google-site-verification=W4JiPUkp_G2kZZVS-o62liN40WEVgPWgCCloRv-xIdc la luz del monte

domingo, 8 de noviembre de 2015

LA RONCA DEL GAMO





Mediado el otoño, se produce otro acontecimiento importante en los grandes montes mediterráneos de Madrid. Los elegantes gamos entran en celo, un periodo que los monteros le han puesto el nombre de la ronca, debido a la forma que tienen de berrear los machos. Una época del año muy interesante en el monte... Muy importante para los gamos.




lunes, 2 de noviembre de 2015

LAS HAYAS DEL ALTO JARAMA. OTOÑO.


Este año, después de la seca primavera y el tórrido verano que hemos tenido, ha llovido a finales de agosto, algo en el mes de septiembre y varios días en octubre. Con esta climatología, el otoño se presenta interesante en la cuenca alta del Río Jarama...




La mañana llega con el cielo cubierto por grises nubes. La temperatura es templada y agradable, aunque se mueve un poco el aire. El ambiente es húmedo y fragante, lleno de aromas, acompañado por la banda sonora del río y el canto de algunos pájaros. En la zona alta de la ladera se ven grandes hayas, de colores amarillos, naranjas y rojos, acompañadas por robles albares y otros árboles.




En el interior del bosque la luz es tenue. Está filtrada por las hojas de los árboles. Es un ambiente tranquilo. Apenas se ve fauna.




Los grandes helechos comunes se van apagando... Van dejando atrás los verdes intensos, pasando por amarillos y ocres, hasta llegar casi al rojo.




Las grandes ramas de las hayas ocultan lo que ocurre en el bosque...




En un manantial que medra en una turbera, observo a varios pinzones comunes, un petirrojo y un carbonero común, bebiendo y bañándose...




En la orilla del Río Jarama vemos a un sauce de montaña sin apenas hojas, un abedul de tonos verdes, amarillos y ocres, y grandes hayas con las hojas verdes, amarillas, naranjas y rojas. El otoño pasa distinto para cada especie y árbol...




Debajo de las grandes hayas que pasan de los trescientos años, se ven gruesas ramas que se van desprendiendo de ellas. Son indicios que nos dicen que la vida de estos grandes y hermosos árboles, va a entrar en su etapa final en los próximos años...




A pesar de las abundantes lluvias que han caído estos días, los arroyos apenas llevan agua. En una pequeña poza, observo al diminuto chochín. Va registrando las piedras y las ramas que sobresalen del agua, donde encuentra pequeños insectos con los que se alimenta.




La vida de esta haya se está acabando... Sus grandes ramas se están desprendiendo, llevándose por delante las que están por debajo. En pocos años sólo quedará su tronco, o parte de él, como testigo mudo de un haya que habitó aquí en los últimos trescientos o cuatrocientos años.




Entre las hayas y los robles van a pareciendo ejemplares de acebos de diversos portes, con troncos considerables.




Un mirlo común escarba con sus patas en la zona húmeda de un manantial. Busca lombrices y gusanos para alimentarse.




En la ladera, rodeada por hayas de distintas edades, sobresale una de considerable edad y altura.




Este año, con las heladas tardías de primavera y el cálido y seco verano que hemos pasado, los endrinos no tienen muchos frutos.




Los rayos que se cuelan entre las nubes, calientan los colores de los robles, las hayas, abedules, cerezos... que crecen en las laderas del valle.




En una pequeña pradera sorprendo a una ardilla, que corre a subirse a un roble. Cuando llega a las ramas más altas, se va de árbol en árbol y desaparece en el bosque.




Este era el panorama del Río Jarama, desde La Dehesa de La Solana, en Montejo de la Sierra, hasta  Montes Claros, en Colmenar de la Sierra, hace tan sólo dos siglos.




Posada sobre la piedra del río descansa la hoja de haya. Una imagen típica del otoño.




Las nubes que cubren el cielo se van abriendo... El sol del otoño entra en el bosque, creando un ambiente cálido de luces y colores.




En las zonas umbrías, donde la humedad es constante y el suelo es profundo, las hayas se desarrollan antes y adquieren portes muy respetables. Aquí, ningún árbol puede competir con ellas.




Camufladas entre las hojas, varias especies de setas hacen su aparición por todos los lugares del bosque. Entre las ramas caídas de un haya se ven varios ejemplares de falso níscalo, una seta que no es comestible.




Desde el interior del bosque se aprecia otra panorámica... La del mundo que le rodea. Otro ambiente, intervenido, manipulado, que aporta menos recursos y beneficios...




