google-site-verification=W4JiPUkp_G2kZZVS-o62liN40WEVgPWgCCloRv-xIdc la luz del monte

lunes, 16 de noviembre de 2015

LOS CASTAÑARES DEL SUROESTE DE MADRID EN OTOÑO


La distribución geográfica que ocupan las manchas de castaños autóctonos en la Comunidad de Madrid, se circunscribe a las laderas de las montañas del Sur Oeste. Formando manchas puras, gestionadas por la mano del hombre desde hace más de dos mil años, o integrados entre robles y otras especies atlánticas. Hoy vamos hacer un recorrido por estos montes  a lo largo del otoño.



La mañana de noviembre llega templada, con una niebla muy húmeda... El canto del mirlo común  y de un petirrojo, ponen la banda sonora a estas horas. Las doradas hojas de los chopos negros, contrastan con la masa de castaños.




En el interior del monte la tranquilidad es absoluta. Todo es armonía. El canto de algunos pájaros, los grandes troncos de los castaños, sus hojas... La luz.




En el silencio del bosque, escucho que alguien está removiendo las hojas secas del suelo... Observo los alrededores, y consigo verle. Es un erizo común, que está buscando insectos para alimentarse. Al acercarme, se queda inmóvil. Pasados unos minutos, al ver que mi presencia no tiene peligro para él, sigue a lo suyo...




En alguna parte, todavía se pueden ver los restos de las antiguas obras públicas, que otras civilizaciones construyeron por el bosque en épocas pasadas.




Entre el denso musgo que cubre las rocas, crecen setas de colores y formas llamativas. Estas de la especie Limacella furnacea,  son comunes este otoño.




El abandono industrial de estos bosques, está favoreciendo su repoblación natural. Nuevas generaciones de castaños, nacidos de fruto, están ocupando su sitio en el monte. Otras especies naturales del bosque, que fueron eliminadas hace siglos por tener menos valor comercial que el castaño, están volviendo.




En la orilla del arroyo observo a una lavandera cascadeña. Sin dejar de mover su larga cola, camina cerca del agua, capturando insectos con movimientos muy rápidos.




Debajo de un enorme castaño, observo a una persona del pueblo cogiendo castañas. Hace pocos años, todas las castañas que tiraban los árboles, se recogían y se seleccionaban para su comercialización.




En la actualidad, la Comunidad de Madrid ha puesto en marcha una gestión que favorece a las manchas autóctonas maduras, que fueron degradas en las últimas décadas del pasado siglo. Los incendios intencionados, las talas legales e ilegales y el sobrepastoreo, estuvieron a punto de acabar con las últimas manchas de esta especie en Madrid.




Un verderón común busca semillas entre las raíces de un fresno. Este pájaro cantor es común en estos bosques.




El otoño hace mágicos a estos bosques, los pone en otra dimensión... Sus hojas alargadas y aserradas, de tonos verdes, amarillos, ocres y naranjas, junto con las formas y los tonos  de sus troncos, los hacen diferentes.




La zona donde se asienta este castañar, es una de las más lluviosas de La Península Ibérica, con medias anuales de unos 900 mm. Gracias a estas precipitaciones, se asentaron aquí  en otras épocas las manchas de castaño.




Un grupo de pájaros del bosque pasa buscando alimento, en forma de insectos, semillas, bayas, castañas y bellotas. El carbonero común registra las ramas del sauce, buscando pequeños insectos y larvas.




La mañana del finales de noviembre llega algo más fría. Cubierta y calmada. El ambiente es cambiante y el aroma es húmedo. Los colores de los robles y los castaños nos cuentan que el otoño ya se ha metido por todo el bosque.




Por esta zona, la mayoría de los castaños son enormes. Tienen troncos que pasan de los cinco metros de perímetro en su base. Junto a uno de ellos, de 7,95 metros de perímetro en la base de su tronco, me paro unos instantes para observar el panorama... 




En los años sesenta del pasado siglo, el hacha y la motosierra talaron importantes y considerables castaños. Por el monte se ven los grandes tocones de aquellos monumentales árboles, que cubrían las laderas de estas montañas. Este que vemos, tiene 5,60 metros de perímetro.




La ladera en la que se localiza esta mancha es muy rocosa, sin apenas suelo donde crezca el pasto para la ganadería. Esta geografía rocosa, fue la que salvó en su día la existencia de este bosque de grandes castaños.




