google-site-verification=W4JiPUkp_G2kZZVS-o62liN40WEVgPWgCCloRv-xIdc la luz del monte

jueves, 9 de julio de 2015

EL ROBLEDAL DEL VALLE DE BUSTARVIEJO.


Hoy vamos a caminar por un robledal localizado en el Valle de Bustarviejo. Un bosque por el que pasa muchísima gente a lo largo del año, pero muy pocos conocen realmente.




Con las primeras luces del día entro en el monte. Los pájaros del bosque se mueven y canta por todas partes. El ambiente es fresco y húmedo, pero se nota el aire caliente que viene de Madrid.




Posado sobre las hojas de un roble melojo, descubro inmóvil a un macho de ciervo volante. Entre mediados de junio y principios de julio, según como venga el verano, se empiezan a ver por el robledal los grandes y curiosos ejemplares.




Protegido por una roca grade, el pequeño roble albar de unos 3-4 años, se enfrenta alegremente a su larga vida, en torno a los mil años.




Estamos en un robledal que se ha regenerado de forma natural. Un monte que se ha ido entresacando y resalveando a lo largo de los últimos cuarenta años. Aquí los robles son altos, de buen porte, con largos troncos derechos.




En el arroyo observo a varios pájaros... Un pequeño mosquitero bebe, se moja un poco las plumas y se sube a las ramas altas de un serbal de cazadores...




A la vera del arroyo, donde surge un acuífero, numerosas matas de dedalera florecen; rodeadas de un extenso manto de helechos.




Este robledal es uno de los más importantes que podemos encontrar en las laderas orientadas al sur de la Sierra de Guadarrama, debido a su notable regeneración, estructura, variedad y tamaño de sus árboles.




Pegado al tronco de un roble melojo, oculto por las sombras, descubro a un autillo durmiendo. A cierta distancia, su aspecto se difumina con el color y la textura de la corteza del árbol.
Cuando el sol se ponga, volverá a recorrer el robledal...




Las tapias históricas de piedra, construidas hace muchos siglos, delimitan las dehesas y los usos de estas a lo largo de la historia... Dentro del robledal vemos zonas con árboles mas maduros y variados, y zonas con árboles muy jóvenes, donde la variedad forestal es casi única.




En un pequeño claro observo a una jabalina con cuatro crías ya crecidas. Están buscando raíces, insectos, tubérculos... Al sentir mi presencia se marchan a la carrera.




Sesenta años después, las huellas del hacha y de la sierra todavía permanecen en muchos lugares del monte.




Ahora las jaras estepas están en flor. Muchos insecto se acercan a sus flores para alimentarse y polinizarlas. Multitud de abejas transitan por la zona y no se dejan una flor si visitar.




Entre las jaras y los helechos, medio oculta por el claroscuro, asoma la cabeza la hembra del lagarto verdinegro.




Los pastos y los helechos se mantienen verdes. Si el verano viene regular, con generosas tormentas, los pastos aguantarán hasta la llegada de las lluvias del otoño.




A lo largo de un arroyo veo varias casetas de madera, colocadas para que en ellas críen las aves insectívoras. En las ocho que localizo, observo que en su mayoría están ocupadas por herrerillos y carboneros comunes. En una de ellas observo a una pareja de papamoscas cerrojillos. En esta ocasión vemos al macho, esperando a que salga la hembra para entrar él.




En una zona alta del valle, podemos ver los tres ecosistemas que habitan en la ladera de la montaña. El robledal, el pinar silvestre y la alta montaña cubierta por piornos serranos.




En algunas zonas, los grandes robles son más abundantes. Aquí la variedad de árboles y arbustos es más notoria y variada. También ocurre con la fauna.




Un pico menor macho va recorriendo el tronco y las ramas grandes de un álamo temblón, llenándose el pico con los abundantes insectos que viven en las cortezas muertas.




Hace tan sólo sesenta años, este robledal se cortaba a matarrasa para la producción de leñas y carbón vegetal, dejando sin cortar algún roble. Sesenta años después, el bosque empieza a verse y a sentirse. Todavía le falta por recuperar algunas especies forestales, que desaparecieron con las cortas. Algunas las tendrá que reintroducir el hombre, pues ya no existen por la zona. Si la gestión forestal siguen en esta línea, dentro de otros sesenta años será un robledal importante.




Una familia de trepadores azules va registrando las cortezas de los troncos de los árboles. En ellas encuentran multitud de insectos, sus huevos y larvas. Son una parte del insecticida natural del robledal, que impide que ciertas especies de insectos se hagan numerosas y perjudiquen al ecosistema.




El sol del medio día alumbra el techo del bosque con su enorme foco natural. La fauna apenas se mueve, y los pájaros han dejado de cantar. Sólo se escucha el cansino y agobiante canto de la cigarra. Con esta luz, que nos muestra muy bien todo lo grande que es el robledal y su estructura, me marcho en busca de un arroyo, donde refrescarme y comer algo.


lunes, 29 de junio de 2015

EL RÍO DE ALISOS.


