lunes, 21 de julio de 2014

EL TORO BRAVO DENTRO DE LA CULTURA.


La vida del toro bravo no se resume sólo a dos horas de espectáculo dentro de una plaza. A lo largo de la existencia de este ser vivo, hay una historia y una cultura arraigada principalmente a la cuenca del mediterráneo, que se pierde en la mitología...
Vamos a ver a través de nueve fotografías, que nos cuentan los paleontólogos, historiadores, escritores, cronistas, filósofos, poetas y ganaderos...




"En la mayoría de las excavaciones arqueológicas que se han realizado en Madrid, han aparecido muchos restos de los antiguos toros salvajes que habitaban sus bosques. El cráneo que vemos, pertenece a un ejemplar que habitó en el valle del Río Lozoya. Fue encontrado en las excavaciones arqueológicas de Pinilla del Valle".




"De muy antiguo se hicieron famosos los toros que pastaban en las dehesas marginales del Jarama, en el recorrido de este río por toda la madrileña comarca... Decir jarameño, era mentar al león y al viento".
                                                                                   Luis Uriarte
                                                                                    Escritor




"En el siglo XIX surgen dos ganaderos muy poderosos, que entienden y defienden dos castas muy importantes y diferentes en el panorama de la época. Los dos tienen títulos nobiliarios y están con y al servicio del Rey. Sus ganaderías están muy de moda en la corte, y los aficionados son partidarios de uno o de otro. Los dos son madrileños, amigos y se respetan; pero como ganaderos se odian... Qué aficionado no ha oído hablar de los toros jijones del Marqués de Gaviria, o de los toros vazqueños del Duque de Veragua..."




"En la ribera del Jarama, junto a Aranjuez, a cuatro leguas de Madrid, tiene otra dehesa el convento del Monasterio y heredad, que aunque no es mucho el suelo, debe de ser el más fértil pedazo de tierra que hay en el reino de Toledo, en pastos y en caza de conejo. El ganado que allí se cría es fuerte, arisco y bravo, en especial el vacuno, de donde han tomado nombre en España los Toros Jarameños".
                                           Fray José de Sigüenza
                                       Cronista del Monasterio de El Escorial




"¿Quieren ustedes saber mis impresiones como ganadero? Poco bueno puedo decirles... Este asunto no da más que disgustos y una preocupación casi constante. El beneficio que deja, no se ve por ninguna parte. Que si en la finca "tal" ya no hay comida; que si en el prado "cual" se está acabando el agua; que hay que llevar paja, porque el suelo está cubierto de nieve; que habrá que arreglar los medianiles, porque el ganado se sale con la cuca; que este año se quedan vacías las vacas; que una novilla ha muerto de pernea; que los lobos han matado tres crías; que uno de los toros grandes se queda mogón; que se ha perniquebrado el mejor de los utreros; que pierden las vacas horras; que los bueyes ya no valen, porque son muy viejo... !Para que cansarles¡ Cierto que la cría del toro proporciona ciertas satisfacciones, pero se dan relativamente pocas corridas; es decir, sobran toros, y a veces cuesta trabajo colocarlos. Aquí, en Colmenar, sin ir más lejos, hay bastantes ganaderías, y también en Soto, Miraflores, San Agustín... De lo que se cobra por cada toro hay muchas quitas, con las cuales no se cuenta, y muchos gastos..."
                                                        Trece Ganaderos Románticos
                                                             Luís Fernández Salcedo




"Los transportes de las corridas se hacían a pie por las cañadas, y el viaje, por ejemplo a La Coruña, suponía 28 días para ir y 22 para volver con los bueyes, o sea, que los vaqueros salían a primeros de julio y volvían para las fiestas de Remedios, y durante casi todo ese tiempo durmiendo al raso. Estos traslados suponían la necesidad de tener un gran número de vaqueros, bastantes caballos y gran número de bueyes, pues era frecuente que salieran varias corridas casi en las mismas fechas. Ya en tiempos más modernos conocidos por mí, época de los años 20, todavía se llevaban las corridas a Madrid andando. Se bajaban por Viñuelas a la Venta de Pesadilla, Arroyo de Rejas, San Fernando de Henares y los Prados del Puente. Por la noche, salían para la plaza de Madrid, donde llegaban de madrugada. Cuantas veces, siendo niño, me llevaba mi padre a la plaza vieja a esperar la llegada de la corrida. Normalmente me quedaba dormido encima de los sacos del pienso, hasta que mi padre me llamaba a las tres o cuatro de la madrugada, porque ya se oía el estrépito del encierro por las calles, hasta que el tropel entraba en los corrales".
                                                     Manuel García Aleas Carrasco
                                                         Ganadero




