lunes, 28 de diciembre de 2015

POR LA HIRUELA. UN PUEBLO DE LA MONTAÑA DEL ALTO JARAMA.


El tiempo corre por la vida de diferente manera para un pueblo, el medio natural que le rodea o la vida de una persona... 

Hoy vamos a dar un paseo por uno de esos pueblos históricos auténticos, que todavía quedan en las montañas del Sistema Central, rodeado por un medio natural notable, influenciado por la forma de vida y la economía de las épocas.




Las primeras luces del día me sorprenden dando un paseo por las calles del pueblo... Veo pájaros del medio urbano, de la montaña y del bosque. Gorriones comunes, estorninos, colirrojos tizones, trepadores azules, carboneros, herrerillos, mirlos...

Me llaman la atención las formas arquitectónicas y los elementos naturales con los que fueron construidas estas casas hace siglos. Lajas de granito, cuarcita y pizarra de la zona. Madera de roble de sus montes, tratada con aceite de linaza. Construcciones que incidieron muy poco en el medio natural del entorno.




Al pasar cerca de un corral, donde se suelta a las gallinas durante el día, veo a un mirlo comiendo los cereales que se les echa.




A la entrada de algunas casas antiguas, se mantiene el tradicional y práctico zarzo. Esta pequeña puerta evitaba en invierno, que la nieve se acumulara en la puerta principal; que la lluvia la mojara y la deteriorara con el tiempo. En verano, con la puerta principal abierta, se ventilaba y se refrescaba la casa.




Es un pueblo que sufrió la emigración en los años sesenta del pasado siglo. Que mira al presente que le ha tocado vivir con optimismo, pensando en un futuro que tiene mucho que ver con el medio ambiente que le rodea y el con turismo rural.




Saliendo del pueblo, en una de sus fuentes veo a varios gorriones comunes bebiendo. Algunos, a pesar del frío que hace, se están bañando.




Cerca del pueblo se recorta la enorme silueta de un roble centenario. Un roble con más de quinientos años de vida, que se ha mantenido aquí por el respeto que han tenido hacia él los habitantes del pueblo, conocido desde tiempo inmemorial con el nombre de Roble Bastián.




En el robledal se ve un colmenar tradicional muy antiguo, rodeado por una tapia de piedra histórica. Construida en la época para evitar que los osos dañaran a las colmenas.




Dejando el pueblo atrás, nos metemos entre los grandes robles albares y melojos de la dehesa..Dice el Libro de La Montería de Alfonso XI, escrito en el siglo XIV, "que La Dehesa del Colmenar y el Arroyo de las Huelgas y la Dehesa de La Hiruela es todo un monte; y es bueno de oso y de jabalí en verano y en invierno, en tiempo de la bellota..."




Un joven ratonero del año sale de un roble. Da varias vueltas en el cielo y desaparece entre los robles de la ladera.




Esta dehesa es una de las pocas que quedan en Madrid con grandes y viejos robles. Por decreto ley se prohibió su corta a matarrasa. Sólo se podía podar sus árboles, sin causarles grandes daños.




Por el monte se ven los restos de grandes tocones. De robles que se cortaron en su día por ciertas circunstancias.




La gestión forestal y económica que ha tenido la dehesa, la ha llevado a ser en la actualidad un monte casi exclusivo de robles albares y melojos, con algunas manchas pequeñas de abedules y otras especies atlánticas dispersas, como el acebo, el serbal de cazadores, el mostajo, el cerezo silvestre... Hace dos siglos también la poblaron las hayas y los tejos, pero en la actualidad estas especies ya no existen.




En el lecho húmedo de un arroyo, veo a un petirrojo buscando semillas y pequeños insectos. Es un pajarillo muy confiado, que no teme mi presencia.




En las umbrías, donde el calor del sol incide menos y la humedad del suelo aguanta más, los brezos y las jaras estepas son comunes por ahora. Cuando los robles se recuperen bien de las podas del pasado, estos arbustos morirán bajo su sombra.




En esta zona se ven manzanos silvestres de buen porte. Algunos todavía tienen las manzanas.




Con la humedad permanente del suelo, se desarrolla una pequeña mancha de abedules, con manzanos silvestres, sauces de montaña, espinos albares, cerezos silvestres...




Un zorzal charlo busca lombrices y gusanos entre el pasto y el suelo húmedo. Estas zonas son muy importantes para muchas aves, pues aquí encuentran alimento durante todo el año.




La gestión forestal de la dehesa, influenciada por el devenir de la historia, nos ha dejado un espacio forestal en regular estado de conservación, donde se aprecian importantes signos de recuperación natural, con el paso de los últimos treinta años. Entre los grandes robles se ven innumerables árboles jóvenes nacidos de fruto, de especies como el cerezo silvestre, roble albar, melojo, acebo, serbal de cazadores, abedul, avellano... 




En algunas zonas, en las ramas de los robles cuelgan grandes agallas. En su interior se desarrollan las larvas de una variedad de "avispilla", que fue la causante de estas. Muchas agallas van a ser un importante recurso para ciertas aves.