En otoño, estos bosques estaban transitados por jornaleros, que recogían las castañas y quitaban las ramas caídas. Ahora, a penas se ve un alma.




En un manantial, donde beben las vacas, observo a varios pájaros bebiendo y bañándose... Entran carboneros y herrerillos comunes, jilgueros, pinzones, mirlos... Y algunos picogordos, como los de la fotografía.




Dos mil años de gestión en un bosque natural dan para mucho... Terminan dejando una influencia humana muy integrada en el paisaje del bosque... Que puede gustar a unos, y a otros no tanto...




Los majuelos, con las hojas ya doradas, ofrecen sus rojos frutos a toda la comunidad del bosque. Una de las últimas frutas carnosas que va a consumir la fauna.




Si la gestión acertada sigue su curso, estas manchas se habrán repoblado de forma natural en los próximos cincuenta años, pues el castaño tiene un poder regenerativo muy considerable, debido a la cantidad de frutos que produce y al clima donde se asienta.




Metido en un rosal silvestre, observo a un herrerillo capuchino... Va mirando y observando todo con detalle. No se le escapa nada. De vez en cuando se para y captura a un pequeño insecto o a una pequeña larva, que encuentra aferrada a las ramas del rosal.




En la parte alta de la ladera encuentro a otro castaño grande, con 7,85 metros de perímetro en la base de su tronco. Su estado es excelente y se le ve muy sano. Junto a él me paro unos instantes para ver el panorama del valle... Y ver el camino que vamos a seguir.




El panorama nos muestra un otoño avanzado. Lúgubre y desafiante, para el que no está acostumbrado a caminar por los montes en esta época del año. La temperatura es templada y la humedad en el ambiente es total. La mancha de castaños, de tonos ocres y amarillos, da la sensación de que nos está llamando... Cómo será ese bosque en su interior...




Es un bosque apretado, compuesto principalmente de castaños jóvenes, con árboles centenarios. 




En el arroyo veo a una paloma torcaz bebiendo... Al darse cuenta de mi presencia, deja de beber y se va.




Durante varios siglos ha producido toneladas de castañas y miles de metros cúbicos de madera para la construcción. Ahora, la gestión debe de ser sostenible, potenciando la ecología del bosque, para vuelvan las especies forestales y faunísticas que desaparecieron.




Estos bosques umbríos de densas hojas, no dejan pasar la luz al suelo del bosque. En consecuencia,  en ellos no existe el matorral de jaras y brezos, siendo prácticamente imposible los incendios forestales naturales.




En un pequeño grupo de chopos negros, escucho pequeños ruidos de un pájaro carpintero. Está picoteando y taladrando la corteza de uno de los chopos... Después de un buen rato, moviéndome muy despacio, consigo ver al autor. Es un pequeño pico menor. Un habitante de estos bosques y muy escaso en toda La Península.




Las antiguas tapias que delimitaban cada parcela del bosque se han caído, ya a penas se notan. El paso del tiempo va a poner al monte en su estado original... Por el momento, nos tenemos que conformar con imágenes como esta.




La bibliografía histórica y la moderna tecnología, han confirmado que estas manchas de castaños son autóctonas, como los robledales y las fresnedas del fondo de los valles.




Por el suelo se ven infinidad de erizos, con las castañas en su interior. Ahora estos bosques son una inmensa despensa, que van a dar de comer a la fauna fitófaga durante el otoño, el invierno y el comienzo de la primavera. Las castañas que no sean consumidas, se convertirán en pequeños árboles en primavera.




En nuestros días, estos bosques están muy considerados por la sociedad, por sus recursos naturales y por los elementos culturales turísticos que tienen.




La luz rasante de la tarde se cuela en su interior... Crea otro ambiente, otras formas... Otros colores. Otra forma de ver el bosque de castaños.




Las ardillas están muy activas en esta época del año. Se dedican a recoger todos los frutos del bosque que encuentran...




El día al final se ha definido. En el cielo se han abierto grandes claros, que dejan pasar los agradables rayos del sol. Con esta panorámica del interior del bosque nos vamos. Recordando lo importantes que fueron los castañares en el pasado, por el valor de sus frutos y sus maderas; y lo importantes que son ahora, por sus valores ambientales, culturales, turístico y económicos.


domingo, 8 de noviembre de 2015

LA RONCA DEL GAMO





Mediado el otoño, se produce otro acontecimiento importante en los grandes montes mediterráneos de Madrid. Los elegantes gamos entran en celo, un periodo que los monteros le han puesto el nombre de la ronca, debido a la forma que tienen de berrear los machos. Una época del año muy interesante en el monte... Muy importante para los gamos.




lunes, 2 de noviembre de 2015

LAS HAYAS DEL ALTO JARAMA EN OTOÑO.


