google-site-verification=W4JiPUkp_G2kZZVS-o62liN40WEVgPWgCCloRv-xIdc la luz del monte

lunes, 7 de diciembre de 2015

EL QUEJIGAR EL ÚLTIMO BOSQUE DEL OTOÑO


Durante las últimas semanas del mes de noviembre y las primeras de diciembre, las manchas de quejigos se cubren con los colores del otoño. Son los últimos bosques caducifolios, mediterráneos, que van a protagonizar el último espectáculo de luces y de colores, en las laderas de las sierras bajas del centro de La Península Ibérica.




El día llega nublado y templado. Hace apenas una hora que ha dejado de llover. En la ladera vemos un bosque de quejigos mixto, en el que habitan encinas, enebros de la miera, fresnos, cornicabras y algún roble melojo.




Cuando se elaboró el Catálogo Nacional de Montes Públicos del Estado en 1862, este monte estaba catalogado como un robledal-quejigar con encinas, enebros y cornicabras. En la actualidad, después de 153 años, en el monte sólo quedan dos manchas mixtas de quejigos, y ejemplares dispersos entre las encinas y los enebros.




Dos pequeños gazapos descansan y observan el panorama...




Junto a dos largos quejigos me detengo unos instantes observando el panorama... Después de las lluvias que hemos tenido al comienzo del otoño, los arroyos todavía no llevan agua.




Los rojos frutos de la nueza están en su punto. Petirrojos, zorzales y mirlos los van a consumir en los días venideros, y van a extender esta especie por el monte.




Ahora paso por una zona casi llana, donde el suelo es profundo. Aquí se mezclan los grandes quejigos, de tonos verdes y ocres,  con las grandes encinas.




Camuflado entre las ramas altas de una encina, un cárabo me observa mientras le hago unas fotografías... Cuando caiga la tarde, empezará el día para él.




En las laderas orientadas al norte, donde la incidencia del sol es menos agresiva y la humedad en el suelo dura más, los quejigos forman importantes manchas casi puras, acompañados de abundantes arbustos nobles que dan frutos.




Dependiendo de la especie de avispilla que infecta las yemas del quejigo, donde pone sus huevos, así serán las agallas. Estas que vemos ya son viejas, son del otoño pasado. En la primavera de este año salieron las nuevas avispillas.




En esta zona de escasa pendiente y de suelos profundos, el monte cría importantes pastos muy apreciados por la ganadería extensiva.




Posada en el tronco de un quejigo centenario, observo a una hembra de pito real... Durante un buen rato observa todo lo que ocurre en la zona. Después se deja caer en el suelo, cerca de un hormiguero, y comienza a consumir hormigas.




El quejigo es un árbol que en situaciones naturales llega a formar manchas casi puras. Cuando es joven, agradece muy bien la protección de las encinas y de los enebros, hasta que su amplia y densa copa los sobrepasa, pues es de crecimiento más rápido, y los termina matando con su sombra, para que en el futuro no compitan con él.




Las templadas temperaturas y la humedad que hay en el suelo del monte, hacen posible que muchos invertebrados desarrollen su vida a lo largo del día. Entre las hojas caídas de los quejigos veo a un buen ejemplar de milpiés.




Los quejigares que existen en la actualidad en La Comunidad de Madrid, están en un estado lamentable... Sus dimensiones han quedado muy reducidas y dispersas. Las pequeñas manchas casi puras, han renacido de cepa hace apenas 30-50 años, después de las últimas cortas que se hicieron para madera, leñas y carbón vegetal.
         



Entre los musgos que habitan en el tocón, se desarrollan líquenes de la especie Cladonia fimbriata. Una variedad de liquen que sólo se da en los bosques lluviosos.




Aquellos muros históricos que protegieron las dehesas de los abusos de La Mesta, delimitan hoy importantes manchas forestales con un considerable valor ecológico, económico, cultural y social.