El sol tímido del invierno marca la frontera de la tarde. Apenas calienta. En dos horas se habrá puesto sobre las altas cumbres de las montañas.




En un corro de sauces, donde medra un manantial, escucho como alguien taladra la madera con su duro pico. Al acercarme un poco más,  veo en el tronco de un sauce a un pico picapinos, que picotea la corteza buscando insectos...




El histórico camino, por el que ya no se comunica nadie, está ahora al servicio del monte, para los guardas forestales y como senda ecológica, para las personas que vienen a visitar el bosque. 




En un arroyo que baja hasta el río, veo un helecho macho. Está verde, debido a la climatología que todavía impera en esta época del año. Lo normal es que estuviera amarillo.




En la actualidad, debido a la invasión que ha producido el visón americano en el río, la nutria se ha hecho muy escasa, y el desmán de los pirineos ha desaparecido por completo.




Por los árboles del río pasa una familia de trepadores azules. Uno de ellos se deja caer sobre una rama muerta que hay en la orilla, y se aproxima al agua para beber. Cuando termina, se va con su familia río abajo.




Debido a la humedad permanente que hay, son comunes los musgos de la variedad Polytrichum commune.




En la orilla del río me paro unos instantes para contemplar el panorama... La luz tenue y suave, el ambiente húmedo y fragante, el sonido del río... Crean una película con un sólo fotograma difícil de olvidar.




En un linar, cerca del pueblo, veo un bando pequeño de lavanderas blancas. Tienen el dormidero en un árbol que está dentro del pueblo.




Entre dos luces, acompañado por el canto de un mirlo, llego al pueblo por una de las callejas...




Entro al pueblo cuando el alumbrado público se está encendiendo... Aquí la vida tampoco se para...




La noche transforma el ambiente de las calles. Con el alumbrado público y la oscuridad ambiental, se ven de otra forma. Esta mañana hemos visto como era el pueblo al amanecer, con unas formas y colores, lleno de cantos de pájaros del medio urbano y del bosque. Ahora le vemos de noche, con un alumbrado público que le da otras formas y colores, donde se oyen las aves de la noche.




Después de un día lleno de vivencias y situaciones, por una de las calles principales me voy en busca del coche, mientras escucho la voz del cárabo, que viene desde los robles de la dehesa...

En unos días entraremos en el año nuevo, cargado de proyectos e ilusiones, con 365 días para vivirlos... Hasta el año que viene...




lunes, 7 de diciembre de 2015

EL QUEJIGAR EL ÚLTIMO BOSQUE DEL OTOÑO


Durante las últimas semanas del mes de noviembre y las primeras de diciembre, las manchas de quejigos se cubren con los colores del otoño. Son los últimos bosques caducifolios, mediterráneos, que van a protagonizar el último espectáculo de luces y de colores, en las laderas de las sierras bajas del centro de La Península Ibérica.




El día llega nublado y templado. Hace apenas una hora que ha dejado de llover. En la ladera vemos un bosque de quejigos mixto, en el que habitan encinas, enebros de la miera, fresnos, cornicabras y algún roble melojo.




Cuando se elaboró el Catálogo Nacional de Montes Públicos del Estado en 1862, este monte estaba catalogado como un robledal-quejigar con encinas, enebros y cornicabras. En la actualidad, después de 153 años, en el monte sólo quedan dos manchas mixtas de quejigos, y ejemplares dispersos entre las encinas y los enebros.




Dos pequeños gazapos descansan y observan el panorama...




Junto a dos largos quejigos me detengo unos instantes observando el panorama... Después de las lluvias que hemos tenido al comienzo del otoño, los arroyos todavía no llevan agua.




Los rojos frutos de la nueza están en su punto. Petirrojos, zorzales y mirlos los van a consumir en los días venideros, y van a extender esta especie por el monte.




Ahora paso por una zona casi llana, donde el suelo es profundo. Aquí se mezclan los grandes quejigos, de tonos verdes y ocres,  con las grandes encinas.




Camuflado entre las ramas altas de una encina, un cárabo me observa mientras le hago unas fotografías... Cuando caiga la tarde, empezará el día para él.




En las laderas orientadas al norte, donde la incidencia del sol es menos agresiva y la humedad en el suelo dura más, los quejigos forman importantes manchas casi puras, acompañados de abundantes arbustos nobles que dan frutos.




Dependiendo de la especie de avispilla que infecta las yemas del quejigo, donde pone sus huevos, así serán las agallas. Estas que vemos ya son viejas, son del otoño pasado. En la primavera de este año salieron las nuevas avispillas.




En esta zona de escasa pendiente y de suelos profundos, el monte cría importantes pastos muy apreciados por la ganadería extensiva.




Posada en el tronco de un quejigo centenario, observo a una hembra de pito real... Durante un buen rato observa todo lo que ocurre en la zona. Después se deja caer en el suelo, cerca de un hormiguero, y comienza a consumir hormigas.




El quejigo es un árbol que en situaciones naturales llega a formar manchas casi puras. Cuando es joven, agradece muy bien la protección de las encinas y de los enebros, hasta que su amplia y densa copa los sobrepasa, pues es de crecimiento más rápido, y los termina matando con su sombra, para que en el futuro no compitan con él.




