google-site-verification=W4JiPUkp_G2kZZVS-o62liN40WEVgPWgCCloRv-xIdc la luz del monte

viernes, 31 de julio de 2015

30 DE JULIO. POR UNA MANCHA DE ALCORNOQUES DEL SUROESTE DE MADRID


En las montañas bajas del suroeste de Madrid se localiza una mancha considerable de alcornoque, mezclada con pinos resineros y piñoneros, en la que también se dan encinas, enebros, quejigos y cornicabras. Una mancha que ha aguantado los usos tradicionales y el paso del fuego. El último monte de alcornoques que queda en la zona. 




El día llega sin apenas nubes y con un sol limpio que viene apretando. Son las siete y cuarto, y la temperatura ronda ya los 25ºC. La panorámica del monte es espectacular, a pesar de la sequía que llevamos soportando desde el mes de mayo.




Por el cielo pasan varios buitres leonados y dos negros. Van mirando las zonas en las que pasta el ganado, en busca de una res muerta.




El sol cálido y penetrante se va metiendo por todos los rincones del monte. Desde las altas copas de los árboles hasta los menudos arbustos...




En las ramas altas de un alcornoque descubro a un cárabo. Sus plumas son pardas, miméticas, se confunden con las pequeñas ramas y las hojas. Me deja que le haga unas cuantas fotografías... Y allí le dejo tranquilo, esperando a que llegue la noche.




Estamos en una zona que tiene unas precipitaciones medias anuales de unos 800-900 mm. Aquí llueve el doble que en el centro de Madrid.




En un pequeño claro, rodeado de grandes zarzas y rosales silvestres, observo a varios conejos de monte pastando y descansando. Hasta mediados de los años 80 fue muy abundante, en la actualidad apenas se ven.




Cuarteando por la ladera de la montaña, me detengo unos instantes a la vera y a la sombra de tres buenos ejemplares. Descanso y veo el panorama... La pequeña brisa que se mueve a estas horas de la mañana, pasa fresca por el interior del monte.




Sobre una roca cubierta de musgo veo la pluma de una rapaz pequeña. Al observar su forma y color, me doy cuenta que es la pluma de un ala de una hembra de gavilán. Una rapaz forestal que vuelve a verse con relativa frecuencia por estos montes.




Mas adelante veo a una jabalina hozando entre la hierba seca. Tiene las mamas muy desarrolladas... Por las inmediaciones, cubiertos por hierbas y hojas, tendrá escondidos de dos a diez rayones.




En esta zona observo que a varios alcornoques de pequeña y mediana talla se les ha sacado el corcho. Sus recios troncos de tonos naranjas nos cuentan lo sucedido. En los próximos cuatro años volverán a formar la corteza extraída, una corteza que le va a proteger en el futuro de la deshidratación y de los incendios forestales, pues todos sabemos que el corcho no arde.




Cerca del cauce de un arroyo seco, posada a la sombra, veo a una paloma torcaz adulta. A estas alturas del verano, si todo va bien para ella, terminará de sacar la nidada que tiene, y otra.




El alcornoque es junto con el quejigo, el árbol mediterráneo que requiere unas precipitaciones medias anuales superiores a las de la encina. Las bajas precipitaciones anuales que lleva padeciendo el territorio de Madrid en los últimos veinticinco años, arrastran un déficit hídrico que está poniendo en serio peligro a la mayoría de las manchas de alcornoque que quedan en la comunidad.




Al trasponer una pequeña loma de la ladera, veo a un ciervo comiendo las hojas de un chaparro. Al sentir el ruido de la cámara deja de pastar y mira... En esta época los ciervos están terminando de echar sus grandes cuernas. Los más retrasados terminarán a finales de agosto.




Uno de los aspectos que más me llama la atención, es la buena salud que tienen los grandes alcornoques de esta zona. Son los alcornoques más sanos y con menos estrés hídrico de toda la comunidad. Otro punto muy importante que también me llama la atención, es que en todo el monte hay ejemplares jóvenes de diversas edades y brinzales. Estos son los dos aspectos fundamentales, que más preocupan en la actualidad en la mayoría de los montes Ibéricos.




Al pasar por un arroyo estacional, en el que crecen sauces, fresnos y majuelos, arropados por abundantes zarzas y rosales silvestres, observo a un joven pico picapinos nacido esta primavera. Va registrando la rama de un sauce, buscando insectos para alimentarse.