"Ahora al toro no se le da valor. Esta es la fiesta del toro, pero este tiene la desgracia de que no habla, de que se muere y no habla, y sin el toro las figuras no sirven para nada, por eso hay que darle la importancia que tiene. Aquí todo el mundo es necesario. No se puede prescindir de nadie, por eso intento que nos respeten y que nos den esa autoridad que debe de tener el ganadero". 
                                                                Victorino Martín Andrés 
                                                                  Ganadero




"Ricos y pobres, hombres y mujeres, dedican una porción de cada jornada a prepararse para la corrida, a hablar de ella y de sus héroes. Y no se olvida que el espectáculo taurino es, sólo, la faz o presencia momentáneas de todo un mundo, que vive oculto tras él y que incluye, desde las dehesas donde se crían las reses bravas, hasta las botillerías y tabernas donde se reúnen las tertulias de toreros y aficionados".
                                                                      José Ortega y Gasset.
                                                                     Escritor y filósofo




"La ferocidad de los toros que se crían en España, en sus abundantes dehesas y salitrosos pastos, junto con el valor de los españoles, son dos cosas tan notorias desde la más remota antigüedad, que el que los quiera negar acreditará su envidia o ignorancia y yo no me cansaré en satisfacerle".
                                                    Leandro Fernández de Moratín
                                                       Poeta y dramaturgo


Los ocho ejemplares que aparecen en las fotografías, pertenecen a ocho ganaderías bravas de Madrid.


martes, 15 de julio de 2014

POR EL VALLE ALTO DEL RÍO GUADALIX.




El día ha amanecido sin nubes. La brisa fresca de la mañana se agradece. Subiendo hacia el Puerto de La Morcuera, me adentro por una importante mancha de robles melojos con ejemplares centenarios. Es el resultado de una gestión forestal acertada, que ha permitido que en cuarenta años se regenere el robledal de esta forma.




Como la mayoría de los robles son jóvenes y carecen de agujeros naturales donde pueden criar las aves insectívoras, se colocan cajas nido para que estas aves puedan criar y asentar sus poblaciones en el robledal. Son el insecticida natural que controla la población de insectos, que en número elevado es perjudicial para el ecosistema.
En la fotografía vemos a una hembra de papamoscas cerrojillo con un insecto en el pico a la entrada de su nido.




En esta época del año los rosales silvestres florecen en la montaña de Madrid. Sus elegantes flores atraen a multitud de abejas y ebejorros.




Los suelos húmedos y umbríos del robledal, están cubiertos por un importante dosel de helechos comunes. Estos protegen el suelo y crean un hábitat donde crían varias especies de aves.




En la orilla de los arroyos crecen elegantes matas de helecho macho (Dryopteris filix-mas). Es un helecho menos abundante que el común, que aguanta más tiempo verde.




En un pequeño claro del bosque, donde medra una turbera, crecen numerosos cardos. A ellos se acercan insectos de variadas especies a libar sus flores...
En la fotografía vemos a una doncella de los cardos (Melitaea phoebe) libando las flores de un cardo.




Llego a una zona de pastos histórica, donde se taló el robledal hace siglos, para dar de comer a las miles de ovejas que pasaban por el puerto o pastaban aquí en verano. El "abandono" de los pastos hace unos treinta años, abrió las puertas al piornal, que se ha hecho el dueño de la zona. La ladera alta se repobló con pinos silvestres en los años sesenta.




El buitre negro tiene en esta zona un importante paso y una zona de campeo y alimentación, pues en todo el valle se cría el ganado vacuno.
En la fotografía vemos a un buitre negro sobrevolando el Puerto de La Morcuera, de 1777 metros de altitud.




En una zona de la ladera alta, ocupada por pinos silvestres repoblados de considerable porte, el suelo profundo y húmedo proporciona el hábitat para que los helechos comunes se desarrollen en abundancia. Aquí el ambiente es fresco y el canto de los pájaros se deja sentir...