Aunque las lluvias de este otoño no están siendo escasas, el seco verano y las pocas lluvias de la primavera, dejaron muy seca la tierra y los pequeños acuíferos, por eso ahora el Río Jarama corre con tan poco caudal. En el medio ambiente, las consecuencias que se dan en una o varias épocas, se ven en las siguientes.




En las aguas del río vemos al mirlo acuático. Busca insectos que viven entre las piedras de los rápidos y en el fondo del río.




Caminando por la ladera, paso ahora por una zona donde las hayas son más numerosas que los robles. Aquí se ve que el curso natural se ha impuesto con el paso del tiempo, sobre la intervención que el hombre impuso en el medio forestal en favor de los robles, por tener estos más recursos agroforestales que las hayas.




Bajo la copa de esta enorme haya, crecen dos cogollos de setas apreciadas por los aficionados a la micología. En primer plano vemos la variedad Grifola umbellata. En la base del tronco vemos la variedad Armillaria obscura.  




En la actualidad, en la única zona donde podemos encontrar hayas de forma natural en la Comunidad de Madrid, es en la cabecera del alto Jarama. Las hayas que ocuparon ciertos lugares del valle del Río Lozoya, las extinguió la gestión que el hombre impuso en los montes, favoreciendo la expansión de unos árboles más productivos, en perjuicio de otros menos interesantes para la producción forestal y ganadera.




La vida del haya es más rápida que la del roble. Un haya con doscientos años, es un árbol maduro muy respetable. Un roble con esa edad, es un árbol joven.
Su ciclo comienza a cerrarse cuando cumplen los 250-300 años, mas o menos, hasta su muerte, que puede durar más de una década. ¡Pero aquí no se acaba la vida del haya! Comienza ahora un periodo largo, de muchos años, en el que toda una comunidad de seres vivos, animales o vegetales, van a vivir con el árbol caído, y le van a ir integrando en la ecología del bosque.




Ahora los serbales de cazadores ofrecen sus rojos frutos a toda una comunidad de pájaros del bosque, que van a cambiar en esta época su alimentación insectívora, por los frutos y semillas que ofrece el monte.




En las zonas donde han proliferado de forma masiva las jóvenes hayas, con el paso del tiempo, las más fuertes se van a ir imponiendo y matando a las más débiles, hasta ajustar el número necesario natural por hectárea. Con el tiempo, la naturaleza ajusta la población de las especies, dependiendo de los recursos naturales disponibles.




El pequeño carbonero garrapinos busca larvas de insectos entre las ramas cubiertas de musgos y líquenes. Este pequeño pájaro forestal, es un gran consumidor de insectos y larvas. Con sus hábitos alimenticios, ayuda a mantener la salud de los bosques.




El sol ya ha cambiado de ladera. La tarde se va dejando notar. Ahora paso por una zona densa, poblada de hayas medianas. Como podemos ver, la densidad del número de árboles es menor. Aquí el ciclo ya se activó hace tiempo, y se inició el descaste selectivo natural.




Ahora, entre dos hayas centenarias me paro un rato... Observo el impresionante panorama del bosque que me rodea... Escucho su banda sonora, compuesta por trepadores azules, zorzales, carboneros, herrerillos y algún mirlo y pinzón común, acompañados por el murmullo del río.




Posado en una rama, observo a un pico picapinos... Al rato se posa en el tronco de un viejo roble albar y comienza a registrar su corteza, buscando insectos y larvas.




Al pasar la zona, veo en el suelo los troncos y las grandes ramas de varias hayas centenarias. Son las consecuencias de los fuertes vientos del norte, que abaten los grandes árboles que no tienen bien asentadas sus raíces en la tierra.




Cerca veo un manzano silvestre, con apenas hojas y algunas manzanas colgando de sus ramas. Debajo de él, hay numerosas pequeñas manzanas maduras, de ácido sabor. ¡Cómo serán de buenas, que la fauna de la zona no las consume!




Hace unos minutos que el sol se ha puesto... La mayoría de la fauna ya ha buscado un lugar donde pasar la noche. Para otros, la vida comienza ahora... La magia y el misterio siguen en el bosque.




Por un instante, sólo se escuchan las aguas del río... Con la entrada de la noche comienzan a oírse insectos, sapos, la voz lejana del cárabo...




Entre la hierba del río veo moverse a alguien... Me detengo y le alumbro con la linterna. Es un sapo común, uno de los duendes que va a recorrer el bosque durante la noche, buscando todo tipo de insectos para alimentarse.