En la zona alta de la ladera, donde las grandes rocas forman laberintos y las abundantes zarzas, espinos y rosales silvestres la hacen casi intransitable, habitan enormes alcornoques que nunca han sido descorchados. Junto a uno de ellos me paro unos instantes para hacer una fotografía.




Cerca, entre unas grandes rocas rompe un manantial. A el acuden los jabalíes para revolcarse, y muchos habitantes de la zona para beber. Durante la media hora que aguardo a la sobra de un alcornoque, metido entre unas escobas negras, observo a varios pájaros de la zona: pinzones comunes, un verderón, currucas, carboneros comunes, herrerillos comunes y capuchinos, dos jilgueros, una paloma torcaz, una ardilla... Una familia de trepadores azules.




El alcornoque ha sido en estas montañas un árbol común, llegando a formar machas con otras especies. Con el paso del tiempo fue desplazado por la mano del hombre. La utilización indebida, las cortas excesivas, los incendios y la sustitución por otras especies que han interesado más económicamente, han puesto a este interesante árbol en una situación precaria.




A pesar del calor que está haciendo, los pequeños pájaros del bosque no detienen su actividad. Siguen buscándose la vida entre los árboles y los arbustos del monte. El pequeño herrerillo común registra las ramas y las cortezas muertas de un fresno caído.




Son las doce de la mañana, el sol ya está en todo lo alto. Alumbra la ladera de la montaña como un foco. El monte está verde y sano. Por el momento, las sequías prolongadas que ya están haciendo mucho daño en otros montes, aquí no se están dejando notar.




Por el fondo del valle pasa un arroyo en el que apenas medra agua. En sus orillas habita un dosel forestal muy rico y variado. Grandes fresnos y sauces, alcornoques, quejigos, majuelos, hiedras, zarzas, escaramujos, cornicabras... Aquí vive un pequeño imperio de pájaros insectívoros, que pone con sus cantos la banda sonora del monte a lo largo del día. Posada en la rama de un fresno, vemos a una joven oropéndola nacida esta primavera.




Caminando por el laberinto del arroyo, encuentro una pequeña poza de agua limpia, donde no vienen los jabalíes o los ciervos a revolcarse. Aquí me detengo unos instantes para refrescarme y llenar la cantimplora. Durante el rato que estoy, se acercan bastantes pájaros para beber, pero al verme se alejan. Metido entre una zarza y arropado por la red, hago un pequeño aguardo... A los pocos minutos llegan unos herrerillos comunes, una curruca carrasqueña, una familia de mitos, un ruiseñor común, una curruca mirlona, que recorre la rama caída de un sauce hasta llegar al agua...




Son las dos de la tarde. A pesar de la luz cegadora y el intenso calor que hace fuera del monte, debajo de la copa de los grades alcornoques no se está nada mal. El monte crea un microclima que termorregula su interior y hace posible que la vida siga existiendo en su mayor variedad. Yo aprovecho un antiguo camino histórico, que seguramente unía dos pueblos. Por él me marcho, pensando en volver en otra época del año, en la que haga menos calor y todo esté algo más verde.




Por el camino, a la sombra de dos grandes alcornoques, veo al pequeño corzo con su madre... 


martes, 21 de julio de 2015

EL VALLE ALTO DEL RÍO MIRAFLORES.





Entre las cumbres de La Najarra de 2105 metros, El Puerto de La Morcuera de 1796 metros y La Perdiguera de 1865 metros, se localiza el valle alto del Río Miraflores.


jueves, 9 de julio de 2015

EL ROBLEDAL DEL VALLE DE BUSTARVIEJO.


Hoy vamos a caminar por un robledal localizado en el Valle de Bustarviejo. Un bosque por el que pasa muchísima gente a lo largo del año, pero muy pocos conocen realmente.




Con las primeras luces del día entro en el monte. Los pájaros del bosque se mueven y canta por todas partes. El ambiente es fresco y húmedo, pero se nota el aire caliente que viene de Madrid.




Posado sobre las hojas de un roble melojo, descubro inmóvil a un macho de ciervo volante. Entre mediados de junio y principios de julio, según como venga el verano, se empiezan a ver por el robledal los grandes y curiosos ejemplares.




