google-site-verification=W4JiPUkp_G2kZZVS-o62liN40WEVgPWgCCloRv-xIdc la luz del monte

lunes, 10 de agosto de 2015

EL VALLE DE LAS HAYAS.


Hay un valle en La Sierra de Ayllón que nace a los pies del Pico del Lobo y desemboca en el valle alto del Río Jarama. Por este valle, cubierto por un extenso hayedo hace tiempo, entraron las hayas a las laderas de las montañas de Madrid hace unos tres mil años... Hoy vamos a visitarle y vamos a ver cual es su situación medioambiental.




El día viene fresco y con nubes. Son las 7´10 de la mañana y la temperatura ronda los 15ºC. La entrada al valle es espectacular. La ladera que sube hasta el pico Santuí está cubierta por un denso y extenso robledal.




Por un camino histórico me adentro en el robledal. El canto de los pájaros del bosque y el sonido del agua del río y de los arroyos ponen la banda sonora.




Después de dieciocho años vuelvo a caminar por el valle. Aunque es un periodo muy corto para un bosque, le veo cambiado, le veo más alto y más denso. A pesar de las sequías, observo que se está recuperando muy bien de la corta que se hizo hace unos treinta años.




En el cielo, muy alto, veo al pollo del águila real que ha nacido esta primavera. Le observo durante un rato en la zona alta del robledal, hasta que aparece uno de los padres y se va con él a otra zona del valle.
Esta pareja histórica fue filmada por el equipo de El Hombre y La Tierra en la década de los setenta. Aparece en el capítulo de El Águila Real. Según me contó Aurelio Pérez en cierta ocasión, esta pareja se alimentaba principalmente de perdiz y de zorro.




En el fondo del valle, por donde transcurre el río, se ven grandes abedules solitarios o formando pequeños grupos. En tiempos seguramente fue más abundante.




El camino pasa ahora por una zona de suelos húmedos, donde medran antiguas turberas. Aquí podemos apreciar entre los robles a grandes abedules, acebos, tejos y algunas hayas de diferentes tamaños.




En el claroscuro del monte se empiezan a ver las primeras hayas de considerable tamaño. Son los ejemplares que se salvaron de la tala que se hizo en el valle en los años cincuenta y sesenta. Se salvaron porque eran jóvenes y no servían para madera. Hoy día tienen un valor medioambiental y económico incalculable.




El ciervo volante es muy escaso en el valle. De vez en cuando se deja ver alguno y se deja fotografiar.




En las zonas de las laderas orientadas al norte, por las que bajan arroyos, van apareciendo pequeñas manchas de hayas arropadas por el robledal.




Al pasar por el arroyo me detengo unos instantes para beber y hacer unas fotografías. Estamos en un valle donde el agua se manifiesta por todas partes.




En una de las pequeñas cascadas del arroyo observo a una joven lavandera cascadeña nacida la primavera pasada. Va buscando pequeños insectos que viven en las orillas del arroyo.




En sus orillas veo pequeños helechos asociados a otros vegetales...




En esta zona del valle, por la que baja un arroyo, podemos observar entre los robles a un grupo de hayas de diferentes edades y tamaños. Tienen un verde más vivo. Ahora los robles son los árboles que las protegen del frío y del sol. Con el tiempo las hayas terminarán de expandirse, y volverán a ocupar las zonas naturales que invadió el robledal con la ayuda del hombre.




Cerca del río paso junto a un haya mediana. El ambiente es sombrío y algo oscuro, pues las nubes se mueven y cubren el sol.




Por los árboles pasa una familia de trepadores azules. Unos registran las zonas altas de los árboles, otros van cabeza abajo registrando los troncos...




Dice El Libro de La Montería de Alfonso XI, escrito en el siglo XIV,  "Que Val Carcel, y el Rabinate, y la Sauca, y la umbría del Poyo es todo un monte; y es muy Real de oso en verano, y hay muy buenos jabalíes en todo tiempo..." Gracias a estos documentos históricos, sabemos más o menos como podía ser este valle y la fauna que lo habitaba hace setecientos años.




Metido en la cabecera de un arroyo cubierto por espesos brezos, llego a una zona donde las hayas predominan entre los robles y los variados árboles atlánticos.