Entre hayas y abedules salgo del bosque. En su interior ya ha llegado la noche. En el cielo, como un pequeño punto blanco cortado por la mitad, se ve la luna. En unos días estará llena.


lunes, 26 de octubre de 2015

LA MIRADA DEL BOSQUE ATLÁNTICO EN EL OTOÑO


Cómo es, o mejor dicho, como eran los bosques atlánticos vírgenes que poblaban la península Ibérica? Hoy día es imposible contestar a esa pregunta, pues en toda nuestra geografía no quedan ni quinientas hectáreas de estos bosques sin alterar.
Hoy vamos a ver una de las últimas manchas atlánticas que quedan en el Sistema Central, con una diversidad forestal natural muy considerable, a pesar de los usos tradicionales, forestales y ganaderos, que ha soportado en los últimos seiscientos años. Uno de los últimos rincones forestales, que más se parece a lo que fueron las selvas atlánticas que cubrieron la España húmeda.



La mañana de finales de octubre viene con el cielo cubierto de nubes y con una lluvia menuda... La temperatura es templada y muy agradable. El aroma húmedo del bosque llena el ambiente, se respira. Las vista y los tonos cautivan, atraen.




Es un bosque de grandes árboles, poblado por diferentes especies, con la apariencia de una selva que lo oculta todo.




Posada sobre el viejo tronco de un roble caído, la hoja del roble albar nos anuncia que el otoño está bien entrado.




Por esta zona transcurre uno de los numerosos arroyos. En sus orillas habitan abedules y avellanos.




El pequeño chochín recorre las ramas caídas y la orilla del arroyo. Busca pequeños insectos con los que alimentarse.




Pasamos ahora por una zona donde son más numerosos los robles albares y los cerezo silvestres. Los tonos de sus hojas nos lo cuentan...




En el suelo, cerca de unos acebos, han hecho su aparición setas de tonos y formas muy llamativas. Su nombre es paxilo enrollado.




Los grandes robles albares centenarios, con edades entre los doscientos y cuatrocientos, años son comunes. Bajo sus extensas copas habitan avellanos, espinos albares, acebos...




Entre las ramas de un sauce, la hembra del pito real observa mi paso por el bosque... Luego se deja caer en el suelo, y busca hormigas o insectos para alimentarse.




A través de los grandes avellanos pasa el histórico camino... En la orilla del arroyo me detengo unos instantes, para observar el panorama y ver que dirección cojo.




El otoño todo lo llena de hojas... De hojas variadas, de diferentes formas y tonos. En lugares y situaciones diferentes.




De vez en cuando, los rayos cálidos del sol se cuelan entre las nubes. Entran por las copas de los árboles, creando un claroscuro de luces y de colores muy llamativo y agradable.




Sobre una roca cubierta de hojas, musgos y líquenes, observo a un mirlo común que remueve las hojas con sus patas, para capturar a los insectos que habitan entre ellas.




Siguiendo la vera del arroyo, entro en una zona donde predominan los abedules, sauces de montaña, avellanos, acebos, cerezos silvestres, algunos álamos temblones y robles albares dispersos.




En las orillas del arroyo observo herbáceas con hojas muy curiosas y llamativas, como esta, de un acónito común.




Los rayos del sol acarician y encienden la copa de los blancos abedules. Bajo ellos habita otra comunidad forestal más variada y numerosa...




Por los árboles y arbustos pasa un bando de pájaros del bosque, compuesto por carboneros comunes y garrapinos, trepadores azules, herrerillos capuchinos y comunes, mitos y agateadores comunes. Cada especie registra su parcela, su nicho ecológico, en busca de insectos, sus huevos y larvas, o frutos del bosque. Un bonito y elegante carbonero común, se detiene un instante en la orilla del arroyo para beber.




A pesar de los usos forestales y ganaderos que ha tenido el monte en los últimos seiscientos años, se está recuperando muy bien. La mayoría de sus árboles y arbustos han aumentado su población, y están ocupando las zonas donde fueron eliminados. Esto ha sido posible porque la mayoría son de crecimiento relativamente rápido, y las condiciones ambientales se siguen manteniendo. A este bosque sólo le queda crecer y expandirse...




Con la humedad ambiental y las temperaturas templadas, los grandes helechos machos (Dryopteris filix-mas) adquieren unos tonos amarillentos muy agradables, que contrastan en el claroscuro del bosque cubierto de hojas.




En ciertas zonas, aparecen medianos ejemplares de tejo, como testigos mudos de otras épocas en las que fueron más abundantes. Para este árbol, de crecimiento muy lento y de larga vida, el paso corto del tiempo no ha jugado en su favor.




Un agateador común va recorriendo la rama de un árbol, buscando pequeños insectos y larvas entre su corteza. Estos pequeños pájaros limpian de insectos parásitos las cortezas de los árboles.