Este año, después de la seca primavera y el tórrido verano que hemos tenido, ha llovido a finales de agosto, algo en el mes de septiembre y varios días en octubre. Con esta climatología, el otoño se presenta interesante en la cuenca alta del Río Jarama...




La mañana llega con el cielo cubierto por grises nubes. La temperatura es templada y agradable, aunque se mueve un poco el aire. El ambiente es húmedo y fragante, lleno de aromas, acompañado por la banda sonora del río y el canto de algunos pájaros. En la zona alta de la ladera se ven grandes hayas, de colores amarillos, naranjas y rojos, acompañadas por robles albares y otros árboles.




En el interior del bosque la luz es tenue. Está filtrada por las hojas de los árboles. Es un ambiente tranquilo. Apenas se ve fauna.




Los grandes helechos comunes se van apagando... Van dejando atrás los verdes intensos, pasando por amarillos y ocres, hasta llegar casi al rojo.




Las grandes ramas de las hayas ocultan lo que ocurre en el bosque...




En un manantial que medra en una turbera, observo a varios pinzones comunes, un petirrojo y un carbonero común, bebiendo y bañándose...




En la orilla del Río Jarama vemos a un sauce de montaña sin apenas hojas, un abedul de tonos verdes, amarillos y ocres, y grandes hayas con las hojas verdes, amarillas, naranjas y rojas. El otoño pasa distinto para cada especie y árbol...




Debajo de las grandes hayas que pasan de los trescientos años, se ven gruesas ramas que se van desprendiendo de ellas. Son indicios que nos dicen que la vida de estos grandes y hermosos árboles, va a entrar en su etapa final en los próximos años...




A pesar de las abundantes lluvias que han caído estos días, los arroyos apenas llevan agua. En una pequeña poza, observo al diminuto chochín. Va registrando las piedras y las ramas que sobresalen del agua, donde encuentra pequeños insectos con los que se alimenta.




La vida de esta haya se está acabando... Sus grandes ramas se están desprendiendo, llevándose por delante las que están por debajo. En pocos años sólo quedará su tronco, o parte de él, como testigo mudo de un haya que habitó aquí en los últimos trescientos o cuatrocientos años.




Entre las hayas y los robles van a pareciendo ejemplares de acebos de diversos portes, con troncos considerables.




Un mirlo común escarba con sus patas en la zona húmeda de un manantial. Busca lombrices y gusanos para alimentarse.




En la ladera, rodeada por hayas de distintas edades, sobresale una de considerable edad y altura.




Este año, con las heladas tardías de primavera y el cálido y seco verano que hemos pasado, los endrinos no tienen muchos frutos.




Los rayos que se cuelan entre las nubes, calientan los colores de los robles, las hayas, abedules, cerezos... que crecen en las laderas del valle.




En una pequeña pradera sorprendo a una ardilla, que corre a subirse a un roble. Cuando llega a las ramas más altas, se va de árbol en árbol y desaparece en el bosque.




Este era el panorama del Río Jarama, desde La Dehesa de La Solana, en Montejo de la Sierra, hasta  Montes Claros, en Colmenar de la Sierra, hace tan sólo dos siglos.




Posada sobre la piedra del río descansa la hoja de haya. Una imagen típica del otoño.




Las nubes que cubren el cielo se van abriendo... El sol del otoño entra en el bosque, creando un ambiente cálido de luces y colores.




En las zonas umbrías, donde la humedad es constante y el suelo es profundo, las hayas se desarrollan antes y adquieren portes muy respetables. Aquí, ningún árbol puede competir con ellas.




Camufladas entre las hojas, varias especies de setas hacen su aparición por todos los lugares del bosque. Entre las ramas caídas de un haya se ven varios ejemplares de falso níscalo, una seta que no es comestible.




Desde el interior del bosque se aprecia otra panorámica... La del mundo que le rodea. Otro ambiente, intervenido, manipulado, que aporta menos recursos y beneficios...




Aunque las lluvias de este otoño no están siendo escasas, el seco verano y las pocas lluvias de la primavera, dejaron muy seca la tierra y los pequeños acuíferos, por eso ahora el Río Jarama corre con tan poco caudal. En el medio ambiente, las consecuencias que se dan en una o varias épocas, se ven en las siguientes.