En el manantial que medra en el arroyo, veo a varios pájaros del bosque bebiendo y bañándose. Hago un alto en el camino y me oculto entre unas matas para observar el panorama... A los diez minutos aparece una familia de mitos, seguidos de un par de herrerillos comunes... Un mirlo anda entre las matas dando la nota, pero no se decide a entrar. Intuye mi presencia. Sin hacer nada de ruido, aparece un herrerillo capuchino y se deja caer en la orilla...




Las nubes se han cerrado completamente. El ambiente en el monte es de misterio... De fábula.




Un pinzón común, vestido con las plumas del invierno, se detiene unos instantes en la orilla del pequeño arroyo.




Las densa mancha de quejigos no deja que prosperen los matorrales de jaras y de brezos. El monte natural, sin la ayuda del hombre, hace imposible que los incendios forestales se desarrollen aquí.




Los días nublados con ligeras brumas, ponen ese punto atlántico es este monte mediterráneo. Una especie de árbol que ha evolucionado entre las encinas y los robles, teniendo su propio ecosistema en la geografía ibérica.




En las zonas húmedas y soleadas, donde las variadas herbáceas se desarrollan bien, crecen  las setas Melanoleuca cognata. Esta especie que llega a ser abundante algunos otoños.




La situación ambiental y climática de este año, no ha sido nada regular ni beneficiosa para estos montes. Han sufrido un invierno y una primavera muy seca; un verano muy largo que se implantó a finales de mayo, en el que afortunadamente se produjeron algunas tormentas, que pararon la desecación y la muerte de muchos árboles; y un otoño que termina seco y frío. Un clima extremo nada natural, que está acabando con los árboles en un periodo muy corto de tiempo. Esto, en la evolución del mundo natural no ocurre.




En el cielo veo la silueta de tres tres milanos reales. Van a la caza de  pequeños y medianos vertebrados, o algún animal muerto. Uno de ellos, al llegar a mi altura, vuela dos veces en círculo y se va con los otros.




En nuestros días, apenas quedan zonas donde se pude ver el paso natural del ecosistema mediterráneo al atlántico, pasando por el quejigar.





La luz cálida del sol atraviesa las hojas del quejigo. Ponen ese punto de contraste en la inmensa catedral del bosque.




En el claroscuro del arroyo veo a un zorzal común buscando gusanos y semillas en el suelo. En los últimos años, ha bajado mucho el número de zorzales que invernan en estos montes.




Debido a la calidad de la madera de estos árboles, en el pasado fue muy demandado para la construcción de casas y barcos, de toneles y carros, de leñas y carbones... Una gestión que se basó en la sobreexplotación de  estos bosques, que hipotecó su futuro en varios siglos y generaciones. 





Las pequeñas y amargas bellotas del quejigo, son muy apreciadas por la fauna. Son consumidas incluso antes de caer al suelo.




Entre las luces y las sombras del monte, veo a una paloma torcaz buscando y consumiendo bellotas. Estas palomas consumen las bellotas enteras.




Observando el panorama de la mancha... Uno se imagina como sería esta con quejigos centenarios. Un panorama que nuestra generación, ni las dos próximas, van a tener el privilegio de ver.




Medio tapado por las matas, siento la presencia de un jabalí... Me detengo un instante y consigo verle. Es un buen ejemplar solitario, sin escudero. Viene hozando el suelo húmedo y mullido del monte. Atrapando todo tipo de invertebrados, setas, raíces y pequeños vertebrados que perciba con su morro o su olfato. Al sentir mi presencia, se queda inmóvil. Después se va muy tranquilo en otra dirección.