En la orilla de un arroyo observo a un petirrojo, que captura pequeños insectos entre la arena. Muchas parejas de estos pájaros crían en estas zonas del pinar.




Cerca de un camino histórico, sólo utilizado por los senderista, me llama la atención esta curiosa construcción rústica... Al principio me parece un chozo, de los numerosos pastores que anduvieron por el valle. Al observarle bien, me doy cuenta de que es un búnker rústico de la guerra civil...




Cerca veo a un pequeño grupo de herrerillos capuchinos. Van registrando todo en busca de pequeños insectos... Uno de ellos picotea una rama seca, de la que extrae pequeños insectos.




La zona alta del pinar es más seca en esta época del año, pues aquí apenas hay suelo y los acuíferos no existen. El sol calienta más y el olor a pino es más intenso.




Desde una parte alta del collado, podemos ver como es el paisaje de una zona del valle. Las zonas más bajas siguen ocupadas por los pastos; a media ladera se extiende el robledal de melojo; en las laderas altas donde se repobló, crecen los pinos silvestres. Observamos un paisaje donde el ser humano ha actuado en los últimos diez siglos.




En un enorme farallón, con paredes de cincuenta metros de altura, observo a un grupo de hembras de cabra montés con sus chivos. Al verme, algunas se van con sus crías por esas paredes verticales, donde es imposible acercarse. Otras, siguen echadas tomando el sol. Las más curiosas y fotogénicas, se asoman al balcón.




Desde los pies del Pico de la Najarra, a unos dos mil metros de altura, se observa una buena panorámica del Puerto de La Morcuera. Vemos la carretera, que viene desde Miraflores de La Sierra; La Sierra  de La Morcuera, repoblada en su mayor parte de pinos silvestres; el valle del Río Lozoya, con las cumbres de Hoyo Borrascoso, El Saltadero y El Nevero, de más de dos mil cien metros de altura...




Cerca del pico de La Najarra observo a un macho montes de mediana edad. Al verme, se va por las rocas de granito muy tranquilo. El sabe que nadie le va a seguir...


lunes, 7 de julio de 2014

EL ROBLE DEL COÑO.


Aquella mañana de verano caminaba por una zona desconocida de la cabecera del Río Jarama... Cerca de un arroyo, entre grandes espinos albares, me encontré con un enorme roble albar... Un árbol que inició su vida en estas montañas hace más de ochocientos años.
Hablando con personas de la zona que conocen bien el monte, dos conocían su existencia. Me dijeron que a este ejemplar se le conoce por el Roble del Coño, por el tamaño de su tronco.




En la cuenca alta del Río Jarama se localizan manchas de robles y hayas con ejemplares de considerable tamaño.




En estas manchas atlánticas habitan árboles tan importantes como los cerezos y manzanos silvestres, mostajos, serbales de cazadores, acebos... Acompañados por endrinos, rosales silvestres, majuelos... Y una variedad de plantas como los lirios comunes, martagones, acónitos, sellos de salomón, hepáticas...




En el viejo nido de un pito real, la pareja de trepadores azules tiene su nido. Si observamos, estos pájaros han reducido el tamaño de la entrada con barro, por el que sólo pueden entrar pájaros de su tamaño o menores.
En la fotografía vemos a la hembra, que se ha acercado hasta la entrada del nido con un tábano, donde la está esperando un pollo.




En los suelos húmedos, con acuíferos someros o cerca de los arroyos, crecen matas de fresa silvestre. En esta época del año ofrecen sus pequeños y deliciosos frutos.




Cerca del río, en una rama grande de un roble que un día tiró el viento, veo a un elegante macho de ciervo volante.




Donde el bosque es maduro, con árboles centenarios, la maraña de brezos no existe, pues la sombra de los árboles no les deja asentarse.




En la horquilla alta y central de un roble melojo, la pareja de águilas calzadas tiene el nido. Los dos pollos tienen unos doce días de edad.
En la fotografía vemos a la hembra alimentando a uno de los pollos, con un mirlo que ha dejado el macho en el nido hace unos minutos.




En las zonas umbrías y frescas, donde el hacha y la motosierra no fueron tan irracionales en el pasado, encontramos pequeños bosquetes de grandes hayas, acompañadas por abedules y acebos.




Entre los helechos comunes nos observa la hembra del lagarto verdinegro. Una especie única en el mundo, que sólo habita en ciertas zonas de la Península Ibérica con bosque atlántico.