Las templadas temperaturas y la humedad que hay en el suelo del monte, hacen posible que muchos invertebrados desarrollen su vida a lo largo del día. Entre las hojas caídas de los quejigos veo a un buen ejemplar de milpiés.




Los quejigares que existen en la actualidad en La Comunidad de Madrid, están en un estado lamentable... Sus dimensiones han quedado muy reducidas y dispersas. Las pequeñas manchas casi puras, han renacido de cepa hace apenas 30-50 años, después de las últimas cortas que se hicieron para madera, leñas y carbón vegetal.
         



Entre los musgos que habitan en el tocón, se desarrollan líquenes de la especie Cladonia fimbriata. Una variedad de liquen que sólo se da en los bosques lluviosos.




Aquellos muros históricos que protegieron las dehesas de los abusos de La Mesta, delimitan hoy importantes manchas forestales con un considerable valor ecológico, económico, cultural y social.




En el manantial que medra en el arroyo, veo a varios pájaros del bosque bebiendo y bañándose. Hago un alto en el camino y me oculto entre unas matas para observar el panorama... A los diez minutos aparece una familia de mitos, seguidos de un par de herrerillos comunes... Un mirlo anda entre las matas dando la nota, pero no se decide a entrar. Intuye mi presencia. Sin hacer nada de ruido, aparece un herrerillo capuchino y se deja caer en la orilla...




Las nubes se han cerrado completamente. El ambiente en el monte es de misterio... De fábula.




Un pinzón común, vestido con las plumas del invierno, se detiene unos instantes en la orilla del pequeño arroyo.




Las densa mancha de quejigos no deja que prosperen los matorrales de jaras y de brezos. El monte natural, sin la ayuda del hombre, hace imposible que los incendios forestales se desarrollen aquí.




Los días nublados con ligeras brumas, ponen ese punto atlántico es este monte mediterráneo. Una especie de árbol que ha evolucionado entre las encinas y los robles, teniendo su propio ecosistema en la geografía ibérica.




En las zonas húmedas y soleadas, donde las variadas herbáceas se desarrollan bien, crecen  las setas Melanoleuca cognata. Esta especie que llega a ser abundante algunos otoños.




La situación ambiental y climática de este año, no ha sido nada regular ni beneficiosa para estos montes. Han sufrido un invierno y una primavera muy seca; un verano muy largo que se implantó a finales de mayo, en el que afortunadamente se produjeron algunas tormentas, que pararon la desecación y la muerte de muchos árboles; y un otoño que termina seco y frío. Un clima extremo nada natural, que está acabando con los árboles en un periodo muy corto de tiempo. Esto, en la evolución del mundo natural no ocurre.




En el cielo veo la silueta de tres tres milanos reales. Van a la caza de  pequeños y medianos vertebrados, o algún animal muerto. Uno de ellos, al llegar a mi altura, vuela dos veces en círculo y se va con los otros.




En nuestros días, apenas quedan zonas donde se pude ver el paso natural del ecosistema mediterráneo al atlántico, pasando por el quejigar.





La luz cálida del sol atraviesa las hojas del quejigo. Ponen ese punto de contraste en la inmensa catedral del bosque.




En el claroscuro del arroyo veo a un zorzal común buscando gusanos y semillas en el suelo. En los últimos años, ha bajado mucho el número de zorzales que invernan en estos montes.




Debido a la calidad de la madera de estos árboles, en el pasado fue muy demandado para la construcción de casas y barcos, de toneles y carros, de leñas y carbones... Una gestión que se basó en la sobreexplotación de  estos bosques, que hipotecó su futuro en varios siglos y generaciones. 





Las pequeñas y amargas bellotas del quejigo, son muy apreciadas por la fauna. Son consumidas incluso antes de caer al suelo.




Entre las luces y las sombras del monte, veo a una paloma torcaz buscando y consumiendo bellotas. Estas palomas consumen las bellotas enteras.




Observando el panorama de la mancha... Uno se imagina como sería esta con quejigos centenarios. Un panorama que nuestra generación, ni las dos próximas, van a tener el privilegio de ver.




Medio tapado por las matas, siento la presencia de un jabalí... Me detengo un instante y consigo verle. Es un buen ejemplar solitario, sin escudero. Viene hozando el suelo húmedo y mullido del monte. Atrapando todo tipo de invertebrados, setas, raíces y pequeños vertebrados que perciba con su morro o su olfato. Al sentir mi presencia, se queda inmóvil. Después se va muy tranquilo en otra dirección.




Desde el interior de una pequeña gruta, por la que pasaron y habitaron algunos de los primeros pobladores de Madrid, hace más de cincuenta mil años, observo un paisaje muy parecido al que contemplaron aquellos hombres y mujeres.

domingo, 6 de diciembre de 2015

UN DÍA CON EL TORO BRAVO





La vida del toro bravo en las dehesas está llena de acontecimientos muy interesantes, desconocidos incluso para el ganadero y los vaqueros. Hoy vamos a ver como es un  día en la vida del toro bravo...