Desde el interior de una pequeña gruta, por la que pasaron y habitaron algunos de los primeros pobladores de Madrid, hace más de cincuenta mil años, observo un paisaje muy parecido al que contemplaron aquellos hombres y mujeres.

domingo, 6 de diciembre de 2015

UN DÍA CON EL TORO BRAVO





La vida del toro bravo en las dehesas está llena de acontecimientos muy interesantes, desconocidos incluso para el ganadero y los vaqueros. Hoy vamos a ver como es un  día en la vida del toro bravo...


lunes, 30 de noviembre de 2015

LOS COLORES DEL OTOÑO EN EL MONTE MEDITERRÁNEO


La selvas mediterráneas originales no eran sólo de encinas, alcornoques o quejigos, tenían una variedad forestal muy diversa. Estaban condicionadas a las situaciones geográficas y climáticas de La Península. Hoy vamos "a ver" a través de ciertos pajares, como era aquella extensa selva en otoño...




El cielo está completamente cubierto. Las lluvias del mes de octubre y de primeros de noviembre, han vuelto a dar vida al monte. El ambiente es templado y húmedo. Muy agradable. Por uno de los pequeños arroyos, todavía seco, me voy hacia uno de los valles que guarda esta sierra baja.




Sobre una roca cubierta de musgos, líquenes y pequeñas herbáceas, veo la hoja de un arce de montpellier (Acer mompessulanus). Es un arce que habita en zonas atlánticas y en zonas mediterráneas, dependiendo de la influencia del clima.




Este año la mayoría de las encinas están cargadas de bellotas. En estas fechas, la mayoría de las encinas ya las han tirado.




En una zona alta de la ladera, me detengo unos instantes junto a una cornicabra con un porte excepcional. Observo el interesante panorama que me ofrece el valle...




Veo una mancha poblada de enebros, sanguinos, arces menores, cornicabras, quejigos, encinas, fresnos y alisos. La variedad de los tonos tienen mucho contraste, a pesar de la poca luz que dejan pasar las nubes.




En la pequeña charca del río veo a un petirrojo bañándose... Para él, lo importante es tener limpias y en buen estado las plumas. Su seguro de vida.




Entre los retoños de unas encinas jóvenes veo setas borrachas (Lepista nuda). Una seta muy llamativa en el monte, por sus colores y su agradable forma, pero con un sabor cargante en la cocina.




Ahora está cayendo un ligero chirimiri agradable... En la umbría del arroyo, donde la humedad se hace más fuerte, las rocas y los troncos de los fresnos y los arces menores, están cubiertos de musgos y líquenes.




En una pequeña poza del arroyo, recargada por las lluvias, observo a una lavandera cascadeña... Va recorriendo la orilla, en busca de insectos y larvas que viven en este medio.




En las grietas de las rocas, entre musgos y líquenes, se asoman los ombligos de venus (Umbilicus rupetris). Una especie que sólo prospera en este medio.




En la ladera de otro valle, localizo otra pequeña mancha mixta, compuesta por encinas, arces menores, cornicabras, enebros de la miera, madroños, quejigos, sanguinos, fresnos, majuelos y alisos. Es una mancha joven, que se ha regenerado de forma natural en los últimos cien años.


Mediado el otoño,  en lo más umbrío y húmedo del monte maduran los frutos del rusco. Una especie tropical, que se quedó en el monte mediterráneo cuando el clima cambió en el cuaternario.




El río, cubierto por grades alisos y fresnos, baja muy tranquilo en estas fechas. En sus orillas se escucha el canto del ruiseñor bastardo y del petirrojo.




Verdes y grandes algas prosperan en las chorreras... Sobre ellas descansan multitud de hojas de aliso.




Una libélula recorre la orilla... Va poniendo sus huevos entre el húmedo musgo.




La panorámica de esta mancha nos muestra las especies forestales que la pueblan. Quejigos, arces menores, cornicabras, enebros de la miera, fresnos, encinas, sanguinos, majuelos... son los principales protagonistas.




Entre las ramas de un rosal silvestre se asoma el pequeño herrerillo común. Para él, el otoño es una época agradable de bonanza, pues en el monte no hace frío y encuentra alimento con facilidad.




En los lugares más recónditos del valle, donde menos llega la luz del sol, entre las rocas prosperan ahora, con las generosas lluvias y la humedad ambiental, los helechos culantrillos menores (Asplenium trichomanes). Un pequeño helecho mediterráneo.