En las aguas del río vemos al mirlo acuático. Busca insectos que viven entre las piedras de los rápidos y en el fondo del río.




Caminando por la ladera, paso ahora por una zona donde las hayas son más numerosas que los robles. Aquí se ve que el curso natural se ha impuesto con el paso del tiempo, sobre la intervención que el hombre impuso en el medio forestal en favor de los robles, por tener estos más recursos agroforestales que las hayas.




Bajo la copa de esta enorme haya, crecen dos cogollos de setas apreciadas por los aficionados a la micología. En primer plano vemos la variedad Grifola umbellata. En la base del tronco vemos la variedad Armillaria obscura.  




En la actualidad, en la única zona donde podemos encontrar hayas de forma natural en la Comunidad de Madrid, es en la cabecera del alto Jarama. Las hayas que ocuparon ciertos lugares del valle del Río Lozoya, las extinguió la gestión que el hombre impuso en los montes, favoreciendo la expansión de unos árboles más productivos, en perjuicio de otros menos interesantes para la producción forestal y ganadera.




La vida del haya es más rápida que la del roble. Un haya con doscientos años, es un árbol maduro muy respetable. Un roble con esa edad, es un árbol joven.
Su ciclo comienza a cerrarse cuando cumplen los 250-300 años, mas o menos, hasta su muerte, que puede durar más de una década. ¡Pero aquí no se acaba la vida del haya! Comienza ahora un periodo largo, de muchos años, en el que toda una comunidad de seres vivos, animales o vegetales, van a vivir con el árbol caído, y le van a ir integrando en la ecología del bosque.




Ahora los serbales de cazadores ofrecen sus rojos frutos a toda una comunidad de pájaros del bosque, que van a cambiar en esta época su alimentación insectívora, por los frutos y semillas que ofrece el monte.




En las zonas donde han proliferado de forma masiva las jóvenes hayas, con el paso del tiempo, las más fuertes se van a ir imponiendo y matando a las más débiles, hasta ajustar el número necesario natural por hectárea. Con el tiempo, la naturaleza ajusta la población de las especies, dependiendo de los recursos naturales disponibles.




El pequeño carbonero garrapinos busca larvas de insectos entre las ramas cubiertas de musgos y líquenes. Este pequeño pájaro forestal, es un gran consumidor de insectos y larvas. Con sus hábitos alimenticios, ayuda a mantener la salud de los bosques.




El sol ya ha cambiado de ladera. La tarde se va dejando notar. Ahora paso por una zona densa, poblada de hayas medianas. Como podemos ver, la densidad del número de árboles es menor. Aquí el ciclo ya se activó hace tiempo, y se inició el descaste selectivo natural.




Ahora, entre dos hayas centenarias me paro un rato... Observo el impresionante panorama del bosque que me rodea... Escucho su banda sonora, compuesta por trepadores azules, zorzales, carboneros, herrerillos y algún mirlo y pinzón común, acompañados por el murmullo del río.




Posado en una rama, observo a un pico picapinos... Al rato se posa en el tronco de un viejo roble albar y comienza a registrar su corteza, buscando insectos y larvas.




Al pasar la zona, veo en el suelo los troncos y las grandes ramas de varias hayas centenarias. Son las consecuencias de los fuertes vientos del norte, que abaten los grandes árboles que no tienen bien asentadas sus raíces en la tierra.




Cerca veo un manzano silvestre, con apenas hojas y algunas manzanas colgando de sus ramas. Debajo de él, hay numerosas pequeñas manzanas maduras, de ácido sabor. ¡Cómo serán de buenas, que la fauna de la zona no las consume!




Hace unos minutos que el sol se ha puesto... La mayoría de la fauna ya ha buscado un lugar donde pasar la noche. Para otros, la vida comienza ahora... La magia y el misterio siguen en el bosque.




Por un instante, sólo se escuchan las aguas del río... Con la entrada de la noche comienzan a oírse insectos, sapos, la voz lejana del cárabo...




Entre la hierba del río veo moverse a alguien... Me detengo y le alumbro con la linterna. Es un sapo común, uno de los duendes que va a recorrer el bosque durante la noche, buscando todo tipo de insectos para alimentarse.




Entre hayas y abedules salgo del bosque. En su interior ya ha llegado la noche. En el cielo, como un pequeño punto blanco cortado por la mitad, se ve la luna. En unos días estará llena.