Un pequeño petirrojo, con la pluma casi mudada, recorre el suelo del monte buscando semillas y pequeños insectos.




En la otra ladera del valle, donde el sol incide más, predominan robles y otro tipo de árboles caducifolios.




Ahora me detengo unos instantes para descansar, ver el panorama y observar el buen ejemplar de tejo que tengo delante.




En un charco del arroyo observo a un joven mirlo darse un baño. Aunque hay cierta distancia, es bastante confiado. Posiblemente es la primera vez que ve a un ser humano.




Por el arroyo veo grandes sauces de montaña muy viejos. Ejemplares que no se cortaron en tiempos por no tener valía su madera. Estos árboles proporcionaron un microclima y un hábitat ideal en su día, para que las hayas, acebos, tejos y helechos pudieran seguir aquí.




Desde la orilla del arroyo camino por una pequeña mancha de hayas casi pura...
Ahora, por mucho que se estudien los hayedos del Sistema Central, jamás sabremos como eran realmente este tipo de bosques. Dos mil años incidiendo en los bosques de La Península Ibérica, lo hacen imposible.




Posado en una rama seca observo a un pinzón común macho cantando. Este elegante pájaro, muy abundante en los bosques atlánticos, pasa casi toda su vida en el valle.




Llegamos a la cabecera alta del valle. El monte tiene un verde más intenso. Si nos fijamos bien en el bosque, veremos por sus tonos que los árboles son variados.




Las nubes casi han cubierto el cielo del valle, dejando al bosque sin apenas luz. Los truenos cada vez suenan más cerca y con más intensidad... De pronto se pone a llover. Bajo esta haya me detengo unos instantes, hasta que cesa el chubasco.




Cerca, posado en el tronco de un sauce, veo a un joven pito real nacido la primavera pasada. Él también espera el cese de la lluvia...




Los truenos no cesan... En el cielo se abren las nubes por el momento. El día que está transcurriendo en el valle es un día normal de verano, dentro de la meteorología que impera en las montañas del Sistema Central de la zona.




En un pequeño bosquete donde las hayas predominan, me paro para descansar y observar las formas del haya que tengo delante... Es un ejemplar que pasa de los doscientos años, que nunca ha sido intervenida por la mano del hombre. Posiblemente tiene esta ramificación tan curiosa, debido a las grandes nevadas que han caído en la zona en las décadas anteriores.




Un mito, uno de los pájaros más pequeños de estos montes, se retoca las plumas después de la lluvia...




En esta zona del valle encontramos pequeños grupos de álamos temblones, otra variedad de árbol caducifolio muy unido a los cursos de agua.




Por el monte, de cuando en cuando, aparecen grandes robles melojos y albares de considerables troncos.




El hacha y la sierra también pasaron por aquí en otras épocas. Cuando parecía que los bosques no se iban a terminar nunca... Y la mejor forma de mejorarlos era explotándolos.




Un carbonero macho de elegante corbata, se detiene unos instantes en la rama de un sauce del arroyo. Después desaparece entre los robles del monte.




El sol de la tarde se cuela entre las nubes y las altas cumbres de las montañas. Sus rayos enciende las verdes hojas de un serbal de cazadores.




Antiguas construcciones rústicas, típicas de la zona, con varios siglos de antigüedad, todavía aguantan el paso del tiempo y del abandono.




Alrededor de la construcción crecen algunos manzanos. Hasta mediados de septiembre las manzanas no estarán maduras. Sólo los habitantes de la zona: mirlos, carboneros, herrerillos, currucas, arrendajos, garduñas... las consumirán.




Por los rosales silvestres de la orilla del río pasa un elegante herrerillo capuchino con su familia. Con ellos van algunos carboneros y herrerillos comunes.




Las nubes vuelven a cubrir el cielo del valle... Durante todo el día no he visto ni un alma. Aquí los teléfonos móviles no sirven para nada, y los últimos caminos que quedan son de ida y vuelta.