La luz nublada de la tarde envuelve la mancha mixta del monte. Se ha comprobado que en los montes bien conservados, con una variedad forestal originaria, también es más variada la fauna que los habita.




Cuando cae el sol, el erizo inicia su actividad. Ahora recorre su territorio en busca de invertebrados y pequeños vertebrados con los que alimentarse. Hay que coger grasas para invernar y pasar el duro invierno que está por venir.




La luna ya está alta. Su reflejo se ve entre las nubes de la noche.




Después de la noche, el día llega al monte mediterráneo de llanura sobre arenas. La niebla va levantando, empujada por el sol. En el río, las hojas de los sauces, álamos blancos y negros, se encienden cuando la luz del sol las atraviesa.




Sobre el pasto yace la pluma de un azor. Una de las rapaces forestales que habita en el monte.




En la ribera del río observo a un bando de grajillas comunes. Van rebuscando entre las hojas y levantando las pequeñas piedras, capturando los pequeños animalillos que salen.




Aquí la variedad forestal casi es única. Los colores son monótonos. Se ve que la intervención humana en el monte ha sido regular y duradera en el tiempo, hasta conseguir de forma intencionada o por casualidad, que la especie más abundante sea la encina.




La luz limpia y clara del día, nos descubre dos árboles que son poco comunes ahora en el monte. En primer plano vemos a un pequeño fresno. Detrás, vemos a un alcornoque centenario.




Estamos en época de bellotas martinencas para el alcornoque... Un quercus mediterráneo que da fruto en tres periodos, a lo largo del otoño y el invierno.




Los elegantes gamos también ponen su chispa y su punto de color en el otoño del monte mediterráneo. Cuando éste termine, su bonito pelo se habrá vuelto de un tono entre el pardo y el gris oscuro.




La luz cálida del día saca a relucir los variados tonos de los árboles que pueblan la mancha. Encinas, quejigos y enebros. Muy escasos, también se localizan algunos ejemplares de alcornoque, fresno y madroño. En otros tiempos también la poblaron los arces menores, las cornicabras, los labiérnagos... y fueron comunes los robles melojos.




Un pito real macho recorre el tronco de una encina centenaria. Al llegar a una zona muerta, se detiene y picotea con su duro pico la corteza y la madera, buscando insectos.




Los rojos frutos maduros del madroño, contrastan con las flores y las hojas. Es una especie que florece y fructifica a la vez.  Otro árbol de origen tropical que se quedó en el monte mediterráneo.




El otoño mediterráneo es una segunda primavera cargada de recursos para la fauna, llena de luces y de colores, donde las temperaturas templadas se alternan con los días nublados y soleados. Es una época de amores y de camadas para muchos mamíferos. De viajes migratorios para muchas aves. Una estación muy agradable que hay que vivir.




En el cielo vuela el elegante milano real, con una envergadura de casi dos metros. Seguramente ha venido desde el centro o norte de Europa, para pasar el otoño y el invierno en el monte.




En las zonas soleadas salen ahora  los grandes parasoles. Una seta de agradable sabor, que necesita suelos húmedos y sol para desarrollarse.




El otoño se deja sentir más tarde en el monte mediterráneo. Las hojas de los grandes quejigos van madurando entrado el mes de octubre. Van pasando por toda la gama de verdes, amarillos, ocres y naranjas, hasta quedar del color del cuero, casi a finales de diciembre. Después, ya secas, muchas van a permanecer en el árbol hasta la próxima primavera.




Un bando numeroso de rabilargos pasa por la zona... Unos buscan insectos y frutos por los árboles y arbustos, otros por el suelo. Es un córvido con una distribución mundial muy interesante, pues sólo habita en China, Corea, Japón, Portugal y España.




Los rayos del sol de la tarde encienden las hojas de la cornicabra. Parece una antorcha en el claroscuro del monte. Uno de los últimos fogonazos de luz y color del otoño en los montes ibéricos. El frío y el monótono invierno está en camino...