforma el paisaje del monte, cubierto por encinas, enebros y quejigos principalmente. Juega con la distancia y oculta los relieves...
Andando entre los árboles y los arbustos apenas se ve nada... De pronto oigo muy cerca los mugidos de un toro. Me acerco con cuidado y le veo bajo una encina...
En otra zona del monte, rodeada por una tapia de piedra de grandes dimensiones, sale a mi encuentro un toro de cuatro años de pelo berrendo... Los dos nos quedamos mirando un rato, para ver las intenciones... Luego, cada uno se va por un camino distinto.
En un reguero, cerca de los comederos de los toros, observo a varios rabilargos posados en los sauces. Están esperando a que vengan los vaqueros a echar de comer a los toros.
La niebla ya casi se ha levantado. Nos ha dejado el día cubierto de nubes. En una ladera, metido entre grandes rocas, observo a un toro de pelo castaño con los cuatro años recién cumplidos. Cuando esté bien rematado, será un ejemplar importante en la cabecera de la camada.
A lo largo de los siglos XVIII y XX, se construyeron varios cientos de kilómetros de tapias en toda la geografía del Cerro de San Pedro y sus aledaños, para mantener controlados a las vacas y toros bravos que se crían en sus montes.
Las nubes de vez en cuando dejan pasar los rayos del sol... En un prado descansa un toro junto a sus hermanos de camada. Una urraca se posa en su lomo y captura los parásitos que se crían en su pelo.
Un gazapo pasta la verde hierba que crece en un pequeño arroyo. Al verme, se detiene unos instante y me observa. Después se mete entre unas zarzas.
A la hora del pienso me acerco hasta donde se cría un grupo de novillos de tres años. Uno de ellos, de imponentes pitones, deja de comer el pienso y la paja. Se queda observándome un instante... Después sigue a lo suyo.
Llego ahora a un prado donde pace un grupo de toros de cuatro años, de casta vistahermosa, estirpe murube-contreras. Andan un poco nerviosos... De vez en cuando se pegan algunos ejemplares. Este de la fotografía es uno de los más conflictivos.
Una cogujada montesina, típica de estas zonas, canta desde la copa de un enebro.
Durante toda la mañana han estado mugiendo y provocándose. De pronto, uno de ellos se acerca al otro dando grandes mugidos y comienza la pelea...
El sol cálido de la tarde saca los colores de los árboles y arbustos, que cubren la ladera de la montaña. En estas manchas han pastado los toros bravos desde tiempo inmemorial. Gracias a ellos, se están recuperando de los incendios que las arrasaron en el pasado.
En una cerca, donde pastan nueve toros, observo a un imponente ejemplar de pelo carisfosco, con el cuello astracanado.
En una zona apartada de la cerca, veo posado en el suelo a un buitre negro. No hay ningún animal muerto por los alrededores, por lo que creo que estará descansando. De vez en cuando, sobretodo en verano, algunos pasan las noches con los toros.
El sol está a punto de ponerse. Barre con sus rayos el monte. En su recorrido descubre la silueta de este elegante toro de cuatro años, de casta vistahermosa, estirpe parladé-gamero-cívico.
El día está a punto de acabarse... En pocos instantes, cuando la noche haya ganado al día, una historia nueva se volverá a escribir en estos parajes...