Hoy vamos a caminar por un bosque que sólo habita en las orillas de los ríos de aguas limpias, que nunca han sido alteradas por la mano del hombre.




La luz del nuevo día poco a poco va llegando a todos los lugares del fondo del valle. Un valle por el que transcurre un río de aguas cristalinas, cubierto por un bosque lineal de grandes alisos.




La última riada ha dejado en una orilla unos cuantos troncos y ramas. Son los restos de los árboles que van cayendo.




Al otro lado del río observo a dos agateadores comunes... Suben por la corteza de un viejo aliso, con el pico lleno de insectos. De pronto uno se pierde entre la corteza, mientras el otro espera en la entrada.




Las viejas y pequeñas presas, construidas en tiempos de los romanos o de los árabes, resisten el paso del tiempo. Son la huella histórica que ha dejado la humanidad a su paso por el río.




En esta época del año, cuando el verano arranca, los grandes cardos se desarrollan con toda su grandeza y elegancia.




Las alisedas crean un microclima fresco y húmedo durante el verano, del que se beneficia la flora, la fauna y la ganadería. Es muy agradable caminar por estas orillas durante la estación cálida.




El pequeño chochín, habitante típico de estos lugares, va recorriendo las rocas de la orilla del río en busca de pequeños insectos. De pronto se para y se mira en el reflejo del agua.




Por los huecos que dejan los viejos árboles al morir, se cuelan algunos rayos de sol, que hacen posible que se desarrollen los árboles jóvenes y algunos arbustos.




En las ramas altas de un sauce "descubro" a una hembra de oropéndola. Un ave típica de los cursos fluviales arbolados. A lo largo de la mañana, el canto agradable del macho forma parte de la banda sonora del bosque.




La vida de estos bosques está unida al flujo del agua que llevan los ríos durante el verano. Si la regulación de los caudales hídricos no se respetan como marca la legislación vigente, pueden verse seriamente dañados por la falta del agua, como ya ha ocurrido en otras ocasiones en varios lugares.




Sobre una piedra, ha quedado enmarcada por un tiempo la pluma de un pato.




En las zonas cálidas del río, por las que se cuela el sol, vuelan numerosos caballitos del diablo. Algunos se posan en las hojas de las zarzas o en las pequeñas ramas de los alisos.




En algunas zonas, el río se estrecha y queda emparedado por grandes cortados de caliza. Aquí se produce un microclima más fresco y húmedo, al recibir la zona menos horas de sol. En estos lugares podemos ver a las hiedras abrazadas a los grandes árboles.




Sobre la repisa alta de una roca se posa una lavandera cascadeña. Seguramente tiene el nido en algún hueco cercano.




Estos importantes bosques galería, son los que fijan el suelo y lo protegen de las riadas. Purifican las aguas y fijan nitrógeno en el suelo... A partir de aquí, la vida comienza a asentarse y a ser variada.




En un manantial de tierra negra, tienen los baños los jabalíes. Por la muestra que han dejado, hace pocas horas que se han estado revolcando en el barro.




Al salir de la zona para librar unos zarzales, sale al paso un jabalí con buenos colmillos. Se para un instante para escuchar... Y luego, muy tranquilo, se pierde en el monte.




El aliso es un pariente de los abedules y de los avellanos. Entró con ellos en La Península Ibérica durante las glaciaciones, y se aclimató y se estableció en los cursos medios y bajos de los ríos, en los que no falta el agua durante todo el año.




A media mañana el sol y el calor aprietan. Fuera del bosque de alisos el calor es insoportable. A la orilla del río se acerca un macho de picogordo, para beber y bañarse.




En estos ríos siempre han abundado los peces: truchas, barbos, bogas, colmillejas, lamprehuelas... En la actualidad se desconocen los motivos por los que han desaparecido ciertas especies, y otras se han hecho muy escasas.




En esta zona, donde la vegetación del río es variada, son comunes los anfibios. Entre las verdes hojas de los berros, una rana común descansa y de vez en cuando canta.




Son las dos de la tarde. En la orilla del río, bajo la copa de los grandes alisos, la temperatura y el ambiente es muy agradable. El canto de las oropéndolas, los ruiseñores y otros pájaros de estos bosques, junto con el sonido del río, ponen la banda sonora. Yo sigo río arriba, buscando más lugares y temas que fotografiar, pensando en volver por aquí el próximo otoño.


lunes, 22 de junio de 2015

EL PENÚLTIMO DÍA DE LA PRIMAVERA






La primavera del 2015 ya es historia. La vida no se detiene, sigue, continua... Llega el cálido verano, que va a ser para la mayoría de los habitantes de los montes mediterráneos, una prueba de supervivencia, para otros, el inicio de su vida...


lunes, 15 de junio de 2015

POR LA CUENCA ALTA DEL RÍO LOZOYA, ENTRE PINOS SILVESTRES Y ABEDULES...