El río va bastante bajo para la época del año... En la orilla vemos grandes robles melojos y albares.




Una mariposa medioluto ibérica, endémica de la Península Ibérica, liba la flor de una centaurea que crece cerca del arroyo.




En esta zona del bosque, más umbría y fresca, crecen numerosos avellanos de largas varas. Están cargados de avellanas, que irán madurando a lo largo del verano.




Cerca de un arroyo umbrío se localiza este impresionante roble albar (Quercus petraea). Su edad supera los ochocientos años, y el perímetro de su tronco en la base es de 10,20 metros.
Si nos fijamos en su fisionomía, le ha pasado de todo en los últimos siglos. Le han cortado sus grandes brazos para hacer vigas. Le han mondado varias veces para hacer carbón y leñas. Las ovejas han pastoreado a su alrededor durante muchos veranos. Le han caído rayos, que han secado algunas de sus grandes ramas... Pero allí sigue, sorprendiendo a las personas, que se detienen a su lado exclamando, ¡coño, que roble!


lunes, 30 de junio de 2014

EL VERANO EN EL MONTE MEDITERRÁNEO.




La canícula del atardecer enciende el cielo de naranja. Ahora se empieza a mover un poco la brisa. Por el cielo vuelan muchos vencejos comunes...




Antes de que el sol desparezca por el horizonte, muchos seres vivos ya han salido de sus refugios, que les han protegido durante el día de las altas temperaturas. Se disponen a buscar alimento, a vivir...
Entre las hojarascas de una encina y el pasto seco, veo a un buen escorpión. Al notar mi presencia se queda quieto, y se pone en aptitud defensiva. Dispuesto a utilizar su aguijón si es necesario. Durante unos instantes le observo y le fotografío.




El sol ya ha desaparecido. En el fondo del valle la temperatura es más fresca. En lo alto de una peña se ve la silueta del búho real... Un corzo rompe a ladrar al sentir mi presencia.... A cierta distancia se cruza un zorro...
Son los instantes mágicos del monte mediterráneo... Lo malo es que duran poco.




Las primeras luces del día entran tímidamente en la charca. En la orilla, un caballo pasta la verde hierba. Le acompaña una garcilla bueyera, que va capturando todos los pequeños seres vivos que se levantan a su paso.




Las verdes encinas contrastan con los pastos secos. Es una imagen muy interesante, pues estamos viendo un mundo artificial, muerto y acabado, representado por los pastos. Y un mundo natural con mucha vida, que está generando los nuevos frutos para perpetuarse. Que curioso, la encina genera el fruto cuando las situaciones ambientales le son más adversas.




Un conejo de monte deja de pastar al sentir mi presencia... Es el ser vivo mejor adaptado y más importante de la pirámide ecológica del monte mediterráneo.
En las zonas donde el pasto verde no desaparece durante el verano, el conejo sigue criando. Aquí podemos encontrar gazapos durante todo el año.




Esta mancha esta compuesta por encinas y enebros, dos de las especies mejores adaptadas a los climas austeros. La encina está adaptada para evolucionar mejor en un clima algo más húmedo y templado, y el enebro está adaptado para evolucionar en un clima algo más seco y frío. Por otra parte, existe una simbiosis muy estrecha entre ambos, pues se ayudan para vivir y colonizar las zonas.




Medio oculta por las ramas verdes de un enebro de la miera, el águila culebrera observa el panorama desde su nido, en compañía de su pollo.
Esta gran águila, es una de las especies mejor adaptada al seco y cálido verano mediterráneo. Se reproduce cuando sus presas están más activas y es más fácil verlas para ella. Se alimenta principalmente de culebras y lagartos.




Es la una de la tarde. El sol cae a plomo en la ladera del monte y la luz es cegadora y molesta. La temperatura al sol es de 41ºC y la humedad ambiental no existe. El pasto y el suelo del monte casi queman.
Durante casi tres meses, el monte mediterráneo de Madrid soporta esta climatología tan adversa, sólo contrarrestada si se producen tormentas. Si a esto le unimos la contaminación atmosférica que produce Madrid y su área metropolitana, y las sequías que venimos padeciendo en los últimos veinte años... Es sorprendente que este ecosistema tan importante siga latiendo.




