Al comienzo del otoño, cuando los árboles y arbustos del monte se encuentran cargados de frutos y los pastos comienzan a brotar por las primeras lluvias, se produce un acontecimiento muy interesante...
La berrea es la mejor época del año para ver a los ciervos. Podemos ver los mejores o peores ejemplares, los más jóvenes y los más viejos... Todo un espectáculo, que se produce todos los años en los montes donde habita este sensacional ser vivo.
Por estas fechas las encinas se encuentran cargadas de abundantes bellotas. Van a ser el reconstituyente natural que estaban esperando los ciervos, para continuar y acabar con fuerzas el acontecimiento natural.
Los variados pastos que nacen ahora en las riberas de los arroyos y los claros del monte con las primeras lluvias del otoño, junto con las hojas de árboles y arbustos, son el aporte principal que van a consumir en esta época.
El día empieza a clarear... La espesa y húmeda niebla se ha metido en el monte durante la noche, lo oculta y lo transforma todo. De vez en cuando se oye el canto de un pájaro, o el berrido de un ciervo...
Poco a poco, la niebla se va disipando... En el arroyo, poblado por grandes chopos negros, observamos a un grupo de ciervas con sus crías.
En la Península Ibérica se localizan dos especies de ciervos. Los que habitan las marismas del Betis y los que lograron sobrevivir a la extinción durante el siglo XX, emboscándose en las últimas manchas mediterráneas más considerables de Sierra Morena, Los Montes de Toledo, Las Sierras de Las Villuercas, de Guadalupe y de San Pedro, en Extremadura, Los Montes de El Pardo, en Madrid...
El sol al final ha podido con la niebla. Por el arroyo observamos a un buen ejemplar marcando su territorio. El también quiere formar parte este año...
En estos valles todavía podemos encontrar una variedad importante de arbustos nobles, ya desaparecidos en la mayoría de los montes. Los grandes madroños ofrecen ahora sus apetecibles frutos y sus elegantes flores.
En otra zona, otro macho marca su territorio con su potente voz. Tiene un territorio definido en una parcela del arroyo, pero todavía no tiene hembras.
La mañana está siendo muy variable... El sol y las temperaturas son muy agradables. En una zona un poco elevada, nos detenemos unos instantes para observar el panorama. Vemos un monte mediterráneo variado, poblado por grades encinas y enebros, grades quejigos y arces menores, que ya han encendido sus hojas con los colores del otoño.
Dos buenos ejemplares miden sus fuerzas... Uno defiende el harén formado y el otro quiere hacerse su dueño. El que más fuerte esté y aguante, será su dueño.
En estas manchas mediterráneas de encinas, alcornoques, quejigos, labiérnagos, jaras... habitan los ciervos ibéricos del centro y el sur de la península. Se le puede considerar como a uno de los principales bioindicadores, de la calidad ecológica de las últimas manchas forestales autóctonas, que cubren la piel de España.
El ciervo diariamente se relaciona con las ciervas que están con él. Si alguna está receptiva la cubre.
Si este ciervo pierde el harén en una pelea o sus ciervas se van con otro, y siguen en celo, volverán a ser cubiertas por el nuevo galán. De esta forma, la variedad genética se transmite y se fija en las nuevas generaciones.
La naturaleza siempre selecciona a los más sanos, los más potentes, los mejores. Para perpetuarse, evolucionar y no degenerar.
Al medio día, a la sombra de los fresnos observamos a un ciervo con un grupo de ciervas. Este ejemplar ya ha formado un harén, que puede crecer o mermar, según vaya su potencia sexual a lo largo del ciclo.
Las grandes laderas cubiertas por pinos piñoneros, encinas, enebros, alcornoques, y un apretado matorral de jaras pringosas y romeros, fijan el suelo y detiene la erosión del monte. En estas zonas durante el día, se encaman los grandes y viejos machos solitarios.
El ciervo representa el espíritu libre del monte. Por el día se encama en las querencias donde ha nacido y se ha criado. Cuando se pone el sol, comienza un nuevo recorrido por las zonas que ya conoce o por otras desconocidas. Cuando el nuevo día comienza a clarear, vuelve a la querencia. Durante esos dos periodos del día, podemos ver al espíritu del bosque moverse.
En estas grandes manchas mediterráneas sobre arenas, habitan todavía los ciervos autóctonos ibéricos... De estos montes han salido cientos de ejemplares para repoblar muchos espacios naturales de la península.
A la caída de la tarde vuelven a oírse por el monte los grandes berridos... Los ciervos salen a los claros, a sus pequeños territorios, donde el ciclo vuelve a iniciarse otro día del otoño...
La luz cálida de la tarde resalta los colores intensos y elegantes de los grandes chopos negros. Un espectáculo de luces, que pone color a un acontecimiento natural del otoño en los montes mediterráneos ibéricos.
Durante la berrea los ciervos apenas comen. Sus actividades se limitan principalmente a formar y a defender el harén, a cubrir a las ciervas y controlar para que no se vallan con otros machos.
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