Hoy vamos a visitar un barranco poco conocido, localizado en El Sistema Central, en las montañas de Madrid. Un barranco por el que corre un arroyo que nace en la cumbre de una montaña alta, cubierto de robles y otras especies forestales, en el que habitan seres vivos con más de mil años de edad...
Desde el pueblo, localizado en el fondo del valle, con las primeras luces del día camino hacia el barranco...
Por el camino veo pájaros de diversas especies y escucho sus cantos. En el tronco de un árbol caído, observo a un pinzón común macho.
A esta hora el paseo se hace ligero, pues no hace calor y el sol no molesta.
Llegando al barranco, podemos ver la importante mancha de robles que lo cubre. Una mancha en la que abundan los fresnos de flor, arces, robles albares, sauces de montaña, acebos, tejos...
En el cielo veo a la reina de la zona... Un águila real con más de 20 años de edad, que lleva muchos años criando en la zona.
Por esta zona me interno en el barranco. Una zona cubierta por grandes avellanos, sauces de montaña, acebos, robles y grandes hiedras que trepan por sus troncos.
En la orilla del arroyo veo a un pequeño duende de estos lugares, el escribano montesino. Un pájaro elegante de llamativos colores.
Las grandes y vistosas hojas del avellano, brillan como estrellas verdes en el techo del arroyo.
En esta zona de la ladera, cubierta por grandes avellanos, robles, arraclanes y sauces, también se nota la sequía que estamos padeciendo.
Sobre la vistosa flor de una centaurea, observo durante un buen rato a una mariposa endémica de la península, la mariposa medioluto ibérica.
Sólo, entre los variados árboles que acompañan al arroyo, aparece el primer tejo. Es un ejemplar que pasa sobradamente de los quinientos años...
En esta zona del barranco el fondo del arroyo se ensancha. La luz agradable del sol de la mañana, se cuela entre los árboles del monte y apenas ilumina su interior...
Posado sobre la rama muerta de un árbol, veo a un bonito y elegante colirrojo real. Estamos en época de paso...
Los grandes helechos machos crecen a la vera del arroyo, poniendo su punto de elegancia entre las grandes rocas.
Poco a poco, los grandes tejos centenarios van apareciendo entre los árboles del monte...
Un herrerillo capuchino pasa por los árboles del arroyo... Busca insectos entre las ramas carcomidas de los sauces.
En un recodo del arroyo, donde da bien el sol, abundan las zarzas y los rosales silvestres. En esta época ofrecen sus deliciosos frutos.
Llegamos a una zona donde el cauce del arroyo se estrecha, y se hace impracticable caminar por él.
Más arriba, un grupo de tejos de diferente edades cruzan sus grandes y largas ramas...
Algunos ejemplares tienen pequeños y vistosos frutos. Unos frutos que alimentan a los pájaros del bosque, y pueden ser mortales para el hombre.
Como ocurre en la mayoría de las ocasiones, la fauna nos ve antes. Posado en la rama seca de un fresno, un macho de pico picapinos te observa...
Protegido por grandes rocas, entre robles y grades avellanos descubrimos al decano de todos los tejos del barranco. Un ejemplar que pasa de los mil años. Un cronista irrepetible de la historia de estos montes.
Cerca, se ven pequeños y medianos tejos. Ejemplares que van a perpetuar la especie...
Caminando por el arroyo hacia su nacimiento, me encuentro con tres grandes y viejos ejemplares juntos. Si los observamos, veremos en sus formas que han sido muy afectados en el pasado por las grandes nevadas.
En el arroyo sorprendo a un joven mirlo común.
Aferrados a una peña grande que cae al arroyo, vemos una enorme mata de acebos.
Retirados del arroyo e integrados entre los robles, se ven varios ejemplares de tejos jóvenes.
Ahora pasa por la zona una familia de trepadores azules... Sus movimientos y sus cantos delatan su presencia.
Al llegar a este punto del arroyo, me detengo unos instantes para observar el panorama... Un tejo centenario junto a una enorme mata de avellano. Dos especies forestales eurosiberianas, que sólo habitan en climas templados muy húmedos.
El día está siendo muy variable... Tan pronto se cubre como sale el sol. Dentro del monte, las luces y las sombras lo confunden todo...
Una familia de mitos, compuesta por los padres y unos diez pollos, pasa por los sauces del arroyo buscando insectos entre las hojas y las cortezas de las ramas.
Metido en una zona honda del barranco, observo grandes sauces de montaña de considerables troncos, acompañados de grandes tejos.
Por el arroyo, las largas varas de las zarzas se meten en el agua, poniendo otro punto más de contraste en el paraje.
Un petirrojo, otro habitante de estos parajes, se baña en una zona del arroyo donde acuden algunos pájaros para beber...
Llegando casi a la cabecera del arroyo, descubro a otro elegante y monumental tejo. Ejemplares que despiertan hoy día la admiración y el respeto...
Hasta los años setenta del pasado siglo, estos ejemplares carecían de valor económico. Sólo valían para que los vaqueros de la zona se calentasen con ellos durante las estaciones frías, pues eran los únicos árboles que podían cortar y quemar para calentarse.
En la cabecera del arroyo se recorta la silueta de un tejo... Hasta aquí llego. El cielo está completamente cubierto y la tormenta está a punto de caer. Los relámpagos y los truenos llevan más de una hora alumbrando y retumbando en el barranco.
Las nubes son tan densas y grises que apenas dejan pasar la luz del sol. Son las 17,20 de la tarde y da la sensación de que la noche está a punto de meterse en el monte... Con las primeras gotas me marcho en dirección al pueblo, acompañado por la luz de los relámpagos y el sonido de los truenos...