Las fuentes y manantiales que sobreviven a la sequía del verano, son los puntos de vida más importantes para que la fauna siga habitando estos bosques. Ciertas especies puedan criar, emigrar por aquí y no pierdan sus últimos refugios, donde han conseguido sobrevivir a la extinción.
En la fotografía vemos a una tórtola común en un manantial. Esta especie se alimenta principalmente de granos secos, por lo que tiene que beber abundante agua varias veces al día. Por otra parte, cuando está criando a los pollos los alimenta con una especie de "leche", que produce en su buche con agua y cereales.
Si las fuentes y manantiales se secan, la tórtola y ciertas especies terminan desapareciendo de la mancha.




Los árboles que componen el monte mediterráneo, se han adaptado a estas condiciones extremas. Los fresnos se deshacen de la mayoría de sus hojas. Los alcornoques pierden muchas hojas y tienen una corteza que les aísla del calor y la deshidratación. Las encinas y quejigos segregan una especie de resina en sus hojas, que les va a proteger de la deshidratación. Las coscojas y enebros tienen hojas pequeñas que también protegen. Las jaras pringosas se deshacen del 90% de sus hojas y producen láudano, una especie de resina muy olorosa que las protege.
Son especies que han evolucionado durante miles de años, adaptándose a los cambios climáticos naturales.



La encina es el árbol mejor adaptado a este clima y que mejor protege a los seres vivos que viven con ella. Cuando el sol calienta a más de cuarenta grados, la situación es insoportable, pero si te metes debajo de una encina centenaria la vida es más agradable.
En la fotografía vemos a la hembra del águila calzada junto a su pollo. Esta pareja cría en una mancha de una sierra baja de Madrid orientada al saliente. Para evitar las altas temperaturas y tener más frescos a los pollos, hace los nidos en las horquillas bajas de las grandes encinas. Ha buscado el microclima viable, donde puede vivir y sacar adelante a su descendencia.




Hace un mes el arroyo estaba verde. Cantaba y regalaba la vida por donde pasaba... Ahora todo está en silencio, lo que antes fue un cauce fluvial con agua, ahora es un microdesierto pedregoso y arenoso. los pájaros han criado y se han ido a otras zonas más benignas. Los anfibios y culebras de collar están estivando. Están pasando el letargo del verano bajo tierra húmeda o entre alguna grieta con humedad. La fauna, igual inverna para no morir de hambre durante el crudo invierno, estiva para no morir de sed durante el tórrido verano.




Por ahora, en la mayoría de los arroyos medran algunos manantiales, que mantienen verdes pequeñas zonas alrededor de ellos. Estos manantiales son auténticos oasis, dentro del desierto verde en el que se convierte el monte durante tres meses.
En la fotografía vemos a un verderón macho junto a su pariente, el pequeño verdecillo. Los dos son abundantes en los montes mediterráneos de Madrid.




Los frutos de ciertos arbustos y pequeños árboles, maduran a lo largo del verano. Ofreciendo un alimento muy importante a la fauna.
En la fotografía vemos los frutos rojos y carnosos de la madreselva mediterránea. Estos frutos son venenosos para unas especies, y beneficiosos para otras.




El verano tiene activos a los reptiles durante todas las horas del día. Para ellos es la mejor época del año. Cuando más calienta el sol dejan sus guaridas y salen por el monte, registrando todos los agujeros que conocen o se encuentran.
En la fotografía vemos a una culebra bastarda de más de dos metros de longitud, saliendo de un nido de abejaruco. Los abejarucos al verla salir se fueron detrás de ella...




La situación ambiental y climática del monte mediterráneo original, nunca la podremos conocer realmente, pues los montes que hoy vemos son islas de ciertas dimensiones, en las que el ser humano ha interactuado. En consecuencia, están muy influidos climáticamente por un ecosistema artificial que los rodea.
En la fotografía vemos a un importante enebro de la miera, en una mancha  sobre arenas del centro de Madrid.




En el mes de julio los gamos ya han terminado de desarrollar la cornamenta. Ahora tiene vida y está recubierta de terciopelo verdoso. Cuando acabe el verano, será completamente de hueso y estará preparada para pelear por las hembras. Toda esa tranquilidad que tiene el gamo en verano; que no  se deja ver y que parece que se le ha tragado el monte, se va a transformar con la llegada del otoño...
En la fotografía vemos a un gamo de unos cuatro años, con la cornamenta ya desarrollada.