Protegido por una roca grade, el pequeño roble albar de unos 3-4 años, se enfrenta alegremente a su larga vida, en torno a los mil años.




Estamos en un robledal que se ha regenerado de forma natural. Un monte que se ha ido entresacando y resalveando a lo largo de los últimos cuarenta años. Aquí los robles son altos, de buen porte, con largos troncos derechos.




En el arroyo observo a varios pájaros... Un pequeño mosquitero bebe, se moja un poco las plumas y se sube a las ramas altas de un serbal de cazadores...




A la vera del arroyo, donde surge un acuífero, numerosas matas de dedalera florecen; rodeadas de un extenso manto de helechos.




Este robledal es uno de los más importantes que podemos encontrar en las laderas orientadas al sur de la Sierra de Guadarrama, debido a su notable regeneración, estructura, variedad y tamaño de sus árboles.




Pegado al tronco de un roble melojo, oculto por las sombras, descubro a un autillo durmiendo. A cierta distancia, su aspecto se difumina con el color y la textura de la corteza del árbol.
Cuando el sol se ponga, volverá a recorrer el robledal...




Las tapias históricas de piedra, construidas hace muchos siglos, delimitan las dehesas y los usos de estas a lo largo de la historia... Dentro del robledal vemos zonas con árboles mas maduros y variados, y zonas con árboles muy jóvenes, donde la variedad forestal es casi única.




En un pequeño claro observo a una jabalina con cuatro crías ya crecidas. Están buscando raíces, insectos, tubérculos... Al sentir mi presencia se marchan a la carrera.




Sesenta años después, las huellas del hacha y de la sierra todavía permanecen en muchos lugares del monte.




Ahora las jaras estepas están en flor. Muchos insecto se acercan a sus flores para alimentarse y polinizarlas. Multitud de abejas transitan por la zona y no se dejan una flor si visitar.




Entre las jaras y los helechos, medio oculta por el claroscuro, asoma la cabeza la hembra del lagarto verdinegro.




Los pastos y los helechos se mantienen verdes. Si el verano viene regular, con generosas tormentas, los pastos aguantarán hasta la llegada de las lluvias del otoño.




A lo largo de un arroyo veo varias casetas de madera, colocadas para que en ellas críen las aves insectívoras. En las ocho que localizo, observo que en su mayoría están ocupadas por herrerillos y carboneros comunes. En una de ellas observo a una pareja de papamoscas cerrojillos. En esta ocasión vemos al macho, esperando a que salga la hembra para entrar él.




En una zona alta del valle, podemos ver los tres ecosistemas que habitan en la ladera de la montaña. El robledal, el pinar silvestre y la alta montaña cubierta por piornos serranos.




En algunas zonas, los grandes robles son más abundantes. Aquí la variedad de árboles y arbustos es más notoria y variada. También ocurre con la fauna.




Un pico menor macho va recorriendo el tronco y las ramas grandes de un álamo temblón, llenándose el pico con los abundantes insectos que viven en las cortezas muertas.




Hace tan sólo sesenta años, este robledal se cortaba a matarrasa para la producción de leñas y carbón vegetal, dejando sin cortar algún roble. Sesenta años después, el bosque empieza a verse y a sentirse. Todavía le falta por recuperar algunas especies forestales, que desaparecieron con las cortas. Algunas las tendrá que reintroducir el hombre, pues ya no existen por la zona. Si la gestión forestal siguen en esta línea, dentro de otros sesenta años será un robledal importante.




Una familia de trepadores azules va registrando las cortezas de los troncos de los árboles. En ellas encuentran multitud de insectos, sus huevos y larvas. Son una parte del insecticida natural del robledal, que impide que ciertas especies de insectos se hagan numerosas y perjudiquen al ecosistema.




El sol del medio día alumbra el techo del bosque con su enorme foco natural. La fauna apenas se mueve, y los pájaros han dejado de cantar. Sólo se escucha el cansino y agobiante canto de la cigarra. Con esta luz, que nos muestra muy bien todo lo grande que es el robledal y su estructura, me marcho en busca de un arroyo, donde refrescarme y comer algo.


lunes, 29 de junio de 2015

EL RÍO DE ALISOS.


Hoy vamos a caminar por un bosque que sólo habita en las orillas de los ríos de aguas limpias, que nunca han sido alteradas por la mano del hombre.