Bajo los grandes robles y abedules, habita una comunidad de arbustos nobles y árboles frutales de diferentes especies, como los avellanos, endrinos, majuelos, saúcos, manzanos silvestres, serbales de cazadores, cerezos silvestres... Aquí los brezos apenas existen.




Los rojos frutos del majuelo ya están maduros. Unos frutos con agradable sabor a manzana, que van a ser consumidos por todos los habitantes del bosque, desde las aves pequeñas y medianas, roedores, corzos, hasta los zorros, los tejones y las garduñas.




La inmensa vidriera natural que crean las variadas hojas de los diferentes árboles, crean un ambiente cálido y agradable. Da la sensación de que estamos en una catedral muy grande...




Entre los robles observo a un herrerillo capuchino... Va registrando las ramas, las hojas y el suelo. Busca insectos y frutos silvestres.




Desde el pie de la falsa oronja (Amanita muscaria) tenemos una amplia panorámica del bosque.




Fuera del bosque, la luz del sol es muy agradable. Vemos una panorámica con mucha luz y color, dependiendo de las especies forestales. Cada especie tiene un color y una forma de reflejar y filtrar la luz.




Vuelvo a entrar en el bosque, a caminar entre los grandes robles y abedules, mostajos, serbales, acebos... Un mundo complejo muy variado, que vive y cambia con el paso de las estaciones, del tiempo...




En las ramas altas escucho el canto de varios trepadores azules. No se están quietos ni un segundo. Con sus movimientos rápidos y nerviosos, registran todas las partes de los árboles, buscando insectos, larvas y frutos. Este pájaro atlántico, habita en el bosque durante todo el año.




Para muchas personas, aficionadas a la naturaleza o no, la llegada del otoño a los bosques caducifolios les encanta, les atrae, les gusta más que otras estaciones del año. Por su clima, temperatura, variedad, colores... Ahora el bosque nos cuenta muchas cosas a través de su aspecto, sus formas, sus nuevos habitantes, sus luces, sus colores...




Han estado "ocultas" durante un año, esperando la época ideal para hacer su aparición, para cumplir su papel ecológico, muy importante y fundamental para ciertas especies forestales y para el suelo del bosque. Entre las hojas de abedul y acebo, vemos al apreciado boleto comestible (Boletus edulis).




Subimos ahora hasta la cabecera de uno de los arroyos que pasa por el bosque. Aquí el microclima es más fresco y húmedo. El suelo es profundo y abundan las pequeñas turberas. Las especies forestales que predominan, son los abedules y los avellanos, pero si nos fijamos, tampoco faltan los robles y los acebos.




Un pico picapinos macho recorre la rama caída de un árbol, hasta que llega al suelo, donde se encuentra el tocón de un roble. Desconfiado, sin dejar de mirar, empieza a taladrarle con su pico, en busca de insectos que viven en su interior.




Ahora los acebos hembras están cargados de abundantes y vistosos frutos rojos. Son la despensa y uno de los recursos principales que va a tener la mayoría de la fauna, durante el otoño y el invierno.




Los grandes y curiosos mostajos (Sorbus aria)  son comunes. Habitan en las zonas donde los grandes árboles no les dan sombra y no inciden sobre ellos.




Muchos mostajos ofrecen sus dulces frutos, de agradable sabor. Cuando terminen de madurar caerán al suelo, y serán otro recurso más para los habitantes del monte.




Durante esta época, en la que caen las bellotas de los robles, son comunes las palomas torcaces. Algunas habitan aquí durante todo el año.




La luz de la tarde entra rasante. Nos muestra otra forma, otro aspecto del bosque. Con un suelo cubierto de abundantes hojas que reflejan la luz.




Sobre la rama gruesa de un abedul caído, se desarrolla el curioso y elegante yesquero del abedul. Una seta de madera que va a poner su punto de contraste en la comunidad del bosque, y va a ayudar a reciclar con el paso del tiempo, el árbol que ha dejado de vivir.




La tarde no se detiene... La luz del sol empieza a subir por las ramas de los árboles... El arroyo corre entre avellanos y abedules, medio cubierto por un manto de hojas.




Una lavandera cascadeña va por la orilla, buscando insectos fluviales con los que alimentarse. Cuando ve uno que le interesa, corre hacia él...




Cada minuto que pasa, las luces y las sombras hacen más grandes los contrastes del bosque. Los pájaros vuelven a moverse y a cantar con más intensidad. Saben que la noche está próxima...




Desde la otra ladera del bosque, la panorámica que se nos ofrece es espectacular. Los últimos rayos del sol, a punto de ponerse, encienden los colores de los árboles y arbustos. Un proceso natural que se repite todos los años, donde todavía existe el bosque atlántico.