Hoy vamos a caminar por una zona salvaje, por su clima y naturaleza, donde la civilización sólo trazó sus caminos históricos, pero jamás pudo asentarse.




Son las 7´15 de la mañana. El ambiente es fresco y húmedo. El aire es puro, sólo tiene aromas a pino silvestre, abedul, tierra húmeda, flores... Todos los aromas del bosque.




Al pie de un pino, descubro una de las alas de una mariposa isabelina. Uno de los habitantes más misteriosos y difíciles de ver en estos pinares.




En las zonas más rocosas el río producen pequeñas cascadas, donde crecen grandes helechos.




Un petirrojo aparece de improviso para observarme... Después desaparece por el claroscuro del bosque.




Donde la incidencia del sol es más regular y el suelo es más profundo y húmedo, se desarrollan pequeñas manchas de robles albares. Crean un contraste muy interesante en el bosque.




Las fuertes rachas de viento del norte que atraviesan los collados, llegan a tumbar los grandes pinos que no tienen bien asentadas las raíces.




A lo largo del bosque observo y oigo el canto de varios mirlos comunes. En una ladera, donde rompe uno de los muchos manantiales que hay por la zona, observo a dos mirlos buscando lombrices y gusanos. El más nervioso y resabiado, se va dando la nota...




El bosque de pinos silvestres filtra la suave luz del nuevo día...




Sobre el enorme tocón de un tejo centenario, crece ahora un pequeño pino silvestre con mucha vida por delante...




En la mayoría de los arroyos, donde los suelos son algo profundos y muy húmedos, aparecen pequeños bosquetes de abedules. En ellos se ven diferentes especies de pájaros del bosque.




Un herrerillo capuchino recorre la orilla del arroyo, buscando insectos para alimentar a sus pollos. Tiene el nido en el agujero de un abedul, donde acude con insectos en el pico cada 4-6 minutos. Estos pájaros insectívoros son el mejor insecticida natural de los pinares.




Estas maravillosas aguas con aromas a bosque, son las mismas que salen por los grifos de las casas de la ciudad de Madrid.




Aunque las precipitaciones no han sido regulares durante la primavera, el río y los arroyos grandes llevan un caudal aceptable. Los pastos están altos y verdes, y los helechos comunes cubren grandes áreas y se están desarrollando bien.




Una lavandera cascadeña recorre el tramo del río capturando insectos. Cuando se llene el pico, volará hasta el nido para alimentar a los pollos.




Ahora paso por una zona donde los abedules se mezclan con los grandes pinos. Los helechos comunes y la luz ponen su magia... Ese punto de contraste que parece sacado de otra época.




En los lugares donde medra la humedad, se desarrollan los grandes y elegantes helechos machos.




Un trepador azul va recorriendo los árboles cercanos al río. Va registrando las cortezas de los pinos, abedules, sauces de montaña y álamos temblones, donde encuentra insectos y larvas. Luego se posa en la zona alta de un abedul y va recorriendo el tronco, hasta llegar a la entrada de su nido, localizado en un viejo nido de pico picapinos.




Desde una de las laderas observ0 una panorámica del bosque, que sube hasta las altas cumbres de la montaña de Peñalara, de 2428 metros de altitud.




Estos pinares se están explotando comercialmente, desde la fundación del Monasterio de Santa María de El Paular, entorno al 1400. Seiscientos años después, gracias a una gestión responsable y racional, que se ha mejorado en los últimos treinta años, estos extensos bosques se mantienen con un nivel ecológico muy notable.




En la orilla de un arroyo me paro para beber y descansar un rato... Y observar el panorama más despacio... A los diez minutos, más o menos, observo a un pico picapinos como sube por el tronco tronchado de un pino silvestre. Sube, se para, observa y sigue hasta llegar al nido, donde le espera uno de los pollos. Durante la media hora que estoy en la zona, la hembra y el macho hacen unas once entradas.




El abedul se está recuperando bastante bien y le está favoreciendo al pinar, pues en estos árboles de maderas blandas, los pájaros carpinteros hacen muchos nidos. En ellos crían pájaros insectívoros que capturan los insectos entre los pinos, como el papamoscas cerrojillo, el papamoscas gris, el herrerillo capuchino y común, el carbonero garrapinos y común... En el sotobosque que crean los bosquetes de abedules, también crían muchos pájaros insectívoros, como el petirrojo, el mirlo común, el zorzal charlo... Se crea una simbiosis entre estos árboles; el pinar protege a los abedules del clima, y los abedules protegen al pinar de los insectos abundantes.




La tarde se deja sentir en el fondo del valle. Una ligera brisa fresca y húmeda va cayendo desde las altas montañas... A penas queda una hora para que el sol nos deje por hoy.




Posado en la rama seca de un sauce de montaña, veo a un papamoscas gris. Está a la caza de las últimas moscas del día, con las que alimentará a sus cuatro o seis pollos. Un pequeño soldado de una gran pirámide ecológica, que hace que sean grandes estos bosques de alta montaña.