Por una ladera en la que habitan grandes robles melojos y albares, me voy buscando El Río Jarama... Pensando en volver una primavera o un otoño próximo, antes de que se pasen otros dieciocho años. 


viernes, 31 de julio de 2015

30 DE JULIO. POR UNA MANCHA DE ALCORNOQUES EN EL SUROESTE DE MADRID.


En las montañas bajas del suroeste de Madrid se localiza una mancha considerable de alcornoque, mezclada con pinos resineros y piñoneros, en la que también se dan encinas, enebros, quejigos y cornicabras. Una mancha que ha aguantado los usos tradicionales y el paso del fuego. El último monte de alcornoques que queda en la zona. 




El día llega sin apenas nubes y con un sol limpio que viene apretando. Son las siete y cuarto, y la temperatura ronda ya los 25ºC. La panorámica del monte es espectacular, a pesar de la sequía que llevamos soportando desde el mes de mayo.




Por el cielo pasan varios buitres leonados y dos negros. Van mirando las zonas en las que pasta el ganado, en busca de una res muerta.




El sol cálido y penetrante se va metiendo por todos los rincones del monte. Desde las altas copas de los árboles hasta los menudos arbustos...




En las ramas altas de un alcornoque descubro a un cárabo. Sus plumas son pardas, miméticas, se confunden con las pequeñas ramas y las hojas. Me deja que le haga unas cuantas fotografías... Y allí le dejo tranquilo, esperando a que llegue la noche.




Estamos en una zona que tiene unas precipitaciones medias anuales de unos 800-900 mm. Aquí llueve el doble que en el centro de Madrid.




En un pequeño claro, rodeado de grandes zarzas y rosales silvestres, observo a varios conejos de monte pastando y descansando. Hasta mediados de los años 80 fue muy abundante, en la actualidad apenas se ven.




Cuarteando por la ladera de la montaña, me detengo unos instantes a la vera y a la sombra de tres buenos ejemplares. Descanso y veo el panorama... La pequeña brisa que se mueve a estas horas de la mañana, pasa fresca por el interior del monte.




Sobre una roca cubierta de musgo veo la pluma de una rapaz pequeña. Al observar su forma y color, me doy cuenta que es la pluma de un ala de una hembra de gavilán. Una rapaz forestal que vuelve a verse con relativa frecuencia por estos montes.




Mas adelante veo a una jabalina hozando entre la hierba seca. Tiene las mamas muy desarrolladas... Por las inmediaciones, cubiertos por hierbas y hojas, tendrá escondidos de dos a diez rayones.




En esta zona observo que a varios alcornoques de pequeña y mediana talla se les ha sacado el corcho. Sus recios troncos de tonos naranjas nos cuentan lo sucedido. En los próximos cuatro años volverán a formar la corteza extraída, una corteza que le va a proteger en el futuro de la deshidratación y de los incendios forestales, pues todos sabemos que el corcho no arde.




Cerca del cauce de un arroyo seco, posada a la sombra, veo a una paloma torcaz adulta. A estas alturas del verano, si todo va bien para ella, terminará de sacar la nidada que tiene, y otra.




El alcornoque es junto con el quejigo, el árbol mediterráneo que requiere unas precipitaciones medias anuales superiores a las de la encina. Las bajas precipitaciones anuales que lleva padeciendo el territorio de Madrid en los últimos veinticinco años, arrastran un déficit hídrico que está poniendo en serio peligro a la mayoría de las manchas de alcornoque que quedan en la comunidad.




Al trasponer una pequeña loma de la ladera, veo a un ciervo comiendo las hojas de un chaparro. Al sentir el ruido de la cámara deja de pastar y mira... En esta época los ciervos están terminando de echar sus grandes cuernas. Los más retrasados terminarán a finales de agosto.




Uno de los aspectos que más me llama la atención, es la buena salud que tienen los grandes alcornoques de esta zona. Son los alcornoques más sanos y con menos estrés hídrico de toda la comunidad. Otro punto muy importante que también me llama la atención, es que en todo el monte hay ejemplares jóvenes de diversas edades y brinzales. Estos son los dos aspectos fundamentales, que más preocupan en la actualidad en la mayoría de los montes Ibéricos.




Al pasar por un arroyo estacional, en el que crecen sauces, fresnos y majuelos, arropados por abundantes zarzas y rosales silvestres, observo a un joven pico picapinos nacido esta primavera. Va registrando la rama de un sauce, buscando insectos para alimentarse.




