El tiempo corre por la vida de diferente manera para un pueblo, el medio natural que le rodea o la vida de una persona...
Hoy vamos a dar un paseo por uno de esos pueblos históricos auténticos, que todavía quedan en las montañas del Sistema Central, rodeado por un medio natural notable, influenciado por la forma de vida y la economía de las épocas.
Las primeras luces del día me sorprenden dando un paseo por las calles del pueblo... Veo pájaros del medio urbano, de la montaña y del bosque. Gorriones comunes, estorninos, colirrojos tizones, trepadores azules, carboneros, herrerillos, mirlos...
Me llaman la atención las formas arquitectónicas y los elementos naturales con los que fueron construidas estas casas hace siglos. Lajas de granito, cuarcita y pizarra de la zona. Madera de roble de sus montes, tratada con aceite de linaza. Construcciones que incidieron muy poco en el medio natural del entorno.
Al pasar cerca de un corral, donde se suelta a las gallinas durante el día, veo a un mirlo comiendo los cereales que se les echa.
A la entrada de algunas casas antiguas, se mantiene el tradicional y práctico zarzo. Esta pequeña puerta evitaba en invierno, que la nieve se acumulara en la puerta principal; que la lluvia la mojara y la deteriorara con el tiempo. En verano, con la puerta principal abierta, se ventilaba y se refrescaba la casa.
Es un pueblo que sufrió la emigración en los años sesenta del pasado siglo. Que mira al presente que le ha tocado vivir con optimismo, pensando en un futuro que tiene mucho que ver con el medio ambiente que le rodea y el con turismo rural.
Saliendo del pueblo, en una de sus fuentes veo a varios gorriones comunes bebiendo. Algunos, a pesar del frío que hace, se están bañando.
Cerca del pueblo se recorta la enorme silueta de un roble centenario. Un roble con más de quinientos años de vida, que se ha mantenido aquí por el respeto que han tenido hacia él los habitantes del pueblo, conocido desde tiempo inmemorial con el nombre de Roble Bastián.
En el robledal se ve un colmenar tradicional muy antiguo, rodeado por una tapia de piedra histórica. Construida en la época para evitar que los osos dañaran a las colmenas.
Dejando el pueblo atrás, nos metemos entre los grandes robles albares y melojos de la dehesa... Dice el Libro de La Montería de Alfonso XI, escrito en el siglo XIV, "que La Dehesa del Colmenar y el Arroyo de las Huelgas y la Dehesa de La Hiruela es todo un monte; y es bueno de oso y de jabalí en verano y en invierno, en tiempo de la bellota..."
Un joven ratonero del año sale de un roble. Da varias vueltas en el cielo y desaparece entre los robles de la ladera.
Esta dehesa es una de las pocas que quedan en Madrid con grandes y viejos robles. Por decreto ley se prohibió su corta a matarrasa. Sólo se podía podar sus árboles, sin causarles grandes daños.
Por el monte se ven los restos de grandes tocones. De robles que se cortaron en su día por ciertas circunstancias.
La gestión forestal y económica que ha tenido la dehesa, la ha llevado a ser en la actualidad un monte casi exclusivo de robles albares y melojos, con algunas manchas pequeñas de abedules y otras especies atlánticas dispersas, como el acebo, el serbal de cazadores, el mostajo, el cerezo silvestre... Hace dos siglos también la poblaron las hayas y los tejos, pero en la actualidad estas especies ya no existen.
En el lecho húmedo de un arroyo, veo a un petirrojo buscando semillas y pequeños insectos. Es un pajarillo muy confiado, que no teme mi presencia.
En las umbrías, donde el calor del sol incide menos y la humedad del suelo aguanta más, los brezos y las jaras estepas son comunes por ahora. Cuando los robles se recuperen bien de las podas del pasado, estos arbustos morirán bajo su sombra.
En esta zona se ven manzanos silvestres de buen porte. Algunos todavía tienen las manzanas.
Con la humedad permanente del suelo, se desarrolla una pequeña mancha de abedules, con manzanos silvestres, sauces de montaña, espinos albares, cerezos silvestres...
Un zorzal charlo busca lombrices y gusanos entre el pasto y el suelo húmedo. Estas zonas son muy importantes para muchas aves, pues aquí encuentran alimento durante todo el año.
La gestión forestal de la dehesa, influenciada por el devenir de la historia, nos ha dejado un espacio forestal en regular estado de conservación, donde se aprecian importantes signos de recuperación natural, con el paso de los últimos treinta años. Entre los grandes robles se ven innumerables árboles jóvenes nacidos de fruto, de especies como el cerezo silvestre, roble albar, melojo, acebo, serbal de cazadores, abedul, avellano...
En algunas zonas, en las ramas de los robles cuelgan grandes agallas. En su interior se desarrollan las larvas de una variedad de "avispilla", que fue la causante de estas. Muchas agallas van a ser un importante recurso para ciertas aves.
El sol tímido del invierno marca la frontera de la tarde. Apenas calienta. En dos horas se habrá puesto sobre las altas cumbres de las montañas.
En un corro de sauces, donde medra un manantial, escucho como alguien taladra la madera con su duro pico. Al acercarme un poco más, veo en el tronco de un sauce a un pico picapinos, que picotea la corteza buscando insectos...
El histórico camino, por el que ya no se comunica nadie, está ahora al servicio del monte, para los guardas forestales y como senda ecológica, para las personas que vienen a visitar el bosque.
En un arroyo que baja hasta el río, veo un helecho macho. Está verde, debido a la climatología que todavía impera en esta época del año. Lo normal es que estuviera amarillo.
En la actualidad, debido a la invasión que ha producido el visón americano en el río, la nutria se ha hecho muy escasa, y el desmán de los pirineos ha desaparecido por completo.
Por los árboles del río pasa una familia de trepadores azules. Uno de ellos se deja caer sobre una rama muerta que hay en la orilla, y se aproxima al agua para beber. Cuando termina, se va con su familia río abajo.
Debido a la humedad permanente que hay, son comunes los musgos de la variedad Polytrichum commune.
En la orilla del río me paro unos instantes para contemplar el panorama... La luz tenue y suave, el ambiente húmedo y fragante, el sonido del río... Crean una película con un sólo fotograma difícil de olvidar.
En un linar, cerca del pueblo, veo un bando pequeño de lavanderas blancas. Tienen el dormidero en un árbol que está dentro del pueblo.
Entre dos luces, acompañado por el canto de un mirlo, llego al pueblo por una de las callejas...
Entro al pueblo cuando el alumbrado público se está encendiendo... Aquí la vida tampoco se para...
La noche transforma el ambiente de las calles. Con el alumbrado público y la oscuridad ambiental, se ven de otra forma. Esta mañana hemos visto como era el pueblo al amanecer, con unas formas y colores, lleno de cantos de pájaros del medio urbano y del bosque. Ahora le vemos de noche, con un alumbrado público que le da otras formas y colores, donde se oyen las aves de la noche.
Después de un día lleno de vivencias y situaciones, por una de las calles principales me voy en busca del coche, mientras escucho la voz del cárabo, que viene desde los robles de la dehesa...
En unos días entraremos en el año nuevo, cargado de proyectos e ilusiones, con 365 días para vivirlos... Hasta el año que viene...