La luz del nuevo día poco a poco va llegando a todos los lugares del fondo del valle. Un valle por el que transcurre un río de aguas cristalinas, cubierto por un bosque lineal de grandes alisos.




La última riada ha dejado en una orilla unos cuantos troncos y ramas. Son los restos de los árboles que van cayendo.




Al otro lado del río observo a dos agateadores comunes... Suben por la corteza de un viejo aliso, con el pico lleno de insectos. De pronto uno se pierde entre la corteza, mientras el otro espera en la entrada.




Las viejas y pequeñas presas, construidas en tiempos de los romanos o de los árabes, resisten el paso del tiempo. Son la huella histórica que ha dejado la humanidad a su paso por el río.




En esta época del año, cuando el verano arranca, los grandes cardos se desarrollan con toda su grandeza y elegancia.




Las alisedas crean un microclima fresco y húmedo durante el verano, del que se beneficia la flora, la fauna y la ganadería. Es muy agradable caminar por estas orillas durante la estación cálida.




El pequeño chochín, habitante típico de estos lugares, va recorriendo las rocas de la orilla del río en busca de pequeños insectos. De pronto se para y se mira en el reflejo del agua.




Por los huecos que dejan los viejos árboles al morir, se cuelan algunos rayos de sol, que hacen posible que se desarrollen los árboles jóvenes y algunos arbustos.




En las ramas altas de un sauce "descubro" a una hembra de oropéndola. Un ave típica de los cursos fluviales arbolados. A lo largo de la mañana, el canto agradable del macho forma parte de la banda sonora del bosque.




La vida de estos bosques está unida al flujo del agua que llevan los ríos durante el verano. Si la regulación de los caudales hídricos no se respetan como marca la legislación vigente, pueden verse seriamente dañados por la falta del agua, como ya ha ocurrido en otras ocasiones en varios lugares.




Sobre una piedra, ha quedado enmarcada por un tiempo la pluma de un pato.




En las zonas cálidas del río, por las que se cuela el sol, vuelan numerosos caballitos del diablo. Algunos se posan en las hojas de las zarzas o en las pequeñas ramas de los alisos.




En algunas zonas, el río se estrecha y queda emparedado por grandes cortados de caliza. Aquí se produce un microclima más fresco y húmedo, al recibir la zona menos horas de sol. En estos lugares podemos ver a las hiedras abrazadas a los grandes árboles.




Sobre la repisa alta de una roca se posa una lavandera cascadeña. Seguramente tiene el nido en algún hueco cercano.




Estos importantes bosques galería, son los que fijan el suelo y lo protegen de las riadas. Purifican las aguas y fijan nitrógeno en el suelo... A partir de aquí, la vida comienza a asentarse y a ser variada.




En un manantial de tierra negra, tienen los baños los jabalíes. Por la muestra que han dejado, hace pocas horas que se han estado revolcando en el barro.




Al salir de la zona para librar unos zarzales, sale al paso un jabalí con buenos colmillos. Se para un instante para escuchar... Y luego, muy tranquilo, se pierde en el monte.




El aliso es un pariente de los abedules y de los avellanos. Entró con ellos en La Península Ibérica durante las glaciaciones, y se aclimató y se estableció en los cursos medios y bajos de los ríos, en los que no falta el agua durante todo el año.




A media mañana el sol y el calor aprietan. Fuera del bosque de alisos el calor es insoportable. A la orilla del río se acerca un macho de picogordo, para beber y bañarse.




En estos ríos siempre han abundado los peces: truchas, barbos, bogas, colmillejas, lamprehuelas... En la actualidad se desconocen los motivos por los que han desaparecido ciertas especies, y otras se han hecho muy escasas.




En esta zona, donde la vegetación del río es variada, son comunes los anfibios. Entre las verdes hojas de los berros, una rana común descansa y de vez en cuando canta.




Son las dos de la tarde. En la orilla del río, bajo la copa de los grandes alisos, la temperatura y el ambiente es muy agradable. El canto de las oropéndolas, los ruiseñores y otros pájaros de estos bosques, junto con el sonido del río, ponen la banda sonora. Yo sigo río arriba, buscando más lugares y temas que fotografiar, pensando en volver por aquí el próximo otoño.