En la zona alta de la ladera, donde las grandes rocas forman laberintos y las abundantes zarzas, espinos y rosales silvestres la hacen casi intransitable, habitan enormes alcornoques que nunca han sido descorchados. Junto a uno de ellos me paro unos instantes para hacer una fotografía.




Cerca, entre unas grandes rocas rompe un manantial. A el acuden los jabalíes para revolcarse, y muchos habitantes de la zona para beber. Durante la media hora que aguardo a la sobra de un alcornoque, metido entre unas escobas negras, observo a varios pájaros de la zona: pinzones comunes, un verderón, currucas, carboneros comunes, herrerillos comunes y capuchinos, dos jilgueros, una paloma torcaz, una ardilla... Una familia de trepadores azules.




El alcornoque ha sido en estas montañas un árbol común, llegando a formar machas con otras especies. Con el paso del tiempo fue desplazado por la mano del hombre. La utilización indebida, las cortas excesivas, los incendios y la sustitución por otras especies que han interesado más económicamente, han puesto a este interesante árbol en una situación precaria.




A pesar del calor que está haciendo, los pequeños pájaros del bosque no detienen su actividad. Siguen buscándose la vida entre los árboles y los arbustos del monte. El pequeño herrerillo común registra las ramas y las cortezas muertas de un fresno caído.




Son las doce de la mañana, el sol ya está en todo lo alto. Alumbra la ladera de la montaña como un foco. El monte está verde y sano. Por el momento, las sequías prolongadas que ya están haciendo mucho daño en otros montes, aquí no se están dejando notar.




Por el fondo del valle pasa un arroyo en el que apenas medra agua. En sus orillas habita un dosel forestal muy rico y variado. Grandes fresnos y sauces, alcornoques, quejigos, majuelos, hiedras, zarzas, escaramujos, cornicabras... Aquí vive un pequeño imperio de pájaros insectívoros, que pone con sus cantos la banda sonora del monte a lo largo del día. Posada en la rama de un fresno, vemos a una joven oropéndola nacida esta primavera.




Caminando por el laberinto del arroyo, encuentro una pequeña poza de agua limpia, donde no vienen los jabalíes o los ciervos a revolcarse. Aquí me detengo unos instantes para refrescarme y llenar la cantimplora. Durante el rato que estoy, se acercan bastantes pájaros para beber, pero al verme se alejan. Metido entre una zarza y arropado por la red, hago un pequeño aguardo... A los pocos minutos llegan unos herrerillos comunes, una curruca carrasqueña, una familia de mitos, un ruiseñor común, una curruca mirlona, que recorre la rama caída de un sauce hasta llegar al agua...




Son las dos de la tarde. A pesar de la luz cegadora y el intenso calor que hace fuera del monte, debajo de la copa de los grades alcornoques no se está nada mal. El monte crea un microclima que termorregula su interior y hace posible que la vida siga existiendo en su mayor variedad. Yo aprovecho un antiguo camino histórico, que seguramente unía dos pueblos. Por él me marcho, pensando en volver en otra época del año, en la que haga menos calor y todo esté algo más verde.




Por el camino, a la sombra de dos grandes alcornoques, veo al pequeño corzo con su madre... 


martes, 21 de julio de 2015

EL VALLE ALTO DEL RÍO MIRAFLORES.





Entre las cumbres de La Najarra de 2105 metros, El Puerto de La Morcuera de 1796 metros y La Perdiguera de 1865 metros, se localiza el valle alto del Río Miraflores.


jueves, 9 de julio de 2015

EL ROBLEDAL DEL VALLE DE BUSTARVIEJO.


Hoy vamos a caminar por un robledal localizado en el Valle de Bustarviejo. Un bosque por el que pasa muchísima gente a lo largo del año, pero muy pocos conocen realmente.




Con las primeras luces del día entro en el monte. Los pájaros del bosque se mueven y canta por todas partes. El ambiente es fresco y húmedo, pero se nota el aire caliente que viene de Madrid.




Posado sobre las hojas de un roble melojo, descubro inmóvil a un macho de ciervo volante. Entre mediados de junio y principios de julio, según como venga el verano, se empiezan a ver por el robledal los grandes y curiosos ejemplares.




Protegido por una roca grade, el pequeño roble albar de unos 3-4 años, se enfrenta alegremente a su larga vida, en torno a los mil años.




Estamos en un robledal que se ha regenerado de forma natural. Un monte que se ha ido entresacando y resalveando a lo largo de los últimos cuarenta años. Aquí los robles son altos, de buen porte, con largos troncos derechos.




En el arroyo observo a varios pájaros... Un pequeño mosquitero bebe, se moja un poco las plumas y se sube a las ramas altas de un serbal de cazadores...




A la vera del arroyo, donde surge un acuífero, numerosas matas de dedalera florecen; rodeadas de un extenso manto de helechos.




Este robledal es uno de los más importantes que podemos encontrar en las laderas orientadas al sur de la Sierra de Guadarrama, debido a su notable regeneración, estructura, variedad y tamaño de sus árboles.




Pegado al tronco de un roble melojo, oculto por las sombras, descubro a un autillo durmiendo. A cierta distancia, su aspecto se difumina con el color y la textura de la corteza del árbol.
Cuando el sol se ponga, volverá a recorrer el robledal...




Las tapias históricas de piedra, construidas hace muchos siglos, delimitan las dehesas y los usos de estas a lo largo de la historia... Dentro del robledal vemos zonas con árboles mas maduros y variados, y zonas con árboles muy jóvenes, donde la variedad forestal es casi única.




En un pequeño claro observo a una jabalina con cuatro crías ya crecidas. Están buscando raíces, insectos, tubérculos... Al sentir mi presencia se marchan a la carrera.




Sesenta años después, las huellas del hacha y de la sierra todavía permanecen en muchos lugares del monte.




Ahora las jaras estepas están en flor. Muchos insecto se acercan a sus flores para alimentarse y polinizarlas. Multitud de abejas transitan por la zona y no se dejan una flor si visitar.




Entre las jaras y los helechos, medio oculta por el claroscuro, asoma la cabeza la hembra del lagarto verdinegro.




Los pastos y los helechos se mantienen verdes. Si el verano viene regular, con generosas tormentas, los pastos aguantarán hasta la llegada de las lluvias del otoño.




A lo largo de un arroyo veo varias casetas de madera, colocadas para que en ellas críen las aves insectívoras. En las ocho que localizo, observo que en su mayoría están ocupadas por herrerillos y carboneros comunes. En una de ellas observo a una pareja de papamoscas cerrojillos. En esta ocasión vemos al macho, esperando a que salga la hembra para entrar él.




En una zona alta del valle, podemos ver los tres ecosistemas que habitan en la ladera de la montaña. El robledal, el pinar silvestre y la alta montaña cubierta por piornos serranos.




En algunas zonas, los grandes robles son más abundantes. Aquí la variedad de árboles y arbustos es más notoria y variada. También ocurre con la fauna.




Un pico menor macho va recorriendo el tronco y las ramas grandes de un álamo temblón, llenándose el pico con los abundantes insectos que viven en las cortezas muertas.




Hace tan sólo sesenta años, este robledal se cortaba a matarrasa para la producción de leñas y carbón vegetal, dejando sin cortar algún roble. Sesenta años después, el bosque empieza a verse y a sentirse. Todavía le falta por recuperar algunas especies forestales, que desaparecieron con las cortas. Algunas las tendrá que reintroducir el hombre, pues ya no existen por la zona. Si la gestión forestal siguen en esta línea, dentro de otros sesenta años será un robledal importante.




Una familia de trepadores azules va registrando las cortezas de los troncos de los árboles. En ellas encuentran multitud de insectos, sus huevos y larvas. Son una parte del insecticida natural del robledal, que impide que ciertas especies de insectos se hagan numerosas y perjudiquen al ecosistema.




El sol del medio día alumbra el techo del bosque con su enorme foco natural. La fauna apenas se mueve, y los pájaros han dejado de cantar. Sólo se escucha el cansino y agobiante canto de la cigarra. Con esta luz, que nos muestra muy bien todo lo grande que es el robledal y su estructura, me marcho en busca de un arroyo, donde refrescarme y comer algo.